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Cine

El inquietante cartón piedra de Corea del Norte

Marchas delante del monumento a la Fundación del Partido de los Trabajadores de Corea, en Pyongyang.

Pyongyang, Corea del Norte. El director y productor Álvaro Longoria, minicámara en mano, entra en el apartamento de una familia norcoreana. Sus guías en "el país más hermético del mundo" le han conducido hasta una supuesta nueva vivienda tipo. La televisión de plasma reproduce en el salón la película Brave de Disney. "¿Cómo es posible, si el cine estadounidense está prohibido?", se pregunta el realizador. En la cocina, la madre prepara la cena. O eso parece, porque no maneja ningún comestible. "¿Qué está preparando?". No hay respuesta, solo sonrisas cordiales. "¿Podemos ver el frigorífico?". Más sonrisas. 

Todo en el documental The propaganda gameThe propagandagame tiene un aire irreal, alucinado. Meses después de su viaje al país asiático y poco antes de la llegada a salas del filme el próximo viernes, Longoria saca poco en claro: "No sé siquiera si esa casa era de verdad la casa de esa familia. Aquello parecía un decorado". Su frustración, la sensación de que "no hay una verdad clara o absoluta" impregna la cinta. Tampoco era su voluntad. "No buscaba una revelación. Yo quería ver un ejercicio de propaganda, ver qué querían contar", explica.

Para ello, el director y su equipo (dos cámaras) consigueron acceso privilegiado durante 10 días a las calles, tiendas y, por supuesto, innumerables monumentos, museos y atracciones del país. Guiados, eso sí, pero con una prerrogativa nada frecuente para los periodistas occidentales: podían hablar con cualquier ciudadano que vieran por la calle. Si Longoria consiguió al fin adentrarse en la familia coreana —encabezada por dos duros padres-dictadores, el difunto Kim Jong-il y su hijo Kim Jon-un— fue gracias a Alejandro Cao de Benós, noble español y único representante extranjero del país comunista. 

El "español de nacimiento y norcoreano de adopción" copa gran parte del filme como interlocutor ubicuo del equipo. Sonriente primero, y visiblemente enfadado ante ciertas preguntas más tarde, Cao de Benós es "el ejemplo perfecto de una máquina de propaganda", en palabras del cineasta. Las medallas de su uniforme de gala relucen en pantalla como lo hicieron en el Festival de San Sebastián, donde repitió las bondades del "último bastion del comunismo" durante la presentación del filme. "Esto es una guerra y estoy orgulloso de estar en primera fila", dice, fiero, en el documental. 

El productor de Che de Steven Soderbergh, Looking for Fidel, Comandante y Persona non grata, de Oliver Stone, y director de Hijos de las nubes (ganador del Goya a mejor documental en 2013) llevaba años recibiendo negativas para acceder al país. Un mensaje de Facebook a Cao de Benós puso en marcha las negociaciones que llevarían al viaje final. Duraron un año. Longoria reclamaba un acceso especial, y Pyongyang pedía revisar el resultado final, a lo que el director se negó. "No soy un loco ni un reportero de guerra, siempre fui muy transparente con ellos. Se trataba de dejarles hablar y tener suficiente acceso y suficiente información para que el espectador saque sus propias conclusiones", explica.  

Una de las guías que les acompaña en su recorrido —obligada la reverencia ante las gigantescas estatuas de los líderes, el paso por el monumento a la Fundación del Partido de los Trabajadores, el museo miliar— se echa a llorar cuando se le habla del difunto líder. Un ciudadano se pone en pie y se cuadra para loar la gloria de su nación. Unos niños de parvulario ejecutan a la perfección una canción en honor a los Kim. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de orquestado en esta permanente demostración de unidad y entereza? Longoria ofrece una respuesta posible: "La educación marca muchísimo. Todos los disidentes cuyos libros he leído o a los que he entrevistado aseguran haber llorado cuando murió Kim Jong-il. Es difícil de entender, pero una de las primeras frases que aprenden de pequeñitos es 'Gracias, querido líder". 

