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El odio que vi muy cerca

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César Moya Villasante

Confieso mi trauma de juventud cuando estoy al final de mi vida: el odio. Viví en un entorno familiar dividido en aquella desgraciada posguerra con un padre en el que conocí el odio al vencido en su máxima expresión. Hoy, ya jubilado hace tiempo, me ha dado oportunidad de pensar en aquella niñez y adolescencia viendo muy claro lo que quiero contar para desahogo personal. Porque mi familia materna, con la que me crié entre Madrid y un caserío norteño no era como ese padre al que casi todos rechazaban de buenas maneras por su modo de pensar y por simple educación, pero se notaba bastante que no se le recibía con felicidad. Él tampoco les apreciaba mucho. Empezando por una madre que aguantaba estoicamente el machismo más insoportable que mucha gente no se puede imaginar porque esa mujer, educada en el mejor ambiente, no pensaba igual. Pero era lo que había en aquellos años 40 y 50 en los que no se podía denominar como machismo, simplemente era desprecio a la mujer y eso sí que lo llevé muy mal. Porque mi madre era única, quizá como para todos los humanos bien nacidos.

Y ese odio que vi en mi padre hacia el vencido, se llamara rojo o republicano, es lo que hoy ya llegando a los 80 me hace pensar en aquella juventud algo traumatizada, aunque mi edad actual hace que el trauma se convierta en un mal recuerdo de personas ya fallecidas hace muchos años. Porque yo siempre pensé y pienso que el vencido debe ser olvidado, pero sin cebarse en él. Lo he visto hasta en películas de vaqueros o de duelos en donde a veces el vencedor tiraba la espada victoriosa para no matar al derrotado. Todos hemos visto escenas parecidas. Pero yo asistí al odio que me preocupa ahora porque lo veo volver con la misma rabia que lo viví en aquel tiempo. Entonces eran los rojos, que quizá se llamaran así por la influencia rusa, que era un país en donde parecía que solo había mala gente. Ahora les llaman comunistas bolivarianos por no encontrar una semántica más general. Y después de 80 años volvemos a estar enfrentados después de pasar mucho tiempo en el que esa vieja fiera española estaba algo dormida. Pero parece que estoy viendo la foto de boda de mis padres en donde él impuso el uniforme de falange en contra de toda mi familia materna, como luego conocí. De una familia de aquel caserío norteño en donde yo era feliz mucho tiempo con las tareas del campo y sin sentir ese odio repugnante. Porque en aquella familia nunca vi ese sentir directo, aunque pensaran de distinta forma. Es algo que siempre he tenido como experiencia personal. El odio al derrotado no lo sentí al revés. Los perdedores no querían, o quizá no podían, expresarse con ese resentimiento. Siempre los vi con ganas de olvidar lo que pasó. En dos palabras, pasar página.

Y el colmo fue mi matrimonio en aquel País Vasco que tanto quiero y admiro. Sentí también ese odio hace las regiones de este país que no han pensado nunca en la España de una sola idea, como creo que es lógico en un país en donde han morado todas las civilizaciones de la historia pasada pero que algunos quieren transformar en una historia que nace solo en el año 1939. Alguna vez me tuve que marchar con mi mujer de una reunión familiar por demostraciones paternas sin respeto hacia ella, que, por cierto, nada tenía de ligazón con ETA ni cosa parecida. Ese tiempo prefiero olvidarlo. Pero vuelve ahora con una extrema derecha que resucita con ese mismo odio, con ese machismo insoportable y con unas ideas que, con lo que está pasando a nivel sanitario y tecnológico, suenan a un siglo muy anterior.

A mí no me tienen que contar lo que piensan los de VOX y la mayoría del PP porque ya en aquellos 40 y 50 se estaban criando a la sombra del Movimiento, una especie de religión política en donde se albergaba todo el país vencedor. Y ahí siguen, ahora metidos en partidos políticos para derrotar al sistema desde dentro. Porque esto de la democracia es algo que no soportan. Ya mi padre me decía en las pocas veces que pude hablar con él de algo social, cosa imposible por su modo de decir imponiendo, cosa insoportable para mi adolescencia, que si alguna vez los rojos llegaran a un gobierno la guerra civil volvería. Y aunque no es tiempo de ello parece que mi padre conocía muy bien a su gente. Como vemos ahora en las calles de Madrid, ciudad centro de todas sus gestiones y modos de vida. Y es triste que exista mucha gente joven que no entiende de los peligros que acechan y que apoyan esa contrarrevolución. Es cierto que, en esa ideología, si así se puede llamar, está el PPVOX felices de haberse conocido para realizar el trabajo sucio que necesiten los mercados. Pero sin consentir que esos comunistas bolivarianos impongan sus deseos. Eso nunca lo consentirán y parece que van camino de ello. ¿Volver a vivir aquella juventud algo compleja al final de mi vida? Espero que no, pero…

César Moya Villasante es socio de infoLibre

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