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Rouhaní, presionado por los ultras iraníes y por Washington

El presidente iraní, Hasan Rohaní.

El presidente de Irán, Hasan Rouhaní, todavía no ha presentado a su Gobierno ni tampoco ha prestado juramento –lo hará este sábado– ante Ali Jamenei, el Guía de la Revolución, y el Majlis (Parlamento), pero sus opositores, dentro y fuera de Irán, ya tratan de hacerle la vida imposible. En Teherán, los ataques radicales son cada vez más virulentos y las autoridades judiciales llegaron incluso a encarcelar a su hermano Husein Fereydun el pasado 15 de julio. Trasladado poco después a un hospital de Teherán por razones de salud, quedaba en libertad dos días después tras pagar una fianza de 350.000 millones de riales, unos nueve millones de euros, según la prensa iraní.

Mientras, Washington, apenas un día más tarde, volvía lanzar un órdago al anunciar nuevas sanciones contra Irán (al gunas han acabado confirmándose) para castigarlo por sus pruebas de misiles balísticos y sus actividades militares “perniciosas” en Oriente Medio. Y todo ello horas después de haber mantenido el acuerdo internacional sobre el programa nuclear de Teherán. Aunque el presidente iraní puede contener estas dos ofensivas, el problema estriba en la convergencia de intereses entre los ultras iraníes, por un lado, y el Gobierno de Trump, por otro.

El segundo mandato de Hasan Rouhaní parecía que iba a ser tranquilo, gracias a la aplastante victoria obtenida en las presidenciales (el 57,13% de los votos en la primera vuelta frente al ayatolá Ebrahim Raisi, jefe de filas de los radicales, muy próximo a los pasdaráns, guardianes de la revolución) y gracias también al acuerdo nuclear, logrado con mucho esfuerzo y firmado con gran pompa, el 14 de julio de 2015 en Viena. Sin embargo, ahora se perfila el escenario contrario, ya que tiene que volver a combatir en todos los frentes.

La primera preocupación del presidente concierne a su hermano Husein Fereydun porque, más allá de los problemas judiciales de éste, es su persona la que se encuentra en el punto de mira. En un primer momento, la investigación abierta tenía como objetivo impedirle presentarse a las presidenciales del 19 de mayo. Se trata de una práctica común en Irán: cuando las facciones radicales no pueden atacar de frente a una personalidad a la que quieren eliminar o desestabilizar, arremeten contra su familia o allegados. El difunto presidente Akbar Hashemí Rafsanyaní ha pasado muchas veces por ello: su hija Faezeh y su hijo Mehdi han sido encarcelados en varias ocasiones. Durante el tercer debate de la última campaña electoral, el ayatolá Raisi había criticado duramente a Rouhaní por su hermano. “Con este Gobierno, aunque las autoridades anuncien que la persona más cercana al presidente es corrupta, no sólo no muestra sensibilidad ninguna, sino que además la defiende”, le espetó.

La acusación es todavía más grave por cuanto Husein Fereydun, de 50 años, exembajador en Malasia y antiguo diplomático de la representación iraní ante Naciones Unidas en Nueva York, es un asesor muy cercano a Rouhaní. Se le ha visto acompañar habitualmente a su hermano en sus desplazamientos en el extranjero y ocupa un lugar preeminente en las fotos oficiales. También desempeñó un papel importante en las conversaciones sobre la cuestión nuclear –contra las que los ultras se habían rebelado–, acusando a los negociadores de traición y de capitulación ante Estados Unidos.

Lo que las autoridades judiciales, tradicionalmente próximas a los medios más fundamentalistas, reprochan a Husein Fereydun es su implicación en casos de malversación de fondos públicos, la obtención de créditos sin intereses y de nepotismo (por el nombramiento de personas de su entorno y de socios en puestos clave en el seno de las empresas estatales… ). La acusación más grave que pesa en su contra es la de haber recibido sumas importantes en 2013 –la prensa iraní habla de 50.000 millones de riales (1,3 millones de dólares)– para financiar la primera campaña presidencial de su hermano. Claro que, el generoso supuesto donante es un hombre odiado en Irán: Babak Zanjani. Exvendedor de pieles de cordero, millonario gracias al comercio ilegal de petróleo, es conocido por ser el principal beneficiado de las sanciones internacionales impuestas a Irán. Condenado a la pena capital por “corrupción en la tierra” y “malversación de fondos” por valor de casi 3.000 millones de dólares, ahora espera el momento de su ejecución mientras la Justicia desmantela su imperio.

