Teatro

No tires las cartas de amor

Miguel Rellán y Julia Gutiérrez Caba, en 'Cartas de amor'.

“No tires las cartas de amor”. Es el título de un poema de Joan Margarit, y también un (buen) consejo. El mismo que podría haber dado el dramaturgo norteamericano A. R. Gurney, que escribió uno de los homenajes más célebres al género epistolar en su Cartas de amor, ganadora de un premio Pulitzer de teatro. Lo podrían dar también Miguel Rellán y Julia Gutiérrez Caba, los actores encargados de llevarla a escena en los Teatros del Canal de Madrid (del 29 de septiembre al 23 de octubre) y que se suman a una lista en la que figuran Mia Farrow, Brian Dennehy, Alain Delon o Anouk Aimé.

Podría ser también un consejo de Andy Ladd y Melissa Gardner, los personajes de la obra, integrantes de la alta burguesía estadounidense que se conocen en el colegio y mantienen una relación epistolar durante toda su vida. Gurney no pensó, en realidad, que la pareja fuera a subir nunca a escena como lo hizo finalmente en 1988. La idea se la dio el New Yorker cuando, tras recibir su manuscrito —un intento del dramaturgo por acercarse a la novela—, le respondió: "Nosotros no publicamos teatro". Gurney reescribió el texto y añadió algunas anotaciones muy precisas para la puesta en escena: los actores deben leer las cartas, y no memorizarlas; deben hacerlo frente a una mesa, y no pueden mirarse a los ojos hasta el final. 

El director, David Serrano, solo ha respetado parte de esas peticiones. La escenografía de Mónica Boromello, con unas bombillas que hacen del telón un cielo estrellado para esta historia de encuentros y desencuentros, es mucho más elaborada que el tradicional fondo negro y los dos escritorios. Rellán y Gutiérrez Caba dan voz a las cartas que recogen la relación entre los dos personajes desde sus ocho años hasta pasados los sesenta. Él, Andy —en realidad, Andrew Makepeace Ladd II, un nombre tan formal y pomposo como es, en ocasiones, el personaje—, es un niño educado y amante de la corresponencia que llegará a ser un célebre senador republicano. Ella, Melissa —de los Gardner, una familia rica—, es una niña impetuosa y creativa, nada amiga de la escritura, que caminará por sendas más oscuras. 

Elencos históricos

La obra, estrenada en España en 1992 con Analía Gadé y Alberto Closas como protagonistas, se ha convertido desde su estreno en una obra de culto interpretada por un elenco de grandes actores que a menudo se rotan los papeles. Ocurrió en 2014 en el Brooks Atkinson Theater de Nueva York (con Brian Dennehy y Mia Farrow, entre otros) y el Antoine de París (con Anouk Aimé y Gerard Dépardieu, después de hacerlo con Alain Delon, Jacques Weber o Jean-Louis Trintignant). Para la versión española, Serrano no se planteaba cambios: "Cuando supe que teníamos a Julia, descartamos cualquier tipo de rotación". La actriz, que ha cumplido los 83, asegura que "no podría responder" a las circunstancias habituales de trabajo. "Tocaría retirarse. Para mí es más difícil, porque me canso", admite. Pero sus compañeros no le dan tregua: "¡Mentira! Si está mejor que nosotros". 

En las líneas que se dedican los amigos (¿los amantes?) de Cartas de amor —a veces más largas, otras muy breves— se lee las idas y venidas que permiten cinco décadas de relación, los bailes y los regalos, los enfados y las confesiones. Pero también, dice Serrano, "las decisiones equivocadas que uno toma". Es decir, se lee también lo que no ocurrió. Gurney juega con esa forma concreta de la nostalgia que todo el mundo guarda en alguna vieja caja de cartón: lo que fue y ya no es (un joven idealista; una joven irreverente), lo que sintió y ya apenas puede recordar (un romance en Japón; viajes por Europa), la vida que no tuvo.

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Habla Gutiérrez Caba con un aplomo que no admite réplica: "Queda lo que has escrito, queda lo que eras, lo que pensabas. Lo demás, se desvanece". Y lo repite Andy: "Nunca podrás convencerme de que es mejor comunicarse por teléfono por la sencilla razón de que las cartas son inmortales, no como cualquier vulgar llamada telefónica que muere en cuanto se termina. Melissa, esta carta es mi verdadero yo". Y eso que Gurney escribió el texto mucho antes de que el móvil convirtiera la expresión "es conferencia" en una reliquia, antes de que Internet sentenciara el correo en papel (la película Tienes un e-mail, síntoma de este fenómeno, se estrenó en 1998). Los artífices de la obra coinciden en la añoranza de la materialidad de las cartas y la permanencia del papel. Pero Rellán aventura una idea menos nostálgica: "Mis sobrinos e hijos se han comunicado más por los equivalentes actuales a las cartas que yo en toda mi vida". 

En realidad, en Cartas de amor no hay tantas cartas de amor. Hay noticias, reflexiones, bromas, chistes y, sí, expresiones de cariño. Pero apenas confesiones de pasión. "En parte, el amor va implícito. Uno tampoco le repite todo el rato a su enamorada cuánto la quiere", baraja Rellán. Pero ocurre también que, si Cartas de amor es una historia de lo no vivido, lo es también de lo no dicho. "Las vidas les llevan... ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Yo qué sé. El azar tiene un peso innegable en nuestras vidas. Uno elige cruzar o no la calle, y te cambia la vida", reflexiona Rellán. Lo que en su día era un enfado más que justificado o una diferencia irresoluble es, con el paso del tiempo, una oportunidad perdida. O quizás no. Habla el actor: "Quizás la realidad hubiera sido un infierno. La convivencia es dura. ¿Cómo era aquello? 'No hay gran señor para su mayordomo”.

Así que Cartas de amor se erige, a la vez, en instantánea de un momento pasado y ensoñación de lo que nunca ocurrió. Margarit diría más: "Las cartas de amor que habrás guardado / serán tu última literatura". 

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