El efecto Margaret Thatcher o cuando las mujeres en el poder no garantizan políticas feministas

Rachel Reeves, Kemi Badenoch y Margaret Thatcher.

Marie Billon (Mediapart)

Londres (Reino Unido) —

“Ella no trató de crearse una imagen con la que las mujeres inglesas pudieran identificarse o aspirar. No […] buscaba crear imitadoras”. Estas dos frases no las ha escrito la historiadora Ramie Targoff para describir a Margaret Thatcher, primera mujer jefa de gobierno británico de 1979 a 1990, aunque podría haberlo hecho. En su libro Shakespeare's Sisters (Las hermanas de Shakespeare, edit. Knopf, 2024), hablaba de Isabel I, la segunda mujer que reinó en el siglo XVI.

El Reino Unido es uno de los países de Europa donde más mujeres han ocupado altos cargos. El Partido Conservador ha llevado a cuatro mujeres a Downing Street 10, los laboristas a ninguna.

Según los analistas, esto se debe a que la derecha ofrece más oportunidades a las personas, mientras que en el grupo predominante de la izquierda, las mujeres tienen menos oportunidades de salir adelante. Cabe señalar no obstante que la laborista Rachel Reeves, que espera ser un modelo a seguir, es la primera mujer ministra de Finanzas.

Rachel Reeves “celebra el precedente que supone ser la primera mujer en el ministerio de Hacienda”, afirma Jill Rutter, ex funcionaria e investigadora del centro de estudios Institute for Government. Pero el presupuesto anual que presentó en octubre de 2024 no trata de corregir las desigualdades económicas, pues sigue habiendo más mujeres que hombres con ingresos bajos, dice la investigadora.

En los últimos años, las figuras femeninas que han destacado en la política han compartido a menudo una falta de sororidad.

La actual líder del Partido Conservador, Kemi Badenoch, criticó en septiembre de 2023 las prestaciones por maternidad, que supondrían una carga “excesiva” para las empresas. Según ella, las madres deben asumir una mayor “responsabilidad personal” en sus finanzas. Badenoch tiene tres hijos y quiere hablar con conocimiento de causa.

También puede ampararse en el argumento de la experiencia cuando critica el movimiento Black Lives Matter, que considera politizado. De origen nigeriano, es la segunda persona racializada que dirige el Partido Conservador. También se define como “feminista crítica con el género”, es decir, TERF (trans exclusionary radical feminist), un término que se utiliza para referirse a las feministas que excluyen a las personas trans de las luchas por los derechos de las mujeres.

Un efecto de los sesgos sexistas

“Las mujeres de los partidos conservadores insisten en su dureza y pureza ideológica y la escenifican”, analiza Jennifer Piscopo, profesora de género y política en la Universidad Royal Holloway de Londres. Kemi Badenoch es “muy clara sobre sus valores conservadores, sobre el género, los migrantes, la etnicidad, la diversidad cultural”, añade la investigadora. “Esto corrige cualquier percepción que podamos tener de que, como mujer de color, sería más empática con las poblaciones no blancas y su marginalidad”.

Es una “sobrecorrección” que también han llevado a cabo dos ex ministras del Interior conservadoras, Suella Braverman y Priti Patel, ambas de origen indio. Para “inspirar confianza”, las mujeres pueden ser “más conservadoras que los hombres”, dice la profesora Piscopo.

Antes de ella, Theresa May fue la única jefa de gobierno (2016-2019) que “realmente animó a las mujeres a entrar en política”, explica Jill Rutter. Participó en la fundación del programa Women2Win para animar a las mujeres a presentarse como candidatas, pero su influencia caló sobre todo en la derecha. Pero Theresa May no es una feminista orgullosa. En 2017, dijo en un programa de la BBC que en el hogar había “tareas de chicos y tareas de chicas”.

En la batalla interna por la dirección de su partido, en 2016, fue su rival Andrea Leadsom quien se destacó al decir al Times: “Creo que ser madre significa que tenemos un interés real en el futuro de nuestro país, un interés tangible”. A pesar de disculparse con Theresa May, quien había confesado haber sufrido por no poder tener hijos, tuvo que retirarse.

El derecho a la mediocridad

Jill Rutter ve ahí una señal de que la persona no tiene talento para la política, más que una falta de solidaridad femenina. “Hay muchos hombres mediocres en la política. Quizás hayamos llegado al punto en el que las mujeres mediocres por fin tienen también una oportunidad”. Porque hasta ahora, las mujeres debían ser “excepcionales”, dice la ex funcionaria. Lo vio especialmente durante los ocho años, de 1979 a 1997, que pasó en el Tesoro Público.

Jill Rutter estuvo en primera fila durante la era Thatcher: “Le encantaba ser la única mujer en la sala. Se deleitaba con su excepcionalidad”. Como decía The Guardian en 2013, “Thatcher no rompió el techo de cristal, consiguió entrar y luego retiró la escalera”.

