Cultura

¿Puede el 'streaming' sostener a la industria de la música durante la crisis?

Un usuario escucha música a través de la plataforma Spotify.

Los conciertos, detenidos —y algunos pronostican que lo estarán durante meses—. Las ventas físicas, paralizadas —hasta el punto de que la asociación Promusicae ha cambiado su lista de los discos más vendidos por la de los más escuchados online—. A la industria musical, una de las más tocadas por la crisis sanitaria del covid-19 solo le queda una vía de ingresos: el streamingstreaming. Y, con los focos puestos en esta parte del pastel, el sector se enfrenta a una evidencia: el reparto de los ingresos es desigual; el diálogo con las grandes plataformas ha sido conflictivo; la mayoría de los artistas lo consideran una herramienta promocional, pero no algo que les dé de comer. Y los artistas y sellos independientes no pueden esperar más; de hecho, la crisis ha azuzado la creación de plataformas y proyectos online autogestionados. 

"Generamos un tipo de contenido que alimenta a las empresas de streaming, pero no entramos en sus números". Lo dice Dani Cantó, cofundador del sello independiente Snap! Clap! Club! y uno de los impulsores del Cuarentenafest, festival virtual que ha reunido a artistas emergentes desde el comienzo del confinamiento. Pero lo que expone es conocido en el sector. "Para la mayoría de los músicos, los ingresos por el streaming no suponen nada", coincide Adriano Galante, miembro del sindicato SMAC! (Sindicat de Músics Activistes de Catalunya). "Para nosotros", explica, "esta era una de las primeras preocupaciones cuando empezó el confinamiento. Estas son empresas que funcionan, que venden los datos de uso de la gente, que venden nuestros contenidos, pero nosotros no ganamos nada". 

"El reparto de los beneficios que produce la explotación de las obras musicales vía streaming no es justo", denuncian desde Adepi, asociación integrada por seis entidades de gestión de derechos de propiedad intelectual (incluyendo a discográficas e intérpretes, pero excluyendo a la SGAE).  "Aunque la tendencia actual es positiva", conceden, "impulsada por la vía negociadora pero también por la regulatoria, ya que desde la eclosión del entorno digital los creadores se han visto obligados a negociar desde una posición de debilidad". Adepi asegura que la amenaza de la piratería ha sido utilizada como una "espada de Damocles" que les obligaba a aceptar los términos de las aplicaciones y webs: "Acepta y firma para que tú música esté en nuestra plataforma según estas condiciones, porque si no al final estará igual, no podremos evitarlo, pero no recibirás nada".

Pagos insuficientes y mal distribuidos

El pago por reproducción de estas plataformas a los tenedores de derechos no es fijo y depende de factores como en qué zona geográfica está el usuario, de si es premium o no, y de las horas de reproducción que acumule el músico: a más horas, más pago por reproducción. Esto ha hecho que el cálculo de cuánto ingresa un sello o un artista cada vez que un usuario reproduce su música sea especialmente opaco, y no poco confuso.

Estos son los datos que ofrecía en marzo The Trichordist, un blog comunitario estadounidense que defiende los derechos de los artistas y que desarrolla anualmente una de las tablas más precisas sobre el asunto: por cada reproducción de una canción, Spotify pagó en 2019 0,0032 euros a los tenedores de los derechos; para ingresar 1.000 euros al mes, un grupo tendría que tener 312.000 reproducciones (sin tener en cuenta luego el reparto entre dicográfica y artista). Youtube, por su parte, paga en su programa Content ID solo 0,00020 por reproducción; para obtener esos mismos 1.000 euros, el grupo tendría que llegar a los 5 millones de reproducciones. Puesto que el pago no es fijo, estas cantidades son una media. Otras plataformas, como Amazon Unlimited o Deezer, pagan algo más por reproducción, pero Spotify (empresa sueca) y Youtube (dependiente de Google) son las principales compañías del mercado.

Adepi señala que no todas las plataformas son iguales. El modelo de Youtube, explica un portavoz, se basa en que los usuarios generen y suban contenidos a la plataforma, beneficiándose luego de la publicidad. "Estas plataformas", dicen, "eluden pagar adecuadamente a los creadores, alegando que [ellas] no son responsables del contenido que distribuyen". Esto afecta directamente al conocido como value gap,value gap la diferencia entre el valor de la música que explotan las plataformas y lo que paga por ella a los creadores, una cifra que cambie mucho de una empresa de streaming a otra. "Por ejemplo", dicen desde Adepi, "YouTube paga menos de un euro por usuario y año; en contraposición Spotify paga 18 veces más". 

Tampoco es equitativo el reparto entre sellos, editoriales, autores y ejecutantes. Un estudio de ADAMI, sociedad francesa de artistas intérpretes o ejecutantes (en España, su equivalente sería AIE), concluía en 2014 que los 10 euros al mes que puede costar la suscripción a una plataforma se reparten de la siguiente manera: 6,54 euros para los intermediarios (70% para los productores y 30% para la plataforma), 2 euros a impuestos, 1 euro para derechos de autor (pagados a autores y editores), y 0,46 euros para los intérpretes.

