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Los problemas se le acumulan a Netanyahu tras el anuncio de la anexión del Valle del Jordán

Encuentro entre los presidentes de Israel y Estados Unidos, Bejamiin Netanyahu y Donald Trump, en una imagen de archivo.

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu prometió a su electorado que anunciaría el 1 de julio la anexión a Israel del 30% de Cisjordania, incluido el Valle del Jordán, conforme a lo dispuesto en el “acuerdo del siglo” desvelado por Trump en enero.

A menos de una semana de dicha fecha, no ha renunciado a su objetivo, aunque los problemas se le acumulen. Tanto es así que su equipo de asesores está multiplicando las confidencias y las filtraciones para probar escenarios alternativos. Lo que le permitiría retirarse de forma ordenada, sin perder el prestigio ni el apoyo de los colonos ni del electorado de derechas. Al mismo tiempo que muestra a los que condenan su proyecto, dentro pero especialmente fuera del país, que es capaz de ser flexible y abierto.

Lo que no es cierto. Netanyahu no es ni flexible ni abierto. Es cínico y puede ser pragmático, si eso favorece a sus intereses. Su práctica del poder así lo demuestra. Pero su habilidad política, su falta de escrúpulos y su influencia mediática son tales que es capaz de vender esta fábula a su país y al mundo, al menos durante unos meses. Lo importante para él no es prepararse para abandonar su proyecto, sino esperar las circunstancias adecuadas para llevarlo a cabo.

Porque la anexión es, en su opinión, tanto un objetivo ideológico como una ambición, incluso una misión bíblica. Sobre todo, dada su situación actual como acusado, que ha de responder a las acusaciones de corrupción, fraude y abuso de confianza, es el medio de hacer historia como unificador de la tierra de los judíos y no como un inamovible primer ministro, pero delincuente. Todo ello mientras refuerza su popularidad para estar en condiciones de movilizar a las calles mañana, en contra de los jueces, si el resultado del proceso judicial abierto le es desfavorable; aspecto éste que no es descabellado.

“No debemos caer en su trampa", advierte en la prensa israelí Wassel Abu Youssef, miembro del comité ejecutivo de la OLP. “Cualquiera que sea la solución propuesta, no hay ninguna diferencia. Netanyahu simplemente está tratando de engañar a la opinión internacional, que rechaza la anexión”. Según un exdiputado israelí que conoce al primer ministro desde hace 20 años, “su popularidad está en su punto más alto. Los sondeos le prometen una victoria fácil en caso de celebrarse nuevas elecciones. Hoy en día, lograría que se eligiese un caballo para la Knesset... Sabe que tiene que enfrentarse a obstáculos antes de poder llevar a cabo su gran proyecto. Simplemente se da a sí mismo los medios para negociarlos o para evitarlos ahorrando tiempo”.

En las últimas semanas, Netanyahu y sus asesores han multiplicado los globos sonda con el fin evidente de justificar el posible aplazamiento del “anuncio histórico” previsto para el 1 de julio. Así pues, la prensa ha informado, mezclando lo verdadero y lo falso, que la comisión de expertos norteamericano-israelí encargada de definir los límites de la anexión no ha podido reunirse a causa de la pandemia de covid-19 y que aún no se han elaborado los mapas del territorio que se va a anexionar.

Los medios de comunicación israelíes también han informado de la existencia de discrepancias entre el proyecto de anexión contenido en el “plan” de Donald Trump y el elaborado por los expertos israelíes o por la Yesha, la organización de colonos de Cisjordania; divergencias serias difíciles de resolver antes de la fecha en cuestión. O que, dadas todas estas dificultades, el gabinete del primer ministro, la Knesset y el asesor jurídico del Gobierno no tendrían tiempo de examinar y validar un texto tan importante antes del 1 de julio.

La semana pasada, los asesores del primer ministro movilizaron las columnas del tabloide Israel Hayom (el diario gratuito de mayor tirada de la prensa israelí, que recibió como regalo "Bibi" en 2007 de manos de su amigo Sheldon Adelson, el emperador estadounidense de los casinos) para dar a conocer la “nueva idea” de Netanyahu: el establecimiento de la “soberanía” –la palabra es menos violenta, a su parecer, que la de anexión– en dos fases. Esta estrategia implicaría inicialmente la imposición de la “soberanía” israelí a los asentamientos aislados de Cisjordania, cuya superficie total sería de alrededor del 10% del territorio.

