La vida crece entre los matices

Nacho Corredor

El activismo tranquilo: Un manifiesto subjetivo a favor de la convivencia (Ariel, 2022) es el libro de Nacho Corredor que saldrá a la venta el próximo 23 de febrero. La obra del politólogo y analista comienza con un repaso a los años de consolidación de la democracia española, que se ha basado en la voluntad de los políticos de diversas ideologías, en ocasiones enfrentadas, para construir un proyecto compartido. Corredor ha vivido en los últimos años acontecimientos que han marcado la historia del país, y de sus experiencias ha nacido este manifiesto en favor de la convivencia. infoLibre publica a continuación las primeras reflexiones escritas "desde la subjetividad de un millennial nacido en Santander, crecido en Catalunya (y que sueña en catalán) y que vive y trabaja en Madrid".

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He tenido la oportunidad y la suerte de crecer en un entorno politizado y muy respetuoso con la pluralidad de ideas, aunque en mi familia directa no haya habido nadie que se haya dedicado ni a la política ni al periodismo. La militancia de mi padre durante la Transición en el Partido Socialista Popular (liderado por el carismático Tierno Galván) o de mi madre en el Partido de los Trabajadores (en el que también militó José Montilla) no tuvo continuidad en sus biografías. Cuando introduces mi nombre en Google, entre las sugerencias de búsqueda está la palabra «padre». Intuyo que mucha gente pregunta por mi origen familiar. Es un ejercicio interesante, pero si alguien pretende hacer algún tipo de inferencia entre mi proyección pública y el origen familiar, el ejercicio es estéril: mis progenitores han tenido una vida de asalariados anónimos. Sin embargo, no ha habido día en el que en mi casa no entrara la prensa, ni ha habido día en el que no haya visto acumulados libros de historia del siglo XX en el comedor de la casa de mis padres (eso y las maquetas de trenes resumen mi infancia). No es la primera vez que cuento, lo hice también en los micrófonos de la Ser en San Sebastián (una ciudad preciosa, pero no más que Santander, Ciutadella de Menorca o Palma de Mallorca) ante la sorpresa de Àngels Barceló y las risas cómplices de Verónica Fumanal, que el tío de mi bisabuelo sí era político.

Se llamaba Sabino Arana y fundó el PNV. Fue un personaje reaccionario incluso para la época y a cuyos descendientes directos no conozco. Pero contar esa relación aleatoria que suponen a veces las grandes fami­lias, o, mejor dicho, las familias grandes, me sirve de pretexto para compartir una doble reflexión: la prime­ra, que la vida y la historia están llenas de contradiccio­nes y, la segunda, que en mi familia siempre me han transmitido una visión respetuosa ante quien no piensa como yo, una versión compleja de lo que ha sido nues­tra historia y una reivindicación del valor de la demo­cracia. La vida crece entre los matices.

El sobrino de Sabino Arana era mi bisabuelo. Se lla­maba José Corredor Arana. Fue asesinado en Paracue­llos del Jarama, en uno de los capítulos más controver­tidos de nuestra historia, que una parte de la derecha siempre usa para justificar el golpe de Estado del 36 y evidenciar que la República era muy mala, olvidando que no solo hubo un golpe, sino que después hubo cua­renta años de dictadura. En Paracuellos fue asesinada injustamente mucha gente meses después del golpe de Estado, y en un contexto de desbordamiento del Go­bierno de la República. Mi bisabuelo fue comandante hasta la llegada de Manuel Azaña al Gobierno de la Re­pública. Dado el exceso de oficiales que había en nues­tro Ejército, el nuevo Gobierno republicano mandó a muchos de ellos a la reserva (manteniéndoles el sueldo íntegro, para que luego digan que la República no tra­tó bien a los militares). En 1936, y ante la inminente entrada de los golpistas en Madrid, mi bisabuelo fue requerido. No atendió la llamada (por pereza de volver a la vida militar) y fue asesinado junto a miles de personas.

Mi bisabuelo, a diferencia de muchas de las víctimas del franquismo, descansa en un cementerio y sus des­cendientes directos fueron reparados, también a diferencia de muchas de las víctimas del franquismo. Su hijo, mi abuelo, Ulises Corredor, se quedó huérfano muy joven y también fue militar. No estaba entre sus aspiraciones, quería estudiar Derecho. Pero acabó siendo ingeniero técnico aeronáutico y accediendo a las oportunidades que le brindaron. Su hijo, mi padre, alejado ya de la tradición de su padre y de su abuelo, siempre me contó esta historia familiar y dramática en el contexto de la historia más reciente de nuestro país sin aspavientos, atendiendo a la complejidad de nuestro pasado, y transmitiéndome el valor de la vida en democracia. Cuando uno escucha todavía hoy a exministros de la Transición negar la existencia de un golpe de Estado en el 36, como hizo Ignacio Camuñas en julio de 2021 en un acto del Partido Popular, a dirigentes políticos en activo negar la necesidad de reparación a las víctimas del franquismo, o visualiza como algunos pretenden negar la existencia del adversario y lo deshumanizan, no puede sino lamentar la ausencia de Memoria en un país que tan solo hace 44 años estaba celebrando sus primeras elecciones libres, tras más de cuatro décadas en las que los sindicatos, las lenguas españolas diferentes al castellano, hoy cooficiales, y la oposición socialista o comunista estaban perseguidos.

