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Bezos, Bloomberg, Munsk, Zuckerberg: las grandes fortunas toman las riendas de la política en EEUU

Ciudadanos en un centro de votación dentro de la Escuela Primaria Emerick en Purcellville, Virginia.

Harrison Stetler (Mediapart)

En un país normal, debería haber sido el golpe de gracia a la aventura política de Donald Trump. El 27 de septiembre, The New York Times publicaba una serie de revelaciones sobre la cara oculta de la fortuna del magnate inmobiliario.

Las finanzas personales de Trump han sido durante mucho tiempo objeto de debate. Lejos de la imagen de un empresario decidido, la carrera del multimillonario se parece más bien a una letanía de fracasos. Era un oligarca al borde de la bancarrota cuando en 2004 aceptó ser el presentador de la serie de telerrealidad The Apprentice, una decisión entre otras que salvaría a un imperio del colapso.

Las declaraciones de la renta son racionalmente ese tipo de información que los políticos hacen público para evitar acusaciones de corrupción. Sin embargo, Trump, preguntado durante varios años sobre sus cuentas con el fisco siempre ha retrasado el momento de darlas a conocer. El presidente norteamericano, escudándose en una investigación abierta por el servicio de impuestos internos (IRS, por sus siglas en inglés), ente responsable de la recaudación impositiva y de perseguir el fraude fiscal, ha sostenido sistemáticamente que sería legalmente inapropiado revelar al público sus prácticas financieras.

La investigación del IRS se remonta a 2011. El organismo acusa al multimillonario presidente de fraude por manipular una exención fiscal gracias a la cual consiguió una rebaja de 72,9 millones de dólares. En 11 de los 18 años analizados por los periodistas de The New York Times, Trump no pagó ningún impuesto federal. En 2017, su primer año en la Casa Blanca, abonó al Gobierno federal la irrisoria cantidad de 750 dólares. La auditoría del IRS puede acarrearle una multa de 100 millones de dólares. Si tenemos en cuenta que en los próximos años el presidente debe hacer frente a una deuda acumulada que supera los 300 millones de dólares...

El espantajo de las noticias falsas enarbolado por Trump, y que han hecho suyo los medios conservadores, no explica por sí solo la relativa calma posterior a conocerse sus declaraciones de impuestos. Como después de cada escándalo que rodea al presidente, la controversia hizo furor durante unos días, antes de dar trivializarse al caer en el olvido. Tal vez los estadounidenses son víctimas de un adormecimiento colectivo con respecto a la injerencia, los excesos y la agresividad sin límites de su aristocracia económica.

Después de todo, ¿quién se sorprende todavía, en 2020, de que la gestión impositiva se utilice como un medio para que los más ricos conserven, o incluso consoliden, su riqueza? En realidad, las evasiones fiscales de Trump parecen poca cosa en comparación con las colosales sumas de dinero de la alta burguesía de EE.UU. El Tesoro ha devuelto 72,9 millones de dólares a Trump, sí, pero ¿qué hay de los 845.000 millones de dólares que han acaparado las principales fortunas de EEUU desde el comienzo de la pandemia de covid-19?

“El business de Estados Unidos, es el business”, dijo Calvin Coolidge. Presidente de 1923 a 1929, es decir, en el cénit del capitalismo americano, Coolidge tenía razón en cierto modo. El dejar hacer es uno de los mitos fundacionales de la cultura política norteamericana, que se basa en una estricta distinción entre las esferas económica y política de la sociedad. Mientras que, en la práctica, sin embargo, la filosofía pública dominante hace del Estado el dominio leal y activo de la clase empresarial.

Sin duda, pensamos en la interacción entre los actores políticos y la élite económica, una estrecha relación perpetuada por el aluvión de lobbyistas y dinero que inunda Washington. Pero pensar en una clase empresarial que movería los hilos en la sombra, para dejar la gestión de los asuntos públicos a la clase política, es demasiado simplista para entender realmente la situación a la que hemos llegado.

Estamos siendo testigos de la entrada más o menos directa en política de los primeros espadas de la sociedad de EE.UU. La lucha por la cuota de mercado, la batalla por la consolidación, el crecimiento y la perpetuación de las grandes fortunas, va ahora más allá del mercado para convertirse en el centro del panorama político. Con la oligarquización de la sociedad estadounidense desde la década de los 80, los multimillonarios, los magnates de la industria y los empresarios se han convertido en figuras casi indispensables del panorama político nacional.

En este sentido, Donald Trump es sólo un ejemplo de la intensificación del compromiso político de la alta burguesía de EEUU. Y es de temer que tampoco será el último. Jeff Bezos, Michael Bloomberg, Elon Musk, Mark Zuckerberg, Tim Cook: Estados Unidos se está acostumbrando a estos nuevo multimillonarios-gobernantes. La comparecencia de los directores generales de los Gafa en el Congreso este verano fueron una puesta en escena perfecta de la crisis democrática en la era de los nuevos monopolios. Una crisis en la que los golpes bajos se dan entre los miembros de la oligarquía económica, aunque signifique instrumentalizar el poder del Estado.

