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El ‘trumpazo’... ¿fascismo en EEUU?

Amador Ramos Martos

Acabo de llegar del trabajo. Tras el mal despertar provocado por los resultados electorales en Estados Unidos [del miércoles], pensaba reposar un rato antes de encarar mis actividades vespertinas. Incluso me había arrebujado en el sofá dispuesto a desperezar una cabezadita ligera, pero desde el fondo de mi subconsciente y ya en el rellano del sueño, ha emergido el recuerdo del título de un libro de Erich Fromm leído en mi juventud hace más de 40 años: El miedo a la libertad. El miedo a la libertad

Que Donald –no un pato pero sí un “ganso político”– Trump haya sido coronado como líder de la primera potencia mundial, supone un mazazo democrático y un aviso de las consecuencias de la baja calidad – que existe– de la democracia y que no creo que nadie ponga en duda como el mejor sistema representativo.

Pero Donald Trump, lamentablemente, es una evidencia irrefutable de la “escalada” –una paradoja– hacia la degradación de la democracia que el sistema democrático y los ciudadanos venimos sufriendo a ambos lados del Atlántico desde los últimas años del siglo pasado.

Un aldabonazo que en muchos dirigentes, politólogos y otras élites sociales ahora como lloronas “plañideras” ha desencadenado estridentes y escandalosas lamentaciones por el éxito del trumpismo, devenido esta madrugada en un inesperado y sísmico trumpazo político en Estados Unidos.

Lo que Erich Fromm si no recuerdo mal defendía en su libro era que la inseguridad colectiva, la frustración y la incertidumbre social ante un futuro incierto provocaban en muchos ciudadanos la renuncia a la “libertad” individual,  buscando refugio en ideologías autoritarias que les evadía y liberaba de la responsabilidad individual y de las consecuencias de sus decisiones. Un conformismo grupal confortable y acrítico.

La colectivización moral e ideológica consecuencia de la homogeneización planificada de valores sociales impuestos –no siempre éticos ni representativos del interés común– y la sumisión a los mismos sin autocrítica, no dejan de ser formas de evasión personal y que socializados y externalizados en extremo, nos apartan de nuestro proyecto autónomo moral –dentro de límites éticos– con sus ventajas y con sus inconvenientes.

El miedo a elegir, de ser auténticos y de asumir las consecuencias de nuestras decisiones, ha dado paso a una peligrosa resignación, donde en aras de un gregarismo confortable y anómico, se diluyen y se sacrifican a veces, nuestra responsabilidad, libertad individual y nuestra autenticidad, que no tiene por qué ser siempre discordante ni excluyente con el derecho a ser auténticos de otros sentimientos distintos.

Volviendo a Fromm, la frustración popular ante la caída del mito alemán tras la I guerra mundial y la rendición individual ante el miedo a elegir, el miedo a la libertad, constituyeron la base de la aparición del nazismo en Alemania como argumenta el autor en su libro. Lo que ocurrió no fue un accidente histórico exclusivo de Alemania ni tampoco, garantía de que pudiera volver a repetirse en sitios y tiempos históricos distintos.

Cuando la frustración social emerge con su dosis de desesperanza y desencanto ante la falta de respuestas creíbles de las élites dominantes a las inquietudes de aquellas, cuándo se derrumba lo que hasta entonces era considerado patrimonio inalienable de todos y cada uno, cuando el “etos social” mayoritario construido y pactado de forma equilibrada sobre intereses distintos se resquebraja, surgen entre las grietas del mismo, “etos” reprimidos hasta entonces que con discursos viscerales, ofertan soluciones simplistas y demagógicas a la medida de intereses ocultos y obscuros y que son adoptados con fe ciega, casi desesperada, por la legión creciente de desengañados, y descreídos que se sienten estafados y apeados de su status previo de ciudadanos.

Tras la época dorada de la socialdemocracia europea surgida tras el fracaso –reincidente– que supuso la II guerra mundial provocada por el nazismo y a pesar de la existencia de la amenaza del bloque soviético, otra aberración hoy afortunadamente desaparecida, el modelo aberrante alternativo a aquel –el neoliberalismo salvaje–trata de imponer un discurso globalizado, injusto y antisocial –no creo que nadie se atreva a afirmar lo contrario– con la aquiescencia, pasiva o complicidad activa –lo más lamentable– de los que debieron ser un dique de contención ante sus abusos.

La élites políticas hace tiempo que decidieron ignorar a la masa de ciudadanos, gobernar en beneficio exclusivo de los intereses de poderes fácticos económico-financieros y excluyendo de sus decisiones los intereses mayoritarios de la ciudadanía.

Lo que se está consumando de forma despiadada o se intenta, con argumentos –sin evidencia contrastada de veracidad– considerados como indiscutibles por sus ideólogos y ejecutores, es un “genocidio económico” al que no hace tanto tiempo, confiados y pueriles, nos creíamos inmunes. Pero que los hechos, han venido a demostrarnos lo equivocados que estábamos.

Sumidos en una crisis social, económica, política y ética de dimensiones planetarias, la globalización descontrolada y sin proyecto consensuado, está haciendo crujir los cimientos que daban estabilidad al modelo de mundo “civilizado” –en la mejor versión conocida hasta hoy– en el que nos hemos desenvuelto en los últimos años.

Pero enterradas en el estiércol ideológico, los sondeos electorales siguen sin detectarlas, las larvas del fascismo latente renacen a consecuencia del miedo a la libertad de los ciudadanos a ambos lados del Atlántico.

La libertad individual, amparada en la “libertad” de la masa anónima se deja vampirizar en su desesperación gregaria hasta quedar exangüe de autocrítica por el discurso de los advenedizos con su discurso simplista, populista, xenófobo e ilusorio.

Las viejas lealtades políticas ciudadanas, frustradas por la deslealtad de lo incumplido por la élite de sus dirigentes políticos, se rompen, la desesperación gregaria de los excluidos los conduce entre el cabreo, la desesperanza y el miedo, a la aceptación en un acto de fe renovada –pero probablemente también incrédula– de las nuevas lealtades de los muñidores del recurrente y viejo discurso del Dorado Ideológico.

Lo que el fenómeno –y no me refiero a sus valores– Donald Trump ha venido a desvelar sin tapujos y de forma contundente tanto en Europa como en Estados Unidos, es el divorcio entre los ciudadanos y sus representantes, enrocados los segundos –los políticos– en su intramundo e ignorantes de los primeros –los ciudadanos– con el agravante además de estar limitados y subyugados –lo reconozcan o no– en la toma de decisiones por poderes fácticos no democráticos que marcan con sus “líneas doradas” los límites a su medida de la democracia.

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No sé porqué escandaliza tanto a tantos cínicos políticos –algunos incluso es posible que se alegren– que bien podrían darse por aludidos, que Donald Trump (un peligroso “ganso político”) y el trumpismo, hayan dado esta madrugada... ¡el trumpazo! trumpazo

PD.:  No he tenido tiempo de leer, ni de no sé si de ojear u hojear la prensa escrita ni digital, pero si nadie ha usado el término Trumpazo, espero que se me acredite la paternidad intelectual del mismo. _________________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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