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El acceso al aborto es cada vez más difícil en Croacia

Imagen de archivo de una manifestación a favor del aborto en Milán, Italia.

Simon Rico (Mediapart)

Zagreb (Croacia) —

El embarazo de Mirela Čavajda había empezado de maravilla, pero tras seis meses de felicidad e ilusión, el sueño se convirtió en una pesadilla: a finales de abril de 2022, durante un examen de rutina, la futura madre se enteró de que su bebé tenía un grave tumor en el cerebelo. Ese día, los médicos le advirtieron de que las posibilidades de supervivencia al nacer del bebé, al que ya llama Grga, eran casi nulas. Y aunque así fuera, el bebé sufriría malformaciones muy graves. 

Destrozada, Mirela, profesora de yoga de unos treinta años, decidió abortar y acudió a varias clínicas de Zagreb, donde vive. Dada la evolución de su embarazo, se trataba de una urgencia. Pero recibe siempre la misma respuesta: los ginecólogos se niegan a realizar la operación, ya que no la consideran adecuada. Sin embargo, la legislación croata garantiza el derecho a abortar más allá del plazo legal de 10 semanas "si la salud de la mujer o del feto está en grave peligro". 

Las cuatro comisiones médicas que examinaron el caso de Mirela Čavajda hicieron caso omiso de la cuestión, pidiendo más pruebas para asegurarse de que su aborto era adecuado. Nunca tuvieron en cuenta que, con el embarazo tan avanzado, la intervención era cada vez más arriesgada. "Mi cliente no recibió ninguna ayuda ni asesoramiento. Los médicos se limitaron a decirle que se fuera a casa y buscara en Eslovenia", declaró su abogado, indignado, a los medios de comunicación croatas. 

Los médicos nunca se ha preocupado por el sufrimiento físico y moral de Mirela Čavajda. Ante tal muro, publicó una conmovedora carta en las redes sociales. "Esperar a que Grga muera en mi vientre o dar a luz para verle morir [...] sería puro sadismo", escribió. Su texto, ampliamente difundido, provocó un escándalo nacional. Incluso el presidente Zoran Milanović, cada vez menos progresista en sus declaraciones públicas, lo denunció como un ejemplo de la "regresión conservadora" que está viviendo Croacia.  

Tras varios días de polémica, Mirela Čavajda recibió finalmente el permiso para interrumpir su embarazo de alto riesgo el 11 de mayo. El ministro de Sanidad, Vili Beroš, también criticado, lo anunció personalmente. 

Al día siguiente, miles de personas se reunieron en Zagreb y en varias de las principales ciudades croatas en solidaridad con Mirela. "Únete a nosotros, para decir alto y claro 'BASTA' a los juegos políticos a costa de la salud de las mujeres", decía la convocatoria. Los antiabortistas contraatacaron dos días después con su gran "Marcha por la Vida", organizada por séptimo año consecutivo.

 Una prioridad para los grupos fundamentalistas en Croacia

El caso de Mirela Čavajda es sintomático de las crecientes amenazas al derecho al aborto en Croacia. Una situación que no es ni mucho menos nueva, pues los primeros golpes contra este derecho fundamental fueron asestados ya en el momento de la independencia, en 1991, por movimientos antiabortistas muy cercanos a la influyente Iglesia católica. 

Durante la guerra se produjeron manifestaciones para exigir la derogación de la ley de 1978, adoptada durante la época yugoslava y transpuesta tal cual en la nueva Constitución. Una petición en este sentido recogió decenas de miles de firmas. A pesar de la fortísima presión, el gobierno nacionalista-conservador se abstuvo de legislar, y todos los que siguieron se mantuvieron cautelosamente en la misma línea. 

El aborto pasó a un segundo plano en la década de 2000, pero volvió a ser una prioridad para los grupos fundamentalistas de Croacia hace una década. Cada año, el periodo de Cuaresma se transforma en una campaña diaria masiva para conseguir su prohibición. "Todos los días se celebran manifestaciones y oraciones frente a los hospitales del país que practican abortos", afirma Ivana Perić, del colectivo feminista Faktiv. 

