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Librepensadores

El neoprovincianismo

Fernando Pérez Martínez

Permítaseme el palabro para definir una realidad antigua entre la parroquia que gusta identificarse como de izquierdas, progresista y la la lá, la la lá, qué bonita es mi tierra, qué bellos los acentos con que escondemos nuestra frustración y nuestros complejos de inferioridad sin que apenas se nos note y, eso sí, después de los de mi pueblo que pase el resto, no faltaba más

La izquierda post-bolchevique, la que surgió con fuerza al amparo de la URSS en los años 30 y que mantuvo durante la mayor parte del siglo XX la ilusión de una superpotencia de izquierdas, democrática en la que la inteligencia y la justicia abrían la senda del progreso por la que transitaban los pueblos de los cinco continentes desprendiéndose de los residuos coloniales o imperiales de las metrópolis o de sus monarquías absolutistas, no ha conseguido levantar cabeza tras el baño de realidad con el que el político Mijail Gorbachov expuso al mundo la ficción en que habían transcurrido las vidas, ilusiones y aspiraciones de cuanto progresismo se levantó invocando el “sí se puede” de entonces, basado en la mentira que la propaganda comunista esgrimió frente a la no menos falsaria propaganda del sueño capitalista que agitaba banderas liberales yanquis desde la República Federal de Alemania.

Hasta llegar a la actualidad. En España, salvando la memoria de cuantas buenas personas fueron engullidas por la dinámica del ascenso de los sangrientos fascismos y sus secuelas, la izquierda se desagregó en caciquismos “buenos” y se hizo fuerte recurriendo a la demagogia de manual, blindándose en la patria chica, ya que en la patria gorda se había refugiado el derechismo de la criminal y corrupta dictadura nacional católica. Las lenguas romances que no prosperaron más allá de las hectáreas de las comarcas y cantones que aquí se dieron en llamar provincias, chapurreando un latín degenerado, se quieren convertir en hechos diferenciales que hacen irreconciliables e incompatibles a los pueblos, ignorantes otra vez, de que la unión hace la fuerza y que no tienen otro patrimonio que el futuro que sean capaces de construir juntos enfrentándose a monstruosas acumulaciones de poder “global”, a quienes la justicia, la equidad y, en definitiva, todo cuanto se oponga a que el pez grande se coma al pez chico le parece un ataque a sus sagradas libertades. Les da por retambufa cuanto ofrezca resistencia a imponer su fuerza bruta para aniquilar uno a uno los pueblos que se asentaron y consiguieron sobrevivir a la resaca del feudalismo que aún colea en la Península Ibérica.

Esa izquierda que la Guerra Fría derrotó fue barrida culturalmente y arrojada a los rincones en los que se le permite sobrevivir como agrupaciones folklóricas con más o menos ínfulas. Una de ellas, la principal, la más dolorosa, es la de simular que son una corriente política izquierdista de alguna entidad que ha descubierto su vocación regionalista y que por decisión propia no saldrá del terruño más que para cobrar las regalías propias del oportunismo parlamentario diseñado para que los partidos periféricos puedan también acceder a la cuota injusta que la coyuntura electoral les proporciona. Los grandes objetivos sociales que la libertaria izquierda demanda no entran en estas modestas y corrompidas aspiraciones de las minorías provincianas, tradicionalmente de derechas, mimadas con papel moneda por el sistema diseñado para desarmar a la izquierda real, la internacionalista, la que pretende dar a cada cual según sus necesidades y merecimientos, la solidaria, la emancipadora, la divulgadora de cultura, la desfacedora de entuertos… Provincianismos vergonzantes, es lo que se lleva. ____________________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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