FEMINISMO

Un año del 'Se Acabó' de Jennifer Hermoso: lecciones aprendidas y asignaturas pendientes

Concentración en apoyo a Jenni Hermoso, a 1 de septiembre de 2023 en Motril, Granada (Andalucía, España).

Sin concederle siquiera tiempo al festejo propio de una victoria mundial, Luis Rubiales consiguió hace un año la proeza de tornar en violencia la celebración. Lo hizo ante millones de miradas, con la certeza de que contaría con la aceptación social de un mundo anestesiado ante la violencia que sufren las mujeres. No fue exactamente así: aquel beso no consentido contra la jugadora Jennifer Hermoso supondría un cambio de paradigma sin precedentes no sólo en el mundo del fútbol, sino también en las calles.

Los medios siguen sin estar a la altura

Fue un domingo de pleno agosto. Las jugadoras españolas conquistaron Sídney (Australia) y el entonces número uno de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) truncó el júbilo compartido con un acto que muchos no leyeron como violento. Fueron gran parte de los medios de comunicación quienes en un primer momento excusaron al expresidente, enterrando la agresión bajo el telón de un gesto espontáneo y fraternal.

La periodista de La Sexta Deportes María Martínez habló de "un gesto producto de la euforia del momento", Manolo Lama señaló ante los micrófonos de La Cope que quienes "se cabrean es porque nunca les han dado un beso a ellas" y Juanma Castaño asintió ante las palabras que el propio Luis Rubiales expresaba en su programa: "No hagamos caso de los idiotas y de los estúpidos. No estamos para gilipolleces", decía entonces el expresidente, ante el aval del conductor de El Partidazo de Cope. Muchos se disculparon públicamente, pero la mecha había prendido. El periódico As llevaba a primera plana lo sucedido, trasladando la responsabilidad sobre las espaldas de la víctima: "Jenni deja caer a Rubiales", sentenciaba el diario deportivo.

¿La cosa ha cambiado un año después? No del todo. El diario Marca se inclina por tildar de "beso polémico" el acto judicializado, con motivo del aniversario: "¡Se cumple un año del beso más polémico de la historia del fútbol: El de Rubiales a Jenni Hermoso!", publica este martes el rotativo. No son pocos los medios que han optado por poner el foco en cómo el beso ha cambiado la vida del presunto agresor, obviando el daño a la víctima, e incluso los hay que recuperan el término piquito, un concepto que empaña e infantiliza la violencia ejercida.

Negación y silencio cómplice

La idea de que se trató de un gesto espontáneo, inocente y amistoso empezó a hacer aguas enseguida. La Federación intentó en vano que la propia víctima se alineara a favor de su presunto agresor, el líder de la entidad aceleró un comunicado público confuso y errático, mientras comenzaban a emerger las voces que desafiaban el relato oficial introduciendo una premisa: aquel beso no consentido era en realidad violencia.

Y ante el señalamiento, la reacción. Rubiales se atrincheró en su puesto e hizo gala del manual del perfecto machista. En un discurso ante un auditorio repleto, el entonces número uno de la institución se negó a dimitir, habló de "falso feminismo", se aferró a que lo sucedido no fue más que un "pico consentido" y se presentó como la verdadera víctima de una suerte de cacería. En lugar del reproche inmediato de quienes escuchaban, el protagonista recibió aplausos.

A pesar del revulsivo que sacudía al fútbol español, fueron muchos los que asistieron inmóviles al transcurrir de los días, parapetados en la comodidad de un silencio que les colocaba como cómplices. Los compañeros hombres de Jennifer Hermoso optaron por callar, dejando al descubierto los engranajes del llamado pacto entre caballeros que da alas a la violencia contra las mujeres. Aquel estrepitoso silencio no era en realidad extraño, sino la tónica general en el mundo del fútbol, incapaz de reaccionar ante expresiones de violencia machista, homófoba o racista. Frente a la bancada masculina, sin embargo, se alzaron las mujeres, dispuestas a impugnar a las voces de la industria que llevaban demasiado tiempo dándoles la espalda.

