'¿Polarizados o paralizados?'

En los últimos años, se ha vuelto casi un lugar común afirmar que la democracia está en crisis. Se habla de populismo, de extremismos, de una ciudadanía cada vez más dividida y enfrentada. La palabra “polarización” se repite como explicación de todo: desde el colapso del debate público hasta la fragmentación del voto. Pero ¿y si estuviéramos mirando en la dirección equivocada?
El libro ¿Polarizados o paralizados?, que publica el profesor y escritor Juan Roch, parte de una pregunta clara: ¿Y si el verdadero problema no fuera la polarización, sino algo más silencioso y profundo? Roch propone cambiar el foco y hablar de paralización. Una ciudadanía que no solo se divide, sino que se inmoviliza, que pierde la capacidad de organizarse políticamente, de intervenir con sentido en la vida pública.
El autor desarma la narrativa dominante y analiza las raíces estructurales de la crisis democrática: el desgaste de las formas tradicionales de representación política y la ruptura de los marcos simbólicos que antes sostenían una vida en común.
infoLibre publica la introducción de esta obra que edita Tecnos y que salió a la venta el pasado 23 de enero.
La sociedad paralizada
Después de las elecciones presidenciales del año 2022 en Colombia, el escritor Mario Vargas Llosa aludió a la falta de capacidad intelectual o de criterio de los electores manifestando que los colombianos habían votado mal. De forma similar, la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, en su ininterrumpida campaña contra el presidente del gobierno de España Pedro Sánchez, proclamaba en enero de 2023 que «si los españoles no despiertan y caen en la cuenta de lo que están haciéndoles, varias generaciones pagarán el precio de esa ceguera. Si la sociedad española no lo ve lo que está pasando es que somos tontos»2. Otros políticos y analistas serán, sin duda, más cautos al referirse a la capacidad intelectual de los votantes, pero todos ellos apelan a una racionalidad determinada que conecta —o debería conectar— con su proyecto político. Por ejemplo, Pedro Sánchez expresó en sus reflexiones posteriores a los malos resultados que obtuvo en las elecciones regionales y municipales de 2023 su confianza en que los españoles fueran mejores —moral o intelectualmente— que la derecha: «Yo creo que España es mucho mejor que todo eso»3. Sin embargo, el momento de la aceptación de resultados electorales no favorables para los candidatos es también un punto de arranque para captar nuevos votantes lo que implica descartar que sean idiotas. Es cuando se dicen frases tales como «los españoles han elegido de forma legítima», «el voto de los españoles es sagrado», «no se puede decir que alguien ha votado mal».
Más allá de las ambigüedades propias de la contienda partidista, esta paradoja del votante idiota pero legítimo, racional pero equivocado, expresa más de lo que aparentemente parece. Se refiere a un pilar fundamental de la legitimidad de las actuales democracias liberales que es transversal a la derecha y la izquierda política, aunque con distintos matices: se podría denominar como el mito del voto soberano y racional. Aunque los políticos saben que existen numerosas interferencias en la decisión individual que precede al voto, deben fingir que la decisión es transparente, soberana y racional, y al mismo tiempo colocar el momento de la elección como el elemento central del proceso político. Es un mito que sirve como engranaje para facilitar la competición partidista e igualar los procesos de decisión que conducen al voto a partir de una idea de racionalidad individual incontrovertible. Aunque los condicionantes del voto en democracia han sido ampliamente estudiados desde las democracias clásicas, la sacralización del voto marca hoy en día el pensamiento dominante sobre las democracias actuales. De esta idea se desprende que los problemas fundamentales de la democracia tienen que ver con amenazas que se ciernen sobre el voto soberano, incuestionable y racional del individuo que funciona como base de la legitimidad política en nuestra sociedad. Partiendo de esta idea, politólogos y analistas en medios de comunicación se refieren a la pandemia del populismo, la amenaza de la extrema derecha, y la polarización como los desafíos fundamentales que distorsionan la voluntad genuina y racional
de los ciudadanos.
'Bajos fondos'
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En el caso de España, un país dominado por el bipartidismo hasta el año 2015 —con el antecedente de las elecciones europeas de mayo de 2014—, las tribunas mediáticas y académicas destacan una conflictividad política derivada en parte de la contienda multipartidista. En un cóctel dramático en el que se introduce la emergencia del populismo, el creciente uso de las redes sociales y la desinformación, los politólogos hablan del aumento de la polarización y parece que añoran aquellos aburridos tiempos de Aznar y González. Sorprendentemente, antes de la crisis política que estalló en 2011 en España, los lamentos de los analistas se dirigían a denunciar la apatía, la indiferencia y la falta de legitimidad de las democracias para un grupo importante de ciudadanos. En un giro de guion llamativo, hoy en día el problema parece ser el exceso de implicación (emocional) de los mismos. Si el problema antes era la indiferencia ahora lo es la beligerancia excesiva, pero ¿cómo hemos podido pasar de un extremo a otro con tanta facilidad? ¿Es la polarización ideológica o afectiva el principal problema que asola nuestras democracias?
La literatura académica actual parece entender que sí y que esta es la clave de bóveda para explicar los problemas fundamentales de la democracia actual: el ascenso de la extrema derecha, la insatisfacción con la democracia, los populismos, la conflictividad social. La narrativa de la polarización, que actualmente domina las explicaciones politológicas de nuestros males, identifica el problema como una especie de enfermedad de exceso de afectividad del votante. El votante se ha contagiado de algún modo de esta enfermedad y hay que hacerle volver a la racionalidad. Por ejemplo, un reciente libro sobre la cuestión de Mariano Torcal plantea que las megaidentidades partidistas nublan la visión racional del electorado. De este modo, las noticias falsas y los discursos populistas se han colado en las mentes de los votantes. La ontología que subyace a esta idea de polarización es la del votante soberano, aquel que obra racionalmente y juzga los costes y beneficios de su voto de manera autónoma. Esta idea base proviene de la rompedora obra de Anthony Downs Una teoría económica de la democracia publicada en 1957, en la que describe la política como el equivalente en su ámbito a un intercambio mercantil. En este sentido, gran parte de los análisis actuales reflexionan acerca de los «obstáculos» para que el votante soberano pueda calcular bien sus costes/beneficios ante determinadas interferencias en los flujos de información. La receta estrella para combatir la polarización es hablar de cuestiones concretas y políticas públicas y no proyectar imágenes identitarias de grupos enfrentados.
Sin embargo, cabe preguntarse, ¿qué ocurriría si la indiferencia o apatía y la polarización —o exceso de beligerancia— fueran dos caras de un mismo fenómeno? Esta es precisamente la tesis que avanza este libro que ofrece un enfoque radicalmente distinto para entender los problemas y retos fundamentales de las democracias actuales.