El rincón de los lectores

Un viaje por los afectos

El poeta Charles Simic.

Federico Díaz-Granados

Ha muerto Derek Walcott, el último de los grandes poetas épicos y llegan a la memoria estos versos de Charles Simic: “El tiempo de los poetas menores se acerca. Adios Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenidos ustedes cuya fama nunca llegará más allá de su familia más cercana y tal vez uno o dos buenos amigos reunidos después de la cena alrededor de una jarra de feroz vino tinto… mientras los niños mueren de sueño y se quejan por el ruido que estás haciendo mientras hurgas en los closets buscando tus viejos poemas, temeroso de que tu esposa los pueda haber tirado con la última limpieza de primavera”. Precisamente es Charles Simic uno de los poetas mayores que nos quedan en un tiempo adverso a los asuntos humanos y uno de los que todavía llenan de intensidad y maravilla una lengua y unos temas universales. Ya sin Walcott, ni Strand, ni Brodsky  en este mundo podría decirse que son Simic y Billy Collins, entre otros, los poetas que resignifican la lengua inglesa y permiten que nuevos lectores se asomen sin prevenciones y las miradas limpias a los ámbitos de la poesía y sus dignidades.

Valparaíso Ediciones acaba de publicar por primera vez en español Días cortos y largas noches, una recopilación de 52 artículos y crónicas  que habían circulado a los largo de muchos años en la prestigiosa The New York Review of Books en donde el jazz, el fútbol, la gastronomía, los recuerdos, la nostalgia de la patria perdida, los libros y la amistad, entre otros temas, se conjugan en clave de afecto y asombro en busca de un destino común y definitivo: la poesía.

 

La impecable traducción de Nieves García Prados lleva a lector de la mano por un universo de autenticidades y verdades de a pulso en los que el poeta se despoja de sus máscaras y nos entrega con generosidad su particular forma de mirar el mundo, de contemplar lo perdido, de exaltar la amistad y de hablar sin tapujos de sus pasiones y obsesiones.

Charles Simic llegó a los Estados Unidos a los 16 años luego de salir de la Yugoslavia bombardeada y ocupada. Bebe de dos tradiciones de inmensa hondura como lo son la tradición balcánica y la norteamericana para armar su genealogía de autores, influencias y dioses tutelares donde los nombres de T.S. Eliot, William Carlos Williams, Vasko Popa e Ivan Lalic entre otros serían la piedra angular de una vocación irreversible.

Este libro, a pesar de ser una recopilación de textos, se puede leer como una novela o crónica de la sociedad norteamericana de hoy. Nos recuerda que a pesar de la locura, la paranoia y la crisis de esa sociedad la poesía de los Estados Unidos goza de cabal salud y está en su mejor momento. De igual forma se puede leer como el testimonio de un poeta que ha sido testigo de una historia y quien nos narra desde su vida privada la historia de un tiempo y sus circunstancias.

Días cortos y largas noches es un testamento y una ofrenda como si se tratara de Las confesiones de un poeta laureado, título bajo el cual se agruparon en su primera edición en inglés algunos de los textos presentes en este volumen. Ser poeta laureado en los Estados Unidos es un asunto serio y de eso fue consciente Simic cuando la Biblioteca del Congreso le concedió este honor. Sabía de la responsabilidad que esto llevaba y sin embargo, fiel a su talante, no se tomó a sí mismo en serio y supo que al final de la jornada debía regresar a luchar con las palabras en hojas de bloc enmarañadas, sueltas entre las cobijas llenas de anotaciones y pequeñas imágenes.

Aparecen allí breves textos que se leen como pequeñas artes poéticas: 52 joyas como En el sofá con Philip Roth, Extraños en un tren, Las cosas que aprendí en la cena, Los filósofos de invierno, Un país sin bibliotecas, El perdido arte de escribir postales, Cuide de su pequeño cuaderno, Los poetas y el dinero, Trampas de la memoria, Los libros que hemos perdido,  Lecciones de espaguetis, New York en ocho partesPhilip Roth y Una brutal epopeya estadounidense como un preámbulo y anticipo de una época que se instala hoy con su barbarie.

Hay fragmentos y momentos memorables en cada texto. Por ejemplo en Confesiones de un poeta laureado, Simic nos recuerda que “En un país en el que las escuelas parecen enseñar menos literatura cada año, en el que cada vez menos personas leen libros y la ignorancia es la reina suprema en cuanto a la mayoría de los temas, la poesía se lee y escribe más que nunca (..) ¿Dónde, si no, iban a encontrar una comunidad de almas afines que se preocupan por lo que ha escrito Emily Dickinson o Billy Collins? Si me pidieran que resumiera mi experiencia como poeta laureado, diría que no hay nada más interesante y esperanzador sobre América que su poesía”. O en Hacia dónde va la poesía nos dice: “Un poema es un secreto compartido por personas que nunca antes se ha  conocido”. Celebré su secreto de escribir en la cama o en la cocina y de renunciar al turismo por quedarse en los hoteles escribiendo.

La gran pelea de poetas del 68 nos recuerda que las guerrillas literarias no son exclusivas del mundo hispánico y que las exaltaciones físicas o verbales también marcaron rupturas y formación de grupos y escuelas literarias en los Estados Unidos.

Confesiones de un adicto al fútbol plasma cómo Simic, buen hijo de los Balcanes, lleva la historia y la pasión por el fútbol en el ADN. Narra su visita a Octavio Paz en Ciudad de México justo el día en que México juega con Italia en la Campeonato Mundial de 1994. Todo aquel memorable encuentro se vio interrumpido por la curiosidad permanente de averiguar el resultado del partido en medio del júbilo ajeno que llegaba de otros lugares. Mark Strand: una vida espléndida es, además de un nítido retrato, una elegía y el mejor himno a la amistad donde entre anécdotas divertidas, como aquella en la que alguna vez pensaron formar un movimiento de poesía y gastronomía, se despide de su entrañable amigo con admiración y fraternidad.

En el bello texto Por qué sigo escribiendo poesía, Simic establece, desde sus recuerdos personales, una analogía con el ajedrez: “Los tipos de poemas que escribo –en su mayoría cortos y con interminables retoques— me recuerdan a las partidas de ajedrez. Para su éxito, dependen de la palabra y la imagen en el orden correcto y los finales deben tener la inevitabilidad y la sorpresa de un jaque mate elegantemente ejecutado”.

Así, entre reflexiones, crónicas y retratos el poeta nos lleva, a la mejor manera de Kerouak, por un viaje en carretera a través de un país de autopistas y por las grandes avenidas de sus recuerdos y nostalgias y nos deja unas postales de asombro de aquella luminosa ciudad de siempre que es la poesía.

*Federico Díaz-Granados es poeta. Su último libro, Federico Díaz-Granados Las prisas del instante (Visor, 2015). 

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