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Cultura

El Reina Sofía desafía al virus con una gran exposición sobre Mondrian mientras los grandes museos europeos cierran

Vista de la exposición 'Mondrian y De Stijl' en el Museo Reina Sofía.

El Pompidou parisino, cerrado hasta el 1 de diciembre. La Tate Modern de Londres, hasta el 2 de diciembre. La Galleria Nazionale d'Arte Moderna, en Roma, clausurada hasta el 3 de diciembre. En Madrid, el Museo Reina Sofía sigue abierto desde su regreso el pasado junio, con la vista puesta en posibles nubes de tormenta pero sin noticias, por ahora, de nuevas restricciones que pudieran truncar la temporada. Y, como la vida sigue, las exposiciones también: el centro inaugura este martes la exposición Mondrian y De Stijl, la muestra más ambiciosa del año, prevista para la primavera y finalmente retrasada hasta el invierno. Los carteles prometen que continuará abierta hasta el 1 de marzo, casi un año después de que el museo tuviera que cerrar sus puertas cuando estaba a punto de declararse el estado de alarma. 

"Lo más fácil habría sido cancelarla, pero es precisamente por todo lo que está ocurriendo que era importante hacerla", asegura Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía desde el año 2007. La exposición, en marcha desde hace años, reúne 95 obras de más de 20 instituciones museísticas distintas, la mayoría de ellas europeas pero con presencia también de varios centros estadounidenses. Pese a la crisis sanitaria generada por el coronavirus, que ha dificultado el transporte internacional, se han perdido solo 10 préstamos previamente acordados. Especialmente relevante son las obras aportadas por el Kunstmuseum den Haag, en La Haya, coorganizador de la muestra, aunque las obras de madurez de Mondrian —las de líneas perpendiculares y paralelas y colores brillantes y planos— provengan de otras instituciones, como la Tate, los museo de arte contemporáneo de Baltimore y Cleveland o el Museo Thyssen-Bornemisza, que ha cedido cinco piezas. 

Organizar en estos momentos una exposición de un artista del que existe muy poca obra en España, y que por lo tanto exige grandes préstamos internacionales, es una maniobra ambiciosa. Pero lo es también económicamente: como sus hermanos europeos, el Reina Sofía ha perdido gran parte de su público, principalmente por la caída del turismo, y reúne hoy solo al 30% de los visitantes que recibía el año pasado, 4,4 millones de visitantes, 1,7 millones en su sede principal. Esto ha supuesto un descenso en la taquilla que se suma a la ligera bajada en los presupuestos que, cuando se aprueben, reducirán la aportación del Estado de 39,5 a 38 millones de euros. El coste total de la exposición, incluido transporte y montaje, quedará por debajo de los 700.000 euros, según cálculos del museo. "No es una exposición barata, pero tampoco especialmente cara", apunta Borja-Villel, que asegura que el centro puede permitírsela, teniendo en cuenta además que el retraso de varias exposiciones ha recortado sustancialmente los gastos del ejercicio 2020. 

El director siempre se ha resistido al análisis cuantitativo de los éxitos (o fracasos) del museo, e insiste ahora en que no cree que esa cifra de visitantes reducida sea "poca gente": "Viene mucha gente al museo, pero el marco del que proviene esa gente es más reducido, ahora viene sobre todo gente que vive en Madrid". Por eso mismo rechaza la idea de retrasar una exposición como esta por motivos comerciales, o para que pueda disfrutarla el máximo número de espectadores posibles. "Somos un servicio público, y haya mil o tres mil personas ese servicio público se mantiene", reivindica. También para mantener el "tejido" del arte contemporáneo, desde los artistas —desde marzo se han inaugurado dos muestras de obra nueva, de Concha Jerez y el Niño de Elche— a los montadores: "Hemos seguido adelante con las exposiciones por motivos económicos, pero no de beneficio sido de hacer red, por motivos anímicos y porque el arte y la cultura son más importantes ahora que nunca". 

Cómo Mondrian se convirtió en Mondrian

La primera sala de Mondrian y De Stijl sorprende. ¿Es Mondrian ese que firma un bodegón de una cesta con manzanas, dos crisantemos o una liebre muerta? El mismo, Piet Mondrian, nacido en Amersfoort (Países Bajos) en 1872, que fallecería en Nueva York en 1944 como una de las figuras centrales del arte moderno. El pintor que perfila cuatro naranjas contra un plato de loza está al final de la veintena y al inicio de su aventura artística. A finales del siglo XIX, en la localidad de Winsterswijk, no se podía ser otra cosa que realista, y el peso del XVII se arrastraba como si los maestros acabaran de morir ayer. Pero en los albores del siglo XX, el tiempo comenzó a acelerarse. El joven Mondrian disfrutaba de una buena posición económica, una educación académica de calidad y su curiosidad. Al inicio de 1909, el artista inauguraba una muestra con una disposición novedosísima en la que parecía llegar a una conclusión: "la creación artística era una cuestión de evolución", como indica el comisario Hans Hanssen. 

