Xi Jinping escenifica en China un frente anti-Trump con Putin y Modi

François Bougon y Romaric Godin (Mediapart)

Xi Jinping puede dar las gracias a Donald Trump. El presidente estadounidense –al decidir atacar a Nueva Delhi la semana pasada duplicando los aranceles a sus exportaciones– ha precipitado un acercamiento en curso entre los dos grandes rivales asiáticos, China e India, los dos países más poblados del mundo (2.800 millones de habitantes en total). Lo que refuerza al mismo tiempo el aislamiento estadounidense y subraya cruelmente el debilitamiento occidental.

El primer ministro indio, Narendra Modi, fue en efecto una de las figuras destacadas, junto al presidente ruso, Vladímir Putin, del encuentro diplomático organizado por Pekín el domingo y lunes para la 25º reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, una ciudad portuaria a unos 120 kilómetros de la capital china.

La última visita de Modi a China databa de 2018. Desde entonces, las relaciones entre los dos vecinos se habían deteriorado hasta el punto de que sus ejércitos se enfrentaron en 2020 y 2021 en la región himalaya fronteriza de Ladakh, de la cual China reclama una parte.

Tras varios meses de deshielo, Xi y Modi se reencontraron para una reunión bilateral el domingo, al margen de la cumbre. Según el viceministro de Asuntos Exteriores indio, Vikram Misri, ambos se mostraron "satisfechos de constatar los progresos logrados en [sus] relaciones desde [su] encuentro en Kazán el pasado octubre", con motivo de la cumbre de los BRICS, otra gran plataforma del Sur global.

La "danza del Dragón y el Elefante"

Para Vikram Misri, "los intereses comunes prevalecen sobre las diferencias entre las dos naciones". El jefe de la diplomacia india subrayó además que India y China "deben cooperar si se quiere que el siglo XXI sea el de Asia". Xi Jinping utilizó, por su parte, una fórmula mucho más gráfica: "Realizar “la danza del Dragón y el Elefante” debería ser la elección sensata tanto para China como para India".

Estamos muy lejos del encuentro de febrero en la Casa Blanca entre Modi y Trump, en el que el primero retomó el eslogan del segundo al hablar de "Make India Great Again" (MIGA) y declaró: "Cuando MAGA se asocia con MIGA, nace una megaasociación para la prosperidad".

Por el momento, la megaasociación parece pasar más bien por Pekín. La ofensiva de Donald Trump contra Nueva Delhi plantea un problema central para el modelo económico indio. El muy fuerte crecimiento del país bajo la dirección de Narendra Modi se explica, en efecto, en gran medida desde hace varios años por su papel en la reorganización de las cadenas logísticas.

India se ha beneficiado mucho de la estrategia de friendshoring del capitalismo estadounidense, es decir, de la voluntad de los grupos al otro lado del Atlántico de encontrar suministros alternativos a China tras el primer mandato de Donald Trump en la Casa Blanca (2017-2021).

India se ha convertido, como Vietnam, en productor de bienes para el mercado estadounidense, en gran parte a partir de insumos chinos. En 2023, el 18% de sus importaciones procedían de China y el 17% de sus exportaciones se dirigían a Estados Unidos. Narendra Modi tenía todas las razones para pensar que el regreso de Donald Trump al poder aceleraría esta estrategia. Nueva Delhi incluso podía presentarse como la alternativa soñada al rival chino. Apple, de hecho, había invertido masivamente en el sur de la India para preparar el terreno.

El cálculo del dirigente indio era que el desarrollo industrial impulsado por el friendshoring permitiría construir una potencia autónoma favoreciendo el crecimiento del gigantesco mercado interno indio. La ambición de Narendra Modi nunca fue realmente ocultada: India tenía vocación de convertirse en una nueva superpotencia económica, una "nueva China". Sin embargo, antes de cumplir ese destino, Nueva Delhi debía cuidar a su cliente estadounidense y a su proveedor chino con una política de equilibrio.

Pero la estrategia de la nueva administración Trump, basada en el vasallaje, hacía aparecer a India como un eslabón débil del dispositivo estadounidense. Dependiente de China y compradora de petróleo ruso, el país resultaba demasiado autónomo a ojos de Washington en el plano económico. India fue colocada, por tanto, ante una disyuntiva que en realidad no lo era: someterse, como Vietnam, a condiciones desequilibradas para conservar el acceso al mercado estadounidense, o verse penalizada con aranceles prohibitivos.