Denominada "40 dana za život" ("40 días por la vida"), esta iniciativa cuenta con el apoyo de dos influyentes asociaciones, U Ime Obitelji ("En nombre de la familia") y Vigilare. Se trata de una adaptación local de la campaña "40 días por la vida" lanzada en 2004 en Texas "en respuesta a la violencia del aborto". 

En Croacia, el 86% de la población se identifica como católica y la Iglesia, poderosa y conservadora, desempeña un papel social y político de primer orden. "Toda Croacia está bajo su control", afirma Dorotea Šušak, directora del Centro de Estudios de la Mujer, lamentando "la visión tan patriarcal de la sociedad que promueve esta institución". "En la escuela, por ejemplo, se enseña a los niños educación religiosa, pero todavía no hay educación sexual", continuó. Y añade: "¡Los croatas son más católicos que el Papa! 

"En la época yugoslava éramos más libres", dice la ginecóloga Jasenka Grujić, señalando la influencia cada vez mayor del clero católico ultraconservador en la sociedad croata. Esta ginecóloga, septuagenaria, es ahora una de las pocas de su profesión que se atreve a pronunciarse públicamente a favor de la interrupción voluntaria del embarazo. ¿La razón? “Muchos de mis colegas consideran que el aborto es un asesinato.” 

Los estudios encargados por la Defensora de la Igualdad de Género lo confirman: el último, que data de 2019, revela que el 59% de los ginecólogos croatas se niegan a practicar abortos, invocando la "cláusula de conciencia". Una tendencia al alza: en 2014, fueron un 4% menos. En comparación, en la vecina Eslovenia, también de tradición católica, apenas el 3% de los ginecólogos recurren a esta objeción. Por no hablar de las páginas web antiabortistas que inundan las redes croatas, o de las campañas que pueden verse en las paredes de clínicas y hospitales de todo el país. 

Por eso no es de extrañar que Croacia tenga la segunda tasa de aborto más baja de la Unión Europea (UE), después de Polonia. En 2018, apenas hubo 67 abortos por cada mil nacimientos, tres veces menos que en Eslovenia y cuatro veces menos que en Serbia, dos estados vecinos que también surgieron de la implosión de Yugoslavia. 

“Se ha vuelto casi imposible hablar públicamente sobre el aborto en Croacia", dice Ivana Perić. “Incluso dentro de las instituciones médicas, son mal vistas las mujeres que solicitan un aborto. Se les ridiculiza, a veces se les expulsa, se les hace sentir que intentan cometer un delito". 

El estigma es tal que, en el mundo rural, las mujeres prefieren no ir al hospital más cercano para abortar sino recorrer decenas de kilómetros hasta un establecimiento médico donde nadie las conozca. También son cada vez más las mujeres que se van a abortar a los países vecinos para evitar la deshonra. 

"Básicamente, las mujeres que viven en Zagreb van a Eslovenia, las de la costa dálmata y el centro a Bosnia y Herzegovina, y las del este a Serbia", dice Jasenka Grujić, que envía a sus pacientes de la capital a la clínica eslovena de Brežice, justo al otro lado de la frontera. "Al ir allí, están seguras de que no serán juzgadas ni se les negará el aborto, por lo que es más tranquilizador", añade.

El apoyo mutuo de "hermanas valientes"

En este contexto tan opresivo, Nada Peratović lanzó en otoño de 2020 Hrabra Sestra ("Hermanas valientes"), una red de autoayuda de mujeres para apoyar a todas las que tengan dificultades para abortar. "El objetivo es recordar que se trata de un derecho fundamental, pero también tranquilizar y apoyar a las mujeres en este calvario", explica esta abogada de formación. 

En la actualidad, el colectivo reúne a unos cincuenta activistas, entre ellos Željka, que vive en Zagreb. "Recuerdo especialmente a una estudiante de 20 años a la que acompañé. No se lo había dicho a su familia, ni siquiera a su madre, que además trabaja en el sector médico. El hecho de que no confíe en su propia familia dice mucho de la mentalidad actual en Croacia.” Aparte de Nada Peratović, ninguna de estas "hermanas valientes" aparece en público, "para no tener problemas en el trabajo o en otros lugares". 

