NUEVOS ESPACIOS ARTÍSTICOS

Llega el tren de la modernidad

Obra de Christen Bach en la Neomudéjar.

En 1876, el pintor Claude Monet plasmó, como si de una musa se tratara, el interior translúcido, aneblinado y oscuro de la estación de tren de Saint Lazare, en París. Aquella pintura, de rompedores colores complementarios y pinceladas difusas y evanescentes, fue una de las primeras en abrir las puertas al arte de la modernidad, encarnado en sus primeras etapas en la imagen del impresionismo. Las vanguardias artísticas se asentaron a partir de entonces como el camino a seguir de la creatividad universal.

Literalmente esa vía, la de la absoluta innovación, es en la que están encarrilados los responsables de La Neomudéjar, un centro de arte que se inaugura este próximo jueves 6 de junio en Madrid, en uno de los antiguos almacenes de la céntrica estación de Atocha. El estreno coincide además con la celebración allí del IVAHM, un festival internacional de videoarte que se prolongará hasta el día 9 con proyecciones, actividades y debates. 

El local de La Neomudéjar. 

“Antes las vanguardias llegaban a las ciudades desde el tren”, apunta Francisco Brives, fundador del invento junto a Néstor Prieto, “y nosotros queríamos continuar con esa idea”. Para ello, han alquilado a Adif (el administrador de infraestructuras ferroviarias) un enorme espacio dividido en media docena de naves, que en su día se utilizó como centro de formación de oficios ferroviarios.

La primera de las naves, un espacio rectangular, se dedicará a las residencias artísticas internacionales, ocho, y cuenta con un área reservada para el coworking entre comisarios y creadores. Este apartado, concebido como un “laboratorio tecnológico y creativo”, se complementará con un centro de exposición, con cabida para “disciplinas de todo tipo que tengan un código de vanguardia, y que planteen siempre un diálogo con el espacio”.

El enorme edificio, que conserva las imperfecciones producidas por el paso del tiempo –paredes raídas y desconchadas, suelos levantados y una techumbre con antiguas cristaleras- se mantendrá tal y como está (eso sí, con las pertinentes medidas de seguridad) por su carácter diferente y romántico, de una cierta decadencia melancólica. Además de plantear una alternativa a los clásicos cubos blancos que casi siempre se utilizan como contenedores expositivos, el local puede servir así de decorado para sesiones de fotos o grabaciones de cine, una cuestión que los responsables de La Neomudéjar tienen en cuenta como posible fuente de ingresos.

Como elemento diferenciador del proyecto, para el que no existen subvenciones, sino solo patrocinios y asociaciones con empresas privadas, destaca su claro enfoque en las tecnologías. Al asociarse con marcas, estas les proporcionan artilugios de última generación con los que los creadores pueden experimentar y para los que pueden encontrar nuevos usos. “La idea es que estas empresas entiendan que la oportunidad de estar aquí, porque les sirve de escaparate y también de laboratorio”, señala Prieto. “Es lo mismo que ocurrió con las cámaras Lomography: un defecto de fabricación hizo que los artistas se volcaran en ellas”.

Procedentes del mundo audiovisual –Brines es cineasta y Prieto, videoartista-, ambos entienden el concepto “vanguardia” precisamente así, como un resultado creativo inextricablemente ligado a la modernidad. “Tiene que ser una rotura con todo lo establecido en cuanto al mercado o el discurso del arte”, indica Brines. “Queremos alejarnos del concepto metafísico del discurso, porque lo que debe primar es la obra”. Y esta, además, no tiene por qué ser necesariamente un producto. Por ello, una de las naves se dedicará a la programación permanente de propuestas escénicas, principalmente performances, que “normalmente no se pueden ver de manera continuada”.

Otra de las novedades que quieren introducir en La Neomudéjar con respecto a otros museos al uso es la de no recurrir a un bar para generar ingresos. “Queremos poner en valor la cultura, y hacer ver que tiene un coste significativo”. El dinero llegará tanto del precio de la entrada (4 euros, de los que uno se destinará a los artistas), como de una zona habilitada para vender obra. “Habrá jornadas de puertas abiertas donde los artistas residentes podrán generar mercado con el público, sin intermediarios”.

La Fábrica de los placeres 

El nuevo local de La Fábrica. 

Muy cerca de la estación de Atocha, y en el eje que se ha denominado El Paseo del Arte (donde se despliegan los museos del Prado, el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza), otro espacio artístico ha abierto –en este caso, reabierto- al público. Se trata de La Fábrica, la empresa de gestión cultural presente en la capital desde hace dos décadas. Su antigua galería de arte (en la Calle Alameda, 9), que llevaba cerrada seis meses, ha vuelto en forma de espacio multiusos: en él se venden flores y vinos, piezas de artes decorativas, libros, se mantiene un espacio de galería exclusivamente de fotografía, y también hay un restaurante de comida mediterránea y un centro de estudios.

“Hemos integrado la librería y la galería con una tienda de creadores y una tienda de buena vida”buena vida, explica Rosa Ureta, la coordinadora. “La idea es que el público entre en un restaurante y acabe saliendo por una galería. Además, tenemos una agenda cultural muy potente, así como una escuela: es un sitio muy inspirador, donde puedes venir a leer un libro, a tomar un vino, y encontrarte con gente diferente”. Tal remodelación hace pensar que la ominipresente crisis no les ha tocado excesivamente de cerca. Con todo, desde La Fábrica han querido adaptarse a los tiempos poniendo un límite al precio de las fotografías que venden en su galería, siempre de creadores de primera fila. “Haremos tiradas más grandes, para que los precios no superen los 8.000 euros”, señala Ureta. “En momentos de crisis, lo que hace falta es pintarnos los labios”.

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