En colectivo, mejor

La lección quedó clara enseguida: en colectivo y organizadas, mejor. Jennifer Hermoso decidió canalizar la batalla a través de su sindicato, Futpro, la organización que le dio cobijo y respaldó sus palabras desde el primer momento. Y fue gracias a la organización colectiva que se construyó un muro de contención al machismo rampante de aquellos días: decenas de jugadoras se sumaron a la pelea, entendieron que la violencia contra su compañera las interpelaba a todas y unieron sus voces para ejercer presión.

El objetivo era claro: la reparación de la víctima en primer término, pero no sólo. Las jugadoras pelearon por la depuración completa de una estructura que llevaba años discriminando y menospreciando a las futbolistas. Querían cambios palpables, una reestructuración completa de los órganos directivos y la garantía de no repetición. Y lo consiguieron.

Poco antes de hacerlo en un comunicado común, las futbolistas fueron expresando su apoyo sin matices a la víctima. "Esto es intolerable. Se acabó. Contigo compañera", tuiteó la centrocampista Alexia Putellas. Estaba abriendo sin saberlo la puerta a un nuevo grito colectivo.

La fuerza de las mujeres

Y así fue como de pronto infinidad de mujeres vieron en Luis Rubiales el rostro de su agresor y se plantaron ante él. Las feministas llenaron sus pancartas con el lema Se acabó y salieron a las calles. Miles de mujeres anónimas verbalizaron la violencia que habían sufrido en sus casas, en sus centros de trabajo y en los bares. Los comentarios incómodos, los tocamientos no consentidos, la violencia enquistada detrás de lo que otros habían osado en llamar besos robados. 

Si el MeToo y el Cuéntalo habían supuesto la construcción de un relato compartido, internacional y desgarrador, el Se acabó se constituyó como la consecuencia lógica de la denuncia: el camino hacia un horizonte esperanzador. "Primero fue la creación de memoria colectiva y ahora es la sensación de resarcimiento", resumía entonces la periodista Cristina Fallarás.

El debate jurídico

"La Ley de Libertad Sexual establece que agresión es todo acto sexual sin consentimiento. No es la fuerza, violencia o intimidación ejercida —o que se consigue demostrar— lo que nos permite hablar de agresión sexual, sino la ausencia misma de consentimiento", señalaba poco después de los hechos la por entonces todavía ministra de Igualdad, Irene Montero.

El beso como objeto de agresión tuvo, además, un importante simbolismo. Si en las manifestaciones tras la sentencia de La Manada las feministas insistieron en que una violación no siempre viene determinada por la existencia de violencia, lo que se trataba de expresar ahora era que una agresión sexual comprende mucho más que una violación. Los besos, los roces, los tocamientos, cuando no media consentimiento, también son violencia. La pedagogía que trataron de hacer una vez más las feministas con el caso fue especialmente significativa, en un momento de descrédito del feminismo, debate en torno a la noción de consentimiento y de cuestionamiento de leyes como la del sólo sí es sí.

En ese contexto, brotó una discusión jurídica sobre las consecuencias penales de los hechos, hasta que llegó la noticia a principios de septiembre: la Fiscalía de la Audiencia Nacional presenta una querella contra Luis Rubiales. El ministerio público pide dos años y medio por un delito de agresión sexual y otro de coacciones. El juicio dará comienzo el 3 de febrero de 2025.

En medio del debate jurídico y los pronósticos a futuro, un apunte: el pasado mes de marzo, el Tribunal Supremo sentenció que dar un beso sin consentimiento expreso es un delito contra la libertad sexual. Lo hizo tras confirmar la condena contra un policía que había besado a una detenida sin su consentimiento en los calabozos. "El contacto fugaz de un beso no consentido supone una invasión corporal del autor sobre la víctima", determinaron los magistrados. En algo menos de seis meses, los tribunales se pronunciarán sobre lo ocurrido aquel agosto de 2023 en Sídney.

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