Tras este primer paso, el Gobierno israelí preguntaría entonces a los palestinos –que cabe suponer estarían muy dispuestos tras semejante iniciativa unilateral– si acceden a la reanudación de las negociaciones para un acuerdo de paz, congelado desde 2013. Si se niegan, Israel extenderá su “soberanía” a todos los asentamientos de Cisjordania. De esta forma se parapetarían, ante posibles críticas de la comunidad internacional, tras la excusa de que los palestinos se niegan a negociar.

Esta “soberanía en dos fases” tendría, según las fuentes de Israel Hayom, dos méritos. Enviaría a las cancillerías preocupadas o indignadas una señal, indicativo de que Israel escucha sus críticas y actúa con prudencia. Y podría convenir a la Casa Blanca, que aparentemente ve el proyecto de Trump como un plan de paz en lugar de un plan de anexión. Además, el inicio de la anexión con asentamientos enclavados en el corazón de Cisjordania, en lugar de en el Valle del Jordán, apaciguaría las preocupaciones de los jordanos.

¿Por qué Netanyahu, tras su reciente confirmación en el poder, después de lograr aliar a sus antiguos oponentes centristas, y el apoyo incondicional de Washington, se ve obligado a retrasar su decisión de anexión o a atenuar el alcance de la anexión cambiando su objetivo en el último momento? Porque no se puede ignorar el número y el tono de las advertencias dirigidas al Estado de Israel en vísperas del 1 de julio. Y quizás sobre todo porque algunos de ellos, inesperadamente, son considerados lo suficientemente serias por el primer ministro y por sus asesores como para merecer un cambio de estrategia gubernamental. O una nube de humo mediática destinada a camuflar, temporalmente, el alcance y la gravedad de esta nueva violación del derecho internacional.

Es un hecho que en las últimas semanas se han emitido advertencias al Gobierno israelí y procedentes de todos partes. Por supuesto, desde el mundo árabe, donde Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, la Liga Árabe han manifestado su oposición. En Jordania, donde más de la mitad de la población es de origen palestino, como la reina Rania, procedente de una familia de Tulkarem, el rey Abdallá ha advertido: “Cualquier medida israelí unilateral de anexión de tierras en Cisjordania es inaceptable y socava la perspectiva de alcanzar la paz y la estabilidad en la región”. Y ello, mientras se multiplican las videollamadas diplomáticas entre Estados Unidos y las capitales europeas.

Por lo general, estos procedimientos árabes parecen estar dictados más por consideraciones de política interna que por la solidaridad con la causa de los palestinos. Los regímenes árabes no pueden ignorar el lugar que ocupa la Cuestión de Palestina en la identidad nacional de sus pueblosCuestión de Palestina. Pero estas protestas y advertencias no parecen ser de tal naturaleza que influyan en la resolución de Netanyahu por el momento. Incluso si parecen cuestionar la estrategia de “normalización” entre los países del Golfo e Israel, alentada por Washington. Normalización que el primer ministro israelí consideró útil, incluso indispensable en la perspectiva de un posible enfrentamiento futuro con Irán.

Más desagradables han sido las reacciones de Reino Unido y Alemania. En Londres, Boris Johnson advirtió a Israel contra toda “violación del derecho internacional”, mientras que la venerable Cámara de los Lores se preguntaba si, en caso de anexión, Israel podría seguir disfrutando de un acceso preferencial, para sus exportaciones, al mercado británico.

Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Heiko Maas, viajó a Israel para recordarle a Netanyahu que una anexión de los territorios ocupados iría en contra del derecho internacional y podría incitar a ciertos países a imponer sanciones a Israel, o incluso a reconocer el Estado palestino. Paso que se ha tomado más en serio porque Mas es considerado un amigo de Israel, y Berlín tiene muy buenas relaciones con el régimen israelí, hasta el punto de entregar armas estratégicas como sus submarinos de misiles nucleares. Todo esto sin olvidar que el 1 de julio, Alemania asumirá la Presidencia del Consejo Europeo durante seis meses y la del Consejo de Seguridad de la ONU durante un mes.

En su calidad de principal socio comercial de Israel, la Unión Europea ha emitido una declaración en la que se opone a la anexión aprobada por 25 de sus miembros, con excepción de Hungría y Austria. Condenada por la regla de la unanimidad a una actitud estéril de crítica sin sanciones, la Unión Europea se abstuvo de plantear la más mínima amenaza creíble, incluso ante semejante violación de la ley.

De hecho, la verdadera naturaleza de las intenciones de Europa se reveló el 18 de junio, cuando el Parlamento Europeo ratificó el acuerdo “Cielos abiertos” entre la UE e Israel por 457 votos a favor, 102 en contra y 147 abstenciones. Este acuerdo, que reduce las tarifas aéreas y fomenta la creación de nuevas rutas, podría haber entrado en un regateo diplomático sobre la anexión. No fue así. De hecho, supondrá un gran impulso, sin contrapartidas, para la economía israelí.

