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Pegados a la tele

El hombre que enseñó a amar a los animales

Féliz Rodríguez de la Fuente.

23 de marzo de 1973. Once personas, capitaneadas por el doctor Félix Rodríguez de la Fuente, son trasladadas en helicóptero hasta la cumbre del Cerro Autana, a 1.400 metros de altura sobre el mar, más de 440 sobre la venezolana selva del Orinoco. El monte, horadado por cuevas en sus verticales paredes, es el altar sagrado de los dioses para los indios aborígenes de la zona, y en su cima, casi plana, se posa la pequeña aeronave sin dificultad.

El equipo de TVE pretende filmar las plantas carnívoras que atraen y degluten los insectos, pero la superficie está cubierta de una arena negra. “Fue una sorpresa, al principio inexplicable, –me comentaba Félix a mediados de los setenta– pero, cuando empezamos a montar las tiendas para pasar allí la noche, las nubes iniciaron una serie de descargas eléctricas que afectaron a Torreblanca, el técnico de sonido, y a Roa, el cámara; el helicóptero aún pudo hacer un último aterrizaje para descargar el resto del equipo y en él se subieron seis personas, el máximo posible, entre ellas los dos heridos. Nos quedamos cinco personas sin otra esperanza que la finalización de una tormenta que iba a más; montamos una tienda en un extremo de la meseta y dejamos en ella todos los equipos electrónicos que transportábamos, latas de comida incluidas, y el resto nos refugiamos en la otra tienda, montada en el extremo opuesto de la primera. Allí, sin movernos, bajo la lluvia y el estruendo de la tormenta aguantamos como pudimos hasta que llegó el silencio; entonces uno de los compañeros asomó la cabeza y dijo: Félix, hace sol. Estábamos todos bien, aunque conmocionados por la experiencia que explicaba el negro suelo que pisábamos: el Cerro Autana era un formidable pararrayos natural en plena selva del Orinoco”.

La aventura tenía lugar durante el rodaje de la serie suramericana de El Hombre y la Tierra, cuando el doctor era ya conocido en el mundo entero, pero en este punto conviene acudir al principio de su historia.

Y el principio se sitúa en Poza de la Sal (Burgos), donde Félix nace en 1928; su padre es notario, y hombre ilustrado, así que educa a su hijo en casa y en contacto con la naturaleza hasta que, casi terminada la guerra civil, es internado en un colegio de Vitoria y ocho años después inicia –impulsado por su progenitor- la carrera de medicina en Valladolid. De sus primeros años conserva la pasión por la naturaleza en general, pero se le ha despertado un amor especial por la cetrería, impresionado por la visión de la captura de un pato por un halcón. Pasión y amor que se acrecientan tras conocer al biólogo José Antonio Valverde, defensor del medio natural, inspirador del Parque Nacional de Doñana, y gran aficionado a la cetrería. Felix

termina la carrera, la especialidad de estomatología, y ejerce un par de años en Madrid, pero en 1960, tras morir su padre, abandona definitivamente la medicina para dedicarse a una afición que no ha dejado de practicar. Un año después recibe el encargo de asesorar en la materia la película El Cid, y mostrar a Sofía Loren como manejarse en ese terreno. Son años dominados por estudio, experimentación, y confrontación de experiencias con científicos de todo el mundo; la primera mitad de los sesenta está, aún, dominada por la cetrería, en la que ya es una autoridad que le hace participar como invitado en programas de televisión; la pasión con la que habla y su dominio innato de los tiempos televisivos, se suman a unos conocimientos científicos innegables y provocan el que se le asigne una colaboración fija en el programa Fin de semana, en el que expande sus comentarios a todo tipo de aves, primero, y al conjunto de los vertebrados después.