Si la Justicia consigue condenar a Husein Fereydun en este escándalo, o en otro, Hasan Rouhaní se vería debilitado. Y por esa razón, el hermano del presidente ha estado fuera de la escena pública y especialmente ausente durante la campaña electoral. En el lenguaje codificado de la política iraní, donde cada palabra cuenta, los autoridades judiciales se han cuidado de revelar que había sido -poco después de su encarcelación- hospitalizado por tener la “tensión muy alta” y trasladado “en ambulancia” a un establecimiento privado. “La importancia dada a la ambulancia es, para los usulgaran [fundamentalistas], una forma de mostrar su desprecio y refleja su ansias de venganza”, subraya una periodista iraní. “Pero también hay que ver en ello un espectáculo; puede significar que no tienen capacidad de vencer a Rouhaní […]. También es una forma de presionarle a la hora de formar Gobierno porque pretenden formar parte del Ejecutivo, reclamando incluso ministerios en proporción al número de votos obtenidos en las presidenciales”, añade la misma fuente.

De momento, Rouhaní no parece dispuesto a ceder. Por un lado, tiene un carácter más fuerte que su predecesor reformador Mohammad Jatami, más bien timorato; por otro lado, los 23 millones de votos recibidos le proporcionan tranquilidad. Y las facciones reformistas están ahí para recordarle que han contribuido ampliamente a su éxito, apoyando su candidatura ante los electores reticentes a la hora de ir a votar. También en una declaración retransmitida el pasado día 19 de julio en la televisión, hizo saber que respetaría la Constitución y las elecciones presidenciales y que elegiría al grueso de sus ministros de entre la mayoría: una forma de tomar distancias respecto del Guía Supremo, que recientemente reclamaba que no alentase la rivalidad entre facciones. En definitiva, el próximo Gobierno deberá incluir partidarios de sus rivales, el ayatolá Raisi.

Tensión de todo tipo

Pero si Rouhaní tiene posibilidades de ganar la batalla que se ve venir, sus rivales también: cuentan con el apoyo del poder judicial, del muy poderoso Consejo de los Guardianes de la Constitución, todavía dirigidos por Ahmad Jannati –un ayatolá de 90 años, radicalmente hostil a los países occidentales y a cualquier apertura del régimen–, de la Asamblea de Expertos –órgano clave dirigido por el mismo religioso y encargado de nombrar al sucesor del Guía, mientras controla a los pasdaráns (guardianes de la revolución) y a las bassidj (milicias islámicas)—. El Guía Supremo tiene una posición más sutil, sin duda deseó la reelección de Rohaní para evitar que sus rivales cuestionasen el acuerdo nuclear, pero una vez Irán a salvo de que se agravase la crisis económica, que habría podido desestabilizar el régimen, ahora quiere debilitarlo, para impedir verdaderas reformas.

En la lucha en curso, la estrategia de los ultras es aumentar la tensión con Estados Unidos, sabiendo que Rouhaní, para llevar a cabo sus reformas, necesita inversiones occidentales masivas y una situación regional tan tranquila como sea posible, también con Arabia Saudí. "Durante su primer mandato, firmó un acuerdo de seguridad con Mohammed ben Nayef, entonces ministro del Interior [destituido por Mohammed ben Salman, el actual hombre fuerte del reino]", recuerda un alto responsable iraní. Esta voluntad por enfadar a cualquier precio al Gobierno de Estados Unidos explica, a buen seguro, la reciente condena a 10 años de cárcel de un estudiante norteamericano-iraní de Princeton, Xiyue Wang, acusado de “infiltración”, tras un juicio del que no se sabe nada.

Lo mismo sucede con los disparos de misiles balísticos que ponen histérico a Washington, aun cuando el programa de desarrollo de estos misiles no está previsto en la resolución 2231 del Consejo de Seguridad (que sólo proscribe los misiles con capacidad para portar ojivas nucleares). Uno de los últimos disparos, el 18 de junio, de seis misiles de medio alcance alcanzó “bases terroristas” en la región siria de Deir ez-Zor (se ignora si se consiguió el objetivo) en represalia por los atentados cometidos por el Estado Islámico en el Parlamento y el mausoleo de Ramezan Sharif, el 7 de junio en Teherán y que causaron 17 muertos. Como reconoció el general Ramezan Sharif, portavoz de los Guardianes de la Revolución, ese nuevo tiro se dirige “en particular a los saudíes y a los norteamericanos”.

