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Qué sabemos de los talibanes, un movimiento dirigido por jueces religiosos que serán la espina dorsal del régimen

Qué sabemos de los talibanes, un movimiento dirigido por jueces religiosos que serán la espina dorsal del régimen

Fabien Escalona (Mediapart)

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La retirada de los Estados Unidos de Afganistán ha derivado en un desastre tan precipitado como las preguntas que se están planteando sobre la identidad y las intenciones de los talibanes. Expulsados de Kabul hace veinte años, su movimiento ha visto la eliminación de algunos de sus líderes y ha conocido una inevitable renovación generacional. ¿Cuáles han sido las consecuencias y qué se puede esperar de su manejo del país?

Mediapart ha entrevistado sobre estas cuestiones a Adam Baczko, investigador en ciencias políticas del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), y autor de La guerra a través del Derecho: los tribunales talibanes en Afganistán (aparecerá el 2 de septiembre en Ediciones CNRS), dedicado al funcionamiento de los tribunales de talibanes desde 2001. Su trabajo sobre las guerras civiles le ha llevado también a interesarse por el caso sirio, sobre el que ha publicado, junto con Gilles Dorronsoro y Arthur Quesnay, una obra titulada: Siria. Anatomía de una guerra civil (Ediciones CNRS, 2016).

La cohesión ideológica y organizativa de los talibanes –explica en esta entrevista– sigue siendo notablemente elevada. No permite anticipar ninguna distensión en su intransigencia religiosa y política. Al contrario, el movimiento persigue claramente el objetivo de un reconocimiento internacional que debería traducirse en una actitud menos provocativa en el exterior y en un doble y complicado juego respecto a otros grupos yihadistas.

PREGUNTA. Ahora el movimiento talibán es el único señor de Afganistán. ¿Cuáles son sus principales características?

RESPUESTA. El movimiento nació en 1994 en el sur del país, en el contexto de la guerra civil después de la retirada soviética. Fue lanzado por miembros del clero islámico que decían movilizarse contra las atrocidades y abusos provocados por esa guerra y se presentaban como el partido del orden y la ley. Desde su punto de vista, la autoridad religiosa debe terminar con la inseguridad permanente.

El movimiento talibán ofrece una característica sociológica muy específica que parte de las escuelas religiosas deobandis. El deobandismo es una corriente del islam suní cuyo origen se remonta a mediados del siglo XIX en la ciudad india de Deoband y se desarrolla contra el colonialismo británico con la voluntad de racionalizar la enseñanza religiosa para utilizarla contra el ocupante. El movimiento talibán es por tanto islamista, en la medida en que pretende reislamizar la sociedad, y a la vez racionalista en el sentido de que concede una enorme importancia a la jerarquía y a la burocracia. Hay que insistir en el hecho de que las personas que lo dirigen son ulemas (doctores de la ley coránica) con categoría de jueces, espina dorsal del movimiento y del nuevo régimen.

P. Aparte del rigor religioso extremo ¿cuál es la naturaleza del proyecto talibán?

R. El movimiento ha sido muy coherente en su ideología. Es nacionalista y tiene la voluntad firme de controlar el país y sus fronteras. A finales de los 2000, en plena guerra civil, los talibanes lucharon por ejemplo contra los guardias de fronteras turcomanos a los que culpaban de haber desplazado la frontera algunos kilómetros hacia el sur. También es un movimiento estatista, estructurado alrededor de funciones soberanas. En el corazón de su poder, repito, están los jueces y lo judicial.

Finalmente, es un movimiento moralista para el que el origen de la guerra es la corrupción de los individuos, como los que colaboran con el extranjero (antes los soviéticos y luego los occidentales). De ahí el rigorismo: si la gente se porta bien no se verá más tentada por la subversión y el orden será restablecido. Los jueces promueven además, de forma regular, esa moralidad para justificar la dureza de las penas. En esa misma lógica, el movimiento talibán es conservador y está en contra del acaparamiento inmobiliario, restableciendo al “verdadero” propietario en sus derechos de propiedad de la misma forma que quiere restablecer una unidad familiar ideal dando al padre todo el poder en el hogar.

