'Bajos fondos'
Una fija en las quinielas del Premio Nobel, la escritora china más traducida de su país y reconocida como una de las autoras más representativas del movimiento experimental y de vanguardia chino de finales del siglo XX. Con esta tarjeta de presentación, Can Xue, cuyo nombre real es Deng Xiaohua, trae ahora a España su novela Bajos fondos (traducción por Tyra Díez), un libro de cuentos que la catapultó a su segundo Premio Booker.
Con un estilo particular e irreconocible, Bajos fondos es una asombrosa fábula contemporánea cargada del temperamento experimental y filosófico presente en toda la narrativa de Can Xue. Su protagonista es una rata, Wei Qi, que ha sido desahuciada del valle de sus ancestros. En la novela se relatan sus peripecias en el extenso barrio de chabolas donde se ve obligada a subsistir atada a las duras condiciones que los bajos fondos le imponen, a medio camino entre la resignación y la esperanza.
infoLibre adelanta adelanta un fragmento del primer capítulo de esta obra que publica Aristas Martínez y que sale a la venta este jueves 21 de mayo:
Yo vivo en los arrabales. No tengo un sitio fijo, más bien me acoplo allí donde haya lumbre. Por la zona producen carbón, las casas dejan prendida la hornilla de noche, y allí yo que me acurruco para cobijarme del frío; siempre me aterra la helada a esas horas.
Al pie de la escalinata está la hondonada donde se levantan las chabolas. Para la gente era una tierra maldita, donde ni los niños dormían tranquilos. Gritaban asustados, de un salto brincaban de la cama, con los pies descalzos salían por la puerta despavoridos. Corrían y corrían por esas angostas callejuelas, por no congelarse si paraban. Sus padres aguardaban a que despuntara el alba para salir a recogerlos. Madres y padres muy delgados y muy oscuros, a los que tan solo se les veía el blanco de los ojos rotando en el rostro. Había observado que raramente lograban dormir de noche; más bien se amodorraban recostados en sus camastros. Y aunque apenas dormitaban, soñaban mucho, y charlaban en sueños no solo los matrimonios, sino también los vecinos, a través de esos finos biombos de bambú enjambrado que los separaban. Tan solo me hacía falta oír el contenido de la conversación para saber si era un sueño. A veces se abroncaban o incluso se pegaban pero sin sufrir ni un golpe, los puñetazos se dirigían todos al aire.
'Una niña hecha y derecha'
Ver más
Me olvidé comentar lo de las casas. Eran de esas que se apilan en largas hileras conectadas. ¿Las construirían así de pegadas por miedo? A mí me daba la impresión que cualquiera de ellas era en realidad la misma chabola. Y aunque tenían su puerta, por dentro los ventanucos escaseaban y reinaba la oscuridad. A veces no recordaba cuál de ellas tenía lumbre en invierno y cuál no. Si por error me colaba en alguna sin fogón, el niño de la casa me agarraba la pata y me impedía salir. Trataba de zafarme entonces con tanto ahínco que me hacía rasguños en la piel. En las casas sin hornilla comen mayormente platos crudos; normal que sean tan salvajes.
Conocí al ratón de la casa cuando aún era de día. A pleno sol, el interior estaba casi tan oscuro como de noche. Oí algo royendo un hueso, pensé que era el gato, me bajé de la hornilla de un brinco, corrí a verlo. Anda, no era el gato, era un ratón doméstico el doble de grande que otros. Maldito, ¡estaba mordisqueando el talón del abuelo! Le vi al viejo un hueso cadavérico, pero sin gota de sangre. El ratón andaba muy excitado, estremeciéndose roe que te roe el hueso, ñi ñi ñi, como si fuera el manjar más exquisito del mundo. A este abuelo lo tenía yo fichado; criaba dos cerdos detrás de la casa, que ahora gruñían de hambre en el cercado. ¿Estaría muerto? Husmeé por la cama, no había muerto, estaba allí reclinado limpiándose las gafas, esas que llevaba cuando se sentaba en la entrada a mirar largamente los dibujos de cualquier papel que se pegaba al rostro. ¿Cómo iba a alimentar a los cerdos, si tenía el talón desollado? El ratón pareció saciarse al fin y dejó de roer, se giró y me vio, asintiendo ligeramente en señal de reconocimiento. Arrastró entonces su protuberante barriga haciéndola retumbar contra el suelo. Sentí curiosidad, ¿cómo se metería en la ratonera? No había agujero tan grande en esa casa. Pero en lugar de colarse en ningún lado, siguió deambulando despacio, como si le doliese la tripa de tanto comer. ¿Qué habría ingerido?, me dieron ganas de vomitar solo de pensarlo. Tras vagar un rato más le entró sueño y se puso a dormitar recostado en la pared, sin mirarme siquiera.
El abuelo se sentó al borde de la cama y se dispuso a vendarse el talón con unas telas mugrientas; era obvio que las tenía listas de antemano. Hacía mucho ruido al rasgarlas, como si tuviera mucha fuerza. Retal tras retal se envolvió el talón hasta que fue una bola de trapo. Los cerdos chillaban en el corral, parecían a punto de saltarse la cerca. Se levantó enérgicamente, sin calzarse el pie herido. ¿De qué iba todo esto? ¿Por qué dejaba al ratón roerle la planta? ¿Quizá tenía allí un tumor, y quería que el ratón fuera su cirujano? ¡Qué admirable voluntad! Observé de nuevo al roedor: tenía el cuerpo visiblemente inflado y hasta sus patas parecían más gruesas, ¿le habría afectado la toxicidad del bocado? Dormía. Me sentí agobiada; con el corazón pesado, salí a tomar el aire.