Esta estrategia de tensión, el Gobierno de Estado Unidos también la practica de forma constante. Cierto es que Donald Trump, después de haber prometido durante su campaña electoral “hacer pedazos” el acuerdo de no proliferación nuclear que considera como “el peor tratado firmado nunca” por Estados Unidos, ha renunciado a su amenaza y ha hecho saber que el acuerdo continuaría aplicándose. Washington no tiene intención de ponerse en contra de las grandes potencias firmantes, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania. Pero, al mismo tiempo, Trump se dedica a dinamitarlo con la imposición de nuevas sanciones. Teherán está convencido de ello. “América rechaza decir claramente que están en contra del acuerdo nuclear pero, imponiendo nuevas sanciones, infringen y atentan, a la vez a su espíritu y a su contenido textual”, indica el mismo alto responsable iraní.

A mediados de junio, el Senado de Estados Unidos votó un proyecto de ley favorable a la imposición de nuevas sanciones a Irán, acusado de “apoyar actos terroristas internacionales” que aún debe examinar la Cámara de Representantes. El martes 18 de julio, el Departamento de Estado y del Tesoro imponía nuevas sanciones jurídicas y financieras a 18 personas y entidades iraníes con relación a los misiles balísticos y a los pasdaráns. La respuesta de Teherán fue inmediata: los Majlis también iniciaron de inmediato un proceso para votar una ley que refuerza a la vez el programa balístico y la fuerza Al Qods, la división encargada de las operaciones exteriores de los pasdaráns, con el propósito de luchar contra las acciones “terroristas” y el “aventurismo” de Washington.

Por su parte, Rouhaní ha sumado varias victorias. Aunque los grandes bancos internacional siguen negándose a trabajar con Tehéran y aunque la probabilidad de nuevas sanciones se ha enfriado o ha hecho prudentes a compañías petroleras como la británica BP, Shell (Países Bajos-Reino Unido) o Gazprom (Rusia), el acuerdo estratégico firmado el 3 de julio con Total es un tanto que debe apuntarse él. Este acuerdo, esencial para la economía iraní, va a permitir desarrollar el South Pars, el mayor yacimiento gasístico del mundo, y constituye un verdadero empujón al acuerdo de Viena sobre la cuestión nuclear, demostrando que las compañías europeas están dispuestas a invertir a pesar de las amenazas americanas.

Pero también en esa cuestión, el Gobierno de Trump y los ultras iraníes coinciden en la hostilidad que manifiestan por Rouhaní. Tan pronto como se firmó el contrato con Total, estos últimos acusaron a personas del entorno del Gobierno de percibir sobornos de la compañía petrolera francesa y los periódicos radicales Siasar-e Rooz y Kayhan cuestionaron a los firmantes. El ministro del Petróleo Bijan Zangeneh incluso tuvo que comparecer en el Parlamento para dar explicaciones sobre el contrato de Total. Entre los opositores en el Congreso iraní se encuentran los pasdaráns, que controlan buena parte de la economía iraní; creado por los Guardianes de la Revolución, el holding Al Khatam al Anbiya, que controla más de 800 sociedades dentro y fuera de Irán, en el sector armamentístico o en el de la energía, también ha denunciado el acuerdo, haciendo valer que tenía las competencias necesarias para desarrollar el yacimiento.

En su lucha contra Rouhaní y su equipo, los ultras tienen un objetivo particular: Eshaq Jahangirí. Actual primer vicepresidente de la República, a sus 60 años, en estos momentos es el delfín del presidente que, al no poder aspirar ya a un tercer mandato, le prepara el camino para la sucesión. Mucho mas reformista que el presidente, Jahangirí  fue la revelación de la campaña electoral gracias al control de los diferentes asuntos iraníes, a su aplomo y a su tenacidad en los debates televisados. La batalla contra Rouhaní deja entrever otra que acaba de empezar, la era postRouhaní.

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  Traducción: Mariola Moreno

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