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La tierra de nadie del periodismo español: la desregulación deja el código deontológico en papel mojado

Eco

Franco Chiaravalloti

Eco 

El ladrido manó de las fauces del perro atado a un poste, voló hacia la copa del árbol, sacudió algunas hojas secas que cayeron dibujando eses en el aire, se proyectó hacia la noche brumosa, rebotó en un cartel publicitario, hizo temblar por unos segundos el cableado eléctrico, zigzagueó entre un semáforo y una señal de contradirección, sobrevoló unos charcos dejados por la lluvia de la noche anterior, ascendió por la calle Numancia, giró por Centenera, Calderón, hasta que se detuvo en el número treinta y cuatro. Vaciló un momento, se contoneó entre las rejas de la casa y finalmente penetró en la rendija de la ventana del salón. Allí dentro se sumergió en los oídos de Laura, que permanecía acurrucada en el extremo del sofá. El ladrido estremeció sus labios pintados, corrió aún más el rímel que ya estaba corrido, sacudió los flecos de su vestido burdeos y le llegó hasta las uñas de los pies, pintadas de rosa tímido. Laura apretó fuerte los ojos, durante dos o tres segundos vio una habitación con flores de papel en las paredes, la luz apagada, sus trenzas bañadas de luz de luna, ella encerrada sin cenar, el osito Miguel estrujado contra su pecho, y otra ventana entreabierta que dejaba pasar un ladrido, el mismo ladrido, que le recordaba a Laura que veinte años después seguía siendo la misma persona.

El cartel

Sueño eterno

Orgulloso, el joven Wang salió de su tienda con el cartel que acababa de preparar. Lo colgó bajo sus platos y lo leyó con la satisfacción del trabajo bien hecho. En esta tienda se vende sabroso mo-mo, sentenciaba el cartel escrito con tiza. Al rato, un anciano de nombre Chang se acercó y miró con curiosidad las letras escritas. “¿Para qué tantas palabras, tendero?”, le recriminó. “Es evidente que el mo-mo se vende en este mismo sitio, ¿no?”. Y sin dudar, el viejo cogió un trozo de papel y borró la frase En esta tienda. Una hora después, el hombre más rico del pueblo pasó frente al puesto del joven Wang y leyó el cartel. “Es evidente que el mo-mo lo vendes. ¿O acaso lo regalas?”. Y le borró las palabras se vende. Tras un rato de espera, se acercó una anciana mujer, que Wang recordó que se llamaba Chun. La vieja Chun se aproximó al joven, levantó su dedo índice y le amonestó con estas palabras: “Estimado tendero, es evidente que tu mo-mo debe ser sabroso. ¿Por qué gastas palabras en decir obviedades?”. Y le borró la palabra sabroso. Acto seguido se acercó un niño, lo saludó con una reverencia, miró la mercancía y le increpó: “Honorable Wang, es evidente que lo que hay aquí es mo-mo”. Y el niño borró con unas hojas de árbol las únicas palabras que quedaban en el cartel. El joven Wang vio cómo se alejaba el niño, mientras el humo del mo-mo puesto a la venta se mezclaba con la brisa del otoño.

 

* Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) reside en Barcelona desde el 2003, ciudad en la que cursó sus estudios de posgrado en Literatura Comparada. Ha vivido en Argentina, Italia, Inglaterra y Kenia. Especialista en narrativa breve, desde el 2010 imparte clases de cuento y microrrelato en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès. Ha publicado los volúmenes de relatos 'Como un cuentagotas que se presiona suave, muy suavemente' (Hijos del Hule, 2009; reeditados en Saga Egmont, 2022), 'Esos de ahí afuera' (Talentura, 2015; edición argentina de Baltasara, 2020) e 'Insular' (Tres Hermanas, 2020). Además, ha sido incluido en numerosas antologías de cuentos y microrrelatos, tanto en España como en Argentina. En el 2020 recibió una de las becas Montserrat Roig, otorgada por el Ayuntamiento de Barcelona, destinadas a promover la creación literaria. En la actualidad está acabando su cuarto libro de cuentos.

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