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Cultura

Mujeres al volante

Una escena de 'Garage', de la compañía Voadora.

"En aquel momento", dice Bibiana Lías (Vigo, 1975), "las chicas solo estaban en sillería, en cocina, de secretarias...". Habla de su entrada en la fábrica de Citroën PSA Groupe en Vigo, allá por 1996. "Cosíamos asientos, vaya", resume. "Cuando eso fue absorbido por otra empresa y se estandarizó, en torno al 2000, pasamos a la cadena de montaje y ahí fue cuando nos mezclamos, chicos con chicas. Fue un cambio generacional, fue cuando vieron que podíamos hacer exactamente lo mismo que los hombres". Sí, esta sigue siendo la sección de Cultura del periódico. Y si caben aquí trabajadoras de la industria del automóvil es porque la compañía gallega Voadora les da voz en su último espectáculo, Garage, que llega al teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional, en Madrid, del 9 al 14 de octubre. 

"El germen del espectáculo parte de la pregunta de dónde están las mujeres", dice Marta Pazos (Pontevedra, 1976). Dónde están las mujeres en "un mundo tan aparentemente masculino como el de la mecánica", dónde están en esta planta de unos 6.000 trabajadores, de los que solo el 30% son trabajadoras, dónde están en la sociedad y, de paso, dónde están en el teatro. En escena van encajando las experiencias de las siete empleadas del automóvil que suben a escena con disciplinas como la danza o la música electrónica. Como las piezas de los coches que se ensamblan en Vigo, cada parte tiene su función y juntas constituyen lo que la compañía llama una "investigación poética" sobre el papel de la mujer no ya en el mercado laboral, sino "en el marco socioeconómico europeo".

Es una metáfora, explican. Es significativo que las pruebas de impacto diseñadas para localizar y mitigar los riesgos al volante se realicen sistemáticamente con figuras masculinas, poniendo en peligro a las pasajeras. Es significativo que cuando imaginamos la construcción de un coche, ese objeto cotidiano, solo veamos a hombres. En Garage habla Chelo Campos (Cuntis, Pontevedra, 1971), que empezó como Lías confeccionando asientos, luego montó motores y hoy trabaja en logística. Y Susana Falque (Vigo, 1971), que primero forró volantes de cuero y luego pasó a secretaría, centralita y tesorería. Y  Mar Fiuza (Vila de Cruces, Pontevedra, 1969), que trabajó como actriz hasta que en 2005 se hizo cargo de la empresa familiar, una red de concesionarios. Y Ana Casal, y Aida Portela y Belén Yañez. Todas ellas tienen su historia.

"Lo que estáis viendo es el coche final", advierte la compañía en la presentación del espectáculo en Madrid. El tiempo de fabricación del proyecto ha sido el mismo que el de un turismo: un año y medio. Es el plazo transcurrido desde aquella invitación de la ciudad francesa de Montbéliard, en la frontera con Suiza, donde diseñaron el prototipo a partir de la propuesta del festival Ma Scène Nationale. Se trataba, en aquel momento, de hacer un trabajo sobre el territorio, y allí les esperaba la industria automovilística, que emplea a miles de personas en la región. El origen del proyecto recuerda inevitablemente a los proyectos cinematográficos nacidos en Mayo del 68 en el seno de las fábricas, llamados grupos Medvedkin. De hecho, uno de ellos tomó forma en la planta de Peugeot (hoy PSA) de Sochaux, en la misma comarca de Montbéliard. 

Después de aquella primera exploración, la pieza llega a principios de año al certamen Escenas do cambio, en Santiago de Compostela, y se opera la gran transformación: "El conflicto se hacía más fuerte trabajando solo las historias de mujeres y poniendo a los hombres en otro sitio", dice el dramaturgo Fernando Epelde. "El motor está tan tomado por lo masculino que quitarlo de la historia nos permitía mirar a otras cosas, apartar lo ruidoso para dar espacio a lo silencioso", continúa Hugo Torres (Viseu, Portugal, 1973). "Todo este proceso lo hemos empezado hace un año", completa la directora, "con todo lo que ha pasado". Aun así, como señala Ana Casal (Vigo, 1970), una de las trabajadoras —en este caso, de una multinacional alemana, ZF—, sí que hay un personaje masculino: el coche, siempre en el centro del escenario. Se trata de un Citroën AX, elegido por tener cierto peso generacional y porque muchas de las empleadas trabajaron en su confección cuando comenzaron sus carreras. Y el coche, un modelo de los noventa, aguanta: en el coche se baila, se habla, el coche se limpia y se golpea. Como en la vida misma. 

El peso de las trabajadoras se imponía, igual que se imponía mirar a Vigo para replicar la "ciudad metalera" que habían encontrado en Francia. Un municipio de casi 293.000 habitantes marcado por la cadena de montaje en el que no es difícil tener una prima o un amigo que se gana el sueldo en algo relacionado con el automóvil, una ciudad que vio nacer una contracultura ligada al metal. Según recuerda Casal entre las risas de sus compañeras, Golpes Bajos grababan videoclips en Desguaces Gil. 

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Cuenta Jose Díaz (A Coruña, 1976), productor de Voadora, que no fue fácil establecer el primer contacto con las empleadas una vez aterrizados en Vigo: "Hicimos un primer intento con las fábricas, pero no hubo respuesta. Imagino que el tema, el machismo en la industria automovilística, no les gustó mucho". La compañía tiró entonces de los sindicatos, de empresas de trabajo temporal, de anuncios, de las redes sociales. Y una vez encontrado el grupo de trabajadoras-actrices, la cosa no fue mucho más sencilla: los turnos y las cargas familiares hacía imposible que todas coincidieran en los ensayos, de forma que la primera vez que todas se encontraron en escena fue el mismo día del estreno. El ensamblaje de un coche en directo. 

¿Entonces, hay machismo en la industria del automóvil? Bibiana Lías lo dice bien claro y con pocas palabras: "La fábrica ha evolucionado de la misma manera que la sociedad. Trabajas en la fábrica pero vives y te desarrollas en la calle, así que lo que hay fuera lo hay dentro". Así que Garage no habla solo del mundo del coche, ni los peligros acechan a la mujer solo en la carretera, ni las empleadas tienen que aguantar improperios y condescendencia únicamente en la fábrica, ni solo sus trabajadoras combinan turnos infernales y cuidados de niños y adultos. Pero eso el lector y la lectora quizás ya se lo hayan imaginado. 

 

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