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Movimiento 15-M

Solfónica 15-M: “La música es el acto de protesta más directo”

Solfónica 15-M: “En verano, ensayamos en El Retiro; en invierno, en Atocha”

“Queremos una democracia real, república laica, justicia social, que brille el sol, fraternidad. ¡Rebelión! No sabéis lo que es la solidaridad, sin embargo nos habláis de austeridad, lo que significa más desigualdad…”. Los asiduos a las manifestaciones convocadas en Madrid estos últimos cuatro años habrán escuchado este estribillo en más de una ocasión. Pertenece al tema Rebelión, uno de los más conocidos de todo el repertorio que interpreta la Solfónica 15-M en marchas, concentraciones y cualquier acto reivindicativo en la capital organizado por asociaciones, plataformas o movimientos sociales.

Desde su surgimiento en 2011, al calor de la asamblea de Cultura del 15-M, su actividad no ha dejado de ir in crescendo. Actualmente, el coro de los indignados, tal y como se les conoce de manera informal, cuenta con más de cien personas inscritas, aunque activamente participan entre cuarenta y cincuenta. “En los actos importantes, nos juntamos como mucho setenta personas”, asegura a infoLibre Concha Colomo, de 65 años, médica y militante, como le gusta llamarse, perteneciente al grupo desde septiembre de 2012. “Me apunté a la Solfónica porque me siento identificada en todas las manifestaciones a las que acudo, porque todas son apoyando movimientos de lucha y reivindicación contra la violación de los derechos que estamos sufriendo”, dice la doctora, que también participa en la Mesa en Defensa de la Sanidad Pública en Madrid, lo que la convierte en el enlace entre el coro y la plataforma. También recuerdan que cualquier persona que quiera cantar con ellos "lo tiene sencillo": "Que manden un correo y automáticamente se les avisará de los próximos ensayos y actuaciones".

El verdadero obstáculo al que se tiene que enfrentar el grupo en los diferentes actos es la ausencia de instrumentos. “Con mucha suerte, podemos juntarnos en las manifestaciones entre cuatro y cinco instrumentos”, apunta David Alegre, un profesor de viola de 37 años que participa en el coro desde los primeros actos y que desempeña, batuta en mano, las labores de director en multitud de ocasiones. “Para ser más exactos, desde el primer concierto grande que se celebró en 2011”, explica el músico a este diario durante una entrevista en pleno barrio madrileño de Lavapiés, en la cafetería del Teatro del Barrio, una cooperativa cultural que acoge en su escenario, todas las semanas, diferentes representaciones teatrales o musicales de distinta índole. Mientras cuenta su experiencia en el coro, se escuchan a través de la puerta que da acceso al salón de actos los aplausos de los espectadores que asisten a la función Ruz-Bárcenas, una obra dirigida por el actor Alberto San Juan y basada en el segundo interrogatorio del juez Ruz al extesorero del PP Luis Bárcenas.

Según explican, también les faltan manos que manejen las batutas y guíen al coro en cada una de sus pegadizas canciones. “Al comienzo teníamos tres directores: Chema, que acabó abandonando para centrarse en un proyecto de una banda juvenil, Edgar y Guillermo. Estos últimos se estuvieron turnando, pero por circunstancias acabé encargándome yo mismo, que no había dirigido nunca”, explica Alegre, que recalca que a pesar de esta carencia, en los momentos en los que él no puede encargarse de hacer bailar la batuta hay más gente que puede suplirle: "Daniel, profesor de violín; Ángel, tenor profesional; o Elena, soprano en la Solfónica”.

Los comienzos en Sol

El germen del coro de los indignados se empezó a gestar en aquel mayo de 2011, en una Puerta del Sol que difería muchode la que se había conocido hasta entonces. Al calor de la asamblea de Cultura que se celebraba en la plaza, un grupo de músicos y gente aficionada al canto comenzó a organizar una actuación con motivo de las diferentes manifestaciones convocadas para el 19 de junio de ese mismo año bajo el lema Una Europa para los ciudadanos y no para los mercados. “Podemos decir que en esa manifestación, en la del 19-J, fue cuando se tocó por primera vez con el nombre de Solfónica”, explica Alegre.

Aquel día, en plena plaza de Neptuno e interpretando el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de BeethovenNovena Sinfonía, surgió definitivamente el grupo. La pieza fue elegida por su potente simbología. “Se interpretó con el texto original en alemán de [Friedrich] Schiller, uno de los padres del romanticismo literario germano”, apunta el profesor de viola, que añade a renglón seguido que “es un texto que hace alusión a la hermandad de las personas”. “Este cuarto movimiento, curiosamente, ha sido usado en España en dos ocasiones. En 1931, cuando se proclamó la Segunda República, el violonchelista Pau Casals participó en los actos conmemorativos en Barcelona dirigiendo a la Orquestra Pau Casals y el Orfeó Gracianec, que interpretaron juntos la Novena. Pero también era la melodía seleccionada para abrir, en 1936, los Juegos Olímpicos Alternativos de Barcelona, una competición en la que estaba previsto que participasen todos los atletas a los que se les había prohibido competir en los Juegos Olímpicos oficiales, que ese año se celebraban en un Berlín bajo el régimen nazi. Finalmente, el comienzo de la Guerra Civil en España impidió la celebración de las competiciones”, sentenció Alegre.

