Entre el miedo y el rechazo: así vive la población palestina en Israel
"Estos días tengo que priorizar mi angustia: en primer lugar, temo que mi familia de Gaza sea diezmada; en segundo, que mi ciudad se inflame de nuevo; y en tercero, que un cohete impacte en mi casa, que no tiene refugio", dice Fida Shehhadeh, nacida hace treinta y cinco años en Lod, una "ciudad mixta" al sur de Tel Aviv, donde viven tanto palestinos con ciudadanía israelí como judíos.
“La gente habla de ciudad mixta, pero es una expresión vacía", continúa la joven. “No comparto nada con mis vecinos israelíes, sobre todo en una ciudad donde los partidarios de Benjamin Netanyahu son mayoría y donde en los últimos años han llegado en masa los colonos".
Fida fue miembro del ayuntamiento de Lod durante varios años, participa en varias ONG y estuvo al frente de los activistas y trabajadores sociales que intentaron evitar que fueran a más los disturbios y enfrentamientos entre colonos y palestinos en Israel en mayo de 2021.
Con el telón de fondo de un enfrentamiento previo entre Hamás e Israel, las "ciudades mixtas", y en particular Lod y San Juan de Acre, parecían inaugurar en la primavera de 2021 una nueva etapa en el conflicto palestino israelí, que hasta entonces se había centrado en Gaza, la Cisjordania ocupada y Jerusalén.
Abed Abou Shhadeh, un amigo de Fida que vive en Jaffa, ciudad que linda con Tel Aviv, confirma: "Los israelíes están preocupados por un levantamiento de los palestinos en Israel. En estos momentos se habla mucho de abrir un segundo frente con el Hezbolá libanés, pero el gobierno israelí siempre nos ha visto como un posible 'tercer frente' que hay que evitar a toda costa, hoy incluso más que ayer".
Los palestinos en Israel, que tienen la ciudadanía israelí pero no sirven en el ejército, representan algo menos del 20% de la población israelí. Por el momento, la inmensa mayoría de ellos permanece en silencio o incluso en la clandestinidad.
Ciudadanos de segunda
El domingo 15 de octubre hubo una pequeña manifestación en la ciudad árabe de Tayibe, en el centro de Israel, para protestar contra la guerra. "Pero ustedes, los occidentales, no nos oyen porque el ruido de las bombas ya lo cubre todo y porque estamos diciendo que matar civiles, niños y abuelas en Gaza no es moralmente más defendible que lo que ha hecho Hamás", dice Gassan Mnayer, palestino de Israel y miembro del partido árabe Balad, que vive en Ramla, cerca de Lod.
Muchos palestinos en Israel mantienen estos días un perfil bajo debido a los muchos temores que les acompañan, el primero es que serán detenidos si expresan el más mínimo apoyo a los gazatíes. “Yo no escribo nada en las redes sociales", dice Fida. “Hay demasiadas historias de gente a la que la policía o el Shin Bet [servicio de seguridad interior israelí] se les ha presentado en su casa por un post en Facebook diciendo que su corazón está en Gaza o por una oración por nuestros seres queridos en Instagram. Siempre hemos sido ciudadanos de segunda clase sometidos a un trato arbitrario, pero ahora, con el estado de excepción, es peor que nunca".
Abed también ha optado por dejar de escribir en redes: "Toda nuestra comunidad está petrificada. Nadie se atreve a hablar. ¡Una estudiante fue expulsada de su universidad por publicar una foto de la mezquita de Al-Aqsa con un poema! Las mujeres con velo temen perder su trabajo. Ya no sólo tememos a la policía o al Shin Bet, sino a toda la sociedad israelí que nos espía y quiere convertirnos en objetivos".
Para justificar lo que dice, muestra en su teléfono fotos de activistas o influencers pertenecientes a la comunidad palestina en Israel publicadas en las redes sociales por militantes de extrema derecha, con la mira de un fusil pegado a la cara, en las que aparece su nombre y, a veces, su dirección.
