Literatura

John le Carré y George Smiley se despiden

El escritor británico John le Carré en una imagen promocional.

En 1961, John le Carré (Poole, Dorset, Inglaterra, 1931) se estrenaba como escritor a la vez que George Smiley hacía su primera aparición como veterano espía del Circus. Así llama Le Carré al poderoso MI6, y tiene derecho: él también fue uno de los jóvenes que engrosaba sus filas en los sesenta, bajo el nombre de David John Moore Cornwell, el que figura en su DNI y el que abandonó ante el público por su sonoro seudónimo. Desde aquella Llamada para el muerto, el agente ha hecho aparición en otros siete volúmenes, cuatro como protagonista y tres como secundario. Del último, El peregrino secreto, hace ya 25 años. Ahora el británico recupera al escurridizo Smiley en su última novela, El legado de los espías, que llega a las librerías el 9 de enero (Planeta) como la primera gran novedad de 2018. Y lo hace para despedirse. O al menos para despedirse de él. 

Le Carré ha cumplido ya los 86 años y sobre su espalda pesan más de cinco décadas de carrera y una veintena de novelas. Su biografía (escrita por Adam Sisman, y no sin dificultad, entre la niebla biográfica del escritor) ya está en las librerías y ha publicado también un reciente libro de memorias, Volar en círculos (2016). En otras palabras: quizás no quede mucho más que decir, o mucho más tiempo para hacerlo. "El legado de los espías será muy posiblemente su última novela, no habiendo dudas además de que supone la despedida de George Smiley", asegura la editorial. 

Y es cierto que el volumen tiene, desde el título, una clara vocación de conclusión. En varios sentidos. Supone, por supuesto, el cierre de un personaje descreído aunque de buen corazón, carismático y oscuro, materialización de todos los espías. "George Smiley me ha otorgado estabilidad a lo largo de mi vida como escritor. Ha sido un ayudante de lo más considerado y un excelente compañero de escritura. Creo que en él se halla depositada la clave para entenderme. En cualquier caso, ya le he dicho todo lo que tenía que decir sobre él. Además debe rondar los 120 años", decía Le Carré en una de sus escasas entrevistas, esta vez para The New York Times, junto al experto en espionaje Ben Macintyre, publicada el pasado agosto. Pero es también el testamento literario de uno de los escritores ingleses más relevantes del siglo. Y, en su engañosa mezcla de realidad y ficción, Le Carré salda la cuenta de una era, la de la Guerra Fría, cuyos traumas han marcado tanto su propia vida como la actual política internacional. 

 

En El legado de los espías, los lectores encontrarán a un Le Carré "vintage", en palabras del escritor John Banville. Berlín, el Muro, dos bloques enfrentados y una maraña de agentes simples, dobles o triples que actúan en la sombra para que "la gran masa de imbéciles (...) pueda dormir tranquilamente en sus camas". Eso dice Alec Leamas, el protagonista de El espía que surgió del frío, la novela que en 1963 hizo de Le Carré un autor de éxito y le permitió abandonar el empleo gris —asegura Cornwell— en los servicios de inteligencia para dedicarse plenamente a la escritura. No le hacemos hablar aquí por capricho. La última novela del británico parece cavar un túnel en su carrera literaria para llevar, por la puerta de atrás, a aquel título fundacional. Y nos conduce Peter Guillam, discípulo de Smiley y secundario de varias de sus novelas, ahora viviendo una jubilación tranquila en la Bretaña francesa. 

Igual que Le Carré convoca a sus personajes para una última ronda, Guillam es convocado por el MI6 para solverntar un asunto un tanto incómodo. En El espía que surgió del frío, el lector asistía al asesinato de Alec Leamas, protagonista del título y responsable de la delegación del Circus en la Alemania Occidental, y de Liz Gold, su novia, librera y resonsable local del Partido Comunista en el Reino Unido. Ahora, los hijos de uno y de otro amenazan a los servicios secretos con denunciarles por la muerte de sus progenitores ante la justicia... y ante el Parlamento. Guillam regresa al Circus —aunque ya nadie lo llama así— para aclarar su participación en la operación Carambola, conducida por Smiley y verdadero motor de El espía que surgió del frío. Si aquella novela contaba ya con un doble fondo, ahora Le Carré inventa para ella un tercero o incluso un cuarto.  

"Un motivo para volver sobre la Guerra Fría es que me alineo con Smiley cuando al final de la novela declara que lo que ocurrió entonces no sirvió para nada". Lo dice Cornwall/Le Carré en la misma entrevista en The New York Times. Ahí está el lado derrotista y derrotado del espía de ficción y del espía real que fue Le Carré. Si los agentes —que no el escritor— se permitían evitar ciertos reparos morales en nombre de un supuesto bien común, incluso ese parece haberse esfumado. "¿Lo hicimos tal vez en nombre del grandioso capitalismo? Espero que no. ¿O de la cristiandad? ¡Dios no lo quiera!", se dice Smiley. O, en las palabras más airadas de Christoph Laemas, hijo de Alec: "Los espías estáis todos enfermos. Todos vosotros. No sois el remedio, sois la puta enfermedad. Jugando siempre a vuestros putos juegos, con vuestras pajas mentales, os creéis los amos del universo. Pero no sois nada, ¿me oyes? Vivís en la oscuridad, porque no sabéis vivir a la puta luz del día".

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Aunque la nostalgia que Le Carré comparte con sus protagonistas —tanto Smiley como Guillam se horrorizan de que su Circus se haya convertido en una organización moderna, aséptica y a su juicio falta de talento— le hace salvar los muebles: "Por lo menos el período de la Guerra Fría se caracterizó porque teníamos una misión que nos definía. Hoy nuestra misión se limita a sobrevivir. Lo que une a Occidente es el miedo, el resto es discutible". El regreso de Guillam, el viaje a un pasado hay que esforzarse por mantener lustroso en la memoria pese a la evidente podredumbre, es también el del autor, que viajó a Berlín para visitar, entre otros escenarios, uno de los pisos francos que utilizó en la Alemania Oriental. Al fin y al cabo, toda su obra lidia con el engaño —el de su padre, un estafador, el suyo como espía, el del novelista— y con la doblez evidente en su identidad dividida entre Cornwell y Le Carré. 

El británico se ve obligado a hacer algún ajuste menor en El espía que surgió del frío para encajar el juego de bambalinas que crea en El legado de los espías. Hay, sin embargo, una corrección que puede leerse como una rectificación o como una capa más sobre el complejo personaje de Smiley. El exagente, antes receloso ante los grandes ideales y solo fiel al oficio del espía, es en la era del Brexit un europeísta convencido: "Entonces, ¿fue todo por Inglaterra? En su momento, sí, por supuesto. Pero ¿la Inglaterra de quién?de quién ¿Qué Inglaterra? ¿Inglaterra sola, perdida en alguna parte? Yo soy europeo, Peter. Si alguna vez he tenido una misión, si he sido consciente de alguna responsabilidad más allá de nuestros contenciosos con el enemigo, ha sido con Europa. Si he tenido un ideal inalcanzable, ha sido el de sacar a Europa de su oscuridad para llevarla hacia una nueva edad de la razón. Todavía lo tengo". Esa es la última revelación de Le Carré, si es que se puede creer a un espía. 

 

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