A mitad de la década ocurre un hecho trascendental en su trayectoria: Salva a dos lobeznos de morir apaleados, los cría y convive con ellos en una zona cercana a la localidad de Sigüenza, en Guadalajara; pronto consigue transformarse en lobo alfa, el jefe de la manada, profundiza en el estudio y experimentación de la especie y comienza su particular cruzada para reivindicar a un tradicional enemigo de pastores y rebaños. Defiende lo que él llama “La verdad del lobo”, frente a la mezcla de miedo, persecución y acoso que domina en esa época.

En 1966 nace la Televisión Escolar, y con ella la clase de Zoología que se encomienda de manera estable a quien a partir de ahora se denominará como Félix, el amigo de los animales. Con el altavoz que supone la presencia en pantalla, Rodríguez de la Fuente consigue una gran popularidad para sus luchas en defensa de la naturaleza; los niños descubren, a través de su voz y de las imágenes que muestra, un mundo nuevo que, paradójicamente, tenían al lado y en el que ahora reparan y comienzan a amar.

Félix es un hombre exuberante, excesivo en la dedicación al trabajo, e imbuido en la causa, casi mesiánica, del ecologismo; no es el primer ecologista español, pero sí el primero capaz de concienciar sobre su importancia. Participa en otros programas de TVE como Imágenes para saber o A toda plana; escribe seriales en las revistas Blanco y Negro y La Actualidad Española, y desde esos púlpitos consigue que el lobo comience a ser mirado de otra manera, que España sea el primer país que dicte normas de protección sobre el halcón peregrino y las rapaces nocturnas; las autoridades le encargan, incluso, el primer plan para utilizar aves rapaces para liberar los aeropuertos de otras aves potencialmente peligrosas para la navegación aérea. Entretanto, Rodríguez de la Fuente se ha ido implicando en la cultura audiovisual para la defensa del ecologismo; realiza documentales que son exhibidos y premiados en festivales y que a él le están conformando para nuevas tareas en TVE.

Nacen Fauna y Planeta Azul

En 1968 se le encarga un programa que será realizado y presentado por él: Nace Fauna, el primer espacio monográfico dedicado a los animales; ya no se trata de mostrar ese mundo a los niños, sino de reivindicar para todos los públicos el amor y la protección al medio natural; contra todo pronóstico, se convierte en un éxito popular, que se comenta en hogares y centros de trabajo y ocio; La Actualidad Española, revista que en esa época publica anualmente una clasificación de popularidad en TVE, realizada con los votos de los lectores, sitúa a Félix en el primer lugar los años 1970 y 71, cuarto en el 72, segundo en el 73. Mientras, Rodríguez de la Fuente concreta didácticamente sus mensajes, ordena y parcela contenidos con Planeta Azul, una serie que ya da el salto internacional.

La madurez llega con El Hombre y la Tierra

Rodríguez de la Fuente ha superado los cuarenta años; la madurez no ha disminuido su ilusión, ni rebajado su capacidad de trabajo, pero sí le aporta capacidad de análisis, visión de conjunto para emprender la que será su obra magna: El Hombre y la Tierra; en 1973 inicia un rodaje que solo la muerte interrumpirá. La estructura en tres grandes apartados, ibérico, suramericano, y norteamericano; pero intercala los rodajes según vengan las circunstancias. Ha encargado la sintonía de cabecera al músico Antón García Abril, que construye un relato sonoro tremendamente dinámico que identifica la macroserie durante todos los años de emisión. Félix busca la perfección y rueda en 35 milímetros, a pesar del dificultoso transporte que supone dada la tecnología de esa época; rueda y rueda sin descanso –lo que ocasiona más de un encontronazo con parte del equipo-, la misma toma se repite desde ángulos distintos para no perder detalle, por insignificante que pueda parecer; (hace años pude comprobar en la videoteca de TVE en Somosaguas las interminables hileras de estanterías donde reposaban las películas con material no utilizado, kilómetros de celuloide descartado porque había planos mejores desde otra perspectiva, o tomas más completas que las que allí reposaban).

