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Literatura

Maneras de amueblar el vacío

El escritor Giuseppe Scaraffia.

“Por desgracia”, dice Giuseppe Scaraffia, “casi siempre estamos condenados a reconocer la felicidad una vez ha pasado”. Siempre elusiva, dice el escritor y filósofo italiano, esta “entra en nuestras vidas como un rey disfrazado, mientras que el dolor y la depresión se hacen anunciar pomposamente. Es por eso que las experiencias de los otros nos pueden ayudar a reconocerla. Aunque también pueden arruinárnosla, como le sucedió al joven Stendhal, que en vez de disfrutar de su primer beso, se preguntaba mientras lo daba si aquella experiencia que tanto había esperado era solo aquello”.

Siempre un paso por delantede los nuestros, el fugaz sentimiento es un ente en permanente metamorfosis. Anhelado en aquel beso de Stendahl, ha adoptado a lo largo del tiempo, en cada cabeza, las más variopintas máscaras. Como un café, una muñeca o una bicicleta; como un olor, una moda o una droga; sea objeto o experiencia, la felicidad va siempre vestida con el manto del placer. Los más gratificantes, por nimios que se presenten, los ha intentado recoger Scaraffia en su libro Los grandes placeres (Periférica), una suerte de diccionario de las satisfacciones sobre las que han disertado artistas y pensadores desde Emile Zola a Virginial Woof, Guillaume Apollinaire, George Bernard Shaw o André Malraux.

“En el siglo XIX”, escribe Scaraffia en el libro, “el faro asume contornos prometeicos. Para Dumas es 'una gigantesca estrella que brilla y se apaga de manera intermitente sobre la cortina negra que forman el cielo y el horizonte', una especie de astro artificial, atrayente e inquietante. El resplandor del faro turba a Hugo. 'Contemplé por un instante aquel espectáculo melancólico que para mí era como la imagen del esfuerzo humano frente al poder divino'. Pero se pregunta: '¿Qué era aquella luz y qué quería decir?', para luego responderse: 'El genio es el faro. Dios es la estrella”.

Aparentemente peregrino como objeto del deseo, hasta un faro puede llegar a ser catalizador de pasiones y fuente de alegrías. “Un placer es algo que se hace con una sonrisa interior”, dice el escritor, “un pequeño oasis vital que esperas con impaciencia. Ya se trate de cazar mariposas como Nabokov, o de beber absenta a sorbos como Verlaine, los placeres son como las cerillas de La pequeña cerillera de Andersen: breves destellos que iluminan por unos instantes la penumbra de la existencia”.

De ahí su intento por recogerlos y compendiarlos, por pasarlos al mundo en forma de listado, ordenado alfabéticamente en italiano pero desorganizado en castellano, algo que, a él, precisamente, no deja de causarle “placer” en el italiano en que se comunica con infoLibre vía email: “La forma del diccionario, que varía en cada lengua, es mi homenaje al desorden que reina bajo los más augustos y ordenados camuflajes”. "Quería recoger historias", agrega el autor, "a veces pequeñísimas, como las piedras erosionadas por las olas de la playa, y así preservar para los lectores un poco de la luz que les aporta el agua". 

En cada capítulo reúne Scaraffia diferentes testimonios y recuentos de grandes hombres y mujeres sobre aquello que ilusionaban. Los ha escogido a ellos y no a la gente común “por dos razones”: “La primera, porque estamos mucho más informados de la vida de los genios: han dejado libros, memorias, cartas, diarios, testimonios, fotos y retratos”. También, porque “en la vida de una persona extraordinaria se condensan experiencias que normalmente están dispersas entre muchas personas”.

Saber lo que queremos, y perseguirlo, es un modo de "amueblar el vacío". Una lucha quizás fútil, porque "nadie podrá jamás llenar" ese hueco, tampoco "detener la corriente del tiempo que desemboca en ese vacío, en la nada si se prefiere". Y sin embargo, ahí seguimos todos, irredentos, volcados en el empeño. Quizá, porque como dice el pensador, "una estancia bien amueblada permite apoyarse en el vacío sin marearse. O mejor aún: ignorarlo elegantemente". 

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