No es baladí que el 20 de octubre el Departamento de Justicia (DOJ) acusase a Google de prácticas monopolísticas y de violar la Sherman Act de 1890, la ley que debe regula la actividad y la competencia entre las principales empresas de Estados Unidos. Al apuntar a su posición como el motor de búsqueda dominante una hegemonía que Google logró pagando a Apple por un acceso privilegiado a sus teléfonos inteligentes, el Departamento de Justicia daba la voz de alarma: “El Google de hoy es un monopolio guardián de internet, una de las empresas más ricas del planeta, con una capitalización de mercado de un billón de dólares y unos ingresos anuales que superan los 160.000 millones de dólares. Durante muchos años, Google ha utilizado tácticas contrarias a la competencia para mantener y ampliar su monopolio sobre los servicios de búsqueda y publicidad en línea, que son las piedras angulares de su imperio”.

El alcance de la acusación es mínimo. Estamos lejos del desmantelamiento, o incluso de la expropiación pública de los Gafa y de otros monopolios reclamados por activistas de izquierda como Zephyr Teachout, al estilo de Bernie Sanders o Elizabeth Warren. Es probable que las investigaciones del DOJ sobre la Gafa queden en papel mojado; se dice que el secretario de Justicia del DOJ, William Barr, dependiente de los ciclos electorales, trate de crear un espectáculo mediático favorable al presidente.

El episodio pone de manifiesto que no es sólo el ala izquierda del espectro político la que se preocupa por el enorme poder de estas empresas emergentes de Silicon Valley. De hecho, las críticas del nuevo capitalismo digital se han convertido en un artículo de fe esencial del movimiento conservador trumpista. Detrás de la angustia casi universal que la concentración económica está provocando actualmente, también podemos ver los límites de una batalla de facciones en la élite norteamericana.

Recomposición de la oligarquía en curso

Estrella de Fox News, Tucker Carlson se ha convertido en uno de los pocos portavoces de la crítica conservadora del capitalismo americano. En sus diatribas contra los Gafa, se pronunció contra la amenaza que representan los monopolios para el buen funcionamiento del mercado libre y la ética protestante, el telón de fondo de la cultura norteamericana. La victoria de Silicon Valley estaría en el origen de la nueva decadencia moral que socava la sociedad americana desde dentro.

En un famoso monólogo pronunciado en agosto de 2018 en Fox News, Carlson se alarmaba: “No hay nada de conservador en la mayoría de las grandes corporaciones; son la columna vertebral de la izquierda. Escoge una causa de izquierdas que creas que está dañando al país. Mira su lista de donantes y encontrarás los nombres de algunas empresas, a menudo muchas empresas. Corporate América financia la locura progresista que ves cada noche en este programa. Están financiando la revolución que está en marcha”.

 Un ejemplo nos ayuda a entender cómo la batalla interna de la oligarquía americana se juega en los medios de comunicación. El 14 de octubre, el tabloide The New York Post, uno de los principales medios de comunicación de Rupert Murdoch, reabrió el caso de corrupción ucraniano que ha estado en segundo plano desde el fracaso del proceso de impugnación de Trump a principios de este año. Gran maestro de la esfera mediática reaccionaria del mundo anglófono, Murdoch domina un imperio de la prensa que incluye, en EE.UU., The Wall Street Journal y el canal Fox News en Estados Unidos.

El artículo del 14 de octubre revela nuevas pruebas de la injerencia de Joe Biden en las actividades de su hijo como miembro del consejo de administración de la empresa ucraniana Burisma Holdings. Obtenidos de un ordenador supuestamente abandonado en un centro de reparación de Delaware, los archivos, que no han sido contrastados, poner de relieve que el exvicepresidente pidió al Gobierno ucraniano que parara una investigación sobre la compañía petrolera.

Las redes sociales Twitter y Facebook, escudándose en la sospechosa calidad de las revelaciones, bloquearon la difusión del informe en sus páginas. El caso desató indignación en la derecha de EE.UU. El senador ultraconservador Ted Cruz se mostraba alarmado: “En los últimos dos días hemos visto una evaluación destacable. Hemos visto al Big Tech... hemos visto a Twitter y Facebook interfiriendo activamente en estas elecciones de una manera que no tiene precedentes en la historia de nuestro país.... The New York Post tiene la cuarta tirada más importante de entre todos los periódicos del país. Nunca antes habíamos visto una censura activa de una cabecera importante con graves acusaciones sobre uno de los dos candidatos presidenciales”.

Ted Cruz o Tucker Carlson no son guardianes muy convincentes de las instituciones republicanas. No obstante, se puede admitir que la concentración económica plantea graves amenazas a la vida democrática del país. Las empresas Twitter y Facebook, al comprometerse a limitar la difusión de noticias falsas, están respondiendo a las críticas que se les vienen haciendo desde 2016. Pero en el fondo, la misión dada a los administradores de Twitter y Facebook para que actúen como árbitros de la información es indicativa del creciente papel gubernamental de las empresas estadounidenses.

