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El pulso entre las 'redes Haqqani' y los moderados enfrenta al nuevo poder talibán

Milicianos talibanes a su entrada en Kabul en agosto de 2021.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

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Desde 1978 hasta 1992, cuando Afganistán estaba dirigido por el Partido Comunista (el Partido Democrático Popular de Afganistán o PDPA), sus dos corrientes, la khalq (el pueblo) y el parcham (la bandera), no dejaron de atacarse, de enfrentarse empuñando las armas e, incluso, trataron de acabar los unos con los otros. Por razones étnicas: la khalq era un partido visceralmente pastún, el parcham mucho más abierto y de habla persa. Pero también por razones de proximidad a Moscú: el segundo era menos prosoviética y menos radical que su rival.

Parece que un patrón similar se reproduce a día de hoy con los talibanes, entre los que, desde la toma de Kabul el 15 de agosto de 2021, se enfrentan cada vez más abiertamente dos corrientes.

Por un lado, se encuentran los diplomáticos o pragmáticosdiplomáticospragmáticos, muchos de ellos líderes miembros o próximos a la dirección “histórica” del movimiento y que proceden del sur del país, en particular de Kandahar, cuna de los “estudiantes de religión”.

Por otro lado, los militares, en particular las redes Haqqani, procedentes del este de Afganistán y de Waziristán del Norte, una de las siete agencias tribales paquistaníes. Más extremistas y cercanas a Al Qaeda, las redes Haqqani están también estrechamente vinculadas a los Inter-Services Intelligence (ISI), los servicios de inteligencia del Ejército pakistaní.

Estas divisiones han existido durante toda la insurgencia talibán. Pero salieron a la luz el 11 de septiembre, cuando el viceprimer ministro, el mulá Abdul Ghani Baradar, cofundador de los talibanes junto con el mulá Omar y jefe de su delegación en las negociaciones de Doha con Estados Unidos, tuvo que salir protegido del palacio presidencial tras los enfrentamientos entre sus guardaespaldas y los del ministro de los refugiados, Jalil al-Rahman Haqqani, uno de los líderes de las redes Haqqani.

Prueba de que esto no quedó ahí, Baradar no estuvo presente al día siguiente durante la visita a Kabul del ministro de Asuntos Exteriores qatarí, Mohammed ben Abdulrahman al-Thani, con quien logró establecer un estrecha relación durante las negociaciones de Doha.

Fuentes afganas en Kabul afirmaron que había sido asesinado, otras que estaba herido, pero finalmente reapareció en televisión poco después para negarlo, afirmando que estaba de viaje. Para hacer a continuación una declaración muy misteriosa: los talibanes “hacen gala de compasión hacia sí mismos, más que en una familia”. Ahora parece haberse refugiado en Kandahar.

Es difícil conocer el alcance exacto de los conflictos entre la línea dura, conocida como haqqanista, dirigida por Sirajuddin Haqqani, y los diplomáticos. Pero más allá de las rivalidades tribales, resurge el viejo antagonismo entre los que lucharon sobre el terreno y los que negociaron la retirada estadounidense, los llamados talibanes de Doha, representados por el mulá Baradar y Sher Mohammad Abbas Stanikzai, ahora viceministro de Asuntos Exteriores.

A los diplomáticos, que afirman que gracias a las conversaciones de paz Estados Unidos se retiró de Afganistán, los militares les replican que no, que fueron ellos los que aportaron el impulso de la victoria. La “red Haqqani” nunca quiso negociar con los estadounidenses y se opuso a las conversaciones de paz de Doha.

Entre las figuras talibanes opuestas al mulá Baradar también se encuentra el mulá Yakub Omar, hijo del mulá Omar, que ocupa el cargo de ministro de Defensa, aunque no es próximo a las redes Haqqani.

“Tanto sobre el papel como en la opinión general, el movimiento talibán parece unido y dirigido verticalmente, pero sobre el terreno y en la realidad, esto dista mucho de los hechos y acciones que observamos cada día”, afirma Shahir Zahine, antiguo director de la cadena de radio independiente afgana Kilid, ahora refugiado en Alemania. En su opinión, para entender a los talibanes, tanto a los hombres como a los líderes, es necesario tener en cuenta “sus orígenes geográficos, sus filiaciones tribales y étnicas” y también “analizar el motivo de su presencia en el movimiento y su pasado político-militar”.

Fundamental en las redes Haqqani

Antes de los enfrentamientos en el palacio presidencial, la formación del gobierno ya había mostrado las divisiones en el seno de los antiguos insurgentes. Tres semanas de intensas negociaciones entre las distintas facciones no permitieron constituirlo. Fue necesaria la visita a Kabul del lugarteniente general Faiz Hamid, jefe del ISI, para desbloquear la situación. Pero la sorpresa en la composición de este gobierno fue que Baradar, que había sido el número dos de los talibanes hasta entonces, sólo recibió el cargo de viceprimer ministro. Un cargo de segunda.