En realidad, los problemas más graves para el Gobierno israelí en la perspectiva de la anexión, los únicos tenidos en cuenta por el momento por los asesores de Netanyahu, han venido del principal aliado, Washington, y del interior. La Casa Blanca, donde se concibió el “acuerdo del siglo”, que debería haberle valido a Trump al menos el Premio Nobel de la Paz, se encuentra a la deriva entre la catastrófica gestión de la pandemia, las consecuencias incontrolables del caso George Floyd y las cascadas de testimonios sobre el alarmante engaño del presidentecaso George Floyd. Todo esto con, en el horizonte de noviembre, unas elecciones presidenciales que se presentan mal.

En estas condiciones, parece difícil tratar de obtener de la Administración Trump un apoyo decidido y concreto para una anexión masiva, lo que plantea problemas diplomáticos especialmente con el mundo árabe, que la Casa Blanca quería acercar a Israel. Sobre todo por que subsisten diferencias entre Israel y Estados Unidos sobre la extensión de las zonas que se van a anexionar, el calendario de las operaciones y su contexto político. Washington desearía que la estrategia de anexión fuera el resultado del consenso de toda la coalición reunida en torno a Netanyahu y no sólo del Likud.

Los colaboradores de Trump desearían, en concreto, que se sumen a esta iniciativa los dos exjefes de gabinete Benny Gantz y Gabi Ashkenazi, fundadores del movimiento Azul y Blanco que se unió a Netanyahu al día siguiente de las elecciones legislativas. Gantz, que hace unas semanas había considerado poner algunas condiciones a la anexión, finalmente renunció. Tampoco propondrá organizar, como algunos de sus amigos sugirieron, un referéndum sobre la anexión. Esto podría haber puesto a Netanyahu en aprietos. Según un sondeo reciente, la mayoría de los israelíes, favorables al cómodo statu quo de los últimos años con los palestinos, se opondrían a la anexión de Cisjordania.

El hecho de que la victoria en noviembre del candidato demócrata Joe Biden ya no se pueda desacartar y que el Partido Demócrata y su candidato se hayan pronunciado claramente en contra de la anexión complica las cosas un poco más para los dirigentes israelíes. Sobre todo por que los cuatro miembros de la Cámara de Representantes demócratas que han escrito a Netanyahu en nombre de la mayoría de sus colegas, para advertirle en contra de su proyecto, son conocidos por su apoyo histórico a Israel. Lo mismo ocurre con los tres senadores demócratas que han firmado un texto condenando explícitamente el proyecto israelí.

Por todas estas razones, el Gobierno israelí se inclinaría por la anexión inmediata de asentamientos coloniales de la periferia de Jerusalén, resucitando grosso modo el viejo proyecto de “Gran Jerusalén”, más fácil de presentar como un asunto interior israelí y como el aplazamiento –hasta celebradas las presidenciales americanas, para ser claros- de la decisión de anexionar o no el Valle del Jordán, los otros bloques y el resto de colonias dispersas.

Las exigencias de los colonos

Pero las negociaciones con el “amigo americano” que continuarán esta semana en Israel en presencia de Avi Berkowitz, un estrecho colaborador del yerno de Trump, Jared Kushner, que dirigió la redacción del “acuerdo del siglo”, no serán las únicas en movilizar a Netanyahu antes del 1 de julio. Porque, en casa, el proyecto de anexión, que no cuenta con el apoyo de la mayoría de los votantes, también ha sido criticado, e incluso rechazado en su forma actual, por sectores inesperados de la sociedad israelí.

Ya se sabe que más de 300 oficiales superiores y exdirigentes de los servicios de seguridad reunidos en los “Comandantes para la seguridad de Israel” han multiplicado durante meses las intervenciones públicas condenando un proyecto de anexión “que no contribuye en absoluto a la seguridad del país” y que conlleva infinitamente más riesgos que beneficios.

También sabemos que el jefe del Estado Mayor, Aviv Kochavi, el jefe de la inteligencia militar Tamir Hayman y el director de Shin Beit, Nadav Argaman, han dado a conocer sus reticencias, que se basan sobre todo en el riesgo de desestabilizar el régimen jordano. Sólo entre los oficiales de seguridad, el jefe del Mossad, Yossi Cohen, conocido como un nacionalista religioso y cercano a Netanyahu, no ha expresado públicamente ninguna crítica.

