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En buena compañía: 'Company' en el Soho de Málaga

Antonio Banderas, en una escena de 'Company'.

Alberto Mira

Todos los que creemos en la relevancia, la fuerza o el valor estético del teatro musical, estamos entusiasmados con el proyecto del teatro Soho Caixabank en Málaga, liderado por Antonio Banderas. Banderas por supuesto protagonizó en Broadway el show Nine, una adaptación de Fellini 8 ½, por el que obtuvo una nominación al Tony al mejor actor. Nine, como A Chorus Line (el primer proyecto de Soho Caixabank, que sigue representándose en Madrid) o Company, que se representa en Málaga hasta el 3 de abril antes de iniciar una gira, pertenece a un selecto grupo de musicales, como On the Town, Candide, El violinista en el tejado, Cabaret, Pacific Overtures, Assassins, o Ragtime, innovadores, relevantes, que exploran estéticas y contenidos.

Se trata de espectáculos con raíces en la mejor tradición de Broadway que dialogan con sus espectadores más allá del simple entretenimiento. Sobre todo, hablamos de teatro musical: el énfasis está en lo dramático. Y como toda obra de teatro sustancial, construir experiencias dramáticas a partir de estos textos presenta desafíos que requieren atención, inteligencia y talento. 

El número de aficionados al teatro musical en España crece constantemente, y España es de los pocos países que están haciendo una apuesta fuerte por un modelo de teatro que no siempre se asimila bien fuera del contexto anglosajón. También tiende a haber una perspectiva un tanto limitada sobre el género, dado que los mejores musicales no siempre se han traducido y la apreciación se basa mucho más en la efectividad escénica o el espectáculo que en la sustancia dramática. Esto hace que se conozca mejor El fantasma de la ópera que, por ejemplo, Passion igualmente operática en su estilo y ambiciones. Acometer lo mejor del género en español, decir que hay vida más allá de la recopilación de canciones de alguna estrella pop, y hacerlo de manera consistente, puede contribuir a que se dé un paso más a la hora de valorar el género y enriquecer nuestra cultura teatral: si los shows estrictamente comerciales pueden crear un gusanillo, también pueden preparar a los espectadores para una experiencia más compleja, en la cual música y el texto vayan encaminadas a explorar algo de ellos mismos.

El buen teatro tiene que contar algo, tiene que llegarnos más allá de la epidermis, hacernos pensar, vernos reflejados, hurgar en nuestras contradicciones emocionales o incluso políticas. El mejor musical no es, por ello, el que abruma, es que interpela. Todos los decorados del mundo, las músicas más pegadizas, el carisma de las estrellas, esto resulta baladí si no se nos quiere decir algo y si no se ha pensado en cómo decirlo. Para eso hay que entender el texto. Y en el centro de esa tradición está el trabajo de Stephen Sondheim y sus colaboraciones con libretistas, directores, diseñadores y actores. 

Aunque trabajó en un género comercial, desde los inicios de su carrera Sondheim siempre creyó que había un espacio para la innovación, y para ello tuvo la complicidad de sus colaboradores. Company fue su cuarto espectáculo teatral como compositor (el primero, Saturday Night, no llegó a estrenarse). Llegaba tras el fracaso de Anyone Can Whistle y la frustración que supuso su colaboración con Richard Rodgers en Do I Hear A Waltz?. En 1969 Sondheim podría haber hecho muchas cosas. Incluso podría haber puesto la mirada en Hollywood, algo que siempre le tentó. Y sin embargo, su amigo George Furth había escrito una serie de obras breves sobre parejas casadas en la que otro amigo, el productor y director Harold Prince, vio el potencial para un musical. El personaje de Bobby era lo que los textos de Furth requerían para funcionar como un todo: se trataba de introducir en cada dramatículo a un espectador. Dado que el tema central era el matrimonio, tenía sentido que ese espectador no estuviera casado, y de ahí se pasó a un debate platónico sobre el matrimonio, sus pros y sus contras, visto desde fuera, en el que el protagonista se pregunta: “¿Qué gana uno?”. Aunque Company conserva elementos del espectáculo arrevistado, que es una de las bases del musical de Broadway, el protagonista principal acaba siendo Bobby: su escepticismo frente a lo que ve, su necesidad de independencia, su miedo al compromiso. Así nace Company

El espectáculo tiene más preguntas que respuestas. Cada una de las viñetas parece preguntarnos, a nosotros y a Bobby, si queremos estar en esa situación. Aunque se nos invita a la empatía, muchas de esas situaciones son cómicas y un poco absurdas. En su estreno se sugirieron las mismas dudas que los críticos habían expresado frente a ¿Quién teme a Virginia Woolf?: que se trataba de una obra anti-matrimonio escrita por homosexuales. Harold Prince siempre ha insistido en que en realidad la obra es muy pro-matrimonio: la obra afirma la necesidad de compañía más allá de los problemas que ésta implique. Otra cosa es que los críticos se vieran demasiado reflejados y no se gustasen a sí mismos. 

