La brecha entre países ricos y pobres es más grande que nunca

A la izquierda, un barrio marginal flotante de Lagos (Nigeria). A la derecha, el barrio de Manhattan en Nueva York.

Romaric Godin (Mediapart)

En un momento en que emerge la noción de "Sur global", un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicado el 13 de marzo confirma que vuelven a aumentar las desigualdades mundiales. El informe ofrece una visión general de la evolución del Índice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que intenta ir más allá del PIB per cápita para construir una imagen real del desarrollo. Esta medida añade a la renta nacional bruta per cápita un índice de escolarización y la esperanza de vida al nacer.

El IDH dista mucho de ser perfecto, pero proporciona una medida algo más realista de las condiciones de vida desde la perspectiva del desarrollo. Este indicador, que no ha dejado de mejorar en los últimos 20 años, se ha visto muy afectado por la pandemia, retrocediendo significativamente en 2020 y 2021 como consecuencia del impacto combinado de la menor esperanza de vida, la suspensión de la escolarización y la caída del PIB.

Desarrollo mundial estancado

En 2022 y 2023, el IDH mundial se ha recuperado y, según las previsiones de las Naciones Unidas, debería alcanzar un nuevo máximo histórico de 0,739. Pero detrás de este aparente récord se esconden dos grandes problemas. En primer lugar, el IDH mundial para 2023 es sólo ligeramente superior al de 2019, que ya había sido previsto por el PNUD en 0,739.

Pero estamos lejos de haber recuperado el tiempo perdido, ya que el IDH sigue estando muy por debajo de la tendencia anterior a la pandemia. Si tomamos la tendencia 2009-2019, el nivel de 2023 está más de diez puntos por debajo del nivel potencial del IDH. La tendencia es general: el informe señala que "todos los países están por debajo de la tendencia 2009-2019".

Existe, por tanto, un debilitamiento estructural en la tendencia global de desarrollo, que se puede apreciar en la otra cara de este "récord": el virtual estancamiento del índice global desde hace cuatro años. Semejante retroceso no será fácil de revertir, y el informe del PNUD advierte: "Si el valor del IDH mundial sigue cayendo por debajo de la tendencia anterior a 2019, como viene ocurriendo desde 2020, las pérdidas serán irreversibles".

Antes de la pandemia, "el mundo iba en camino de alcanzar un alto nivel de desarrollo definido por un IDH de 0,800 para 2030", dice el informe, que añade: "Hoy, el mundo se ha desviado de este camino: para 2023, se espera que todas las regiones estén por debajo de su trayectoria anterior a 2019".

Desigualdades crecientes entre países

A este agotamiento global se suma otro dato aún más preocupante: la brecha entre los países con un IDH alto y el resto es cada vez mayor. Durante veinte años, esta brecha se había ido reduciendo, desde 2020, ha vuelto a aumentar, y lo que es peor, la divergencia parece acelerarse. Según este criterio, las desigualdades entre países ricos y pobres han perdido al menos diez años y han vuelto a su nivel de 2015.

Mientras que todos los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, considerada como un "club de países ricos") habrán vuelto en 2023 a su nivel de IDH de 2019, no es el caso del 51% de los países menos desarrollados.

Este aumento de las desigualdades mundiales medidas por el IDH se ha puesto claramente de manifiesto en los últimos años. Desde 2021, muchos países en desarrollo han sufrido graves crisis económicas, como Sri Lanka, Zambia y Pakistán.

Pero otros países se han visto duramente golpeados por la ola de inflación, y luego por las políticas neoliberales puestas en marcha como respuesta, con la bendición del FMI: Argentina, donde la pobreza se dispara, Nigeria, donde el hambre amenaza a una parte importante de la población, y Egipto, que acaba de ceder a las exigencias del Fondo de Washington.

Lo sorprendente es que incluso los países que crecen y cuyos indicadores pueden parecer tranquilizadores experimentan dificultades en términos de desarrollo, entre otras cosas porque este crecimiento ya no basta para garantizar un desarrollo social armonioso. Pensemos en Indonesia, donde los salarios reales siguen bajo presión, en Bangladesh, que atraviesa una importante crisis social y política, o incluso en China, atrapada en la trampa de la "renta media" tan temida por Xi Jinping.

Crisis de la globalización capitalista

En casi todas partes, pues, la crisis es palpable y plantea claros retos de desarrollo. Parece desvanecerse la perspectiva de una gran recuperación o de que las economías converjan hacia los estándares occidentales. Además, no parece que ese sea el deseo de las economías occidentales, al menos no del líder, Estados Unidos, que ahora se ha fijado como prioridad impedir que China aumente su nivel.