P. ¿Qué se sabe hoy sobre la dirección del movimiento? Más allá de las posibles rivalidades personales, ¿cuál es su grado de cohesión ideológica?

R. Esta dirección debe ser vista, al menos en la década del 2000, como una caja negra. No conozco a nadie que pueda mencionar fuentes serias a este respecto. Lo que un sociólogo sí puede observar son los efectos de sus decisiones. Entonces se puede destacar hasta qué punto la justicia impartida por los talibanes se muestra similar en las diversas zonas geográficas del país, de acuerdo con los principios generales que retoman los de los años 90.

Se puede por tanto constatar que la base ideológica talibán ha sido preservada. Los talibanes han seguido recibiendo la misma formación y han seguido estando unidos pese a la eliminación de mandatarios importantes. Las disensiones que han aparecido han sido siempre pocas y no han durado mucho tiempo. En cuanto a las estrategias de la CIA para dividir al movimiento apoyando la aparición de micro facciones, han sido un fracaso. La única disidencia significativa tuvo lugar en 2014 con el Estado Islámico, cuando desertaron algunos jefes importantes. Los talibanes se vieron expuestos entonces a una represión muy violenta ya que estaban confrontados con una amenaza existencial.

P. Además de la fuerza, ¿qué métodos ha utilizado el movimiento talibán para conseguir lealtades internas y mantenerse como grupo tras la desbandada de 2001?

R .Lo que olvidan los discursos actuales es la responsabilidad de los países occidentales allí presentes desde 2001. El primer factor de reclutamiento para los talibanes fue la manera en que actuaron los americanos en Afganistán. En 2001 se podía observar un verdadero desmoronamiento del movimiento talibán, con solicitudes de amnistía por su parte a cambio del desarme. Tres años después ya estaban pidiendo gobiernos locales. Estuvieron en el poder entre 1996 y 2001, por lo que fueron considerados responsables de la catástrofe económica que sufrió el país, en la que no estaban interesados en absoluto. Pero eso ha cambiado. Además, su ataques a las libertades y la crudeza de su represión habían contribuido al enorme descontento de la población a ese respecto.

Pero luego vino la caza a los militantes relacionados con los talibanes y con Al-Qaida por parte de las fuerzas especiales estadounidenses, que se apoyaban en milicias que aprovechaban para hacer ajustes de cuentas. Esta persecución llevó a abusos, detenciones y muertes de personas sin relación alguna con los talibanes sobre todo porque las fuerzas especiales actuaban sin supervisión.

De esta forma mucha gente acabó, entre 2002 y 2006, uniéndose a la insurrección. Luego los talibanes fueron construyendo su implantación y eliminando funcionarios afectos al régimen para ir creando sus propias instituciones, presentadas como una autoridad imparcial ajena a las rivalidades locales. Hicieron así una profunda labor para diferenciarse del régimen y de las fuerzas especiales.

P. En su libro usted afirma que “las guerras civiles no son situaciones fuera de la ley, sino de competición entre sistemas jurídicos”. ¿Por qué los talibanes han conseguido que el suyo, extremadamente conservador y represivo, sea preferible al del régimen sostenido por los occidentales?

R. Hay que tener en cuenta la corrupción rampante que afectaba a ese régimen. Trabajos de algunos colegas han mostrado hasta qué punto los procesos se habían convertido en auténticas subastas. La guerra civil, concretamente, representa para la gente una incertidumbre radical sobre sus bienes más básicos, su situación matrimonial, sus propiedades, etc. El régimen se desacreditó al empeorar esa incertidumbre y los talibanes se esforzaron en hacer todo lo contrario.

Los talibanes fueron por tanto recuperando el crédito que habían perdido entre 1996 y 2001 gracias a los efectos de la intervención occidental y por la corrupción de las élites muy poco comprometidas con la población (lo que ha sido confirmado por el carácter fulgurante del colapso del régimen). En contraste, ellos han conseguido presentarse como la encarnación del orden y la autoridad.