Lo que realmente se sugiere es que a pesar de que todas estas cosas suceden, esto no invalida el hecho de que, por citar el último número, “estar solo es estar solo, no vivo”. De hecho ese número tuvo un parto difícil. El primer impulso de Sondheim fue acabar con un número cínico (Happily Ever After), y cuando se le dijo que no era el final adecuado propuso otro agridulce, Marry Me A Little. En algunas producciones éste último se añade al final del primer acto marcando un paso intermedio en la evolución de Bobby. Aquí, con buen criterio, se ha evitado. No necesitamos ese número ahí, la epifanía que produce Sentirse vivo, que fue el número que finalmente se incluyó es más efectiva sin él. Y el paso intermedio está suficientemente marcado en el diálogo entre Amy, que manifiesta terror al matrimonio en una desternillante canción que borda Anna Moliner, y Bobby. Marry Me A Litle habría sido redundante. Se trata de una excelente canción, pero en un musical de Sondheim que la canción sea “buena” no debe contar más que su efectividad dramática. 

El musical significa cosas diferentes para público diferente porque una interpelación es sólo la mitad del proceso comunicativo: el espectador de Company no sólo disfruta, entiende, se encuentra a sí mismo en momentos de ambivalencia o error. Banderas y su equipo dialogan con el clásico manteniendo su carácter de interpelación, sin reblandecer la obra o limar sus asperezas. De todas las obras en las que participó Sondheim, Company es la que se presta más a intervenciones o actualizaciones: aunque el dramaturgo resistió las demandas de hacer un Bobby gay, accedió a la propuesta de la directora Marianne Elliott para convertir a Bobby en una mujer, por lo demás la obra ha recibido montajes que actualizan el periodo en el que sucede la acción, montajes que subrayan su carácter de fantasía, montajes que prefieren la sucesión de números. En el caso de la producción de Soho Caixabank, el protagonismo de Banderas ha empujado el show hacia una reflexión sobre el tiempo y la edad. En otras producciones, Bobby recuerda o imagina, y así sucede aquí, sólo que ahora recuerda o imagina un pasado que no es inmediato. El Bobby que aparece al principio con sus gafas de sol podría ser un famoso actor de Hollywood, o alguien que ha triunfado en la vida pero que mira hacia atrás y siente que hay cosas que han quedado pendientes, decisiones que no se tomaron. Y se pregunta, como muchos nos preguntamos, por qué. Banderas está extraordinario como Bobby: es una interpretación en la que sin duda ha jugado con materiales de su propia experiencia.

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Y si uno tiene una idea central, si uno tiene una manera de sentir el personaje y construirlo desde una perspectiva individual, las decisiones se toman en torno a esa idea convirtiendo el espectáculo en algo complejo, lleno de matices. El otro elemento que la producción ha preservado es la centralidad de Nueva York: Company no podría haber sucedido en otro lugar. En 1970 Nueva York era el tipo de lugar donde estas vidas se entrecruzaban, donde estos sueños eran parte de la experiencia. 

En este montaje, bien planeado, espléndidamente diseñado, los elementos funcionan independientemente: la estructura nos invita a que cada número tenga que ser extraordinario. Así, Marta Ribera acomete esa tragedia de la vida moderna que es Las damas que almuerzan con nervio y vísceras, las tres novias de Bobby expresan su exasperación ante su incapacidad de compromiso en el número Tú enloqueces a la gente y los maridos sacan su machismo interior, algo vulgar y muy plausible, en Tengo una chica para ti. La partitura es de las más ricas en la historia del musical de Broadway: el sonido es plenamente de los setenta, en algunos momentos recuerda a Burt Bacharach, pero existen influencias de los ritmos latinos de Cole Porter, de los trabalenguas de Rossini o Gilbert y Sullivan, de las canciones meditativas de Harold Arlen, las armonías de las Hermanas Andrews, de las elegantes líneas melódicas de George Gershwin o la sencillez de Irving Berlin. Pero nada funcionaría si no hubiera una idea, una gran fe en que lo que se hace tiene un peso, una solidez, que nos habla de nuestras vidas, de cosas que no nos han pasado, de cosas que nos pasarán o incluso de lo que realmente vivimos. 

No sabemos qué nos espera en futuras producciones. Iniciar la singladura del proyecto con A Chorus Line, demostró una preferencia por seleccionar los mejores materiales y hacerlos funcionar con un resultado extraordinario. Continuarlo con Company demuestra que no se trataba de un intento aislado. Poder ver a Sondheim representado en nuestros escenarios ha sido durante décadas un sueño para aficionados que no siempre ha sido posible cumplir. Pero sobre todo resulta esperanzador ver que existe un interés por diversas formas de teatro musical como una experiencia dramática que podemos disfrutar.

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