El espectro de los monopolios es también un síntoma del cambio duradero en términos de equilibrio de poder entre la élite de Estados Unidos, fruto de la revolución digital de los últimos decenios. El Partido Demócrata ha logrado hacerse un hueco en el nuevo capitalismo de Silicon Valley. Los ex altos ejecutivos de la administración de Barack Obama se han trasladado a Palo Alto para desempeñar funciones clave en los comités de liderazgo de los Gafa.

Comparar las nuevas fortunas de los oligarcas de alta tecnología con las viejas dinastías industriales da una idea del alcance de este cambio de guardia y de la reacción que provoca. La fracción de la clase burguesía estadounidense que respalda al Partido Republicano recluta principalmente a las viejas dinastías industriales, en el sector del petróleo y en la industria armamentista.

Los hermanos Charles y David Koch –este último fallecido en 2019– son los típicos mecenas de la reacción norteamericana. Desde los años 70, financian conjuntamente una amplia red de organizaciones y think tanks conservadores. Pero con sólo 45.000 millones de dólares, la fortuna de Charles Koch –el oligarca más rico detrás del movimiento conservador– es casi minúscula comparada con las fortunas de los magnates de Silicon Valley. 86.000 millones de dólares, 111.000 millones de dólares y 179.000 millones de dólares respectivamente contienen las arcas de guerra de Mark Zuckerberg, Bill Gates y Jeff Bezos y muestran dónde está el verdadero poder en los Estados Unidos.

Sin embargo, sería un error limitarse a hacer una lectura puramente materialista para entender las confrontaciones en curso. También hay puro oportunismo –y choques de ego– en esta batalla de multimillonarios que domina cada vez más la política americana.

Trump, el “multimillonario del pueblo”

Si bien no se ven afectados materialmente por la violencia del actual presidente, al menos una parte significativa de la élite norteamericana está profundamente avergonzada por ello. Para ellos, el aventurerismo político del multimillonario-granuja corre el riesgo de destapar el control oligárquico de la sociedad estadounidense. Estos miedos parecen justificados: el papel cada vez más directo de la élite económica como gobernante es en parte responsable del éxito de figuras políticas como Bernie Sanders, Elizabeth Warren o Alexandria Ocasio-Cortez.

De hecho, estas elecciones, para bloquear un verdadero giro a la izquierda, a punto estuvieron de convertirse en un choque de multimillonarios. El creador del software de información Michael Bloomberg, omnipresente en la industria financiera, se vanagloria de contar con una fortuna de 55.000 millones de dólares. Reconvertido a la política, fue alcalde republicano de la ciudad de Nueva York de 2002 a 2013. A costa de 900 millones de dólares de su propia fortuna, Bloomberg se postuló para la nominación demócrata entre noviembre de 2019 y marzo de 2020.

Pero en este proceso, Bloomberg olvidó que Trump había sacado partido a su lugar marginal en la élite norteamericana. El archivo de vídeo de las primeras apariciones públicas de Trump muestra ciertamente a un llamativo y apremiante joven empresario. Pero nada que pueda explicarse por la ambición fuera de lo común de este joven heredero, ansioso por consolidar una fortuna familiar hecha principalmente a través de la construcción de viviendas de bajo alquiler en el suburbio neoyorquino de Staten Island. De hecho, los periodistas y biógrafos que han seguido la carrera de Trump creen que su fracaso a la hora de integrarse en la élite de Manhattan está en la raíz del resentimiento que impulsó su carrera política. Fue bastante tarde, ya como adulto, cuando Trump realmente destacó su acento de Queens.

Era inevitable que un día alguien viniera y se presentara como el multimillonario... del pueblo. A juzgar por la teoría de la conspiración de QAnon, la apariencia antisistémica del presidente oligárquico tiene incluso su propia mitología. Basado en un relato de 4chan supuestamente escrito por un agente llamado Q escondido en la burocracia de Washington, QAnon cuenta la fabulosa historia de una amarga lucha dentro de la aristocracia, con Trump como la pieza central. Un niño prodigio del pueblo, tras cumplir una odisea hasta llegar al establishment, el presidente estaría a punto de desvelar una vasta camarilla “pedófila” en la que supuestamente reúne a la élite mundial.

QAnon se propaga entre los activistas de extrema derecha y sus partidarios se invitan a menudo a las reuniones del presidente. Aunque sigue siendo marginal, puede entenderse como un síntoma de una democracia estrangulada por el monopolio del poder y la riqueza por parte de una pequeña parte de la sociedad. La ironía es que tal teoría de la conspiración refuerza la idea de la política reducida a un juego de patricios heroicos. Estos últimos no tienen nada de qué quejarse: para ellos, una batalla de multimillonarios es mejor que una verdadera guerra de clases.

El fotoperiodista Mason Trinca ha capturado perfectamente la inversión política en curso. Tomada a finales de agosto, la foto  muestra desde atrás una caravana de coches que sale de una autopista hacia el centro de Portland. A ambos lados de los vehículos se ven banderas americanas, intercaladas con pancartas de Make America Great Again. Frente a esta flota de activistas de extrema derecha, al fondo de la imagen, un enorme cartel con letras blancas sobre fondo negro dice: Si toleras el racismo, borra Uber.

La polarización de EEUU oculta un sistema político obsoleto

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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