Bolsitas de té, táperes o biberones: cómo evitar ingerir microplásticos en el día a día

Recogida de pellets de la arena en la Illa de Arousa, a 4 de enero de 2024, en Pontevedra.

La concentración de microplásticos en el organismo está en auge. Están en el aire, en la comida o en el agua, aunque en cantidades muy pequeñas. Su impacto en la salud es por ahora ambiguo y los expertos evitan lanzar mensajes de alarmismo, aunque también recomiendan reducir al máximo la exposición para minimizar su daño. Un análisis publicado este martes por la revista Brain Medicine repasa los descubrimientos más recientes en este campo para lanzar recomendaciones a la población, y la número uno es no introducir táperes de plástico en el microondas. También proponen evitar beber en botellas de plástico, utilizar biberones de cristal, reducir el consumo de comida procesada o evitar las bolsas de té de plástico.

La diferencia entre consumir agua de grifo y agua embotellada supone introducir en el organismo al menos 20 veces más de microplásticos. Un estudio publicado en 2022 por la Asociación Química Americana (AQS, por sus siglas en inglés), estimaba que una persona que solo consume agua en botellas de plástico ingiere de media 90.000 muestras de microplástico, frente a 4.000 si consume de grifo.

Dos estudios específicos para España, uno sobre microplásticos en las cinco principales marcas de agua embotellada, y otro sobre su concentración en el agua corriente de ocho ciudades españolas, llegó a una conclusión similar, con una diferencia incluso más exagerada: el agua de grifo tiene una concentración 59 veces menor que las botellas, de 45,5 microgramos de microplásticos por litro frente a 2.650.

Roberto Rosal, catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Alcalá, participó en ambos trabajos y explica que efectivamente el agua es una de las principales vías de entrada de estos componentes. Aunque añade que los resultados de los dos estudios en los que ha trabajado no arrojan cantidades preocupantes, puesto que beber agua de una botella supone ingerir al día entre 4 y 18 nanogramos por kilo corporal. "Para llegar a introducir un gramo de plástico necesitaríamos beber dos litros de agua al día durante 850 años. Desde luego no parece alarmante", comenta el experto.

Otra vía habitual de entrada son los alimentos, especialmente aquellos que han estado en contacto con envases de plástico como bandejas o táperes. Y si se introducen en el microondas o se hierben, la concentración es mucho mayor. El análisis publicado este martes se hace eco, por ejemplo, un estudio sobre el impacto de las bolsas de té de plástico, que concluye que al calentarse en agua a más de 90 grados cada dosis desprende 2,4 millones de partículas con un tamaño de 1 a 150 micrómetros y 14.700 millones de partículas inferiores a un micrómetro. "Acabar con la práctica de calentar alimentos guardados en plástico podría ser una de las formas más eficaces de reducir la ingesta de microplásticos", concluyen los investigadores.

También hay evidencias de un incremento superior al 1000% en los niveles de bisfenol A tras cinco días de comer sopa enlatada, o se han encontrado 30 veces más de microplásticos en nuggets de pollo procesados que en pechugas de pollo estándar. Roberto Rosal también identifica los moluscos, como los mejillones o las ostras, como una fuente de plásticos microscópicos, debido a que se alimentan por filtración y funcionan como una esponja con la contaminación marina.

En todo caso, la ingesta es solo una de las vías de entrada del plástico en el organismo. Ethel Eljarrat, directora del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (Idaea-CSIC), recuerda que aproximadamente el 50% entra por el aire a través de la respiración. En las ciudades, la erosión de los neumáticos o la quema de residuos emite restos minúsculos de plásticos al medioambiente que luego respiran los ciudadanos. Pero las concentraciones más altas de microplásticos en aire se dan en interiores y provienen del desgaste de las pinturas y los acabados de las paredes y muebles de una casa, o de los textiles de poliéster, como prendas de ropa o almohadas.

Impacto en la salud desconocido

Si la exposición diaria a los microplásticos es confusa, lo es todavía más su impacto en el organismo. Los expertos coinciden en que se sabe muy poco sobre el daño en la salud de estas partículas. A la hora de buscarlas y estudiarlas en un ser vivo se confunden con otros compuestos con estructuras similares, y eso dificulta enormemente su estudio. El segundo inconveniente es que los polímeros de plástico van siempre acompañados de aditivos de todo tipo: hay miles de ellos y cada uno afecta de una manera al organismo. 

"Conocemos poco sobre el impacto en la salud de los microplásticos, aunque lo que sí sabemos es que los niveles de concentración en el cuerpo son cada vez mayores porque estamos expuestos a mayores cantidades", afirma Eljarrat, quien dirige un equipo de investigación de plásticos. "Una parte de los que entran los eliminamos por las heces, pero otros llegan a la sangre y los órganos y se almacenan en el organismo. La cuestión es que no hay respuesta clara sobre qué daño hacen. Nosotros nos dedicamos a estudiar los aditivos de los plásticos y hay más de 10.000 tipos, entre ellos retardantes de llama o plastificantes, algunos de ellos muy dañinos", añade la investigadora.

La literatura científica sobre salud y microplásticos se basa principalmente en estudios con animales y cultivos celulares. Un estudio de 2024 publicado en la revista The Lancet atribuye a los microplásticos todo tipo de problemas, y los relacionan con "el estrés oxidativo, la inflamación, problemas del sistema inmunitario, cambios metabólicos, el desarrollo anormal de los órganos, la alteración de las vías o la aparición de cánceres". El impacto se debe a su acumulación en la sangre y en todo tipo de órganos, y también se sospecha que a largo plazo es un disruptor del sistema endocrino y puede provocar problemas cognitivos. Los propios autores que publicaron en The Lancet reconocen que solo examinaron unos pocos plásticos, mientras que "otros tipos de partículas plásticas que se encuentran comúnmente en el medio ambiente siguen sin estudiarse".

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A comienzos de febrero, la revista Nature también publicó un análisis que revolucionó a la comunidad científica en el que se explicaba que el cerebro era el lugar donde más microplásticos se acumulan del organismo, y que en los últimos ocho años la concentración se ha multiplicado por 30, incrementando el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares.

Sin embargo, Roberto Rosal cree que los resultados son exagerados, puesto que los investigadores utilizaron una técnica para identificar los restos de plásticos mediante pirólisis, un quemado las muestras para después analizar los residuos, una fórmula que permite encontrar restos minúsculos de plásticos, inferiores a una micra, pero que puede dar lugar a error al confundirlos con otras sustancias. "Las deficiencias de esa técnica son muy conocidas y dan lugar a concentraciones exageradas. El estudio encuentra cantidades en el cerebro muchas veces superiores a muestras que hemos tomado nosotros en aguas residuales de España. No tiene ningún sentido", responde.

"Probablemente, la forma de entrada de los microplásticos en el organismo a través de los alimentos será el epitelio intestinal, que tiene una barrera antibacteriana de hasta una micra. Es posible que los microplásticos inferiores a ese tamaño se estén colando, pero no por ahora no hay una técnica fiable de encontrar restos tan pequeños", resume Rosal.

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