"Nos dejaron solos": la lucha vecinal contra el fuego que arrasa aldeas en Galicia

Miguel Pardo (Praza.gal)

El pasado martes 12 de agosto, el incendio iniciado en A Esculqueira, en A Mezquita, se esparció con rapidez hacia el norte, introduciéndose en el concello colindante de A Gudiña y alcanzando la parroquia de O Canizo, de unos 300 habitantes. En una de las peores jornadas de la ola de incendios que asola la provincia de Ourense, las llamas cercaron este núcleo y dieron comienzo a una "pesadilla" que duró casi una semana y de la que aún quedan por evaluar daños. Ardieron pastos, rollos de hierba seca, material... Pero se consiguieron salvar las casas tras días de "infierno" y angustia.

A menos de 70 kilómetros por carretera y una hora de viaje está San Vicente de Leira, una pequeña parroquia de Vilamartín de Valdeorras. No tuvieron tanta suerte. Su semana trágica terminó con una aldea arrasada. Ardieron coches, huertas, árboles centenarios, pastos, animales y hasta una explotación minera. Pero también un centenar de casas tras un fuego "voraz, virulento y muy rápido, como nunca se había visto", que dejó un escenario desolador, al igual que en la vecina Cernego. "No parecían los restos de un incendio, sino de una zona de guerra", explica Magdalena Nogueira, que el sábado, y ante el avance de las llamas, escapó junto a la mayoría de los vecinos para no ser devorada por el fuego ante la falta de ayuda. "Aquí no vino nadie a ayudarnos, nos dejaron solos", explica indignada.

Coincide en la crítica con Raquel Rodríguez, vecina de Canizo, que repasa, cansada y triste, una "semana horrible" mientras ella y el resto de habitantes siguen vigilando que el fuego no reproduzca en la aldea las "escenas de película de terror" de los últimos días. "Gritos, llantos, desesperación, impotencia, rabia... Fue un infierno", cuenta sobre alguna de las agotadoras jornadas luchando contra el fuego. Una batalla, denuncia, "del pueblo solo y sin autoridades dirigiendo". "Fuimos nosotros los que nos salvamos", insiste desde una parroquia confinada durante horas y que sólo la rápida y coordinada actuación de sus vecinos evitó que fuese comida por las llamas.

En Leira no fue posible. Todo fue muy rápido, como relata Magdalena Nogueira, desde que el viernes la parroquia vislumbró un fuego avanzando a varios kilómetros por las montañas. Venía de Seadur, en Larouco, donde empezó para acabar quemando –por el momento– 20.000 hectáreas. Entonces ya habían perdido la cobertura de móvil y sólo pudieron contactar con el 112, a quien pidieron ayuda varias veces en la extinción para evitar que las llamas llegasen a una aldea que aún las veía lejos pero avanzando poco a poco. "No enviaron nada y decían que ni constancia tenían de que hubiese un incendio en la zona", rememora.

Lo que parecía controlado, se desbocó. Los vecinos se organizaron para hacer guardias y vigilar durante la madrugada y el incendio parecía estabilizado al amanecer. Pero alrededor de las dos de la tarde todo cambió. "De repente el cielo oscureció, empezó a llegar mucho humo y caían cenizas mucho más grandes de lo habitual... Salí y comprobé que a sólo unos metros ardía todo", explica. Las campanas de la iglesia repicaron a fuego, la gente se organizó para evacuar la aldea y la mayoría se marcharon mientras otros avisaban puerta por puerta.

Hora y media después, y ante el peligro inminente, Magdalena volvió a contactar con el 112, donde le preguntaron si el incendio estaba a menos de cien metros de las casas. "Si tenemos que esperar a avisar con las llamas a cien metros, ardemos todos y todas... ¡El fuego era imparable!", cuenta quien aclara con crudeza que era escapar o morir abrasada. Ella y el resto de las alrededor de 50 personas que en ese momento estaban en Leira.

"Nunca había visto algo así. Eran columnas de humo y llamas de decenas de metros, con una fila de fuego de dos o tres kilómetros que nos cercó la aldea", recuerda aún asustada, también al recordar cómo tres personas quedaron toda la noche intentando salvar lo que pudiesen mientras muchos de sus vecinos las daban por fallecidas. "No murieron de milagro", advierte. Pero poco pudieron hacer más allá de minorar algún pequeño daño. Con las primeras luces del día, el panorama era "desolador".

Ese parecía ser también el destino en Canizo cuando el gran incendio de Mezquita, que supera ya las 10.000 hectáreas calcinadas, fue cercando la parroquia. Entró el martes en pastos a los que hubo que correr de noche para salvas a las vacas. También las del hermano de Raquel, José Luis.

Fue sólo un aviso. Un día después, el miércoles, el fuego amenazó la aldea "por los cuatro puntos cardinales", cercándola y acercándose a las casas. "Tan cerca que enseguida rodeó a cuatro en la entrada, además de la granja de Andrés, que estuvo varios días en peligro", dice Raquel, que se refiere por el nombre a todos y cada uno de los vecinos y vecinas. "La de Josín, la de Concha, la de Ana María, la de Pilar...", resume cuando habla de las viviendas amenazadas.