Rodríguez de la Fuente

utiliza animales troquelados, es decir acostumbrados a la presencia humana pero que conservan sus pautas naturales de comportamiento; otras veces, pieles rellenas de paja u otros materiales para servir de cebo; por fin hay ocasiones en que se ve obligado a exponer animales vivos para conseguir mostrar en plenitud el comportamiento de los depredadores. Consigue imágenes de gran impacto, pero también críticas de quienes contemplan, con toda crudeza, acontecimientos que se les antojan crueles, por más que ocurran de continuo en la naturaleza. Pero cree en lo que hace, y su capacidad de trasladar al interlocutor cada vivencia impresiona. Una entrevista con él, pactada para media hora después de comer, se convertía, en su casa de la madrileña calle de Toros de Guisando, en un relato vivísimo, lleno de anécdotas, peripecias, fracasos y logros, mientras en su intrincado jardín caía la tarde hasta dejarlo en sombras; hablaba con la misma ilusión que rodaba y viajaba, y su entusiasmo ante cada descubrimiento resultaba inevitablemente contagioso. Era un gran científico, quizás el que más hecho por la ecología en nuestro país, pero, antes que nada, era un comunicador nato. Durante la década de los setenta –esa que sería, sin que él pudiera sospecharlo, su última década-, realiza cientos de programas de radio, se implica como coordinador en la Enciclopedia Salvat de la Fauna, publicada en todo el mundo y en catorce idiomas diferentes, la Enciclopedia Salvat de la Fauna ibérica y europea, Los libros de El Hombre y la Tierra, Los cuadernos de Campo y la enciclopedia póstuma La aventura de la vida. La gran serie El Hombre y la tierra se emite, primero en Europa e Hispanoamérica, luego en Estados Unidos, China… Se calcula que mil quinientos millones de personas la han visto en cualquier parte del planeta.

Cumpleaños fatal

En marzo de 1980, se han emitido ya los dieciocho episodios de la serie suramericana de El Hombre y la Tierra; pero de la norteamericana solo están terminados dos sobre Canadá, y uno sobre Alaska. Hacia allí parten Félix y su equipo el día 10, para grabar la carrera de trineo con perros más famosa del mundo. Para desplazarse desde la población de Unalakleet contratan dos avionetas con las que despegan en la mañana del 14 de agosto (día en el que cumple 52 años); al poco tiempo, en la que viaja Félix se produce el desprendimiento de uno de los hidropatines, el aparato se desequilibra y, al volar a poco altura, no consigue estabilizarse, y se precipita contra el suelo helado.

La otra avioneta aterriza de inmediato para comprobar que el piloto, Rodríguez de la Fuente, el cámara Teodoro Roa (el mismo al que había afectado una descarga eléctrica en el Cerro Autana) y el ayudante Alberto M. Huéscar, habían fallecido en el acto. Estaban en las proximidades de una población de esquimales, a 25 kilómetros del mar de Bering. Eran las 12,30, hora local de Alaska, las once y media de la noche en España, donde la noticia llega en la madrugada del día quince. La conmoción es enorme en todo el país cuando Isabel Tenaille comunica la tragedia desde TVE. El día 19, tras la repatriación de sus restos, Félix Rodríguez de la Fuente recibe sepultura en su Poza de la Sal natal. Un año después, su viuda Marcelle Parmentier, decide la exhumación y traslado al cementerio de Burgos, donde, desde entonces, reposa en el panteón, construido por el arquitecto Miguel Fisac, y que corona un busto de Félix esculpido por Pablo Serrano.

Desde esa fecha, TVE ha programado reediciones de sus series, y su viuda e hijas han continuado la tarea en defensa de la naturaleza, desde la Fundación que lleva el nombre del doctor, que solo lo fue para no contrariar a su padre, y que dedicó su vida a defender y divulgar un sueño iniciado en la infancia al ver como un halcón capturaba a un pato.

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