Un nuevo panorama

Curiosamente, el confinamiento no ha disparado el consumo de música online como sí ha hecho con el de cine o series. En la primera semana de estado de alarma se produjo

una caída del 11%, según datos de Promusicae y de la empresa de estudios de mercado Gfk. Esto, unido al desplome en la inversión publicitaria, algo que se produce de manera generalizada desde el inicio del confinamiento global, afectará a los ingresos de los artistas. Plataformas como Spotify o Youtube no ofrecen un pago fijo por reproducción a sus artistas, sino que más bien reparte lo recaudado las cuotas de sus usuarios premium y sus ingresos publicitarios. "Se estima que los ingresos procedentes de las plataformas de streaming se reduzcan a causa de esta crisis en al menos 50 millones de euros", lamentan desde Adepi, que recuerda que simultáneamente, con la crisis sanitaria, estos pagos por los derechos de autor "pueden convertirse para muchos una cuestión de supervivencia".

Lo que sí que han crecido, hasta el punto de convertirse en una actividad cultural más del encierro, han sido los conciertos online, un magro parche para la música en vivo, que con sus 355 millones de euros de negocio en 2018 superó ampliamente los 237 millones de la música grabada. Pero estas actuaciones, ofrecidas por músicos y discográficas a través de redes sociales como Instagram y Youtube, también plantean problemas: al fin y al cabo, los creadores generan un contenido que explota la plataforma. Y no es una cuestión solo de derechos de autor: "Es un tema que tiene que regularse en cuanto a las obligaciones con la Seguridad Social, y no está regulado", critica Guillem Arnedo, de la Plataforma Estatal para la Música, "aunque sea una novedad tenemos que trabajar en estos aspectos". Los músicos están teletrabajando, de alguna forma, para plataformas, discográficas, festivales o marcas, pero no está regulada ni su situación laboral ni su remuneración.

Un debate nunca resuelto

"Existía un debate previo a esto", explica Iñaki Gaztelumendi, director de la secretaría técnica de ESmúsica, Federación de la Música de España. En los últimos años, el sector ha sufrido, explica, una "reconfiguración del equilibrio de poder": entre 2013 y 2018, el mercado digital ha pasado de generar el 40% al 71% de los ingresos en España, según el anuario de la SGAE a partir de datos de Promusicae, convirtiéndose en "el elemento más importante de la economía vinculada a la música grabada". "Lo que se temía es que pudiéramos reproducir el desequilibrio del reparto y las relaciones de poder de la era predigital", admite Gaztelumendi, que asegura que ha habido avances: "Hasta hace poco prácticamente no había distribución [de ingresos por los derechos], ha habido una lucha importante entre los productores de contenidos [artistas, discográficas y editoriales] y las plataformas, pacificada por las legislaciones europeas y estadounidenses". 

"A nuestros artistas, las plataformas les dan visibilidad porque permiten que cualquiera tenga acceso a tu música, pero no suponen una retribución monetaria", explica Dani Cantó, de Cuarentenafest y Snap! Clap! Club!, que trabaja con artistas emergentes —Confeti de odio, Melenas...— que "cuando giran apenas cubren viajes y funcionan como promotores, alquilando las salas en las que tocan".  Lo mismo defiende Adriano Galante, miembro también de la banda Seward: "La presencia en redes sociales y en plataformas se suele entender como un trabajo que hay que hacer por promoción, pero al final te pasas los días jugando a la lotería a ver si algo se hace viral". Si no, no ingresan, aunque las plataformas y redes siguen disfrutando del contenido. Precisamente por eso su grupo decidió no estar presente ni en unas ni en otras. 

Promoción, negociación, autogestión

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Ambos consideran que la situación del confinamiento es un momento ideal para retomar la discusión. "Tenemos que empezar a presionar a las plataformas: si quieren que sigamos generando contenidos, queremos mejores condiciones", defiende Dani Cantó, que critica también a las marcas y a las cadenas de televisión que en estos días piden conciertos online y colaboraciones sin querer pagar nada a cambio. "Los que se sientan a la mesa con las plataformas son las grandes major, que son quienes van a decir: 'Vale, pero a nuestros artistas les pagas más'. ¿Y nosotros? Si esperamos, puede que hasta dentro de año o año y medio no tengamos ingresos". 

Pero Adriano Galante, de SMAC!, considera que la organización colectiva de los artistas no es, por el momento, lo suficientemente sólida, y apuesta por la autogestión. Este sindicato planea lanzar en las próximas dos semanas lo que han llamado una Red Musical de Apoyo Mutuo, una plataforma online en la que los artistas —y los sellos independientes, a quienes no les cierran las puertas— puedan relacionarse de manera directa con el público: los primeros ofrecerían contenidos exclusivos y los segundos pagarían por ellos teniendo la certeza de que su dinero beneficia solo a los productores de contenidos y estableciendo una relación cercana con los músicos. Aunque lo consideran una "caja de resistencia" que salve la crisis, SMAC! confía en que la iniciativa pueda "marcar la línea a seguir tras el confinamiento". 

Por ahora, y sin que se haya iniciado un diálogo entre los distintos sectores musicales, las entidades de gestión de derechos y las plataformas, los creadores ya han tomado la iniciativa. Cuarentenafest ha recaudado donaciones de espectadores durante estas semanas, que ha repartido entre los artistas —sin que la organización ingresara nada—. La plataforma Bandcamp permite realizar pagos directos a los creadores, que les llegan prácticamente íntegros. "Creo que nos estamos dando cuenta de que no hemos tenido capacidad de negociación para controlar nuestros contenidos", apunta Galante, "y está claro que no podemos seguir haciendo vídeos de Instagram esperando a que alguien nos compre un disco. Es el momento de hacer propuestas". 

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