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Los palestinos, los grandes ausentes de las elecciones israelíes

Una niña palestina lleva una sudadera en la que aparece ella junto a su padre, detenido en Israel, durante una manifestación en protesta por los compatriotas detenidos en prisiones israelíes, este lunes.

Thomas Cantaloube (Mediapart)

“¿Los palestinos? ¿Qué palestinos? Si no existen…” Evidentemente, es una broma, se apresura a subrayar la mirada irónica de Selim, un estudiante árabe israelí que ha venido a Tel Aviv a una reunión del partido de izquierdas Meretz, el único que ha podido situarse como elegible con una lista de los ciudadanos árabes. “No solo la cuestión de Cisjordania y Gaza está completamente ausente de la campaña electoral, sino que cada vez que se menciona a los palestinos es para presentarnos como una amenaza...”, suspira Selim que, a unos días de las elecciones de este martes 9 de abril, todavía no sabe a quién votar y ni siquiera si votará, pues piensa que “la situación actual es completamente desmoralizadora”.

“Jamás se ha hablado tan poco de la cuestión palestina en unas elecciones israelíes”, confiesa el politólogo Menachem Klein, antiguo consejero del Gobierno en la época de las negociaciones israelo-palestinas de los años 1990-2000. “Esto es consecuencia de los diez años de Benjamín Netanyahu en el poder: congelando las negociaciones, persistiendo en la colonización y consiguiendo de Donald Trump el reconocimiento de Jerusalén como capital y la anexión del Golán, Netanyahu ha ofrecido a los israelíes la ilusión de que ya no hay conflicto”.

Esto es lo que los especialistas llaman la “gestión del statu quo”, incluso si verdaderamente no lo es puesto que el Gobierno israelí no ha parado de extender su territorio reforzando al mismo tiempo el carácter exclusivamente judío del país. Benjamín Netanyahu nunca ha presentado una propuesta de resolución del conflicto, ni siquiera de un plan para la franja de Gaza, que se asfixia desde hace muchos años. El portavoz del Likud, el partido conservador del primer ministro, lo admite claramente: “Estamos convencidos de que el statu quo es la mejor solución. Nos oponemos tanto a la solución de un Estado como a la de dos Estados”.

Por absurda que pueda parecer esta idea, por lo que supone de desprecio a las aspiraciones y sufrimientos de los palestinos (en particular en Gaza, que sólo sobrevive gracias al apoyo humanitario), que no van a permanecer mudos eternamente, no obstante se ha impuesto a la mayor parte de los israelíes. “La realidad es que ya no hay atentados ni Intifada y la economía marcha bien”, dice Anshel Pfeffer, periodista del diario de izquierdas Haaretz y biógrafo del primer ministro. “Se decía siempre que si Israel no llegaba a hacer la paz con los palestinos sería una catástrofe, la violencia sería omnipresente y la economía se hundiría. Me da pena admitirlo pero Netanyahu ha probado lo contrario: todo ha mejorado y en raras ocasiones se ha estado tan a gusto en Israel”.

Ese es el mensaje casi único que el Likud se esfuerza en pasar durante esta campaña electoral: Netanyahu, una clase aparte, como resume el eslogan impreso en los carteles del primer ministro colocados en las cuatro esquinas el país. Su principal competidor, la lista Azul y Blanco, formada por tres antiguos generales en los cuatro primeros puestos, no se desmarca verdaderamente de la política vigente desde hace diez años. Su líder, Benny Gantz, es quien dirigió las dos operaciones contra Gaza en 2012 y 2014 y quien ha defendido los asesinatos selectivos contra los responsables de Hamas.

Sobre todo, Gantz no hace más que usar generalidades respetables, las pocas veces que se aventura a hablar de la cuestión palestina. Preguntado durante un foro público sobre cómo preveía una solución para el conflicto israelo-palestino, no contestó más que con declaraciones que parecían directamente salidas de la boca de Netanyahu: “Debemos preservar el valle del Jordán como una barrera de seguridad, no podemos volver a las fronteras de 1967, debemos preservar los bloques de implantación (las colonias) y Jerusalén siempre unida y será nuestra capital”.  Nos obstante, añadió estar “preparado para tender la mano a favor de la paz: no queremos gobernar a los palestinos, no queremos un Estado binacional”. Sin embargo rechazó pronunciarse a favor de un Estado palestino.

Incluso con la mejor voluntad del mundo es difícil ver en qué se distingue este discurso del del primer ministro. “Si Gantz es elegido hará de Netanyahu sin Netanyahu en el conflicto israelo-palestino”, estima un diplomático extranjero destinado en Tel Aviv. “Es, por otra parte, lo que la inmensa mayoría de israelíes desea. De todas formas, se verá obligado a aliarse con pequeños partidos religiosos para formar una coalición y le amenazarán con hacerle caer a la mínima iniciativa que tome sobre este tema”.

Para el ex ministro de la Autoridad Palestina Ghassan Khatib, “la ausencia de debate sobre la cuestión israelo-palestina durante la campaña electoral es perjudicial. Esto significa, implícitamente, que ya nadie en Israel cree en la solución de dos Estados. La única alternativa es pues un Estado binacional con un régimen de apartheid. Esto es malo para los palestinos, pero para los israelíes también”.

