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Cine

Cine con nada

Raúl Peña y Jorge Monje en 'El debut', de Gabriel Olivares.

A Gabriel Olivares no le suelen faltar palabras. Pero no sabe cuáles utilizar para definir El debut, su pequeña e inusual ópera prima, que llega el viernes a cines de Madrid, Barcelona y Alicante. "Está entre una obra de ficción y un documental", aventura, sin saber si situarla en la primera o en la segunda. No es extraño: el filme es un inusitado proyecto de investigación y riesgo escénico. Si esto ya es poco frecuente, puede parecerlo más si viene de la mano de quien es uno de los pilares del teatro comercial español. Burundanga, el fenómeno escrito por Jordi Galcerán y que cuenta ya seis temporadas en el Teatro Lara, lleva su firma. Pero también El secuestro, Pareja abierta (El musical), Nuestras mujeres o Más apellidos vascos, por mencionar solo las estrenadas desde 2016. El debut pertenece a su otra vida. 

A una que sucede entre las paredes limpias de una nave de Carabanchel. Allí tiene su casa TeatroLab, un laboratorio al que dedica "cada vez más tiempo" desde hace ya cuatro años. Olivares lo define como "un espacio abierto de creación teatral" por el que han pasado más de 100 actores. Y allí, con algunos de ellos, se rueda El debut, que es, más que una película, la historia de la creación de una película que no existe. Los intérpretes trabajan con un guion inacabado sobre el amor imposible entre dos toreros que el director escribió hace 10 años junto a Miguel Albaladejo y Jordi Farga, y del que se ven algunas escenas. Pero esto, explica, es "solo una excusa". El principal interés del filme es mostrar un intenso proceso creativo para el que llevan cuatro años formándose. 

No hay exteriores, no hay decorados, no hay vestuario, no hay maquillaje, no hay efectos especiales. Apenas texto. Nada. Hay una cámara, unos actores vestidos de negro y un espacio desnudo. Y luego habrá un parto, duchas, toros, fiestas, sexo y muertes. Casi nada estará ahí realmente, pero todo parecerá real. El maestro del toreo (Raúl Peña) invita a su coche al humilde aprendiz (Jorge Monje). No se ve el cuero ni el paisaje de fondo, y solo los efectos sonoros de Eladio Reglero (Wildtrack) hacen intuir el cierre de una puerta, el cinturón de seguridad. Una sola cámara, la de Almudena Sánchez, está ahí para grabarlo todo. No es cine "experimental", un adjetivo que Olivares tilda de "pedante", sino cine "en proceso". 

Como justificación de la osadía, una cita del director de escena Peter Brook: "Puedo tomar cualquier espacio vacío y desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para crear un espacio de ficción". De hecho, en un momento dado la compañía decide no hacer la versión realista —en exteriores, con coches y no cajas, con cornamentas reales— que debía ser el último paso del proceso. No les parece tan interesante. "Esto que vamos a hacer es imposible. Por eso hay que intentarlo", suelta Olivares en uno de los primeros ensayos. "A mí me gusta ver cómo hay una historia y no hay nada. Me parece fascinante contar una historia solo con las herramientas invisibles", se sorprende una de las actrices. 

Esas palabras son algo tramposas. Porque sí que se ha hecho. El propio Olivares menciona el documental Looking for Richard, en el que Al Pacino trabajaba sobre el personaje de Ricardo III —aunque allí no faltaba ambientación—. Algunos compararán la obra con Dogville, la obra de Lars Von Trier en la que el escenario estaba construido con líneas de tiza y efectos sonoros —aunque aquí había cierta voluntad esteticista—. Un puñado de espectadores señalarán Our town, la obra de Thornton Wilder estrenada en mayo de 2015 en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Allí, TeatroLab puso a prueba su apuesta creativa. Lo hicieron primero por respeto a una de las acotaciones del dramaturgo, que ganó el Pulitzer en 1939: "No hay telón. No hay decorado. El público, al llegar, ve un escenario vacío a media luz". Así sucedía también en la versión de Olivares. Ahora se trataba de probar si esto podía funcionar también en cine, en el que se formó Olivares a su paso por la ECAM, la escuela de cine de la Comunidad de Madrid. 

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El debut trabaja con la misma compañía que Our town y la recientemente estrenada Cuatro corazones con freno y marcha atrás, puesta en escena del texto de Jardiel Poncela. Llevan dos años y medio trabajando juntos un entrenamiento estricto basado en dos técnicas poco usadas en españa: la Suzuki, desarrollada por el director de escena japonés Tadashi Suzuki, y la de los puntos de vista, desarrollada por la estadounidense Anne Bogart. "Ambas sirven para que el actor gane presencia escénica", explica Olivares, "pero sobre todo los puntos de vista les da unas herramientas que permiten que la nomenclatura del director y actor quede diluida. Todos forman parte del proceso de creación". En el filme se observa cómo los intérpretes hacen propuestas no solo teóricas, sino también prácticas. Si improvisan juntos sobre el movimiento del toro bravo, las escenas de sexo posteriores se verán teñidas de la energía animal que antes han explorado. Si un ejercicio lleva a que una actriz grite "Maricón" a un actor, esa agresividad y esa culpa marcarán a los personajes. 

Ni Olivares ni la compañía consideraban siquiera estrenar el filme en salas, después de pasar por la Cineteca de Madrid y varios festivales. "Me interesa más el proceso que el resultado", reivindica el director. Eso explica que la compañía no haya sido tan exigente con el acabado final, la distribución y la comunicación, apenas esbozadas, como con el trabajo creativo. Es probable que el filme parezca finalmente destinado solo a los profesionales o aquellos espectadores interesados de antemano en el proceso de creación. Media todavía un trecho entre las piezas más populares de Olivares y su faceta de mayor riesgo creativo. El debut demuestra que no tendría por qué. 

 

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