Librerías

Prescriptor, testigo, espectador

La librería Brazenhead.

Hace unos días, la sección de cultura de los periódicos se enlutó con la noticia del fallecimiento no de un autor, ni siquiera de un editor, sino de un librero.

Cierto, Paco Camarasa no era un librero cualquiera. Tampoco era "sólo" un librero. Comisario durante años del festival BCNegra, su librería Negra y Criminal fue, para muchos, lugar de peregrinación y descubrimiento de un género que en España disfruta de la inquebrantable fidelidad de millones de lectores. En parte, gracias a él.

"Yo no soy un intelectual ni crítico literario ni soy especialista. No hablo de literatura, hablo de lectura. Yo soy librero. Contacto con lectores", nos dijo hace un par de años, y así lo consignamos en un texto publicado aquí mismo. "Si compras un libro en la estación, nadie puede decirte qué diferencia hay entre La chica del tren, de Paula Hawkins, y Extraños en un tren de Patricia Highsmith". Si lo compras en una librería, obviamente, sí hay alguien capaz de facilitarte esa información.

El librero no (sólo) es el que vende libros

El fallecimiento de Camarasa, y la oleada de elogios que vino a continuación, nos invitó a lanzar al patio de Twitter una sencilla pregunta: ¿Qué es un buen librero?

"Especie en peligro de extinción", respondió rápido como el rayo ABG #T. "Mal empezamos", pensé.

José Manuel García fue el siguiente. "Primero y más importante: adora los libros y leer. Segundo: le encanta hablar de libros y comentar sus impresiones con otros lectores. Tercero (si la librería es suya): tiene un gusto exquisito para seleccionar lo que vende. Ese es mi librero ideal", escribió. Pero, no pudo reprimir la apostilla pesimista: "Quedan pocos, desgraciadamente".

(Abrimos paréntesis. En la confianza que da piar juntos, nos participó que en Córdoba una librería excelente y de toda la vida es la Librería Luque. "No llevo comisión, es puro amor al arte", asegura. Y mencionó otra "que cerró, y era excelente también: Anaquel").

Para Deysipo, el librero perfecto es "el que responde con ganas, aconseja con entusiasmo, y calla cuando uno solo quiere ojear tranquilamente". Javi Domínguez respondió con un escueto: "Así" seguido de un enlace a un texto en el que la librera Silvia Broome explica su experiencia. También la escritora Begoña Oro se mostró lacónica: "Normalito", aunque su laconismo tenía trampa, puesto que enlazaba con un texto firmado por ella en el que leemos:

Entrar por la puerta de una librería a usted puede parecerle una cosa de lo más normal, pero hay quienes, no sintiéndose de la tribu, entran avergonzados y con la cabeza gacha, porque la sabiduría a veces produce como efecto indeseado cierto temor. Sin embargo, a las librerías normalitas no se entra con la cabeza gacha, y si alguien, alguien que no ha tenido el privilegio de familiarizarse con estos espacios, si alguien entra así, en estas librerías, lo primero que hacen es quitarle un peso de encima. ¿Cómo? A veces no haciéndole ni caso, cuando detectan que eso es lo que el cliente prefiere; otras veces, ofreciendo ayuda o adelantando pistas como quien no quiere la cosa...

¿Algún voluntario para condensar?

"Yo diría que los buenos libreros son lectores capaces de determinar, durante la propia lectura, a qué tipo de lector de su comunidad le interesará ese libro", nos dice Jorge Carrión, un experto en el asunto: su obra Librerías lleva ya siete ediciones en castellano y ha sido traducida a doce idiomas. "De algún modo, por tanto, son lectores tácticos y psíquicos", y desde ese lugar de lectura, "son capaces de construir dinámicas emocionales, de crear redes de intercambio y de prescribir tendencias. En otras palabras, son la suma perfecta de un barman, de un bibliotecario, de un psicoterapeuta y de un DJ".

Lo obvio es que ser librero no es lo que era. Antonio Marcos, que es periodista y librero, evoca en la Guía para los libreros de hoy... hasta que llegue mañana y no sin malicia, esos tiempos de los que hablan con indisimulada nostalgia los más viejos del lugar, tiempos en los que el mero hecho de abrir la puerta garantizaba la llegada de oleadas de clientes, tiempos en los que un solo vendedor podía despachar miles de ejemplares de un título.

