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'La peste': la caída de la Sevilla imperial

Finales del siglo XVI. Sevilla es Puerto de Indias, conexión entre el Nuevo Mundo y la Vieja Europa, "Corte sin rey, habitación de grandes y poderosos del Reyno y de gran multitud de gentes y naciones", en palabras del explorador Gil González Dávila. Entre 1503 y 1660 llegarían desde América entre 181 y 300 toneladas de oro y entre 16.000 y 25.000 toneladas de plata. Alrededor de 120.000 personas se acercan a sus murallas para probar suerte en las Indias o para recoger las migajas del comercio. Se construyen la Catedral, el Archivo de Indias y el Ayuntamiento. Y en medio de la riqueza, del bullicio, alguna rata que corre y muerde, alguien que tose, alguien que muere y alguien que dice: "Peste". Los ricos sacarán tajada y los pobres caerán los primeros. 

Ese es el escenario de La peste, la (primera) serie de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, director y guionista de El hombre de las mil caras, La isla mínima y Grupo 7, que estrena Movistar+ el próximo 12 de enero. Aunque han hecho una pequeña trampa que, aunque en contra de la verdad histórica, va a favor del drama. La gran epidemia que arrasó la ciudad, llevándose a cerca de la mitad de su población, llegaría a mediados del XVII, cuando Sevilla ya había ido perdiendo cierta influencia frente a Cádiz, que acabaría arrebatándole la condición de Puerto de Indias en 1717. Al adelantar la llegada de la plaga, los creadores truncan el esplendor sevillano en su cénit. "Nos parecía más interesante que ese momento de plenitud conviviera con el peor de los posibles escenarios", lanza Cobos durante la jornada de promoción. Y Rodríguez completa: "La crisis es más interesante cuando arranca. Lo podemos ver en la que hemos vivido, que tiene ciertas concomitancias con aquella".

Lo demás, el thriller que sirve de hilo para la trama, fue una "excusa". Lo que estuvo desde el principio, allá por 2014, fue la fantasía de "pasar cinco minutos" en la ciudad en la que viven cuando era la capital de Occidente. Un poco a la manera de La isla mínima, filme en el que el ambiente sofocante de las marismas del Guadalquivir pesaba tanto o más que los asesinatos que acogía y los detectives que los investigaban. Aquí es Mateo (Pablo Molinero), exsoldado y también antiguo impresor perseguido por la Inquisición, quien investigará unos crímenes tras los que parece haber un motivo religioso. Con él, Valerio (Sergio Castellanos), el bastardo adolescente de un gran amigo que le encarga, antes de morir, sacarlo de la ciudad. Y por debajo, como en las otras obras del dúo creativo, una intriga política y económica mucho más poderosa de lo que los propios personajes intuyen, y en la que juega un papel importante Zúñiga (Paco León), amigo de Mateo, nuevo rico y poco escrupuloso para los negocios. 

Con estas maderas se construye la que es quizás la producción más ambiciosa de la ficción televisiva española. Aunque la primera temporada (y ya hay en marcha una segunda) cuenta solo con seis capítulos de 50 minutos, las cifras del proyecto dan vértigo: un presupuesto de 10 millones de euros, un equipo de 450 personas, 130 localizaciones, más de 2.100 figurantes, 18 semanas de rodaje y 35 artistas trabajando durante nueve meses para crear los efectos especiales. En su equipo hay 17 premios Goya, como los que lucen el compositor Julio de la Rosa o el director de Fotografía Pau Esteve Birba. "Hubo varios momentos en que creímos que esto no iba a salir adelante", confiesa el director, que conduce las riendas de cuatro de los seis episodios. Su cocreador responde: "Pero Movistar+ siguió apostando, como en una partida de póquer". 

Es, efectivamente, una apuesta. En la era de las series, y con una enorme competencia internacional (Netflix, HBO, Amazon Prime...), el canal de pago ha optado por la producción propia. Ya ha estrenado La zona, ambientada en una Asturias devastada por un accidente nuclear, o la comedia Vergüenza, protagonizada por Malena Alterio y Javier Gutiérrez, en la que este interpreta a un sonrojante fotógrafo. Estos contenidos originales solo están disponibles para los clientes que tengan contratada la telefonía e Internet con Telefónica, así que la mano que juega la compañía —con 30 proyectos en desarrollo— es también una gran estrategia de marketing marketingpara sus otros servicios. 

Pablo Molinero y Paco León sintieron el peso de la industria. Cada uno a su manera, porque el primero es un completo desconocido para los espectadores, en la que es la tónica elegida por Rodríguez y Cobos: "Queríamos que el gran público no conociera tanto, que tuviera que conectar con la historia". León, por su parte, interpretó al popular Luisma de Aída durante diez temporadas. Él mismo, curtido en la comedia también como director con la saga Carmina o Kiki, reconoce la sorpresa de su casting como el turbio Zúñiga: "Alberto diría 'Sí, hombre, no me traigáis a un payaso". Pero ambos coinciden: el largo rodaje de La peste era una máquina bien engrasada. "Solo piensas en no ser tú quien la cague", bromea el actor sevillano. Ambos trabajaban también sin referentes. ¿Dónde encontrar a sus dos mindundis en los libros de historia? "No hay, de los Mateos nunca se ha hablado". 

Las altas esferas tienen su peso en La peste, sobre todo en la figura de Celso (Manuel Solo), pez gordo de la Inquisición de la que Sevilla tiene el dudoso honor de ser cuna. Porque la serie es también, en palabras de Cobos, "una historia de "la imposición de la religión imperante, el catolicismo puro y duro contra todo lo que se saliera de su forma política y constitutiva de vivir, no solo musulmanes sino también protestantes, homosexuales, adúlteras, etcétera". Pero no se acaba ahí la evidente crítica social del proyecto. Zúñiga también quiere que se hable de él. Quiere más. "El personaje de Paco", reflexiona Alberto Rodríguez, "tiene mucho de esto de 'es que la crisis es oportunidad'. ¿De qué? De que los listos se hagan más ricos". En medio del caos y de la muerte, algunos sacan tajada. Y Cobos recuerda una anécdota del inicio de nuestra crisis, cuando se topó con un amigo que negociaba con artículos de lujo: "No venderás nada, ¿no?', le dije. Y me respondió: 'Me estoy poniendo las botas".

 

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