Gassan Mnayer tuvo una experiencia de este tipo. "Hace dos días quise escribir algo en Facebook. Mi mujer me lo desaconsejó, pero se lo hice leer de nuevo, y lo único que hacía era expresar mi solidaridad con los civiles de Gaza. Inmediatamente, recibí decenas de mensajes del estilo "eres un traidor", "te vamos a matar", "te vamos a encontrar y lo vas a pagar". Y alguien de mi ciudad, Ramla, encontró y publicó una foto mía en redes sociales, señalándome para ser vilipendiado. Sé que si me atacan, no podré contar con la policía israelí para defenderme.”
Estamos atrapados entre nuestro pueblo y el país en el que vivimos, que es difícil considerar nuestro.
En el pequeño patio de su casa de Lod, Fida no puede apartar los ojos de su teléfono. Rodeada de los edificios de esta localidad que parece una ciudad dormitorio, se sienta en un sillón entre un loro enjaulado y una pantalla gigante que muestra las imágenes de las cámaras que ha instalado alrededor de su casa desde los enfrentamientos de mayo de 2021. “Estoy esperando noticias de mi tío y su familia, que están en Gaza", explica. “Ayer nos enteramos de que el primo de mi madre y toda su familia –quince personas– murieron en un ataque que destruyó su casa. No tenían nada que ver con Hamás".
En 1948, durante la Nakba que desplazó a más de 750.000 palestinos, su familia, que entonces vivía en Ascalón, en la costa mediterránea, se dividió en dos. Una se instaló en Lod, la otra en Gaza, sin imaginar que sus destinos serían tan diferentes.
Gassan Mnayer también esta pendiente de las imágenes de Gaza, emitidas continuamente por Al-Jazeera o Al-Arabiya en una pantalla gigante en el salón de su casa. "Estamos atrapados entre nuestro pueblo y el país en el que vivimos, que es difícil considerar nuestro, sobre todo desde la ley de 2018 que proclama a Israel como Estado-nación del pueblo judío", explica.
Eso no significa, sin embargo, que no tengamos fuertes vínculos con algunos judíos de ese país", añade. “Mi hijo mayor, que vive en Herzliya con mi ex mujer, vio cómo mataban a cuatro de sus amigos del colegio en la rave party. Ha estado toda la semana de funeral en funeral.”
Pero a pesar de esos vínculos, continúa, "no veo cómo lo que está sucediendo en Gaza en este momento puede llamarse otra cosa que venganza. No es sólo venganza por los recientes crímenes de Hamás, es una venganza planeada desde hace tiempo por ciertos miembros del gobierno", dice, refiriéndose al ministro supremacista judío Bezalel Smotrich, que se opuso al desmantelamiento de los asentamientos de Gaza decidido por Ariel Sharon en 2005, hasta el punto de ser detenido y encarcelado por el Shin Bet.
En ese momento, su mujer y su hija de 11 años entran en el piso. “Están aterrorizadas por los cohetes", dice. “Un misil no distingue entre un judío y un palestino. El 7 de octubre del año pasado, un cohete de Hamás hirió a un palestino de Ramla que conozco bien. Y ya en 2021, un padre y su hija, también palestinos, que habían salido no lejos de aquí a fotografiar los cohetes, murieron por uno disparado desde Gaza.”
Refugio móvil
Gassan y su familia tienen la suerte de contar en su piso con un refugio donde guarecerse en caso de alerta. "Mi hija está todo el tiempo comprobando que está listo, que hay botellas de agua y todo lo necesario. Pero la mayoría de las ciudades y barrios árabes de este país no tienen dónde esconderse.”
Si Hezbolá entrara en guerra y disparara cohetes contra el norte de Israel, donde vive la mayoría de los palestinos del país, éstos serían los más vulnerables, ya que la mayoría de sus casas son estructuras frágiles que no cuentan con la habitación reforzada que se hizo obligatoria en todos los edificios construidos desde principios de los años noventa.