¿Mito o realidad? Poco importa: lo relevante es que hoy las cosas no son distintas. En absoluto.

"Quítate de una vez por todas de la cabeza esa idea del librero mitificada que nos ha podido dar alguna novela o alguna que otra película ―aconseja Marcos―.  El librero como alguien sentado en un más o menos cómodo butacón bebiendo café e incluso, en tiempos anteriores a La Prohibición, fumando sin parar tabaco negro. O en pipa. Ese librero que solo levantaba la vista del libro para entablar alguna conversación apasionante sobre Proust, el soldado Seje o Serenada".

Un librero, concluye, siempre creó una comunidad alrededor de su librería: sus gustos, una determinada manera de interactuar con la gente... Esa tarea tiene que ser hoy más deliberada, consciente y efectiva.

Por lo demás, "cada librería tiene su personalidad y siempre es un reflejo de la personalidad del librero, especialmente de sus gustos literarios. Podría decirse que el fondo de una librería es una mezcla entre dos necesidades: los títulos que el público necesita encontrar con los que tú necesitas tener para sentirte a gusto con lo que estás haciendo". Y sugiere al librero permanecer siempre a la escucha: "Hay muchos tipos de lectores. Por lo que a ti respecta, todos son igual de buenos".

El librero es (sobre todo) la librera

Aunque a estas alturas tenemos ya una idea cabal, seguimos buscando respuestas, por lo que nos dirigimos a Txetxu Barandiaran, consultor y acompañante de pymes e instituciones del sector del libro y la cultura, y codirector de la Revista Texturas.

Empieza citando: "Carlos Pascual, librero emérito ya de Marcial Pons, escribía en Memoria de la librería que toda librería es una idea en el tiempo. Y, en el tiempo actual, y así lo señalan los datos, la librería es más de libreras que de libreros. Tiene, por lo tanto, rostro de mujer".

Sor-pre-sa.

"En la medida en que cada librera responde a una idea en el tiempo creo que ese buen hacer, ese oficio, con mucho de artesana, de psicóloga, de servir directamente a personas, de conocedora, de trabajar con producto especializado y ¿de calidad?, debe adaptarse en sus aptitudes y actitudes básicas a su concreta realidad".

Tras esta introducción, Barandiaran se nos pone descriptivo para señalar aquello que, en su documentada opinión, nunca debería faltarle a una persona que se pone al frente de una librería, ingredientes que, eso sí, exigirán en cada caso una mezcla distinta en función de a quién quiera dirigirse, qué quiera ofrecer y qué servicios quiera prestar.

"Debe ser conocedora del sector en el que se mueve, tanto en lo temático como en lo profesional; disponer de unos rudimentos empresariales básicos; y estar al tanto y utilizar aquellas ‘muletas’ tecnológicas imprescindibles para poder gestionar con más soltura y eficiencia el qué, producto, y a quién, clientes".

Sobre esta base, imprescindible para la gestión, "debe tener sus dosis de psicología y manejo adecuado en el trato a las personas; ser cuidadosa en la presentación y decoración del espacio, que es donde seguimos acudiendo; activa y muñidora en su entorno cultural; vivencial, apasionada con la tarea que tiene entre manos y firme defensora de lo común, pequeño y cooperativo desde lo local como modelo político y de valor".

Florilegio de madrastras

Florilegio de madrastras

Admite Barandiaran que lo planteado es más descriptivo del deber ser que definitorio del ser, "pero creo que también, al igual que el 'rostro de mujer', responde al momento actual".

Dicho lo cual, para responder a la pregunta inicial Barandiaran se acoge al comodín del librero emblemático, Christian Thorel, el hombre detrás de la mítica Librería Ombres Blanches de Toulouse, quien en sus memorias Tocar, dudar, hojear escribe:

"Cada librero es un prescriptor, pero también un testigo, e incluso un espectador. Se alimenta, lee, escucha, observa, actúa con una sed inagotable. Son estas las cualidades y los valores que defendemos. De ellos nacen las vocaciones de las que depende nuestro futuro, un futuro al servicio de la belleza del mundo y de sus inquietudes. Los libros saldrán ganando al aproximarse a la verdad de las cosas. Como nuestras librerías y el oficio que en ellas se ejerce".

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