La ausencia de jóvenes

La composición del coro es bastante variopinta. La media de edad es elevada, en torno a los 50 años. Los jóvenes parecen no sentirse identificados con la idea de la música como forma de protesta y reivindicación. “Es cierto, al principio había mucha más gente joven”, explica a infoLibre Olga, una integrante de la formación, de 45 años, que vende malabares en los mercados medievales que se van montando por toda la geografía española. Según asegura, encuentra en la Solfónica “una buena energía” que es lo que “le engancha”.

No saben concretar el motivo de esta ausencia. “Yo me pregunto si de alguna manera no tendrá que ver con la 'no educación musical' de los últimos diez o quince años en España. ¿Cuánta gente joven puedes ver ahora cantando en cualquier coro?”, reflexiona David Alegre junto a sus compañeras. Una percepción que comparte otra integrante de la Solfónica, Mari Luz Santos, una informática de 63 años, “jubilada parcialmente”, que entró en el grupo en 2012 habiendo formado parte anteriormente de un coro en su barrio. “A la música, en estos momentos, no se le da la importancia que merece”, añade al respecto. Alegre se lamenta de que “en otros países existe una relación mucho más cercana con la música”, algo que en España, según opina, “ha desaparecido”.

En cuanto al género, Concha Colomo destaca el poderío de la mujer en las filas de la Solfónica. “Somos más mujeres, pero hay que decir que hay bastantes hombres”, señala, y añade que “si se miran detenidamente las organizaciones, movimientos sociales o plataformas ciudadanas, la mayoría son mujeres”. En este sentido, Olga destaca que “últimamente están entrando chicos, que es algo que nos hacía falta”.

“En verano ensayamos en el Retiro”

Otro de los motivos que barajan para intentar explicar la ausencia de voces jóvenes es el de la falta de tiempo para dedicarle al grupo. “La Solfónica es algo muy absorbente, hace falta dedicarle mucho tiempo”, destaca Mila Espinosa, de 57 años, la quinta integrante del coro que se reunió con este diario. Cuentan que hay semanas en las que tienen que reunirse tres o cuatro días. “Es como una militancia”, se aventura a decir Concha Colomo, que estuvo durante su juventud, en pleno franquismo, integrada en la Organización Revolucionaria de Trabajadores, un partido marxista-leninista de corte maoísta.

El coro tampoco dispone de un local propio en el que ensayar. Cuando el tiempo es benévolo, generalmente durante los meses de verano, practican al aire libre reunidos en el madrileño Parque del Retiro. Pero con la llegada del frío y la lluvia, se ven obligados a buscar una alternativa. “Algunas veces nos hacen hueco en centros okupados”, cuenta la doctora. Pero, según explican a este diario, también les podemos ver ensayar en la estación de Atocha. “Más de una vez hemos estado practicando en la puerta del vestíbulo del AVE”, detalla Colomo.

Les han ofrecido utilizar locales de diferentes partidos políticos, pero es una opción que siempre rechazan. “No queremos que se nos identifique con ningún partido. No queremos comprometernos con ninguna formación política, porque si el partido que nos presta el sitio para ensayar hace algo que nos parezca mal, nosotros lo criticaremos”, explican Colomo y Espinosa. No obstante, se muestran entusiasmadas con la aparición de la nueva y rejuvenecida clase política. “Lo que hay ahora en el Congreso de los Diputados es la casta, la caspa, lo peor”, apunta Mariluz Santos. “A estos jóvenes, como puede ser Alberto Garzón o Pablo Iglesias, da gusto oírles hablar”, sentencia Colomo al respecto.

Decisiones y letras colectivas

Todas las decisiones las toman en asamblea –suele celebrarse una al mes– y por consenso. “Normalmente no solemos tener muchos problemas. Cuando hay alguien que no está de acuerdo y no convence al resto de los integrantes con sus argumentos, no puede bloquear la decisión”, explican a infoLibre. “No suele haber mucha discrepancia. Cuando más dudas surgen es en las peticiones de asistencia a actos que no tenemos claro si están dentro de nuestra línea de actuaciones”, detalla Colomo.

La invitación más polémica que han recibido consistía en actuar en una cárcel. “El contexto en el que se enmarcaba este acto era navideño, uno de los pocos momentos que tienen los presos de disfrutar de actividades musicales. Eso fue lo que hizo dudar a la gente, porque nosotros no podíamos asistir dando a entender que aquello era un acto reivindicativo, sino que íbamos a tocar en un entorno de festividad”, aclara Alegre. Finalmente acudieron. “La sensación de llevar música a toda aquella gente fue algo muy interesante”, reconoce el músico, que añade que a pesar de que el acto no fue “común”, el “significado de las canciones seguía estando sobre la mesa”.