Por otro lado, los Haqqanis sacaban mayor tajada: cuatro ministerios, incluido el más importante, el de Interior, para Sirajuddin. Además, todo el aparato de seguridad estaba controlado por sus aliados próximos, todos ellos ultrarradicales, algunos de los cuales habían estado en Guantánamo, como Abdul Qayyum Zakir, viceministro de Defensa, y Sadr Ibrahim, viceministro del Interior.

Ninguna de las promesas de los “diplomáticos” a los estadounidenses, especialmente durante las conversaciones de Doha, se ha respetado.

Ni rastro de un Gobierno “inclusivo”, es decir, con personalidades independientes reconocidas por su competencia, ni a antiguas figuras políticas como Hamid Karzai, Abdullah Abdullah y Gulbuddin Hekmatyar –la “línea dura” siempre ha hecho saber que no aceptaría a ninguna personalidad que hubiera pasado “ni un solo día” en las administraciones del régimen anterior–. Tampoco hay mujeres, ni siquiera en puestos inferiores, mientras que el Ministerio que intentó mejorar su condición con Hamid Karzai y Ashraf Ghani ha desaparecido y se ha sustituido por el de “represión del vicio y promoción de la virtud”. En cuanto a las minorías tayika, uzbeka, turcomana y hazar, que en conjunto representan alrededor del 60% de la población afgana, sólo han conseguido tres de los 33 ministerios.

Lo que tampoco entendieron los pragmáticos fue que algunos oficiales del extinto Ejército afgano podrían reintegrarse en el aparato de seguridad creado por los nuevos amos de Kabul. Por último, como en el pasado, los haqqanistas se han mostrado hostiles a cualquier negociación con Estados Unidos, aunque sea indirecta.

El regreso de los talibanes pakistaníes

El padrino pakistaní, en particular el primer ministro Imran Khan, quería un gobierno “inclusivo” para mostrar a la comunidad internacional que los talibanes estaban mostrando moderación y que debían ser recompensados con una ayuda económica sustancial. Pero también porque es menos probable que un gobierno “inclusivo” apoye a los talibanes paquistaníes del Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP), establecidos al otro lado de la Línea Durand.

Consideradas moribundos hace unos años, han despertado. Ahora el TTP tiene un nuevo líder, Noor Wali Mehsud, que a diferencia de sus predecesores no tiene la imagen de un bruto cruel y sanguinario. Asegura que ha renunciado a los ataques indiscriminados contra la población y que es partidario de una estrategia menos violenta que la de los años 2000. Ha sido capaz de reagrupar las diferentes facciones bajo su autoridad, con la excepción del maulana (clérigo de mayor rango) Fazlulah. Se dice que ahora dirige al menos 2.000 hombres.

En 2020, el TTP lanzó no menos de 120 ataques en las zonas tribales.

Según el investigador italiano Antonio Giustozzi, experto en las zonas tribales afgano-paquistaníes, “el TTP ha abandonado sus ambiciones de derrocar al Gobierno pakistaní en favor de la idea de secesión de las regiones pastunes”. “En la práctica, podría conformarse con menos. Durante las negociaciones no oficiales de 2020 con Islamabad, exigía una mayor autonomía para las zonas tribales y la aplicación de la ley islámica. Las negociaciones han fracasado, pero podrían reanudarse en el futuro”, añade el mismo investigador en un estudio para el Royal United Services Institute de Londres.

Lo que preocupa a Islamabad es que el ala radical de los talibanes afganos, en particular las redes Haqqani, apoyen a los talibanes pakistaníes. Sin embargo, los haqqanis están estrechamente vinculados a los ISI, que les han facilitado sus campos de entrenamiento y los han financiado y armado. A cambio, han prestado considerables servicios en las zonas tribales bajo su control: han sido la interfaz entre los militares pakistaníes y Al Qaeda. Pero no están a sus órdenes. “Puedes alquilar la espalda de un afgano, pero nunca comprarla”, dice un conocido proverbio afgano.

Hoy en día, el establishment policial-militar pakistaní se encuentra en la posición de Frankenstein: tiene problemas para controlar a su criatura, los Haqqani. Por ello, Islamabad parece recurrir más al mulá Baradar. Se trata, por tanto, de un giro de 180 grados, ya que estuvo encarcelado de 2010 a 2018 por los paquistaníes, que le reprochaban haber querido negociar con el gobierno de Kabul sin su consentimiento, y sólo fue liberado por la presión de Washington, que quería entablar conversaciones de paz con los insurgentes.

Al frente de los talibanes está el maulawi Haibatullah Akhundzadeh, que tiene el papel de guía supremo, siguiendo el modelo del Guía de la Revolución Islámica iraní. Como teólogo e hijo de teólogo, y gran especialista en hadices (los dichos y hechos del Profeta), tiene una indiscutible legitimidad religiosa que le permitiría poner orden en el movimiento y mitigar sus divisiones. El problema es que hace dos años que no se le ve ni se sabe nada de él. En principio, está en Kandahar. Pero, ¿está vivo o muerto? Nadie lo sabe. Otro misterio talibán.

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Traducción: Mariola Moreno

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