Los impuestos del 50% que gravan los productos indios ya no dejan opción al gobierno de Modi: hay que redefinir un nuevo modelo económico. En este terreno, China tiene argumentos que hacer valer. La República Popular ya ha comenzado a invertir masivamente en India, en particular sus fabricantes de teléfonos inteligentes Xiaomi, Vivo u Oppo.

El futuro manufacturero indio puede, por tanto, inscribirse en el marco chino, dado el muy bajo nivel del costo laboral del país. India puede incluso soñar con convertirse para China en lo que China fue para Estados Unidos en los años 1990-2000: un taller barato que permite producir a bajo coste. Con un activo adicional: un mercado de consumo ya desarrollado y deseoso de adquirir productos chinos.

¿El fin de la "Pax Americana"?

Además de Narendra Modi y sus necesidades de diversificación, una veintena de jefes de Estado se reunieron el domingo y lunes en Tianjin, en la costa oriental china. Representan una gran parte de Eurasia. Desde su creación en 2001, la OCS ha pasado de ser un agrupamiento chino-ruso con los países de Asia Central en torno a cuestiones de seguridad a convertirse en uno de los polos de contestación de la dominación occidental bajo la égida china.

La diplomacia "disruptiva" de Trump, que consiste en "destrozar" a sus aliados y halagar a sus enemigos, acelera sin duda tendencias ya en marcha –el centro de gravedad del mundo, tanto económico como geopolítico, desplazándose hacia Asia–, pero facilita de manera sorprendente las ambiciones de su primer rival estratégico, China.

Como subraya el economista estadounidense Paul Krugman, "en solo siete meses, Trump ha destruido completamente los fundamentos de la Pax Americana". Esta visión es, como siempre en Krugman, la de la mayoría del Partido Demócrata, que ha ocultado una posición imperialista bajo una forma de estabilidad. Así, Krugman reconoce que la "Pax Americana" estaba al servicio de los intereses del imperio estadounidense, y que dirigentes como Mohammed Mossadegh en Irán y Salvador Allende en Chile fueron víctimas de ello.

Pero, según él, "para Europa y Japón, el imperio estadounidense era algo sutil, Estados Unidos evitaba demostraciones de poder brutales y se desvivía por no ser explícito sobre su estatus imperial". Desde el 20 de enero y el regreso de Trump a la Casa Blanca, se ha impuesto la brutalidad y la adulación en lugar de la sutileza y la diplomacia.

En realidad, la Administración Biden ya había mantenido un aire de confrontación con Pekín, dando a entender que esa "Pax Americana" clásica estaba en crisis. La postura de Trump ha endurecido este estado de cosas al intentar reforzar el imperio en torno a una lógica de vasallización.

Pekín como defensor de Naciones Unidas

En este contexto, el Estado-Partido comunista chino juega un papel cómodo al presentarse como defensor del multilateralismo y de las organizaciones nacidas de la posguerra, como la ONU. El sábado, el secretario general del organismo internacional, António Guterres, recibido por Xi Jinping, alabó así el apoyo de China "en un momento en que el multilateralismo está bajo fuego de críticas".

"Estamos asistiendo a la aparición de nuevas formas de política a veces difíciles de comprender, que se parecen más a un espectáculo que a esfuerzos diplomáticos serios y en las que los negocios y la política parecen confundirse en ocasiones", declaró Guterres, en una alusión evidente a Donald Trump. "El papel de la República Popular China como pilar fundamental del sistema multilateral es extremadamente importante y le estamos profundamente agradecidos", añadió.

El lunes, en su discurso, el presidente chino también evitó citar a su homólogo estadounidense, pero todo el mundo entendió a quién se refería cuando llamó a oponerse "a la mentalidad de guerra fría, a la confrontación entre bloques y a las prácticas de intimidación".

"Las reglas internas de algunos países no deberían imponerse a los demás", afirmó Xi ante los más de 20 dirigentes reunidos para la cumbre –que representaban a los diez Estados miembros, además de los dos observadores y los catorce "socios de diálogo" de la OCS–, declarándose también partidario de "defender el sistema internacional, cuyo pilar central son las Naciones Unidas, y apoyar el sistema comercial multilateral, cuyo pilar central es la Organización Mundial del Comercio".

Putin en su apogeo

El dirigente chino se comprometió a aportar 2.000 millones de yuanes (algo más de 240 millones de euros) en forma de subvenciones a los diez Estados miembros de la OCS este año, y 10.000 millones de yuanes adicionales (1.200 millones de euros) en forma de préstamos a un consorcio bancario de la OCS en los próximos tres años.

