El vaivén de agosto en un pegajoso Madrid

Averno verano

Bárbara Espinosa

Altamarea (2022)

Bárbara Espinosa, abogada y editora, debuta en la novela con Averno Verano, una novela breve que recorre los pasillos calurosos de un edificio del centro de Madrid. Averno Verano es novela de contrastes, de oeste y este, de arriba y abajo, de hombres y mujeres, de verdad y mentira. Varios personajes, que descenderán al infierno, deambulan por balcones, zonas comunes y patios de un edificio colindante con el Retiro en días pegajosos, pesados como plomo. Todos son desclasados, fueron y ya no son: una opositora eterna que ha perdido su lugar en el piso familiar y burgués del barrio de Salamanca; madre e hijo, que migran de Colombia a España; una filóloga que ejerce de azafata de vuelo; un hombre de oscuro pasado y rostro demacrado que no es lo que quiso ser.

La novela se muestra en un continuo foco de un personaje a otro ―donde abunda la voz en tercera persona sobre breves apariciones en primera― y la autora, a través de los títulos de los epígrafes, nos pone sobre la pista de qué personaje trataremos en el capítulo, para no despistarnos en los pasillos y los ascensores donde se encuentran los personajes, en un ambiente cerrado, nocturno, bochornoso, encerrados en casa, escasa la comunicación, sin tránsito apenas por las calles derretidas de Madrid. Para mejor guía, Bárbara Espinosa dispone los capítulos en breves flashes, tres o cuatro páginas bastan para plantear un esbozo de la situación, el pensamiento rumiado, las dudas y las preguntas. Hay novelas cuya finalidad es invitar a la mente lectora, para que complete aquello que la voz narrativa no ha manifestado. Se trata pues de un juego de inteligencias, donde nada está presentado en la facilidad y la comodidad, en la recepción de información de la mente estática, sino en la dinámica de la lectura que asalta la novela para completar los vacíos, las elipsis, los silencios. Así como en el microrrelato hay una historia cegada que no existe en el negro sobre blanco, sino que se alumbra en la mente lectora, en esta novela corta, se alumbran las estancias oscurecidas de la mente lectora ante los fogonazos que la propia lectura estimula y, así, cada cual lee una novela diferente a la que lee otro. No se trata de finales abiertos, aunque se muestran giros en la narratividad, sino de forjar deducciones en las que el lector tiene que ejercer su propio papel.

Los personajes se mueven en una continua representación. Los personajes femeninos se muestran entre la luz y la sombra: Mercedes, romántica fracasada, que interpreta la vida conforme a los artículos del Código Civil, conforme a versículos bíblicos (un interesante paralelismo preceptual); Elena, la azafata filóloga, vive un continuo jet lag y un vacío interior que puede terminar por tragársela y trata con medicación; Gladys, la emigrante colombiana y portera el edificio, no comprende el primer mundo, las extrañas relaciones que esos vecinos mantienen entre sí: ella "pìeldecharco" que proviene de los barrios más doloridos de Bogotá, no solo limpia la mierda física de los vecinos sino que sufre la mierda de sus neurosis y su obsesiones.

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En el bando masculino, Tomás, hombre demacrado, que vive sin sentido la rutina familiar, desangelada, que se ofusca y alucina con historias de la juventud perdida, y puede arrastrar a todos, mente lectora incluida, por el tobogán del demonio. Un tipo nocivo con quien cuesta empatizar. Como un Tomás aún no crecido ―y nos queda la esperanza de que crezca de otro modo― aparece el hijo de Gladys, David Luis, trasplantado de un continente a otro, que vive de sorpresa en sorpresa, de cielo en cielo, entre la infancia y la adolescencia que está por llegar.

Ese es el vaivén de agosto donde transitan y ejercen su representación. O no. La novela lanza un giro final, un vuelco de historia que una reseña no está autorizada a revelar.

Alfonso Salazar es escritor.

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