El viaje de mi padre (Alfaguara, 2025) es el recorrido de un hijo siguiendo los pasos que su progenitor dio casi noventa años antes como joven soldado en la Guerra Civil española. Es, al mismo tiempo, una mirada desde el presente a los lugares y escenarios que fue cruzando aquel recluta de apenas 18 años, Nemesio, junto a su inseparable amigo Saturnino, desde que salieran de La Mata de la Bérbula (León) hasta su llegada a la Sierra de Espadán (Castellón), batalla de Teruel y no pocos otros truculentos aconteceres mediante en Palencia, Aranda de Duero, Calatayud o Zaragoza.
"Muchas veces hay que buscar en el paisaje las respuestas a preguntas que nos hacemos y que nadie nos puede responder ya", apunta a infoLibre el protagonista de este periplo, Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), quien trata en estas páginas, a su vez, de recuperar el tiempo perdido con su padre, fallecido en 1996 con 76 años: "Cuando somos jóvenes pensamos que la única vida interesante es la nuestra y la de nuestros amigos, y despreciamos conocer las vidas de quienes nos preceden en el tiempo. Y cuando queremos saber algo más, a veces ya es tarde".
¿Qué es El viaje de mi padre?
Este es un libro de viaje, el más personal que he escrito, pues es un doble viaje a la memoria de mi padre y del país. A la vez, es un viaje por una zona concreta de este país tan contradictorio en el que vivo. Es un homenaje a mi padre y a todos aquellos jóvenes que perdieron la vida o que quedaron con una herida de por vida a causa de una guerra a la que la mayoría fueron obligados, y a la vez es un alegato contra todas las guerras, porque las guerras las pierden siempre los mismos, luchen en el bando en el que luchen.
Pierden los anónimos, los que son enviados a morir a ellas.
De hecho, la dedicatoria del libro es "a los que perdieron la guerra de uno y otro bando". En mi familia, como cuento en el libro, hubo unos que lucharon en un bando y otros en otro, y todos perdieron la guerra porque todos sufrieron sus consecuencias. Estos días yo repito mucho la frase de un piloto alemán de la Segunda Guerra Mundial que dice que la guerra es un lugar en el que jóvenes que no se conocen ni se odian se matan entre sí por culpa de viejos que se conocen y se odian. La guerra la pierden siempre los mismos, solo la ganan los que la dirigen y los que se benefician de ella.
El libro empieza pues con una confesión que es compartida por todos los que no tenemos a nuestro padre. ¿Por qué no les preguntamos tantas cosas que luego se quedan sin respuesta para siempre?
Es ley de vida. Cuando somos jóvenes pensamos que la única vida interesante es la nuestra y la de nuestros amigos, y despreciamos a veces conocer las vidas de quienes preceden en el tiempo. Y cuando queremos saber algo más, a veces ya es tarde. Eso seguirá ocurriendo en todas las generaciones. Este libro tiene su origen en eso, en intentar buscar en los paisajes donde sucedieron las batallas y por donde pasó mi padre con el petate con solo 18 años recién cumplidos. Es intentar buscar en los paisajes las respuestas que podía haber recibido en mi casa.
Los paisajes son depósitos de memoria que hay que saber sentir y mirar. Son como espejos que han incorporado el vapor de la historia y de la memoria de los hechos que en ellos sucedieron
¿La huella que dejamos las personas en el paisaje es nuestra verdadera memoria?
El paisaje es memoria y la memoria está en el paisaje. Los paisajes son depósitos de memoria que hay que saber sentir y mirar. Cuando tú miras un paisaje con los ojos del alma, te refleja y te cuenta muchas cosas. Digamos que son como espejos que han incorporado el vapor de la historia y de la memoria de los hechos que en ellos sucedieron. Por eso, cuando contrastas los relatos históricos o testimoniales de la gente frente a los paisajes, es como que la historia volviera a cobrar vida nuevamente, también la memoria de las personas. Muchas veces hay que buscar en el paisaje las respuestas a preguntas que nos hacemos y que nadie nos puede responder ya.
Siguiendo los pasos de su padre, nos cuenta, asimismo, una España que ya no está ahí, aunque quedan restos en esas estaciones abandonadas por el paso del tiempo en las que ya no se detiene ningún tren.