"Debemos aprovechar la fuerza de nuestros mercados gigantescos y de la complementariedad económica entre los Estados miembros, y mejorar la facilitación de los intercambios comerciales y las inversiones", subrayó el dirigente chino, que también abogó, una vez más, por "un sistema de gobernanza mundial más justo y más equitativo".

Modi y Xi no son los únicos que sacaron provecho de esta cumbre de Tianjin. Los presidentes ruso, Vladímir Putin, e iraní, Masoud Pezeshkian, también aprovecharon para defender sus posiciones frente a los occidentales.

El primero defendió de nuevo su decisión de invadir Ucrania, presentando esta "crisis" no como "el resultado de un ataque de Rusia contra Ucrania, sino de un golpe de Estado en Ucrania, apoyado y provocado por Occidente, seguido de intentos de utilizar la fuerza militar para reprimir a las regiones y poblaciones ucranianas que rechazaron y se opusieron a ese golpe".

Durante la reunión, el presidente ruso agradeció los esfuerzos de China, India y "otros socios estratégicos encaminados a facilitar la resolución de la crisis ucraniana", considerando que "los acuerdos alcanzados en la reciente cumbre ruso-estadounidense en Alaska van, [él] espera, en esa dirección, abriendo el camino hacia la paz en Ucrania". Putin precisó haber informado a Xi de sus conversaciones con Trump.

Por su parte, Masoud Pezeshkian elogió los esfuerzos de la OCS para poner fin al "unilateralismo y la política basada en la fuerza, que han obstaculizado a menudo los esfuerzos mundiales a favor de una paz duradera". También se abordaron las crisis en Oriente Próximo; la ocasión, una vez más, de hacer frente común contra los occidentales, Estados Unidos y su aliado israelí.

Una concordia circunstancial

En una declaración conjunta adoptada con motivo de la cumbre, los diez Estados miembros de la OCS expresaron "su profunda preocupación ante la escalada continua del conflicto israelí-palestino" y condenaron "firmemente los actos que han provocado numerosas víctimas civiles y catástrofes humanitarias en la Franja de Gaza".

"Los Estados miembros subrayaron que la única manera de garantizar la paz y la estabilidad en Oriente Próximo es resolver el problema palestino de manera global y justa", añade el texto, que también denuncia "la agresión militar lanzada por Israel y Estados Unidos contra Irán en junio de 2025".

La impresión de fuerza y unanimidad proyectada en esta cumbre de Tianjin merece, sin embargo, ser matizada. Esta alianza anti-Trump no está exenta de diferencias persistentes y de contradicciones futuras.

Al igual que Turquía –Recep Tayyip Erdoğan estuvo presente en Tianjin, siendo su país "socio de diálogo" de la OCS–, India busca situarse en un papel tradicional de neutralidad entre bloques; Occidente por un lado y la unión Pekín-Moscú por el otro. De hecho, antes de acudir a la cumbre de la OCS, Narendra Modi pasó por Japón, miembro al igual que India del "Diálogo Cuadrilateral para la Seguridad", un organismo de cooperación informal que reúne también a Estados Unidos y Australia.

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Modi se guardará mucho de asistir el miércoles al gran desfile militar organizado por Pekín para conmemorar los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial –presentado oficialmente como "el Día de la Victoria que marca el 80º aniversario de la victoria en la guerra de resistencia del pueblo chino contra la agresión japonesa y de la guerra mundial antifascista". Una conmemoración a la que asistirán Vladímir Putin y el dictador norcoreano Kim Jong-un, aliado del primero en la guerra de agresión contra Ucrania…

Por supuesto, si Nueva Delhi se acerca a Pekín, el país no pondrá todos sus huevos en la misma cesta. Necesitará el petróleo barato ruso y los mercados de exportación europeos y asiáticos. El país más poblado del mundo no pretende convertirse en un simple peón en el juego chino. Finalmente, Modi podría intentar realizar con Pekín lo que trató de hacer con Washington. China, feliz con la oportunidad, podría mostrarse más conciliadora que Estados Unidos.

Queda, no obstante, que este vuelco de alianzas sigue siendo una solución provisional. El choque de poder e influencia en Asia entre China e India parece inevitable. Pero por el momento, los desvaríos de Donald Trump permiten construir una concordia circunstancial.

Xi Jinping puede dar las gracias a Donald Trump. El presidente estadounidense –al decidir atacar a Nueva Delhi la semana pasada duplicando los aranceles a sus exportaciones– ha precipitado un acercamiento en curso entre los dos grandes rivales asiáticos, China e India, los dos países más poblados del mundo (2.800 millones de habitantes en total). Lo que refuerza al mismo tiempo el aislamiento estadounidense y subraya cruelmente el debilitamiento occidental.

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