También la suya, horas después y con las llamas "a escasos metros", o la de Mariluz do Val y la de Ricardo. "Tuvimos que estar repartidos; apagábamos en un lado y se encendía en otro, pero entre todos y todas fuimos controlando el fuego", dice quien como muchos en la aldea pensaba que lo peor ya había pasado en ese día. Ni mucho menos.

"El jueves fue infernal y aún no era lo peor", recuerda sobre los "momentos de pánico" de aquella jornada. "Pensamos que había quedado gente atrapada por intentar salvar un pajar lleno de rollos de hierba, pero todo quedó en un susto", rememora de otra jornada grabada por la virulencia del fuego.

Porque después del alivio por la amenaza resuelta, las llamas se avivaron como nunca. "El fuego comenzó a subir por A Gudiña, ardiendo en un cerro frente al cementerio nuevo; venía envenenado hacia la aldea porque había mucho monte alto, hórreos de varios metros, uces, carquesas... Echaba un humo tan negro que pensábamos que eran ruedas y que aquello era tóxico", recuerda, en una secuencia de voracidad de las llamas parecida a la que desde Vilamartín relata Magdalena.

Fue entonces cuando empezó otra batalla contra el fuego. La que emprendieron los vecinos con la ayuda de varios tractores –"también el de mi padre y el de mi hermano"– y de un bulldozer. "El único medio de las administraciones que teníamos", recuerda Raquel. Durante horas, araron una enorme extensión de tierra, de unos 15 metros de ancho, haciendo cortafuegos. "Lo conseguimos apagar pero al día siguiente se reavivó", explica, lo que obligó a que el pueblo se centrase todo el viernes en la tarea de "vigilar e ir apagando donde volvía a prender". Todo parecía controlado ya.

Llamas "gigantes"

Tampoco. El sábado llegó lo peor. "Fue el infierno. Parecía que lo teníamos controlado y sólo había pequeños focos que conteníamos, pero todo se desmadró en un segundo", relata Raquel. El cerro junto al cementerio empezó a arder. "El fuego pasó el cortafuegos que habían hecho el día anterior y sólo minutos después ardía de una forma voraz en los puntos que estábamos controlando", rememora. En ese mismo día, prácticamente a las mismas horas, en Leira las llamas también superaron cualquier previsión. También con los vecinos solos y organizados intentando salvar las casas. Y la vida.

Una columna de fuego, en forma de "media luna", rodeó la aldea con llamas "gigantes". "Era tremendo". Los vecinos y vecinas que se afanaban en contener pequeños focos tuvieron que escapar "de llamas enormes y humo negro". "Salimos corriendo cargados con los batefuegos y mangueras grandes de las que llevan las motobombas", explica esta vecina que vio cómo el fuego se acercaba a tan sólo unos tres metros de las granjas donde un vecino y su hermano tienen a los becerros que van trayendo del monte a la espera de su último destino: las carnicerías, con la etiqueta de Tercera Gallega Suprema. "De la buena".

Fueron horas "de película de terror". "Hubo gritos, llantos, desesperación, impotencia y rabia ante un fuego que era imposible de apagar", recuerda. La gente se armó con batefuegos, retamas, ramas de roble, sulfatadoras con agua a la espalda y una motobomba. Pero no había forma. Incluso un vecino se metió con un camión cisterna en medio del fuego, "arriesgando con todo", mientras a la zona iban acudiendo vecinos de otras aldeas del entorno: A Gudiña, O Pereiro, Chaguazoso, A Esculqueira, Castromil, Lubián, A Mezquita, Carracedo o Vilavella.

Ante el corte de las vías de comunicaciones, muchos llegaron "andando por el monte, en quads o trampeando caminos con los coches". "Estaba O Canizo lleno de 'cuadrillas' de personas ayudando", recuerda. Sin Administración ninguna que dirigiese nada, dice Raquel, los vecinos se organizaron para evacuar a los niños y niñas y cerrar a la gente mayor en sus casas, "en contra de su voluntad", en aquellos barrios amenazados. "No había medios para trasladarlos y lo hicimos todo nosotros, solos, sin ninguna autoridad dirigiendo", se queja.

Lo mismo en Leira. Con casi toda la aldea desalojada, los vecinos recorrían otros núcleos comprobando cómo allí sí había patrullas municipales organizadas o algún medio que a ellos nunca llegaron. "El Concello sólo nos mandó un taxista para avisarnos de que había que desalojar y dirigirnos al pabellón municipal; sólo un chico, por iniciativa propia y con un quad, se acercó para intentar ayudar a la gente", explica Magdalena, con la indignación aún muy presente.