Netanyahu retoma el argumento de la 'quinta columna'

Durante la campaña, varios partidos religiosos y de extrema derecha, así como miembros del Likud a título individual, han hecho abiertamente un llamado a la anexión de una parte o de toda Cisjordania (Netanyahu mismo, al final de la campaña, ha hecho una declaración confusa en este sentido, prometiendo anexionar las colonias israelíes para integrarlas en el seno de la nación). A cambio, desean proponer a los palestinos un estatuto de residente sin derecho a voto, una ciudadanía israelí con derechos reducidos o bien una ayuda financiera para que emigren… A sabiendas de que estas tendencias o estos políticos formarán parte necesariamente de una coalición con Netanyahu, y tal vez con Gantz, se ve claramente que la política del statu quo se arriesga a un cambio.

Por otra parte, para Menachem Klein, “la gestión del statu quo de hecho está en manos de Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina. Mientras él no haga nada, es decir, mientras siga colaborando con los servicios de seguridad israelíes y mientras Cisjordania no se subleve, esto puede durar mucho tiempo. Pero Mahmoud Abbas es ya mayor y está enfermo. Si desaparece todo puede cambiar. Esta noción del statu quo es pues extremadamente frágil”.

Si el conflicto israelo-palestino ha sido en buena medida olvidado como si nada durante esta campaña, o esgrimido como estandarte por Netanyahu para promover sus eslóganes marciales y su “inflexibilidad”, ha supuesto casi lo mismo para la minoría árabe israelí, que se clasifican a veces como ”palestinos de Israel”. Esta minoría, que representa poco más del 17% del cuerpo electoral, debería jugar un papel importante. Pero la tienen apartada.

En 2015 todo el mundo había hablado de “momento histórico” cuando la Lista Unida, una coalición de todos los partidos árabes, había conseguido 13 de los 120 escaños del Knesset, lo que suponía la tercera fuerza en el Parlamento. Pero en 2019 esta alianza se ha deshecho, principalmente por razones de ego, y los representantes árabes israelíes van a las elecciones desorganizados, lo que les debilitará en términos aritméticos en el nuevo Knesset.

No obstante, el núcleo del problema no está ahí: está en la marginación de los diputados árabes que son elegidos por parte de los dirigentes israelíes. Están permanentemente debatiéndose entre la defensa de los derechos de sus administrados en tanto que ciudadanos israelíes que deben enfrentarse a discriminaciones crecientes (en los matrimonios, los alojamientos, las ayudas sociales, etc.) y la atención permanente en apoyo de sus “hermanos palestinos” que viven en Gaza o en Cirjordania.

“Es una posición muy difícil de mantener”, explica alguien cercano de Ayman Odeh, diputado saliente y candidato al Knesset. “Por un lado, nuestros electores árabes nos reprochan no hacer lo suficiente por ellos cuando tenemos que luchar permanentemente contra leyes y políticas discriminatorias que son aprobadas por la mayoría de los elegidos. Por otro lado, en cuanto tomamos una postura sobre el conflicto israelo-palestino, lo que hacen todos los elegidos judíos, se nos acusa de ser traidores a Israel”.

El argumento de la quinta columna es siempre retomado por Netanyahu y los partidos de derechas, que marginan así a los diputados elegidos árabes israelíes y a menudo a sus mismos electores (a pesar de que un tercio de ellos votan normalmente a partidos judíos como los laboristas, Meretz o el Likud). Incluso Azul y Blanco, que ha intentado tímidamente ir a pescar electores árabes con la promesa de deshacerse de Netanyahu y de sus políticas racistas, rechaza la idea de colaborar con los diputados árabes israelíes.

En ese orden, Benny Gantz ha declarado que “aunque no tengo nada contra los ciudadanos árabes de este país, que son ciudadanos como los demás, yo no puedo colaborar con sus dirigentes políticos que se expresan contra el Gobierno”. Como la mayor parte de los demás partidos políticos, excepto Meretz, el partido Azul y Blanco no prevé constituir una coalición de Gobierno con los partidos árabes israelíes.

Como consecuencia de esta marginación, muchos palestinos de Israel van a abstenerse este 9 de abril. Mientras que en 2015 el 63% de este electorado acudió a las urnas, la mayor parte de los sondeos estiman que esta vez irá a votar sólo uno de cada dos. Por otra parte, los jóvenes árabes israelíes han iniciado en las redes sociales una campaña de boicot porque piensan que “no hay nada que sacar de estas elecciones”. Paradójicamente, en vista del sistema de escrutinio israelí, su abstención favorecerá a los pequeños partidos de extrema derecha aliados de Netanyahu.

Selim, el estudiante árabe israelí, es plenamente consciente de este dilema: “Si voto, mi elección no servirá de gran cosa, si no voto, favorezco a mis enemigos además de que refuerzo la apatía”. Admite, sonriente, que ha visto varias veces el vídeo del rapero Tamer Nafar, que escenifica su cuestionamiento interno sobre un boicot al escrutinio en forma de combate de boxeo contra sí mismo, pero al final se pronuncia a favor de la participación. Pero, para Selim, “esto no hace más que reforzar mi confusión. Tengo la sensación, como palestino de Israel, de ser una pelota de tenis: todo el mundo nos lanza al otro lado del terreno golpeándonos lo más fuerte posible. Y cuando el partido termina, nos tiran a la basura”.

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Traducción de Miguel López

Aquí tienes el texto original en francés:

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