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La fuerza, el pueblo y la ley

Jesús Moncho

Después de cortar el cuello a Calígula emperador, la guardia pretoriana buscaba coronar un personaje que fuera pantalla o títere de sus imposiciones, personaje algo calavera, claro está, y que encontró en la persona de Claudio.

Claudio emperador, en su particular representación del drama, veía que sólo una fuerza igual o superior a los pretorianos podría anularlos o neutralizarlos. Pero, ¿dónde estaba?, ¿dónde encontrarla? Creyó que sí podía existir esa fuerza superior. Aunque la tuviera que crear él mismo. Tarea ímproba. Ordenó desecar las marismas y marjales que rodeaban Roma, para dar tierras que cultivar a los romanos, al tiempo que, antes de abrir las compuertas para dejar escapar las aguas hacia el mar, montaba el espectáculo jamás visto en la Tierra: un combate naval en vivo y en directo entre los condenados y forzados al trabajo para deleite de sus conciudadanos. Los contendientes saludaban a Claudio que presidía: «Ave, Caesar, morituri te salutant». Acababa de inventar aquello de «panem et circenses». El pueblo, doblemente contento por el espectáculo y por las tierras obtenidas, amó y siguió al emperador Claudio en todo lo que dijera e hiciera. La Guardia Pretoriana había sido vencida.

La fuerza, de ojos ciegos y mente obtusa, es un vector moral de inferior capacidad a la voluntad de un pueblo. Por mucho que la fuerza trate de imponerse, irremediablemente termina siendo superada por la expresión de la necesidad y la voluntad de la ciudadanía, que tiene y presenta un peso irrebatible, y que acaba informando y conformando los actos y actitudes de los gobernantes . El gobernante no puede ser insensible a las demandas de la gente. Debe adecuar su quehacer a lo que necesita y proclama el pueblo. Estamos hablando de lo que en las sociedades actuales se diría «Principio Democrático», el poder de la gente.

La ley, por tanto, es una emanación del principio democrático. Y, obviamente, no puede estar en contradicción con la voluntad de las gentes. Si así fuera, estaríamos ante un conflicto. Conflicto que sólo puede resolverse de dos maneras: una, a través de la expresión del principio democrático, es decir, la palabra, el diálogo y el consenso; y dos, el mantenimiento del estatus anterior a la manifestación de la voluntad de las gentes, es decir, la imposición por la fuerza de un estatus viejo contra lo nuevo. Diálogo o fuerza. La fuerza es un vector de inferior capacidad moral a la palabra, el diálogo y el consenso. Y, como todos sabemos, la marcha y ascenso de las sociedades reside en la constante transformación y adaptación a los nuevos tiempos, siempre de la mano de la voluntad libremente expresada y pacífica de las gentes.

Jesús Moncho es socio de infoLibre

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