“Aquí en Lod, pedimos al ayuntamiento que trajera un refugio móvil a nuestro barrio para poder refugiarnos en caso de un ataque, aunque se tarda más en llegar allí que en tener uno en casa", dice Fida. “Nos han dicho que sí, pero no llega nada, y no creo que lo veamos hasta que ya estemos muertos". Y añade: "Tengo una amiga que vive cerca de un edificio con refugio, pero no se atreve a ir allí con su hija cuando llegan los cohetes, porque allí viven muchos judíos extremistas, y cree que corre menos peligro quedándose en casa que refugiándose con ellos".
Esta creciente desconfianza entre comunidades en las "ciudades mixtas" se deja sentir incluso en localidades menos divididas que Lod o Ramla, como Jaffa, una joya turística junto al mar, a las afueras de Tel Aviv. "La mayoría de mis vecinos son judíos, y me llevo muy bien con ellos. Pero desde que empezó la guerra, me pregunto si no debería volver con mis padres, que viven en una zona donde sólo hay árabes", dice la trabajadora social Zahieh Koundos, de 48 años, que tiene cuatro hijos.
"Tengo dos hijos con aspecto de árabes, y temo por ellos en cuanto salen a la calle. Con el tercero ningún problema, porque parece un skater israelí", continúa. “Pero no hay comunicación entre nuestras comunidades desde el 7 de octubre", explica. “A menudo ha habido tensión entre mi identidad palestina y mi ciudadanía israelí, pero nunca había sentido la presión como ahora. Me siento entre la espada y la pared".
Zahieh lleva un hiyab negro ceñido a la cabeza. “Por eso no me atrevo a ir a Tel Aviv, no me atrevo a coger el transporte público, espero no tener que ir al hospital. Tengo la impresión de que hoy en día llevar un hiyab equivale a apoyar a Hamás, cuando han matado a gente inocente y no se puede equiparar a los palestinos en su conjunto con esta organización", añade.
En este momento todo puede estallar.
Para evitar tensiones entre las comunidades palestina y judía de Jaffa, Omar Siksek está creando "patrullas conjuntas" en las que participan ciudadanos judíos y palestinos. Este comerciante, miembro de varias ONG, que fue director de un teatro de Yafo y ex concejal municipal del partido comunista Hadash, con un componente judeo-árabe, explica que, desde el 7 de octubre, recibió muchas llamadas "de judíos de Yafo muy preocupados. Me preguntaban si debían irse o quedarse. Ya no se atrevían a salir a hacer la compra".
Omar creó entonces un grupo de WhatsApp con conocidos judíos y palestinos para responder a las inquietudes expresadas por ambas partes.
“Al principio pensé que seríamos cien o doscientos, pero rápidamente llegamos a ser dos mil, y eso ya era demasiado para atender todas las peticiones", explica. “Nuestra primera misión es responder a las llamadas de emergencia. Luego, ayudar a la gente que tiene miedo a salir, ya sea una mujer con velo que necesita ir a Tel Aviv y que puede ser acompañada por una mujer judía, o un judío que tiene miedo de ir a un barrio árabe y que puede ser acompañado por uno de nosotros. Además, estamos creando un grupo de diez personas, formado por judíos y palestinos, identificables por un atuendo común, que podrían andar por las calles o aparcar en lugares conocidos por todos y actuar en caso de tensión".
Omar dice que no cree que haya una explosión entre las dos comunidades que viven en Jaffa, pero teme que "judíos extremistas influenciados por Itamar Ben-Gvir vengan de la vecina ciudad de Bat Yam y nos ataquen como hicieron en 2021. Entonces tuvimos el sentimiento de que nadie nos protegía, y por eso ahora queremos organizarnos".
En 2021, Ramla fue una de las pocas ciudades judeo-árabes del país que no registró enfrentamientos entre judíos y palestinos. Algunos lo atribuyen al hecho de que la ciudad es una de las guaridas de narcotraficantes y delincuentes dirigidos por unas pocas familias árabes que controlan parte de la ciudad.