El repertorio de canciones es amplio. Algunas letras, que son elaboradas de forma colectiva, se reparten en las manifestaciones y hacen las delicias de todos aquellos asistentes que se animan a cantar junto al coro. No obstante, Concha Colomo y David Alegre se apresuran a aclarar que “no todas las letras son suyas”, ni tampoco todas las “melodías sobre las que se apoyan”. “Aunque tenemos letras propias y música compuesta por algunos miembros de la Solfónica, también entonamos antiguas canciones protesta, como el Canto a la libertad de [José Antonio] Labordeta o L'Estaca de Lluís Llach, entre otras”, apunta el profesor de viola.

Una actuación que tienen grabada a fuego en su memoria fue la del pasado 22 de marzo de 2014, el día en que varias columnas de manifestantes procedentes de toda España confluían en Madrid en la primera edición de las Marchas de la Dignidad. Una vez leído el manifiesto, era el momento de cerrar el acto con la música del Coro de la Dignidad –formado por pequeños grupos entre los que se encontraba la Solfónica–. De pronto, la melodía se vio interrumpida por el sonido de las cargas policiales y los disparos de pelotas de goma. “Era una impotencia, una indignación enorme, ver como al fondo de la plaza, mientras nosotros estábamos cantando, los antidisturbios estaban lanzando botes de humo y persiguiendo a la gente. Pero decidimos seguir cantando, con los cuerpos rígidos por la tensión pero sin movernos del sitio”, explica Concha Colomo.

El salto a la pequeña pantalla

Pleno del Congreso de los Diputados, 11 de diciembre de 2014. El PP, valiéndose de su mayoría absoluta y con el apoyo de sus únicos socios electorales de UPN y Partido Aragonés, dio luz verde a la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida popularmente como ley mordaza. En la tribuna de invitados, un grupo de personas sigue el debate desde primera hora de la mañana. Tras las intervenciones de todos los portavoces de la oposición, el portavoz de Interior del PP en la Cámara baja, Conrado Escobar, se encamina hacia el estrado. De pronto, una canción empieza a resonar por todo el hemiciclo. “Cuando el pueblo alza su voz nadie lo puede detener, ¿sientes la fuerza de su canto que no habrán de someter?”, escuchan los parlamentarios al ritmo de La Canción del Pueblo de Los Miserables. El presidente del Congreso, Jesús Posada, ordena apresuradamente desalojar a aquellos díscolos invitados y, en apenas unos minutos, prosigue el Pleno sin la presencia de la Solfónica en la Cámara.

“La idea de cantar allí ya se había puesto sobre la mesa anteriormente, pero por problemas de fechas, dudas y no saber a qué nos ateníamos, la propuesta se apagó definitivamente”, explica Alegre. “Cuando se volvió a proponer desde No somos delito, unas cuantas personas decidimos apuntarnos en la plantilla”, apunta el músico. La organización de la asistencia a los actos se realiza a través de una plantilla, un documento de Excel en la nube: “La gente va apuntándose en el archivo a cada una de las acciones”, explica Mila Espinosa.

Concha Colomo recuerda que se pidió "el día libre en el trabajo”. “Estaba nerviosa por el hecho de que pudiéramos o no cantar. Además, yo era la que daba la voz y todo el mundo estaba pendiente de mí, entonces la responsabilidad sobre mis espaldas era muy grande”, resume la doctora.

Olga se apuntó a la acción desde Valladolid. “Llevaba mucho tiempo sin venir a Madrid. Me acuerdo del momento en el que me dijeron por WhatsApp que íbamos a cantar en el Congreso de los diputados. Decidí no decirle nada a mi madre”, detalla con una sonrisa. “Aquel día todo el mundo estaba nervioso”, explica. Las principales redes de comunicación que emplean desde la Solfónica son "un foro interno, grupo de WhatsApp, Facebook y Twitter".

Colomo cuenta que habían programado entrar en la tribuna "de dos en dos" simulando "no conocerse". "Cuando ya estábamos todos sentados, llega Olga y se pone a saludarnos", relata entre las carcajadas de sus compañeras. "Pero bueno, los de seguridad ya nos tenían fichados, porque llevábamos allí sentadas cinco horas y nadie que va a visitar el Congreso está más de veinte minutos", recalca Mariluz Santos. Todas recuerdan el momento en el que empezaron a cantar como algo "muy emocionante".

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"La música es el acto más directo"

¿Por qué protestar cantando? Olga lo tiene muy claro: "La música es, de todos los actos de protesta, el más directo", algo que permite que la gente "esté mucho más unida". Ponen de ejemplo las manifestaciones que culminaron con disturbios: "la gente se agolpaba a nuestro lado y, mientras los antidisturbios intervenían, ellos cantaban. La manifestación no se disolvía".

"Con la música podemos estar haciendo todos y todas una misma cosa y sentir que existe una unión, un vínculo, una conexión", añade Alegre. "La música tiene esa capacidad de mover aquellas partes del mundo donde las palabras se encuentran más limitadas. Tiene la capacidad de transformarnos y transformar nuestro estado de ánimo", sentencia.

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