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Libros

Liber ante el espejo

Vista de la Feria Internacional del Libro, Liber, que se celebró en la Casa de Campo de Madrid.

Eva Orúe

El pasado viernes, a las 17.32, el servicio de prensa de Liber emitió una nota de prensa. En el asunto: "Récord de visitantes profesionales en Liber 2013". Una hora después, llegó una segunda. "NOTA DE PRENSA RECTIFICACIÓN: Más de 10.000 profesionales del sector editorial han visitado la 31ª edición de la Feria Internacional del Libro".

En efecto, difícilmente podía batir marcas una afluencia que, siempre según los organizadores, era inferior en 2.000 personas a la registrada en 2012. Un traspié sin importancia, un exceso de entusiasmo. Sin duda. Pero el domingo, la organización del evento volvió a lanzar las campanas al vuelo: "Liber 2013 ha cumplido sus objetivos”, “la nueva iniciativa del Festival Liberatura, el salón abierto al público en general, ha sido un acierto", "el Salón Profesional, que cerró sus puertas el viernes, tuvo una afluencia de más de 10.000 visitantes".

Y, desde luego, las declaraciones de Javier Cortés, Presidente de la Federación de Gremios de Editores de España, y Enrique Lacalle, Presidente de Meeting y Salones, la empresa organizadora, lanzadas desde la oficina de prensa destilaban satisfacción. "Liber ha conseguido reforzar la importancia del sector editorial español, realzándolo y poniéndolo en valor en el actual contexto económico. Ha vuelto a desarrollar una importante labor comercial, especialmente como motor de las exportaciones", decía el primero. "Estas cifras confirman que Liber es el mayor encuentro editorial del libro en español, al mismo tiempo que da respuestas a los retos y oportunidades que ofrece el momento de transformación que vive el sector".

Nada que no hubieran dicho o podido decir el día de la presentación ante los medios de comunicación de esta edición, la trigésima primera, cuando Lacalle habló de "sacar pecho" y Cortés del sector editorial como un arma de recuperación económica. Sin embargo, cuando se habla con asistentes y participantes, la impresión es bien distinta.

Una de las primeras alertas retumbó el jueves en Twitter. 

Para entonces, las conversaciones con las gentes del sector estaban ya trufadas de críticas a las carencias de la organización. Decían que un pabellón de tres pisos era un despropósito. Que no había cobertura para los móviles. Que el 3G brillaba por su ausencia por lo que no podían mostrar sus catálogos por internet. Que las cafeterías eran muy caras, que los bocadillos y las cervezas estaban por las nubes. Que el precio de los stands resultaba desmesurado para editores que las están pasando canutas, y que encima eran estrechos, incómodos. Que por la cena de entrega de los premios a los mejores del año, cena a la que asistieron los Príncipes de Asturias, cobraban 66 euros. Que el Madrid Arena no era una sede adecuada, no ya por las connotaciones trágicas que ese lugar tendrá ya para siempre, sino porque todo lo que no sea acercar los libros al corazón de la ciudad es apostar por un fracaso. Y muchos mostraban ya su desconcierto, no entendían las razones que habían llevado a los organizadores a decidirse por este modelo de certamen.

Al cierre, el desánimo está muy extendido, y se oye un lamento por la oportunidad perdida. "Mucho ruido y pocas nueces. Es lo que me dijo un editor y es lo que me pareció el primer día de mi visita", sintetiza el escritor Antonio Gómez Rufo. Y dos editores que han accedido a ser citados se muestran aún más contundentes: "Una edición para olvidar y un error de ubicación, organización y formato", resume el editor Jesús Egido (Rey Lear y Reino de Cordelia); "Liber –apostilla David Villanueva, editor de Demipage– es la depresión y la caspa en el mismo estado". 

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Apoyo político e institucional

Por lo demás, los organizadores se muestran razonablemente satisfechos por el apoyo institucional recibido. La presencia en la inauguración de la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, la cena presidida por los príncipes, la visita de Alfredo Pérez Rubalcaba (citados en estricto orden cronológico, no institucional) ha servido para escenificar un apoyo que el sector venía reclamando sobre todo en la lucha contra la piratería, la voluntad (ya se verá si real) de defender la propiedad intelectual. Nótese que, por razones de agenda, el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, no ha podido asistir. Y que no todos lo lamentan.

La cuestión, en cualquier caso, es si Liber de este año 2013 es el tipo de Liber que necesita un sector que facturó en 2012 un 10,9% menos que el año anterior, que acumula ya cinco años de caída de las ventas. Y si como tantos dicen, no lo es, entonces habrá que preguntarse: y ahora, ¿qué?

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