Coincide que el viaje que hizo mi padre en la guerra y que yo sigo, más o menos, atraviesa todo ese espinazo de la península que baja por Aragón hacia el Mediterráneo, que es uno de los lugares más despoblados y más abandonados del país. En ese sentido, también este libro es un viaje a la memoria del país y un viaje que hace todavía sentir más absurdas las matanzas que se produjeron hace menos de un siglo por unos territorios en los que ahora no vive prácticamente nadie. Eso hace aún más absurda la guerra. Además, como todo libro de viaje, este es también un relato testimonial de cómo son los lugares por los que vas pasando, y coincide que en el viaje que mi padre hizo en la guerra, que es el que yo repito, son todos paisajes muy abandonados salvo Zaragoza, Castellón y Teruel mismo. Es también por eso un viaje a esa España que agoniza mientras otra crece a velocidad de vértigo.
Otro paralelismo con el viaje de su padre en la guerra: las dos Españas.
Siguiendo con la división de Machado, hay dos Españas en muchos sentidos, y cada vez es más evidente desde el punto de vista económico, demográfico y social que hay dos Españas cada vez más alejadas entre sí. El Estado de las Autonomías se creó en gran parte para equilibrar el territorio, para que se homogeneizara más a nivel demográfico y económico, pero la situación indica que por lo menos en ese aspecto ha sido un fracaso.
Menciona Teruel. Una ciudad que ha tenido que acuñar el "Teruel también existe" para hacerse ver, mientras se olvida la famosa batalla que se libró allí en la Guerra Civil, a la que se refiere como 'el Stalingrado español'. Un lugar histórico pero olvidado, como si nunca hubiera pasado nada allí.
En lugar de normalizarla, en España hemos luchado contra la memoria, hemos intentado borrarla a nivel institucional y a veces también social, incluso cultural, cuando la memoria es el ADN de un país o de una persona. No se puede vivir sin memoria, entre otras cosas para poder normalizarla y también para saber hacia dónde vamos, porque la historia nos sirve tanto para conocer el pasado como el futuro.
En Alemania o Centroeuropa puedes visitar lugares de memoria, pero en España abrir un museo sobre la guerra en Teruel sigue siendo un problema
Describe en varias ocasiones vías de tren que ya nadie usa, desmanteladas, que no llevan a ninguna parte. ¿Eso mismo pasa con la memoria de los que se fueron y nadie recuerda?
Son vías que van hacia la nada. Hay una España que simboliza muy bien esas vías del tren de Valladolid a Ariza, o de Calatayud a Caminreal, por las que fue mi padre en vagones de ganado junto a sus compañeros durante larguísimos viajes sentados en el suelo hacia el frente de la guerra. Esas son metáforas de un mundo que agoniza, que es esa España interior que desaparece sin que parezca que a nadie le importa. Que una provincia como Teruel, o Soria o Zamora, tenga que levantar la voz y decir que existe, indica que este país no está haciendo las cosas del todo bien. Todas las provincias forman parte del país y todas deberían tener derecho a la supervivencia y no al olvido.
Persiste el frío en estas páginas. En la guerra, en el paso del tiempo, cuando regresa ahora a la casa familiar.
Mi padre hablaba muy poco de la guerra, como la mayor parte de los que participaron en ella, porque volvieron muy heridos por lo que vieron y vivieron y tuvieron que pasar. El frío era lo que más recordaba de la batalla de Teruel, cuando se alcanzaron temperaturas de hasta 22 grados bajo cero. Y lo que más recordaba de la batalla de Levante que le llevó hasta Castellón era el mar. Al final, lo que te queda en la memoria son imágenes, sentimientos, más que historias concretas desarrolladas, pero eso pasa con la guerra o con nuestras propias vidas. Al final lo que nos queda, a lo mejor, de la infancia es un aroma o un sonido, y lo que nos queda de la juventud es una imagen concreta de un día o de una noche. La memoria se basa en imágenes y por eso mi literatura se basa en imágenes.
Si uno repasa intervenciones en el Parlamento Español en la época de la República, en los años previos a la Guerra Civil, encontrará muchos paralelismos con el lenguaje que usan ahora ciertos grupos y partidos
Nuestros padres y abuelos no hablaban de la guerra y nosotros no les preguntábamos. ¿Estamos padeciendo ahora las consecuencias de esos silencios con el resurgir de ciertos discursos conservadores?