A principios de mes, otro alto funcionario militar, el exgeneral Amos Gilead, experto en inteligencia, dijo que la anexión será “un fiasco que podría sabotear la estabilidad del régimen jordano, poner en peligro el tratado de paz con Israel y afectar seriamente los esfuerzos necesarios en el frente iraní”. Otras voces entre los militares apuntan a que el Valle del Jordán, contrariamente a lo que afirma el primer ministro, no es en absoluto indispensable para la seguridad de Israel. “Desde este punto de vista”, explica uno de ellos, “la profundidad estratégica que ofrece el tratado firmado con Jordania en 1994 y la cooperación en materia de seguridad con Amán es mucho más importante que el control del Valle del Jordán”.

Estas críticas y reticencias parecen haber emocionado poco a Netanyahu. Por otra parte, el ataque frontal de la Yesha, la organización que representa a los colonos de Cisjordania, contra el “Plan Trump”, del que la anexión del Valle del Jordán es un elemento clave, es una de sus mayores fuentes de preocupación. Los colonos no impugnan la propuesta de anexión del 30% de Cirjordania que figura en el “Plan Trump”. Al contrario.

Lo que impugnan, si no rechazan, es que este plan también prevé la eventual creación de un Estado palestino. Un Estado en ruinas, enclavado en territorio israelí, consistente en un archipiélago de zonas palestinas separadas por zonas bajo control israelí y conectadas por puentes y túneles. La propuesta de “bantustanización” considerada –legítimamente– inaceptable por los palestinos.

Lo que los líderes de la Yesha exigieron en su última reunión a finales de mayo es “la aplicación de la soberanía a Judea-Samaria [Cisjordania] y al Valle del Jordán lo antes posible”. En la misma declaración, también reiteraron su oposición frontal a cualquier acuerdo sobre la creación de un Estado palestino. En otras palabras, el plan norteamericano les sigue pareciendo demasiado favorable a los palestinos y pretenden obtener de Netanyahu, al mismo tiempo que la anexión del Valle del Jordán, un mapa de Cisjordania que confirme la imposibilidad de la creación de un Estado palestino. Circulan varios borradores de documentos. Hasta la fecha, ninguno de ellos ha sido aprobado.

A Netanyahu, que no puede prescindir del apoyo de los colonos, núcleo de su electorado, sólo le queda una semana para encontrar una solución. Se espera que la reunión de gabinete de ministros del domingo proporcione información valiosa sobre la dirección adoptada...

Lo extraordinario de este episodio es que los principales interesados –los palestinos– están ausentes, aparentemente considerados como meros figurantes en el paisaje. Educados durante tres cuartos de siglo de ocupación y colonización ilegal e impune, por la pasividad del resto del mundo y especialmente de sus hermanos árabes, rápidamente han sido conscientes de lo que está sucediendo hoy y de lo que depende su destino.

Eclipsados durante años de la escena política regional por las revueltas árabes, luego por las guerras en Siria y el Líbano, fueron reubicados allí –contra su voluntad– por Netanyahu y su plan de anexión. A lo que el presidente palestino Mahmoud Abbas respondió a finales de mayo declarando el fin de los acuerdos alcanzados con Estados Unidos e Israel, en particular los acuerdos de seguridad árabe-israelíes. Los palestinos tienen pocas cartas que jugar en este juego, pero están decididos a usar todas las que tienen. En particular en la opinión pública y en las instituciones internacionales.

Como observó un diplomático: “La anexión de facto del Valle del Jordán y otras zonas que se están debatiendo ya existe. Lo único que cambiará es la legalización –desde el punto de vista israelí– de esta anexión que vemos todos los días ante nuestros ojos y que ya estamos experimentando”.

¿Qué hacer entonces? Movilizar el apoyo internacional. En la manifestación contra la anexión organizada el lunes en Jericó, participaron miles de palestinos, pero también alrededor de 40 diplomáticos extranjeros, entre ellos embajadores o cónsules generales de la Unión Europea, Jordania, China, Rusia, India, Turquía, Francia, el Reino Unido, Canadá, Suiza, Japón, Alemania y Polonia, así como el representante local de la ONU. Al término de esta manifestación sin precedentes, Jibril Rajoub, miembro de la dirección de Fatah, que controla la Autoridad Palestina, advirtió: “Si hay anexión, no sufriremos solos y no moriremos solos”.

“No somos nihilistas ni locos”, explicó en The New York Times Hussein al-Sheikh, encargado de las relaciones con Israel en la Autoridad y asesor próximo al presidente palestino Mahmud Abbas. “Somos pragmáticos. No queremos que las cosas lleguen al punto de no retorno con Israel. Y la anexión significa que no hay vuelta atrás en nuestras relaciones con Israel”.

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Traducción: Mariola Moreno

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