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Operación de colonización salvaje en la Cisjordania ocupada

Un hombre inspecciona los daños causados por las fuerzas israelíes que han echado abajo la casa del palestino Yusef Aasi.

Alice Froussard (Mediapart)

Nablus (Cisjordania ocupada) —

Hay una larga fila de coches, algunos autobuses parados y grupos de colonos israelíes bajando de ellos. Llevan mochilas de las que sobresalen alfombras, paquetes de cereales o cazuelas.

En su mayoría son jóvenes, pero hay también familias enteras que van de una colina a otra y atraviesan algunos caminos imperceptibles hasta llegar a esta zona palestina junto a la carretera 5, encajonada entre la zona industrial de los asentamientos de Ariel y Barkan, en el norte de Cisjordania. Nehora Zaichik, con turbante rosa pálido que le cubre el pelo, falda larga y botas de montaña, que ha llegado desde el asentamiento de Rehelim con su marido y sus tres hijos, limpia el terreno y empieza a montar una tienda. "Estamos aquí... be'zrat hashem, si Dios quiere... para construir en todo el país. Aquí, pero también allí, allá, en todas partes", dice señalando todo el terreno circundante.

Igual que ella, estos miles de ultranacionalistas judíos han respondido a la llamada de Nachala ("herencia" en hebreo, en referencia a la de una "Tierra Prometida"), un movimiento que aboga por la colonización y cuyo objetivo es establecer el mayor número posible de puestos avanzados, asentamientos ilegales incluso para la legislación israelí. El 20 de julio se dieron tres puntos de encuentro desde el norte hasta el sur de Cisjordania con un objetivo -construir diez nuevos asentamientos salvajes en el desierto- y un lema: "Si nos hacen salir de una colina, iremos a otra y si nos expulsan, volveremos".

El ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, había prometido que los detendría. Pero todos ellos se pasean, bajo la mirada vigilante y protectora del ejército y la policía israelíes, que antes habían bloqueado todo acceso a los palestinos estableciendo puestos de control. Frente a una gasolinera, punto de encuentro, unos pocos activistas de la izquierda israelí intenta detenerlos. En vano: la policía los hace retroceder rápida y violentamente. Una de ellas -con nariz de payaso en la cara para no ser reconocida- se pone a llorar. "Mira lo que esta gente está haciendo a nuestro país. Mira cómo trabaja el ejército con ellos. No hay futuro. Me da asco", dice, antes de darse la vuelta. 

Los colonos están ocupados. Descargan decenas de sillas de plástico de un camión, cuelgan banderas israelíes aquí y allá, recogen piedras y las amontonan, queriendo construir "casas", dicen, decididos a quedarse el mayor tiempo posible. 

Noam, de unos cuarenta años, con una kippá de punto azul y blanco en la cabeza, lo confirma. "Nuestro plan es construir un pueblo. Empezamos con tiendas de campaña, pero luego habrá caravanas. Tal vez incluso, un día, nuestras tumbas. Está escrito: el pueblo israelí debe extenderse por toda la Tierra de Israel. Así que estamos aquí para recordar a la gente que este lugar nos pertenece y que podemos vivir donde queramos.” 

Luego, bajo los aplausos de una multitud de activistas galvanizados, que bailan en círculos, hace su entrada el diputado de extrema derecha Itamar Ben Gvir. Este líder del partido Otzma Yehudit ("poder judío" en hebreo), abiertamente racista, sueña con un "Gran Israel" que abarque todas las tierras palestinas, Jordania y parte de Siria y Arabia Saudí. 

Como abogado, Ben Gvir también ha hecho de la defensa de extremistas judíos acusados de terrorismo por la justicia israelí su especialidad: fue él quien defendió a dos adolescentes acusados de haber participado en el ataque a una casa de Duma, en Cisjordania, donde murieron abrasados dos padres y su bebé de 8 meses, en 2015. Este diputado entró en la Knesset el pasado mes de marzo -27 años después de la prohibición del partido Kach del rabino Meir Kahane, del que se considera su sucesor ideológico- y cuenta con muchos partidarios entre los colonos, afirmando que los 250 asentamientos y puestos de avanzada existentes no son suficientes y que "los palestinos son los invasores".

Estos ultranacionalistas quieren influir en la política del gobierno, que, según Matan Rosenfelfer, un joven de 28 años del asentamiento de Peduel, no va lo suficientemente lejos. "No queremos nuevos edificios en los asentamientos, lo que queremos son nuevas ciudades.” 

Cuando se le pregunta sobre este punto, se niega a ver ninguna propiedad palestina en este terreno. "Que los palestinos digan que esta tierra les pertenece no significa que sea cierto. No estamos en medio de una localidad árabe, ese no es nuestro objetivo por el momento. En el futuro, tal vez, pero aquí no hay nadie.”

Y lo sabe: si el gobierno quiere, este pequeño terreno puede conectarse muy rápidamente al agua, a Internet y a la electricidad. Pero no será esta vez: el puesto de avanzada, como los otros seis creados ese día, fue evacuado a primera hora de la mañana, lejos de las cámaras de los periodistas.

