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Librepensadores

El mal menor

Santiago Rodríguez

Todos aquellos que nos movemos en el ámbito de la izquierda sabemos qué papel ha jugado, juega y jugará la socialdemocracia. En su balance histórico podemos señalar grandes avances y notables mejoras para la vida de las clases populares, de la misma manera que podemos apuntar demasiada proximidad en el mantenimiento de los privilegios de los ricos, de los poderosos. Por resumirlo en pocas palabras, podríamos hablar de unos partidos de orden que no se van a salir de los márgenes del capitalismo y que después de los años ochenta hicieron todas las concesiones que imponía el orden del día del capitalismo, que para disimular pasaría a llamarse neoliberalismo, y que se tradujeron en una demolición programada y sistemática de la gran creación de la socialdemocracia europea: el Estado de Bienestar.

En este rápido balance deberíamos hablar también de la colaboración desinteresada con la derecha, lo que ahora algunos llaman centralidad, plasmado en acuerdos y pactos de Estado que supuestamente ponen en valor el orden democrático. Por cierto, un orden democrático que, llegado el caso, a la derecha española le importa un pito, perdón por la expresión, pues ellos están acostumbrados a vivir bien en cualquier régimen. No como las derechas europeas, que sí condenaron a sus dictadores.

También sabemos el papel que han desempeñado las distintas facciones y tendencias a la izquierda de la socialdemocracia y también podríamos hacer un balance en el que estas fuerzas de izquierda tampoco saldrían bien paradas. No solamente por sus planteamientos radicales que llevaron a rotundos fracasos, sino también por la defensa de la pureza de las ideas que esgrimieron para evitar cualquier tipo de pactos con sus antagonistas de la izquierda, o por sus propias políticas que resultaron desastrosas, cuando no sangrientas, para las clases que decían y debían defender. Es lo que tiene el izquierdismo y el radicalismo, pocos pero puros. Ya saben, el partido se construye depurándose. O lo que es lo mismo, programa, programa, programa.

Claro que hay diferencias y divergencias y que hemos comprendido los posicionamientos de cada una de las partes en la negociación para la investidura. Sabemos que el debate y la discusión no sólo están en la fórmula, sea coalición, cooperación, colaboración o apoyo crítico, sino también en el fondo, es decir, en el programa.

Ambas izquierdas y ambos líderes pueden pensar que tienen razón y que efectivamente así sea, pero que una de las organizaciones que no cuenta con mayoría quiera imponer su programa y sus ministerios a toda costa, incluso a costa de no llegar a ningún acuerdo entre organizaciones de izquierda y de esta manera impedir que se puedan aplicar avances en la mejora de los derechos de pobres, es ser muy exquisito. Como también son muy exquisitos en la otra orilla, simplemente por tener más votos y hacer lo mismo. Y la pregunta es: ¿En algún momento se han acordado de los parias de la tierra?

La derecha se pondrá de acuerdo a pesar del paripé, pues ellos tienen claro qué intereses defienden, algo que la izquierda parece haber olvidado, unos por maximalistas y otros por minimalistas.

El resultado final de tantos dimes y diretes, de tanta desconfianza mutua, no será otro que el desastre para los que más necesitan un Gobierno de izquierdas que aborde reformas que mejoren la vida de los pobres, de los desposeídos, de los trabajadores, de las clases populares. El resultado final será la desilusión, el desencanto y su consecuencia política, la abstención o directamente el voto de los pobres a las opciones de las derechas, en el caso de que el problema actual se sustancia con otras elecciones. Es decir, el desastre.

Llegados a este punto, sería conveniente recordar las palabras de Engels: “Para que se produzca una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata”.

Dado que resulta imposible un Gobierno de coalición, puesto que los poderosos lo ven con malos ojos —quien dice los poderosos dice el IBEX 35—, pues muy bien, que gobierne el PSOE en solitario con el apoyo de la otra izquierda, y después, a jugar la partida de los derechos de los trabajadores, los pobres, los desposeídos. Norma a norma, ley a ley, decreto a decreto. Reformas, reversión de los recortes del gasto público, de la reforma laboral y de la ley mordaza ley mordaza. Blindaje de las pensiones, fiscalidad progresiva, inversiones en sanidad y educación pública, fin de los acuerdos con la Iglesia, ley de eutanasia, supresión del voto rogado, modelo productivo e industrial, transición ecológica, evitar la venta de armas a algunas monarquías “amiguitas” de alguien y un largo y necesario etcétera.

Pero también, crear conciencia para contar con ciudadanos críticos, instruidos y luchadores que se opongan a los poderosos y a sus políticas creadas por sus tanques de pensamiento, defendidas por sus lobbies, legisladas por sus partidos políticos y difundidas por sus medios de comunicación. Vamos, lo que se denomina el establishment o la clase subalterna.

Al pueblo griego al final lo doblegaron. Y esto nos recuerda que la lucha es imprescindible para mantener viva la llama de la conciencia, pero también para que el Gobierno no se olvide de nuestras necesidades, para que recoja nuestras demandas y para hacer que las cumpla.

No sólo se pelea en el Parlamento, también en los trabajos, en los barrios, en todos los lugares donde hay necesidades, desigualdades, vidas destrozadas.

El mal menor se llama socialdemocracia, pero es preferible antes que al mal mayor. Es preferible a un Gobierno de derechas. Porque no hay otra opción a tenor de los votos y los escaños. Porque la correlación de fuerzas, es la que es. ¿Recuerdan?

P.D.: Si la Biblia la hubiera escrito un dios de izquierdas, los hijos de Adán y Eva se hubieran llamado Caín y Caín. ________________________

Santiago Rodríguez es socio de infoLibre

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