Pero Gassan Mnayer no cree en una conflagración general, ni en su ciudad de Ramla ni en otras ciudades mixtas de Israel. "El supremacista judío Itamar Ben-Gvir es el ministro de Seguridad Nacional de Israel, y ha sido excluido del restringido consejo de guerra que hoy toma las decisiones, lo que demuestra que ni siquiera Netanyahu confía en él, aunque lo necesite. Ben-Gvir sólo espera retomar la partida y, para ello, los enfrentamientos entre colonos y palestinos dentro de Israel serían una bendición para él. No le haremos ese regalo", afirma.
Fida no opina lo mismo. "En este momento todo puede estallar. Aquí, en Lod, se ha acusado a los palestinos de subir deliberadamente el volumen de la llamada a la oración del muecín para provocar a los judíos. Es cierto que se oye mejor que antes, pero sólo porque apenas hay tráfico y las escuelas están cerradas."
Ruptura profunda
Abed Abou Shhadeh también es menos categórico: "Si la escalada continúa, podría ocurrir aunque no sea algo planeado, y ocurrirá sin nadie al mando". Para él, esta perspectiva sigue siendo improbable, pero "tenemos que reconocer que hoy estamos atrapados en sentimientos encontrados: estamos horrorizados por lo que ocurrió el 7 de octubre y horrorizados por lo que está pasando en Gaza. Pero también estamos anonadados al constatar que Israel no es militarmente invencible. Creo que eso cambia la visión de muchos de nosotros que habíamos llegado a ver la ocupación y la dominación del pueblo palestino como algo inquebrantable.”
Este concejal de Jaffa-Tel Aviv, ex mecánico ahora dedicado a la política y la ciencia política, ha decidido no presentarse a las próximas elecciones municipales, que en principio debían celebrarse a finales de este mes, pero que ahora han sido aplazadas.
"Cada vez tengo más la sensación –y no soy el único– de que este Estado no es para nosotros y de que cuanto más intentamos integrarnos en las instituciones israelíes, más nos alejamos de la causa palestina. Es una decisión desgarradora, pero creo que tenemos que elegir.”
Para él, es importante ver lo que está ocurriendo hoy como una ruptura profunda, sin basar la realidad presente en los análisis del pasado. “Creo que la magnitud de la catástrofe cambiará profundamente a Israel, que una verdadera izquierda volverá al poder y que el paradigma de la seguridad perderá su poder". “Pero es imposible saber ahora mismo qué hará falta. Para que Israel se retirara finalmente de Líbano en 2000, hizo falta que el precio económico y humano de quedarse fuera demasiado alto para continuar.”
Como muchos palestinos en Israel, Abed Abou Shhadeh está profundamente resentido con la "comunidad internacional": "No creo en una guerra de civilizaciones, pero sí en la geopolítica, y al ponerse de tal manera del lado de Israel, los gobiernos occidentales y sus afiliados están arrastrando al mundo entero a una confrontación más global, independientemente del apoyo a la población de Gaza en todo el mundo. ¿Por qué Estados Unidos envía portaaviones al Mediterráneo para proteger a Israel y no hace nada cuando un terremoto devasta Afganistán o el pueblo sirio es masacrado? Es duro decirlo, pero el que realmente ha entendido la situación es Vladimir Putin.”
Zahieh Koundos está en la misma onda, pero aún más pesimista: "Ya no espero nada de la diplomacia occidental. Por supuesto, podemos soñar con que Israel acabe sentándose a la mesa de negociaciones si sus aliados le fuerzan a ello. Pero tengo la impresión de que nos dirigimos más hacia un enfrentamiento Este/Oeste que tomaría la forma de una tercera guerra mundial".
Nadie protege a los palestinos, nadie contiene a Israel furibundo
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Traducción de Miguel López