"No vino ni Guardia Civil, ni nadie del Concello, ni hubo medios para la extinción... No nos ayudó nadie", explica desde una aldea que, como recuerdan en la zona, lleva muchos años reclamando el arreglo de una carretera que, en pésimas condiciones, hace cada vez más complejos los trayectos.

En O Canizo, con la rabia aún latente, Raquel recuerda que justo en los momentos de máxima tensión, varios efectivos de la UME "rendían 'pleitesía' a la plana mayor de la Xunta y a la ministra de Defensa, Margarita Robles" en Manzaneda. "Mientras, en O Canizo vivíamos una de las peores experiencias de nuestras vidas", lamenta quien recuerda también la indignación que entre los vecinos causaba ver "todos los días pasar helicópteros y avionetas por encima de nuestras cabezas sin tirar ni una triste gota de agua". "Sé que siguen órdenes y tienen que estar coordinados para hacerlo, pero no había nadie en tierra que coordinara nada", se queja.

Después de horas de miedo y esfuerzo, el fuego quedó controlado en esta aldea de A Gudiña. "Aún ahora no sé cómo", reconoce. Fue entonces cuando apareció una dotación del Ejército de Tierra, lo que provocó la tensión entre algunos de sus integrantes y los vecinos que lamentaban la falta de ayuda. "¡A buenas horas!", relata quien cree que "alguien debería pagar" por dar unas órdenes con tanta tardanza.

Ahora, "si esto acaba", tocará evaluar los daños. "Son incontables desde el punto de vista medioambiental, pero también del económico", resume Raquel, que recuerda que en O Canizo hay tres explotaciones de ganadería extensiva, una de ella de su hermano. "Chicos con título universitario que apostaron por el rural y ahora ven cómo perdieron el pasto para su hacienda, los rollos de hierba o kilómetros de cable de pastor", explica".

"Dejaron perder todo eso para salvar a la aldea y a la gente que en ella vivimos", reivindica Raquel, mientras su hermano, con tres hijos pequeños, se lamenta ante su mujer. "Ahora sí que estamos arruinados como no tengamos ayuda enseguida", lamenta José Luis, uno de los "héroes" que los vecinos y vecinas señalan por la labor de extinción que hizo durante horas con su tractor y la cuba.

"No sé cuántas veces escuché en estos días agradecimientos a él por salvar varias veces la aldea, pero todos y todas fuimos héroes y heroínas", explica Raquel, que destaca el trabajo de brigadistas que ayudaron en el día libre o la labor de vecinos recientemente transplantados o con tratamiento de quimioterapia.

En San Vicente de Leira, desde el domingo, las escenas son escalofriantes. "Es una aldea en ruinas, algo desolador. No parecen los restos de un incendio, sino de una guerra, de un conflicto bélico", resume Magdalena, que recuerda que apenas se salvaron unas pocas casas. El resto, alrededor de un centenar, están arrasadas. Como todo el entorno. "Mi vivienda sólo la pude ver a 20 o 30 metros de distancia porque todo está lleno de escombros, con paredes cayendo, inmuebles aún ardiendo y mucho peligro... Está todo deshecho, sin luz, sin agua, sin nada...", relata.

"Será el pueblo quien salve al pueblo"

"La casa de mis padres está totalmente destruida, no están en pie ni las cuatro paredes y es irreconstruible", añade sobre un escenario que califica de "traumático" y sobre el que hay quien ya piensa en alternativas para no abandonar el lugar: "Comprar alguna de las casas que quedó en pie y ya estaban abandonadas".

"Los bienes materiales son difíciles de reparar, pero aquí lo que se destruyó fueron los recuerdos, el lugar de nuestra infancia, de nuestra crianza, biografías por completo. Es perderlo todo, perder una aldea, un pueblo, toda tu vida", dice con crudeza, advirtiendo que la mayoría de la gente, mucha de ella por encima de los 70 años, "tiene que empezar de cero ahora".

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"Tenemos el monte ardido y a nuestros ganaderos arruinados; esperemos que quien gobierna responda pronto... Pero tenemos pocas esperanzas", dice Raquel desde O Canizo. "Visto lo visto, será otra vez más el pueblo quien salve al pueblo", añade. "No tuvimos medios terrestres, aéreos ni humanos. Y las primeras llamadas se realizaron cuando el incendio era controlable", lamenta Magdalena desde San Vicente de Leira. "Nos quedamos solos", coinciden ambas.

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El pasado martes 12 de agosto, el incendio iniciado en A Esculqueira, en A Mezquita, se esparció con rapidez hacia el norte, introduciéndose en el concello colindante de A Gudiña y alcanzando la parroquia de O Canizo, de unos 300 habitantes. En una de las peores jornadas de la ola de incendios que asola la provincia de Ourense, las llamas cercaron este núcleo y dieron comienzo a una "pesadilla" que duró casi una semana y de la que aún quedan por evaluar daños. Ardieron pastos, rollos de hierba seca, material... Pero se consiguieron salvar las casas tras días de "infierno" y angustia.

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