Los que vivieron esos episodios lo pasaron tan mal que no querían recordar. Lo que ocurre es que conviene recordar como sociedad para no pensar que venimos de donde no venimos. Venimos de donde venimos y eso es fundamental a nivel colectivo e individual para saber dónde estamos. El déficit de memoria, el problema que este país ha tenido siempre con su memoria, explica que ahora por desmemoria e ignorancia muchos jóvenes relativicen lo que fue nuestra propia historia e incluso hagan afirmaciones como que antes se vivía mejor, que la guerra o la dictadura no fueron para tanto, o que la democracia –mejor o peor– en la que vivimos es una dictadura. En una dictadura, tú no podrías decir que es una dictadura lo que estás viviendo, y aquí se puede decir lo que uno quiera. Ese desprecio a la historia y a la memoria, que en muchos sectores de la población no es casual y en otros es pura negligencia, es uno de los graves problemas que arrastra a este país. Tú vas a Alemania, vas a Centroeuropa, y puedes visitar lugares de memoria, e incluso campos de concentración y de exterminio, pero en España abrir un museo sobre la guerra en Teruel sigue siendo un problema. De hecho todavía no se ha abierto, siendo la batalla Teruel la más conocida internacionalmente. Mientras no normalicemos nuestra historia y nuestra memoria este país no será normal.
Más aún teniendo en cuenta que la Guerra Civil sigue más que presente en nuestra sociedad y vida política.
Y en el lenguaje guerracivilista que se usa en tertulias y en el Parlamento incluso, que a veces a uno le recuerda cosas. Porque si uno repasa pasajes e intervenciones del Parlamento Español en la época de la República, en los años previos a la Guerra Civil, encontrará muchos paralelismos con el lenguaje que usan ahora ciertos grupos y partidos. Estamos viviendo un momento peligroso en la vida política española, y por eso conviene recordar. Y por eso mi libro puede servir como un grano de arena en el recuerdo de una historia y de un cataclismo que sacudió este país para no caer en otro cataclismo. A veces a uno le preocupa poner la radio, poner la televisión o ir por la calle y escuchar las cosas que escucha.
Por eso es muy interesante remarcar que su padre y tantos otros miles de jóvenes fueron obligados a la guerra. Los políticos no van.
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Claro, la gente se llena de patriotismo en las barras de los bares, de falso patriotismo, de falso idealismo, pero luego está la realidad, y la realidad es que la felicidad o la utopía está en la vida normal y cotidiana. En poder decir lo que quieres, en poder salir a la calle y moverte libremente, poder expresarte, poder quedar con quien quieras. Eso que a veces damos por hecho no siempre fue así y conviene recordarlo. Tenemos un recuerdo muy reciente que es el de la pandemia, cuando nos dimos cuenta que la felicidad era la vida normal y cotidiana. En el momento que tú lo pierdes eso, es como la luz, y también tuvimos un apagón hace poco. Tenemos muchos avisos de que la utopía a veces es la vida normal y cotidiana.
¿Qué le ha aportado pisar el mismo terreno que pisó su padre? ¿Ha podido escucharle?
Muchas emociones y encuentros con paisajes, con personas que forman parte de ese mundo del que mi padre hablaba vagamente, referido a muchos años atrás. Llegar a las eras de Caminreal, donde estuvo acampado y donde tuvo, cogido por el frío, una pulmonía que casi muere, llegar a las trincheras del Cerro Gordo donde contaba que vio el primer cadáver de los cientos o miles que vería en la guerra, llegar a ese mar de Castellón que evocaba a su amigo Saturnino con emoción, o evocar aquellos bombardeos a 40 grados en el mes de julio del año 38 cuando más cerca estuvieron de la muerte. Ha sido un viaje de redención con mi propia memoria y con la memoria de este país.
El viaje de mi padre (Alfaguara, 2025) es el recorrido de un hijo siguiendo los pasos que su progenitor dio casi noventa años antes como joven soldado en la Guerra Civil española. Es, al mismo tiempo, una mirada desde el presente a los lugares y escenarios que fue cruzando aquel recluta de apenas 18 años, Nemesio, junto a su inseparable amigo Saturnino, desde que salieran de La Mata de la Bérbula (León) hasta su llegada a la Sierra de Espadán (Castellón), batalla de Teruel y no pocos otros truculentos aconteceres mediante en Palencia, Aranda de Duero, Calatayud o Zaragoza.