En un discurso de 1982, Thatcher dijo: “La batalla por los derechos de las mujeres se ha ganado sobradamente. […] Odio esos tonos estridentes que escuchamos de algunas feministas liberales”.

Según The Guardian, “Thatcher es uno de los ejemplos más claros de que el éxito de una mujer no siempre es sinónimo de progreso para las mujeres”.

Pero, a pesar de ella, Thatcher ha demostrado que Downing Street estaba abierto a las mujeres.

Transfobia

No obstante, cada una debe tener el derecho a considerarse modelo o no: “Aunque las figuras femeninas históricas han sido excepcionales, eso no significa que puedan representar o llevar sobre sus hombros a todas las mujeres del mundo, ni que fueran perfectas en todos los aspectos”, estima Helen Pankhurst. Ella es “la bisnieta de Emmeline Pankhurst [líder de las sufragistas, el movimiento por el sufragio femenino en el Reino Unido, ndr] y nieta de Sylvia Pankhurst”».

Se identifica con ambas: “Con Emmeline, que se volvió cada vez más conservadora a lo largo de su vida, y con Sylvia”, activista por la interseccionalidad de las luchas sociales. Emmeline Pankhurst tenía posiciones “nacionalistas, apoyando al Imperio Británico, mientras que su hija Sylvia estaba en contra y era anticolonialista”.

Hoy en día, Emmeline Pankhurst es recuperada por las feministas tránsfobas, lo que Helen Pankhurst “entiende pero lamenta”. Ella cree que su antepasada, que “presidía un movimiento en el que participaban mujeres queer”, podría haber apoyado hoy a uno u otro bando en la cuestión del reconocimiento de género.

J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, decepcionó a muchos fans al mostrar claramente su postura anti-trans. Varias mujeres políticas del SNP, el partido nacionalista de izquierda de Escocia, se unieron a su lucha, como Ash Regan y Joanna Cherry. Se opusieron a la ex primera ministra escocesa Nicola Sturgeon y ese debate contribuyó a la caída de esta última en 2023, aunque en ello pesaron más las acusaciones de malversación de fondos del partido formuladas contra ella y su futuro ex marido.

A diferencia de muchas mujeres cuya reputación desaparece con el primer paso en falso, Jennifer Piscopo “no cree que Sturgeon haya quedado completamente destruida por esas acusaciones. Lo que logró estando en el poder sigue siendo reconocido y aplaudido”.

Trabajo histórico

Algunas figuras históricas también son revisadas, pero no desdibujadas. Marie Stopes (1880-1958) es reconocida por su contribución al derecho al aborto. La ONG Marie Stopes International, que promueve la salud sexual y reproductiva, había sido bautizada en su honor, pero cambió de nombre en 2020 para “reflejar el malestar que venía de lejos con algunas de las opiniones de Marie Stopes, partidaria de la eugenesia”, según una portavoz de MSI Reproductive Choices.

La historiadora Jane Robinson aplaude ese cambio de nombre que “conserva las iniciales” de Marie Stopes. “Se pueden extraer verdades universales de todo tipo de personajes problemáticos del pasado”.

Jane Robinson ha escrito una biografía de Mary Seacole (1805-1881), una pionera de la enfermería originaria de Jamaica. La historiadora lamenta que todavía esté “confrontada”, incluso “eclipsada”, por Florence Nightingale (1820-1910). Algunos ven ahí una muestra de racismo. Nightingale, aunque se opuso a la esclavitud, es acusada de haber participado en la “colonización de la profesión de enfermería”. En el musical Fantastically Great Women Who Changed the World (Grandes mujeres que cambiaron el mundo), se representa a Seacole, no a Nightingale.

“Sería difícil encontrar un personaje histórico que no sea problemático, en ciertos aspectos, teniendo en cuenta los estándares actuales”, matiza Jane Robinson.

Incluso Virginia Woolf, que teorizó sobre la necesidad de una “habitación propia” para que las mujeres puedan escribir, en su ensayo homónimo*, es cuestionada por Ramie Targoff. Woolf aseguraba que en la época de Shakespeare, una mujer nunca habría podido escribir como él o se habría vuelto loca al intentarlo. Según la historiadora, existieron (el libro Shakespeare's Sisters está dedicado a ellas), pero Virginia Woolf consideró sus escritos “triviales”. La escritora inglesa no era un modelo perfecto (en 1910 participó en una velada en la que se pintó la cara de negro y fingió hablar swahili), pero sigue siendo una pionera. 

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* Conocido durante mucho tiempo con el título de Una habitación propia, el texto ha sido traducido de nuevo por Marie Darrieussecq para la editorial Denoël en 2016, reflejando la idea de que las mujeres necesitan un espacio que no puede reducirse a una habitación.

 

Traducción de Miguel López

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