Cuando el 23 de enero de 2021 la representante de Vox en el debate de la Cadena Ser le dijo a Iglesias aquello de «váyase usted de aquí», expresando incluso un potencial deseo de desaparición, el «quite esa cara de amargada» a Mónica García, convirtiendo un debate electoral en una cuestión prepolítica y primitiva, o acusó a la Cadena Ser de ser una «dictadura», frivolizando sobre lo que supone la ausencia de derechos y libertades, la reacción más espontánea (y probable­mente como síntoma de impotencia ante el desprecio a la pluralidad que se vivió) fueron esas lágrimas. Esa ma­ñana, como señaló Fumanal en la tertulia posterior, algo había cambiado. Y no fue, precisamente, la campa­ña electoral. Fue algo más. Aquella mañana la principal novedad fue que una periodista, Àngels Barceló, se vio en la necesidad de tener que reivindicar la democracia ante las acusaciones de activismo de un partido reaccio­nario en un debate entre los principales partidos que aspiran a gobernar casi 44 años después de las primeras elecciones libres en décadas. La democracia es un in­vento muy reciente y no hay que darla por descontada. Por supuesto que hay que hacer activismo en favor de la vida en democracia.

Isabel Díaz Ayuso no estuvo en ese debate. Y, visto lo visto, fue una decisión sagaz. Haber estado allí la hubie­ra obligado a posicionarse frente a los excesos de Vox. Sin embargo, lo tenía todo de cara: llevaba cerca de un año preparando ese momento. Ayuso, que fue investida presidenta tras uno de los peores resultados de su parti­do en Madrid con la complicidad de Ciudadanos y Vox, consolidaba días después su liderazgo, dejando al partido liberal fuera del mapa e implicando en su inves­tidura a un partido reaccionario que tampoco tiene mucha más alternativa que apoyarla. Sería incompren­sible para su propio electorado que, ante la amenaza que dibujan unos partidos comunistas acechando nues­tras libertades, ellos se pusieran de perfil y no facilita­ran al PP consolidar su posición. Por cierto, atendiendo a la descripción que hacen algunos de cómo es hoy nues­tro Gobierno («okupa», «golpista» o «criminal»), convie­ne todavía más que nunca cuestionar la descripción que hacen algunos de la República y del Gobierno democrático de hace ochenta años contra el que sí dieron un golpe de Estado.

Tras una hora de debate, en ausencia de Iglesias, se produjo una pausa. Ángel Gabilondo salió a la terraza de la Ser (desde donde se tiene una de las mejores vistas panorámicas de Madrid), atendió una llamada y, al entrar de nuevo al estudio, anunció que abandonaba el debate. Se acabó. Las horas y días posteriores dieron una virtual moral de victoria a los partidos de izquierdas. Pero lo que pasó después es por todos conocido: Ayuso ganó las elecciones, el PSOE quedó por detrás de Más Madrid, Podemos logró seguir en la Asamblea con un discreto resultado, Iglesias abandonó la política y Ciudadanos se quedó sin representación parlamentaria. Ayuso conseguía en Madrid algo parecido a lo que ya había conseguido Esperanza Aguirre una década antes. En tiempos de política pop, y en tiempos de fragmentación y pluripartidismo, había nacido una estrella que disponía de una amplia mayoría.

La noche de las elecciones, también en la Ser y en un especial dirigido por Pepa Bueno, coincidí, entre otros, con José Antonio Zarzalejos (una rara avis del periodismo contemporáneo, capaz de analizar con racionalidad la complejidad de la realidad), que anticipó lo que ocurriría semanas después: las elecciones de Madrid tendrían consecuencias. Al cabo de pocos meses, el presidente del Gobierno cambió a su entorno más directo y renovó el Consejo de Ministros, rumbo a las próximas elecciones generales, casi medio siglo después de las primeras de nuestra historia reciente.

La democracia española que se empezó a diseñar hace poco más de cuatro décadas (anteayer en térmi­nos históricos) no se explica sin la voluntad y la capacidad de socialdemócratas, liberales, conservadores, de­mocristianos o eurocomunistas con diferentes visiones de España, modelo de Estado y organización territorial, de construir un proyecto y un futuro compartidos, aislando a los más reaccionarios del proceso de toma de decisiones y teniendo la capacidad de interiorizar la im­portancia de convivir para el progreso de la sociedad. La historia nos sirve para evitar errores, pero también para repetir las fórmulas de éxito y para tomar suficien­te perspectiva como para valorar el sistema de derechos y libertades que llevamos décadas consolidando y se­guir esforzándonos por mantenerlo. No es necesario hacer un análisis acrítico de la Transición (llena de lu­ces y sombras) para valorar su aportación a nuestra his­toria reciente.

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