Naturaleza muerta con naranjas (1900), de Piet Mondrian. / MONDRIAN / HOLTZMAN TRUST

Ese mismo año, Mondrian escribiría: "Considero que la claridad de pensamiento ha de ir acompañada de la claridad técnica". Un hallazgo temprano que se podría aplicar al resto de su carrera. En la década de los diez, el artista se envalentona, empujado por un viaje a París y por la amistad de otros pintores igualmente interesados en la modernidad, y, después de haber conocido la obra de Picasso, de Braque o de Cézanne, empieza a trazar su propio camino. En 1914, escribe al crítico H.P. Bremmer en una especie de manifiesto privado que luego será de gran relevancia. Explica entonces que tiene una nueva obsesión: llegar a una "belleza universal" que exista al margen de la representación. Ya no le interesan el pelaje de las liebres o los brillos cálidos de las naranjas. Ahora piensa en términos de líneas, de color, de armonía. 

"Creo que es posible, mediante el uso de líneas horizontales y verticales, construidas deliberadamente (...) y guiadas por una intuición profunda, lograr la armonía y el ritmo, y creo que el uso de estos elementos básicos de belleza (...) crea una obra de arte que es sólida a la par que duradera", dice. Y ahí están las líneas, aunque lejos todavía de las que trazarían sus lienzos más conocidos. Lo que son unos bosques de pinos van poco a libro librándose de su forma hasta convertirse en pura geometría. Los títulos cambian en apenas un año de Bosque a Composición nº II. Pero no estaba solo. Ahí estaba Theo van Doesburg, pintor y crítico de arte, que había quedado deslumbrado por sus nuevas composiciones, de las que admiraba la "restricción de medios". En 1917, fundaría la revista De Stijl (El estilo), movido por los conceptos de belleza "universal" y "medios pictóricos puros" que tanto había interesado a su compañero, y con artículos centrados, por ejemplo, en "la nueva plástica en pintura" o "el lugar de la pintura moderna en la arquitectura". 

Una recreación de De StijlDe Stijl

Bart van der Leck, Vilmos Huszár, el propio Van Doesburg, Mondrian... todos comparten el interés por la abstracción, por la capacidad de la composición geométrica, por la "claridad y exactitud" que aportaba el uso de colores como amarillo, rojo y azul, que serían sinónimos en adelante de la escuela De Stijl y de la obra del propio Mondrian. Pero también habría diferencias. Mientras sus compañeros estaban fascinados con las posibilidades de la arquitectura, que permitían transformar el arte pictórico en una experiencia completa y envolvente, Mondrian parecía bastante más escéptico en su relación con los arquitectos, a quienes consideraba "mayordomos del público". La muestra recoge en varias salas el interés de De Stijl por la decoración de interiores y el diseño de mobiliario, ámbitos considerados menores pero que ellos veían como el horizonte a conquistar por la expresión pictórica. Ahí están las sillas creadas por Gerritt Thomas Rietveld o la recreación de los diseños de Huszár y Pieter Jan Christophel Klaarhamer para una habitación infantil. 

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Reproducción del dormitorio infantil diseñado por Vilmos Huszár y Pieter Jan Christophel Klaarhamer, en la exposición Mondrian y De Stijl en el Reina Sofía. / MNCARS

Pero la recreación no se limita a la arquitectura. El Museo Reina Sofía se esfuerza también por trasladas al espectador una muestra de lo que era una exposición de Mondrian en los años treinta. El artista había insistido en la extensión de la pintura más allá de sus límites, en la importancia de los marcos elegidos, que formaban parte de su creación, de la disposición en la pared o de su relación con el espacio. Una de las salas finales trata de recrear algo semejante al aspecto de la Galerie Zak de París en 1932, donde Mondrian mostró su Composición A, Composición B y Composición C, ahora en Madrid. Cronológicamente, la muestra se cierra a finales de los años treinta, exceptuando un lienzo de 1941 prestado por el Thyssen. En 1940, Mondrian llega a Nueva York con una exposición ya acordada con la Valentine Gallery, una de las salas más reconocidas de la ciudad, por donde habían pasado Matisse, Miró, Picasso, Modigliani o Kandinsky. El neerlandés mostraría su obra en 1942 y de nuevo en 1943, antes de morir de neumonía en 1944. 

Manuel Borja-Villel explicaba que España ha estado, hasta ahora, alejada de esta otra tradición de la modernidad que representa Mondrian. "Hay una genealogía del arte moderno que en España se asocia a Picasso, Miró y Dalí. Mondrian no ha tenido aquí esa presencia en el inconsciente colectivo", cuenta. En ese sentido, un acercamiento a Mondrian es, defiende, un acercamiento al arte contemporáneo latinoamericano, para el que Mondrian "es la figura". De él se pueden extraer todavía lecciones sobre la relación de la pintura con el espacio, la utilización de los materiales —los blancos de Mondrian, que son en realidad grises— o la importancia del trabajo colectivo. No es esta una exposición de tesis que abra nuevas vías para el estudio de un artista de sobra conocido, sino más bien "una exposición bastante pedagógica". Si no visitó la muestra que organizó la Fundación March en 1982, es probable que el visitante español no haya visto en su vida más que los Mondrian del Thyssen; el Reina Sofía se propone saldar esa deuda. 

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