IGUALDAD

Un mes para el 8M: cinco razones por las que el feminismo vuelve a la calle tras dos años de pandemia

Dos personas pasan delante de 'El mural feminista', en Madrid, vandalizado ya en dos ocasiones.

Ya no se encuentran en las calles, ni se abrazan en las asambleas, ni comparten café tras las reuniones. Las feministas se han amoldado a la pantalla, a las videollamadas y han asumido que el compromiso militante no puede ser siempre masivo. Atrás quedan las multitudes. La pandemia ha mitigado el fervor de las convocatorias pasadas, y pese a ello ahí sigue el movimiento feminista: cogiendo con fuerza el megáfono y llamando a tomar las calles.

Queda un mes para el 8M. Una fecha marcada en el calendario, capaz de adquirir una relevancia solo comparable a otras convocatorias que resisten cada año como el Primero de Mayo o el Día del Orgullo. No son tantas las efemérides que consiguen acaparar las miradas de todo un país. El movimiento feminista lo ha conseguido con el 8M. Este año, las activistas están decididas a salir a las calles, convencidas de que las razones para hacerlo siguen más vivas que nunca. En Madrid, la manifestación partirá a las 19:00 horas desde Atocha hasta Colón; en Zaragoza se celebrará una manifestación por la mañana, ligada a la huelga estudiantil, y otra por la tarde. En Sevilla, los planes apuntan a una manifestación unitaria del movimiento feminista, en otras ocasiones fragmentado. Cada territorio ultima ya sus preparativos.

El desafío de la pandemia

Si hay algo que ha cargado de razones al movimiento feminista, ese algo ha sido la pandemia. La crisis ocasionada por el coronavirus ha reforzado la premisa sobre la que se sostiene el feminismo: los cuidados, ejercidos fundamentalmente por mujeres, son esenciales. La primera huelga que organizó el movimiento feminista fue más allá del plano laboral y entró de lleno, precisamente, en los cuidados. Con la pandemia se ha hecho mucho más evidente el sentido de sus reivindicaciones

Pero no solo se trata de los cuidados. Pensar en la crisis del coronavirus es también evocar el "empobrecimiento de las mujeres, el desempleo femenino y la falta de conciliación". Habla Elena Tomás, portavoz de la Comisión 8M de Zaragoza. La activista recuerda también que salir a la calle significa una vez más recuperar a las que están en los márgenes: las trabajadoras del hogar, las migrantes en situación irregular, las desempleadas. Políticas como el plan Me Cuida o la reforma laboral, señala la activista, pueden servir a algunas, "pero deja a otras muchas mujeres fuera". 

Charo Luque milita desde hace más de dos décadas en el seno del movimiento feminista de Sevilla. La pandemia, sostiene, "ha agudizado la violencia contra las mujeres en todos los ámbitos", también para las víctimas de explotación sexual, de violencia institucional y económica. "La violencia se ha expresado en todos sus prismas". 

Los problemas no desaparecen

El pasado año se cerró con 120.813 denuncias por violencia de género; 16.587 usuarias del Servicio Télefónico de Atención y Protección a las víctimas de la violencia de género (ATEMPRO); 2.582 dispositivos electrónicos de seguimiento activos y 44 víctimas mortales de la violencia machista. Las cifras siguen retratando un problema que se ha demostrado estructural y que persiste en el tiempo. Pero además han emergido formas de violencia silenciosas que dan cuenta de las dimensiones de la violencia contra las mujeres: agresiones sexuales en manada, sumisión química, violencia de control. Motivos de sobra para salir a las calles.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), las mujeres de todo el mundo hacen al día dos horas más de trabajo no remunerado que los hombres. Y el promedio de participación femenina en el mercado de trabajo es un 20% más bajo respecto al de sus compañeros varones. 

El índice de igualdad elaborado por el Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE), publicado el pasado mes de octubre, dibuja algunas asignaturas pendientes, como el reparto de las tareas domésticas. Quienes cuidan y educan a las personas dependientes son, en su mayoría, mujeres: un 40% de ellas lo hace diariamente, frente a un 28% de los hombres. Tras la puerta de la cocina está, con diferencia, el mayor abismo entre ellas y ellos. Un 84% de las mujeres dice cocinar y desempeñar otras tareas del hogar todos los días, mientras que cuando se trata de los hombres el porcentaje cae a la mitad (42%). El mismo barómetro confirma que la brecha salarial está presente desde la entrada en el mercado laboral y se va engrosando en las edades más avanzadas. La Unión Europea ha advertido de que faltan tres generaciones para lograr la igualdad de género.