P. Lo que es impresionante es que en 2001 su control del país no era completo, pero veinte años más tarde su triunfo aparece como más total que entonces. Entre tanto, un número significativo de afganos y afganas han sido formados y han accedido a oficios y estilos de vida inimaginables según las reglas de los talibanes.

R. Cuando cayeron los talibanes había una auténtica y total aspiración a la democracia. Después de 2001, decenas de millones de ciudadanos participaron en elecciones poniendo su vida en peligro. Muchos conquistaron nuevos márgenes de libertad para estudiar, ejercer oficios anteriormente imposibles, viajar... conociendo así un formidable ascenso social. El problema es que nunca formaron parte de la definición del país. Hamid Karzai (presidente de la república entre 2001 y 2004) fue impuesto a los afganos por los Estados Unidos y era un perfecto desconocido.

Lo que Macron olvida en su discurso televisado del 16 de agosto, es que centenares de miles de personas de la clase media afgana se encuentran en una situación terrible. Los que tienen menos perfil político podrán ser reintegrados como funcionarios por los talibanes, como éstos habían hecho ya en los años 90 con algunos funcionarios comunistas. Pero lo harán en un régimen rigorista que habrá aniquilado las libertades adquiridas después de 2001. Para el gran público, seamos claros: no hay futuro para Afganistán.

P. Algunas declaraciones pueden hacer pensar que la búsqueda de respetabilidad internacional llevaría a los talibanes a moderar su intransigencia doctrinal, lo que se contradice con los testimonios procedentes de ciudades reconquistadas. ¿Hay alguna esperanza de una radicalidad atenuada de los talibanes en 2021?

R. Su base ideológica no ha cambiado y las mujeres y algunas minorías, como los Hazaras, van a sufrir mucho más los efectos. Para los más militantes y/o los más identificados como colaboradores de los extranjeros, la única vía de salvación será el exilio en Europa o en los Estados Unidos. Recordemos que en 1975, los EEUU acogieron a unos 100.000 vietnamitas.

No obstante, los talibanes están buscando la respetabilidad y quieren ser reconocidos en la escena internacional. Deberían pues procurar no difundir imágenes de mujeres azotadas o ejecutadas en público, como hicieron hace dos décadas. Pero a pesar de su victoria total, serán más vulnerables que nunca a la presión internacional, aunque el orden que ellos quieren que se respete no será menos patriarcal y autoritario.

P. ¿Qué vínculos mantienen los talibanes con los movimientos islamistas de los países vecinos, con los que podrían ganar confianza, tras el hundimiento del régimen sostenido por los occidentales?

R. Existen vínculos históricos y personales con militantes uzbekos o del Oriente Medio, pero su búsqueda de reconocimiento internacional debería afectar a su estrategia. En los años 90 ponían las relaciones personales por encima de las razones de Estado, mostrando hospitalidad con tales grupos. Pero ahora quieren tener su representación en la ONU, en la OMS y en otras instancias, lo que puede llevarles a jugar un papel más ambiguo con los movimientos yihadistas.

Les hará falta mostrar pruebas de su buena voluntad al mismo tiempo que tendrán que mostrarse indispensables para estos movimientos en base a sus vínculos. Esos movimientos les servirán como moneda de cambio y los talibanes correrán el riesgo de ser excluidos si pierden esa moneda de cambio o si esos movimientos cometen atentados importantes en los próximos años.

P. ¿Se puede decir que estamos asistiendo al fin de la guerra civil?

R. Sí, creo que sí. En Afganistán ya nadie quiere rivalizar con los talibanes. Y ninguna potencia exterior tiene ya la voluntad o la capacidad de intervenir. Es por tanto el final de un largo episodio de guerra civil después de 43 años de conflicto ininterrumpido.

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Traducción: Miguel López

Texto original en francés:

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