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Librepensadores

Disgustos y desengaños

Manuel Jiménez Friaza

¿He oído «gobierno progresista»? Pues sí, una vez más. Esta vez de boca de Errejón, la nueva esperanza blanca de… ¿la izquierda?, ¿los «progres», por mejor decir? Eso, tras leerlo o escucharlo a diario, antes, por parte de la gente del PSOE, de Pablo Iglesias o hasta del mismísimo Abascal matizado, a su conveniencia, como «la dictadura progre», y de cualesquiera medios de formación de masas, sean de la crema de los grandes o de la variada gama de los pequeños y digitales: «Programa progresista», «proyecto progresista», «partido progresista», «voto progresista»…

Es, en primer lugar, imagino, por los ascos que se le hacen ya, en las democracias progresadas y autoritarias europeas, al término «izquierdas»; no hablo ya del desprecio o sonrojo pudoroso que reprime viejas palabras que intentaban nombrar a partidos y gobiernos de afán transformador. ¿Desde cuándo no hieren nuestros oídos, con un aleteo inquieto, el inocente apelativo de «reformista», «socialista» incluso, por supuesto «comunista», o «utópico» o «revolucionario»?

¿Quién lo iba a decir, tras los disgustos y desengaños que la idea del «progreso» lineal nos ha ocasionado, con las críticas que se han hecho a tan nefasto y paradójico concepto? Un progreso que aparece como un tren colonizador, como el afán de crecimiento continúo de nuestra economía/mundo, de sus capitales y réditos, del trajín continuo de mercancías de uno a otro confín del mundo. Ese concepto reciente, fundado y definido por sus padres, Condorcet o Comte en el siglo XVIII, con el optimismo, hoy planchado, de la Ilustración. Con estas ingenuas palabras, por ejemplo:

 

«Nuestra esperanza en el porvenir de la especie humana puede reducirse a tres puntos importantes: la destrucción de la desigualdad entre las naciones, los progresos de la igualdad dentro de un mismo pueblo, y, en fin, el perfeccionamiento real del hombre».

Aparece en nuestro imaginario como un tren colonizador, civilizando las tierras salvajes del futuro, siempre aplazado, de los «progresos de la igualdad» entre las naciones y dentro de un mismo pueblo. De modo complementario, en nuestro imaginario de líneas rectas, el pasado que queda atrás almacena como en una vitrina los proyectos y atrasos fracasados irremediablamente. Ese sería el dominio de los conservadores, de los tradicionalistas, de los «carcas», según el uso léxico antiguo…

En esta nebulosa del progresismo adjudicado de siempre a las izquierdas políticas, más o menos, se deja de ver que las verdaderas derechas, la de los «partidos del orden global» son, desde hace décadas las más revolucionarias, las que con más porfía nos emplazan al futuro progresado: la cuarta revolución industrial, el advenimiento de la robótica, el uso provechoso de los big data, la epifanía del nuevo trabajador/emprendedor infinitamente adaptable y reciclable, el desafío paradójico del crecimiento continuo adaptado a las energías verdes… Al revés lo digo, para que se me entienda. _______________

Manuel Jiménez Friaza es socio de infoLibre

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