Los diablos azules

Dos poemas de Eunice Odio

Los elementos terrestres y otros poemas, de Eunice Odio.

Eunice Odio

Si Eunice Odio (San José, Costa Rica, 1919-Ciudad de México, México, 1974) no es más leída hoy, seguramente tenga que ver con la geografía y la política. La costarricense publicó su primer pomario, Los elementos terrestres, a los 28 años, y el título recibió un importante premio en Guatemala, a donde la autora se desplazó para recogerlo. Acabaría permaneciendo allí años, pero sus siguientes libros, Zona en territorio del alba y El tránsito de fuego, se publicarían respectivamente en Argentina y El Salvador, aunque su exilio final se produciría en México.

 

El vaivén, tanto de su obra como de ella misma, le impidió echar raíces, y también ser adoptada por las comunidades creativas de esos países. En México ejerció como periodista cultural y frecuentó los círculos de la bohemia del Distrito Federal, pero su obra no llegó a difundirse. El hecho de que se pronunciara contra la Revolución cubana y contra el comunismo no ayudó tampoco a que se integrara en la intelectualidad de izquierdas mexicana. En su ensayo El coloquio de las perras, donde reivindica a autoras del siglo XX en español, la escritora y editora Luna Miguel cita a José Ricardo Chaves, responsable de una biografía novelada de Eunice Odio: "No creo que en México la excluyeran, sino que ni siquiera la conocían". 

La editorial Torremozas, dedicada desde 1982 a la literatura escrita por mujeres, ha sido el único sello que ha publicado su obra en España: lanzó Los elementos terrestres en 1989, y lo reeditó, junto  a otros poemas, en 2018. Los acompañan en este especial fragmentos de las obras de otras escritoras reunidas en El coloquio de las perras, como Guadalupe Amor, Rosario Ferré y Agustina González.

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Consumación

I

Tus brazos

como blancos animales nocturnos

afluyen donde mi alma suavemente golpea.

A mi lado,

como un piano de plata profunda

parpadea tu voz,

sencilla como el mar cuando está solo

y organiza naufragios de peces y de vino

para la próxima estación del agua.

Luego,

mi amor bajo tu voz resbala,

Mi sexo como el mundo

diluvia y tiene pájaros,

Y me estallan al pecho palomas y desnudos.

Y ya dentro de ti

yo no puedo encontrarme,

cayendo en el camino de mi cuerpo,

Con sumergida y tierna

vocación de espesura,

Con derrumbado aliento

y forma última.

Tú me conduces a mi cuerpo,

y llego,

extiendo el vientre

y su humedad vastísima,

donde crecen benignos pesebres y azucenas

y un animal pequeño,

doliente y transitivo.

Declinaciones del monólogo

I

Estoy sola,

muy sola,

entre mi cintura y mi vestido,

sola entre mi voz entera,

con una carga de ángeles menudos

como esas caricias

que se desploman solas en los dedos.

Entre mi pelo, a la deriva,

un remero azul,

confundido,

busca un niño de arena.

Sosteniendo sus tribus de olores

con un hilo pálido,

contra un perfil de rosa,

El coloquio de las perras

El coloquio de las perras

en el rincón más quieto de mis párpados

trece peregrinos se agolpan.

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