Violencia creciente

La llamada a la oración resuena desde la cima de la colina. Proviene de la aldea palestina de Bruqin, junto a la cual se encuentra Brukhin, un asentamiento creado en 1998. "Incluso tomaron el nombre de nuestra aldea", dice un joven palestino de 28 años, apoyado en la puerta de una pequeña tienda de comestibles con luces tenues.

Cuenta cómo la creciente población de colonos en Cisjordania -que ahora supera el medio millón- restringe sus libertades. "¿La tierra de mi familia? Los colonos nos impiden el acceso. A veces incluso arrancan nuestros olivos.” Nos señala la carretera principal, allá abajo. "No puedo usarla. Está reservada para los colonos. Tengo que tomar el camino estrictamente palestino que me obliga a un largo desvío.”

“Siempre es lo mismo, es un apartheid", dice el gerente que está a su lado. “Y el resto del tiempo tratan de atacarnos.”

El número de incidentes de violencia de los colonos ha aumentado considerablemente en los últimos años. "Casi se han duplicado desde 2020", afirma Anthony Dutemple, jefe de misión de Première Urgence Internationale (PUI), una ONG que trabaja con las comunidades palestinas afectadas por la violencia de los colonos en Cisjordania.

Los ataques adoptan muchas formas diferentes. A veces incluso se coordinan entre distintos asentamientos o puestos de avanzada, en pleno día, con la policía y el ejército israelíes cerca, como confirma un informe de la ONG Breaking the Silence publicado el verano pasado. Por no hablar de las amenazas de los colonos armados a los palestinos, el acoso moral y psicológico diario, que empuja a las comunidades a marcharse.

Para la organización Nachala, esta violencia es sólo obra de elementos minoritarios. El ejército, por su parte, rechaza cualquier implicación. “Pero en realidad forma parte de la estrategia de las autoridades israelíes para ocupar el territorio", añade Anthony Dutemple. “Hace dos años, hablábamos de una anexión formal. Pero, sobre el terreno, nosotros creemos que la anexión ya se está produciendo: la población palestina ya no tiene acceso a sus recursos y sus medios de existencia están en peligro. Y más allá del aumento del número de atentados, vemos que también ha aumentado su intensidad: cada vez hay más daños materiales y heridos graves entre los palestinos, incluso muertos.”

Desde principios de año, los colonos han asesinado a dos palestinos, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA).

A pocos kilómetros, en Iskaka, un pueblo al sur de Nablus, encontramos a Hassan Harb, en su tierra con vistas al valle. A un lado hay olivos hasta donde alcanza la vista, al otro la alambrada de Ariel, uno de los mayores asentamientos israelíes, con 20.000 habitantes y 10.000 estudiantes, cuyo tamaño desaconseja cualquier escenario de evacuación. Allí murió su hijo Ali, de 28 años, apuñalado por un colono el 21 de junio. "Es la primera vez que vuelvo", confiesa con voz temblorosa.

Hassan dice que ese día estaba enfermo cuando recibió una llamada de sus vecinos diciendo que los colonos estaban en su tierra y que parecían estar planeando instalarse. "Les dije a dos de mis hijos, a mi hermano y a unos amigos que fueran a ver. Los seis palestinos se pusieron en marcha y cuando se acercaron a los colonos, éstos se marcharon inmediatamente.

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El hermano de Ali, Ahmad, de 25 años, que estaba allí, cuenta entonces cómo los colonos regresaron, acompañados por la policía y el ejército. "Había tres grupos: nosotros, los colonos y el ejército en medio. Entonces, un colono se coló por un lado, sacó un cuchillo de unos 6 cm de largo e intentó apuñalar primero a mi primo, que logró evitarlo, pero fue Ali, mi hermano, quien resultó herido. Se desplomó directamente al suelo. Al mismo tiempo, los soldados nos apuntaban con sus armas, impidiéndonos acercarnos a Alí para salvarlo..." Su mirada está vacía y su voz se apagó bruscamente. "La puñalada le rompió una de las costillas y cortó la arteria principal que conduce al corazón... causando su muerte", continúa Hassan, el padre.

Un mes más tarde, a pesar de la comisaría de policía del asentamiento de Ariel que está al lado, a pesar de las cámaras que hay cerca, la familia está desesperada por que se juzgue al culpable. Fue detenido al día siguiente, y luego puesto en libertad por falta de pruebas", dice uno de los tíos de Ali. “Les denunció diciendo que era él quien había sido atacado. En cualquier caso, estos colonos saben que pueden hacer lo que quieran, con total impunidad", se lamenta. Según la organización israelí Yesh Din, al 97% de las quejas de los palestinos no se les hace caso.

 Aquí puedes leer el texto en francés:

En Cisjordanie Occupée, Une Opération Massive de « Colonisation Sau... _ Mediapart by infoLibre on Scribd

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