Por el lado de la profesión médica, es la hipocresía total. Por miedo a ser mal vistos por sus colegas, algunos ginecólogos prefieren disfrazar los abortos como abortos espontáneos. La técnica está bien establecida, explica Daniela Drandić, de la ONG Roda: "Cuando una paciente viene a abortar, el médico le dice que vuelva después de las 16:00, cuando ya no está la secretaria. Cuando la paciente vuelve, el médico observa que está sangrando y declara un aborto... El médico cobra por el acto, el hospital cobra por el acto y todos contentos.” 

Muy pocos ginecólogos no recurren tampoco al aborto médico, que es menos doloroso. Peor aún, algunos incluso realizan un legrado sin anestesia. "Es como si se castigara a las mujeres por querer interrumpir su embarazo", afirma Dorotea Šušak, del Centro de Estudios de la Mujer. 

En 2018, la ex diputada Ivana Ninčević-Lesandrić reveló en el Parlamento que ella misma había sido sometida a ese maltrato ginecológico, lo que levantó una gran polémica en el país. En lugar de indignarse, algunos miembros electos de la mayoría conservadora la criticaron por haberse atrevido a hablar de una intimidad que les había "incomodado". 

Encontrar la píldora del día después también puede ser muy complicado en el país del damero rojo y blanco. Nikola (nombre ficticio), un joven de 30 años de Zagreb, recuerda haber intentado en vano conseguir uno tras una relación sexual en la que se rompió el preservativo. “A mi novia le daba vergüenza ir a la farmacia, así que fui yo mismo", dice. “En la primera me dijeron que no les quedaba, en la segunda me dijeron lo mismo, y así sucesivamente. Al final me di cuenta de que no era que no hubiera más en stock, sino que nadie quería dármela.” 

La presión social sobre las mujeres es muy fuerte en Croacia", confirma Dorotea Šušak. “Según el marco de referencia católico dominante, toda mujer quiere ser madre. En este contexto, el aborto parece inconcebible. Pero todo el mundo sabe que el aborto no es un método anticonceptivo y que si una mujer recurre a él es por buenas razones.” 

En la antigua Federación Socialista, de la que formaba parte Croacia, el aborto se legalizó muy pronto, en algunos casos ya en los años 50. "La ley aprobada en 1978 era muy moderna para su época", señala la ginecóloga Jasenka Grujić, que siempre ha luchado para que las mujeres puedan disponer de su cuerpo como quieran. 

Ahora, más de cuatro décadas después, "sería el momento de actualizarlo debido a la evolución de las técnicas", continúa. Pero los movimientos católicos fundamentalistas no han parado de presionar desde la independencia para que este texto sea reconocido como inconstitucional y, por tanto, prohibido. 

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Tras un cuarto de siglo de polémica, el Tribunal Constitucional croata confirmó finalmente en 2017 la validez de este texto heredado de Yugoslavia. No obstante, los jueces invitan al legislador a revisarlo "en el plazo de dos años". Han pasado cinco años y nada ha cambiado. Y el gobierno conservador se cuida de no abordar este tema tan controvertido, por el riesgo de ofender a su electorado más derechista, o a la UE, según la dirección elegida.  

Mientras tanto, se sigue disuadiendo a las croatas de abortar con un argumento de choque: el dinero. Conforme el número de médicos que practican abortos en Croacia sigue disminuyendo, el precio de la operación sigue aumentando, alcanzando una media de 296 euros (el 40% del salario medio), que no es reembolsado por la seguridad social. 

Quizá el reciente caso de Mirela Čavajda empuje por fin a las autoridades a actuar, aunque no es nada tranquilizador para las activistas feministas. "Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido en Polonia, nos tememos lo peor", admite Ivana Perić, del colectivo Faktiv. “Especialmente dada la deriva clerical en Croacia".

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