El rincón de los lectores

‘Flametti’, de Hugo Ball

'Flametti', de Hugo Ball.

Carmen Peire

A Hugo Ball (1886-1927) le debemos la fundación del Cabaret Voltaire, hecho legendario que supuso el inicio del movimiento dadá en Zúrich, ese movimiento artístico surgido en las entrañas de la Primera Guerra Mundial que supuso el inicio de las revoluciones artísticas, el comienzo de los movimientos de vanguardia que vinieron detrás, desde el ultraísmo al surrealismo, pasando por el expresionismo y el resto de ismos que cubrieron la primera mitad artística del siglo XX, así como la reacción a los acontecimientos vividos, tanto de los avances tecnológicos como las dos guerras mundiales. Pero el inicio en Zúrich, la alma mater (¿podríamos decir alma pater?), fue el Cabaret Voltaire, un auténtico espectáculo de variedades vanguardista en el que se combinaba números tradicionales de la farándula con exposiciones de cuadros, encuentros literarios o recitales poéticos.

Y precisamente la novela Flametti o el dandismo de los pobres es la precursora de todo ello, la que escribe Hugo Ball “como una glosa al dadaísmo” sobre su experiencia directa en una compañía de variedades, la del cabaré Flamingo, transformado en la novela en Flametti. En esa compañía, Hugo Ball toca el piano, su compañera de entonces canta y van acompañando a una troupe compuesta de músicos, contorsionistas, escupefuegos, funambulistas o tragasables, recorriendo diferentes ciudades por sueldos ínfimos como forma de salir de la miseria. Es ahí, entre el dandismo de los pobres, donde Hugo Ball enfoca el auténtico dadaísmo, distinguiendo también entre el dandi y el aventurero. Así, en sus diarios, Hugo Ball apunta: “El aventurero siempre es un diletante… El curioso, el dandi, es otra cosa… las aventuras del dandi corren por cuenta de su tiempo. También se podría decir que el aventurero se apoya en una ideología del azar; el dandi, en una del destino… El dandi debe aspirar incesantemente a ser sublime. Ser un gran hombre y un santo por sí mismo: lo único importante. Querer ser el mayor de los hombres cada día”.

Hugo Ball hace una crónica de las andanzas de esta compañía en Suiza, donde se había refugiado desde su país natal, Alemania, y nos muestra los ecos de una guerra que no quiere, ni él ni ningún dadaísta, ni tampoco estos artistas que luchan por sobrevivir y que nos acercan a unos personajes arquetípicos, pero no estereotipados. Esa es la diferencia literaria cuando uno escribe de lo que conoce, de lo que ha vivido realmente, algo que le da un valor añadido a esta novela, porque sus personajes son reales, rezuman vida, miseria y pequeños logros. Así, Hugo Ball, personaje polifacético que estudió Filosofía, Literatura y Derecho en Múnich, que fue poeta (creador de los poemas fonéticos), dramaturgo, actor y pianista, ensayista y novelista, nos acerca de viva voz al ambiente previo al nacimiento de Dadá en una ciudad, Zúrich, centro de los refugiados que huían de la guerra.

El protagonista de la novela es el director de la compañía, Flametti, un mujeriego perseguido por la justicia por bigamia, que entra en negociaciones con un turco para dedicarse al tráfico de drogas como forma de salir de la ruina; que se gasta lo que gana en el juego, pero que cumple y paga a sus empleados, e incluso les da de comer aunque sea él mismo quien vaya a pescar los peces que luego se sirven en la comida; o que monta un espectáculo de indios siendo él el jefe Resplandor del Fuego, todo con tal de ganar con su espectáculo a los artistas circenses, mucho mejor acogidos por el público. Alcanza con ese show su máximo apogeo y cuando intenta derivar a algo más serio, de mayor enjundia, fracasa estrepitosamente.

Y, por supuesto, como no podía ser menos, aparece en esta obra, precursora como hemos dicho del Cabaret Voltaire, su particular homenaje a Dadá:

“Entró la señorita Frieda, 'la olla cojeante', ajada en rabiosa seda, pateando con caderas dislocadas. La seguía la señorita Dada en un traje de sastre à la uniforme gris de campaña. La mandíbula le caía, larga, como un triángulo seboso. Con las manos, despacio y muy elegantemente, se apoyaba en las mesas al pasar. El traje de sastre gris de campaña hizo furor. Todos los ojos se centraron en ella.”

El resto de los personajes que desfilan por la compañía son arquetipos, con sus miserias y envidias, con sus ansias de grandeza y de salir del anonimato, todo ello con una gran dosis de ironía, hasta el punto de poner a dos miembros de la compañía los nombres de Max y Engel. Por utilizar las propias palabras de Ball: “Necesito un poco de ironía para soportar la vida, y más aún para aguantar mi época”.

En el libro se encuentra también, a modo de apéndice, una serie de cartas, artículos y pequeños manifiestos sobre lo que fue aquel momento histórico. Así, se puede encontrar una carta dirigida a August Hoffmann, en el que Hugo Ball hace referencia a esa etapa vivida con la compañía: “He escrito una novelita cuyo concepto terminé ayer… El argumento lo da un barrio de apaches. El héroe lo representa un director de variedades… No hay dentro ni una sola frase que no haya vivido yo personalmente. Debes de saber que durante seis meses he dormido y comido con esa gente ya que era pianista con ellos… He pasado tiempos penosos, peores de lo que nadie puede imaginarse, pero he aprendido mucho sobre la sociedad burguesa”.

Se recoge también una referencia de Richard Hülsenbeck, 1927, en referencia al Cabaret Voltaire: “Hoy día es difícil poder transmitir la atmósfera que regía el Zúrich de 1916. Zúrich era entonces una pequeña metrópoli mundial, mientras que hoy ha vuelto a transformarse en una ciudad mediana de provincias. Era el centro de reunión de toda la gente a la que la guerra había llevado a huir de sus patrias y pasar la frontera. Un foco de energías críticas, un vértice de temperamentos revolucionarios. Quien llegaba a Zúrich se había salvado del océano de sangre, aunque fuese por poco tiempo aquí había un ambiente de vacaciones-alejadas-de-la-muerte, un desenfado que se mezclaba con la melancolía… Dadá nació en el barrio de Unterstrass, en el Cabaret Voltaire fundado por Hugo Ball y Emmy Hennings. En la fundación del dadaísmo participaron, además de Ball y yo, Hans Arp, Tristan Tzara y Marcel Janco. Hugo Ball, el mayor en edad era para nosotros que estábamos todos en los inicios de la veintena, una especie de padre espiritual. Emmy Hennings era el alma del cabaré, sus cuplés nos salvaron de morir de hambre”.

Solo por acercarse a ese ambiente previo a la fundación del Cabaret Voltaire merece la pena leer Flametti o el dandismo de los pobres. Al finalizarla aumenta el deseo de que se vuelva a producir una nueva revolución artística e intelectual que trastoque los valores actuales ante los difíciles tiempos que vivimos.

*Carmen Peire es escritora. Su último libro es Carmen PeireEn el año de Electra (Evohé, 2014).

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