También es cierto que la situación es crítica. La crisis ecológica plantea claramente la cuestión de la sostenibilidad de dicha convergencia mundial en el contexto del capitalismo globalizado. Paradójicamente, la convergencia en el desarrollo presupone la divergencia en el crecimiento para que sea sostenible. Los países avanzados deben dejar de perseguir el crecimiento y poner en marcha un sistema sostenible al que puedan sumarse los países del Sur Global.

Pero esa perspectiva es incompatible con la globalización capitalista, que presupone tanto la interdependencia de los mercados como la competencia entre las naciones. Aunque la primera fase de la globalización pudo hacernos creer que se reducirían las desigualdades mundiales, este sistema entró en crisis en 2008, y esta crisis es claramente el producto de la apertura de los mercados.

Con el inicio de la década de 2020 comenzó una nueva fase en las relaciones económicas mundiales

Algunos de los países ricos están intentando recuperar el crecimiento que se ha transferido a los países más pobres, porque ahora se ven amenazados por ellos. Por no mencionar el hecho de que el régimen de crecimiento mundial se está debilitando. Cuando el pastel crece más lentamente, la lucha por una parte del mismo se hace más encarnizada.

Así pues, con el inicio de la década de 2020 ha comenzado una nueva fase en las relaciones económicas mundiales. Las desigualdades mundiales están aumentando de nuevo y se están repartiendo las cartas políticamente. China, y en menor medida Rusia, están bien situadas para presentarse como alternativas al modelo occidental de desarrollo, que parece cada vez más inalcanzable.

Sobre todo porque los índices de desarrollo son, como señala el propio informe del PNUD, un indicador "superficial". Al igual que los índices de pobreza, distan mucho de ser un reflejo perfecto de la realidad sobre el terreno. La disminución de la pobreza, medida por los ingresos en dólares que cacarean los neoliberales, no refleja el crecimiento de la mercantilización de la sociedad.

Un mundo más peligroso

El informe señala que antes de la pandemia, a pesar del aumento de los índices de desarrollo y la caída de los índices de pobreza, "gente de todo el mundo declaraba altos niveles de estrés, preocupación y tristeza". Estos niveles aumentarán a medida que caigan los índices mínimos de desarrollo, como el IDH.

A esto se añaden los efectos de la crisis climática y las tensiones geopolíticas, que están teniendo un impacto masivo en estos países en desarrollo. Lo hemos visto recientemente con Pakistán, azotado por inundaciones catastróficas, y lo vemos con Ucrania, un país ya debilitado económicamente por el fin de la URSS y ahora asolado por la guerra.

La crisis ecológica y la crisis del capitalismo golpean, pues, duramente a los países no occidentales. Lógicamente, esto se traduce en un apoyo a las opciones autoritarias. El informe del PNUD señala que, por primera vez, la mitad de la población mundial apoya a líderes "susceptibles de socavar el ideal democrático", lo que refleja el deseo de encontrar una salida autoritaria a estas crisis. Pero esto no es exclusivo del Sur global, y también ocurre en los países occidentales cuyos modelos económicos están en crisis. 

Y esto es un punto clave. Hasta la década de 2010, la desigualdad mundial disminuía, pero la desigualdad dentro de los países se disparaba. Ahora, la desigualdad mundial está aumentando de nuevo, mientras que la desigualdad dentro de los países sigue creciendo.

La noción de Sur global es una consecuencia natural de esta situación. El "modelo" occidental ya no es tan atractivo como antes. No sólo ofrece menos perspectivas de desarrollo, sino que no puede garantizar un desarrollo armonioso en el futuro.

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Por tanto, los países en desarrollo están obligados a ser receptivos a una retórica que promete un desarrollo más centrado en las necesidades de la población, pero también a una defensa contra la depredación y las lecciones de Occidente. El problema es que los promotores de esas perspectivas siguen encerrados en sus propias contradicciones económicas y también tienen objetivos imperialistas.

El PNUD hace propuestas para "gestionar mejor la globalización", como desarrollar la noción de "bienes públicos mundiales", aumentar la "deliberación" en la toma de decisiones e intensificar la lucha contra el calentamiento global. Todas ellas serían útiles, pero parecen chocar con la lógica de las crisis que hemos definido anteriormente. Una cosa parece cierta: un mundo más desigual es un mundo más peligroso. Y ahora ese mundo es el nuestro.

Traducción de Miguel López

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