Pero si se golpea la fachada, aun suavemente, suena hueco. Una enorme tienda del centro de Pyongyang, muy bien surtida y con productos dedicados a los locales, solo acepta divisa extranjera. ¿De dónde sale? "De la gente que trabaja en embajadas y vuelve", titubea una guía. Aquel frigorífico con un logo de Coca-Cola, ¿qué hace ahí? "Debemos comprar frigoríficos a China por culpa del bloqueo, y vienen con la marca incluida", asegura Cao de Benós, siempre con una respuesta a mano.

Un grupo de norcoreanos se inclina ante las esculturas de los líderes. / BETTA PICTURES

¿Por qué en esta iglesia cristiana, supuesto ejemplo de la libertad religiosa en Corea del Norte, no hay un sacerdote que dé la comunión? ¿Por qué los hospitales y universidades exhibidos están vacíos? ¿Por qué no hay coches en las carreteras? ¿Dónde han comprado esos ordenadores de producción estadounidense? Misterio. Sobre todas esas preguntas flota una incógnita aún mayor: ¿De dónde sale el dinero? "Los números no cuadran. La inteligencia europea me dio una versión que ni siquiera tengo claro que fuese cierta. Pero si cuadra por algún lado, es por la inversión china, que quiere mantener a un territorio amigo en la zona", asegura el director. 

El contacto con los ciudadanos es especialmente esclarecedor. Un chico joven patina en una plaza abarrotada de niños. Longoria le pregunta qué estudia, y él contesta que se instruye en la universidad para ser maquinista de tren. ¿Cuál es su sueño? El chico reflexiona extrañado, como si esa pregunta fuera en sí misma una locura. "Mi sueño es ser conductor de trenes". En el metro, el equipo aborda a un ciudadano bajo la atenta mirada de los guías. El hombre rompe a sudar, visiblemente apurado tratando de encontrar la respuesta correcta a una pregunta sobre la "gran familia coreana". "Alejandro argumentaba diciendo que aquel tipo seguramente no había visto a un extranjero en su vida, y mucho menos a un equipo de rodaje. Pero parecía estar poniendo mucho cuidado en buscar las palabras adecuadas", opina el director. 

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Ante esa propaganda que asegura que en Corea del Norte no hay miseria, que el armamento nuclear es absolutamente necesario para la pervivencia del sistema y que todo el pueblo coincide en la veneración al líder y la adhesión a la ideología Juche —aunque ningún norcoreano entrevistado sepa explicarla—, Longoria muestra también la información occidental... o la falta de ella. La supuesta imposición del corte de pelo de Kim Jong-un a los hombres, cosa que desmienten las propias imágenes del país. La ejecución del tío del jefe de Estado, supuestamente arrojado a una jauría de perros, cosa que nunca sucedió.

Y algunas informaciones negadas mil veces por Pyongyang pero refrendadas por ONGs y organismos internacionales: campos de concentración, torturas, férreo control ideológico, absoluta falta de respeto a los derechos humanos. "Los derechos humanos son propaganda occidental", esgrime Alejandro Cao de Benós, retratando involuntariamente la política del régimen. "Se habla de derechos humanos pero no de derecho a la vivienda, a la sanidad o a la educación", esgrime. Cao de Benós critica las opiniones contrarias al régimen que se ven en el documental. El embajador de Corea del Norte en España las tacha de "imperdonables". 

Mientras el juego de la propaganda sigue en marcha, los 24 millones de norcoreanos siguen con su vida. En el documental se les ve comer helado, montar en bicicleta, patinar, acercarse con curiosidad a los extranjeros o incluso celebrar bodas en la frontera con los vecinos del Sur como si aquella franja no fuera una de las zonas más militarizadas del mundo. Pero también se les ve lucir en la solapa, sin excepción, la obligada banderita con la cara de los líderes supremos

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