Derechos en riesgo

Y mientras los mismos problemas persisten, la extrema derecha avanza. "Tenemos concentraciones antiabortistas y campañas en las marquesinas" que ponen en tela de juicio los derechos conquistados, lamenta Elena Tomás. "El hecho de que la extrema derecha avance hace que las demandas feministas retrocedan", añade la activista, quien alerta del riesgo sobre derechos que se creían consolidados. Patricia Aranguren, portavoz de la Comisión 8M de Madrid, añade que, en un contexto de crisis, la ultraderecha "instrumentaliza la rabia de la gente" y se hace fuerte. La expresión de esa fortaleza no está solo en el auge de homilías negacionistas de la violencia de género, sino en terrenos como "las campañas contra los menores extranjeros o los discursos de odio que alientan las agresiones LGTBI". Desde el feminismo y los movimientos sociales, completa la activista, está presente la "responsabilidad de hacer frente a la extrema derecha".

Charo Luque coincide en que las mujeres "no pueden nunca dar por consolidadas sus conquistas", así que conviven con la obligación permanente de estar siempre en guardia. "La ultraderecha, o la derecha sin antifaz, está ahí y hay que combatirla", subraya. Pero añade lo que entiende como discursos alternativos que ponen palos en las ruedas, quizá más sutiles, más difíciles de identificar, pero igualmente peligrosos. "Hay un discurso posmoderno que merma las reivindicaciones de las mujeres, las pone en entredicho y en peligro", asiente. "La reflexión es que no solo las reivindicaciones de las mujeres están en peligro por la extrema derecha".

Mantener el relevo generacional

Las manifestaciones multitudinarias de hace cuatro años estuvieron marcadas, indudablemente, por la implicación activa de las generaciones más jóvenes. Salir a la calle para persuadirlas, para mantener intacto su fulgor, es tarea también de las feministas este año. "Al principio había mucha gente joven ligada al movimiento estudiantil, pero luego se fueron quedando en las universidades e institutos", observa Aranguren. Este año, sin embargo, el movimiento feminista parece estar recuperando fuelle: "Ya no tenemos la sensación de ser las mismas de siempre ni cada vez menos, hay mucha gente nueva que viene con ganas", agrega. Después de dos años de pandemia, el activismo feminista quiere "volver a una manifestación grande, a tener sensación de reencuentro". 

Es precisamente una de las fortalezas que dotan de sentido al feminismo. "En los últimos cinco o seis años hay una mayor participación de mujeres jóvenes, ha sido muy representativo en estos años", percibe Luque. Incorporar a las mujeres jóvenes es un logro que el movimiento feminista no debe descuidar. "Hasta ahora, no había implicación suficiente de los sectores jóvenes", pero en el último lustro eso ha ido cambiando. Para Luque, tiene que ver con una sensación de que "todo estaba conseguido", unida a la constatación de que no era así. Blindar la igualdad formal fue un éxito, pero algo sucedió con las expectativas de las mujeres jóvenes cuando se percataron de que aquello no se traducía en mejoras materiales. Ahí entraron en acción.

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"Hemos visto que no estar de forma activa en la calle es un perjuicio para las mujeres", concluye Luque. Salir a la calle es también apelar a las generaciones encargadas de tomar el relevo.

No perder de vista los logros

Si los retos cargan de razones a las feministas, los avances les dan fuerzas para seguir. "Es importante tener en cuenta que hemos conseguido avances", destaca Elena Tomás. A las victorias a veces no es fácil ponerles cifras y no suelen salir en informes de organismos internacionales. Pero están. "Hay cosas que no han cambiado de manera tácita, pero hemos conseguido que la gente reflexione, que la violencia sexual se ponga de manifiesto, que entendamos lo que es la cultura de la violación", defiende la activista, quien recuerda casos como el clamor contra el entrenador del Rayo Vallecano Femenino por jalear una violación.

"Los logros se van consiguiendo poquito a poco, porque aspiramos a un cambio muy grande", recuerda Aranguren. Pero hay logros: "El más evidente es que se hable de temas de los que antes no se hablaba", coincide la activista. Entrar en el debate, en los medios, en las instituciones, señala, es una conquista. Hablar de que queda un mes para el 8M es una victoria. "Cambiar la forma de pensar de la gente es sembrar la base para un futuro a diferente a largo plazo", vaticina la activista.

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