Libros

Traducir, acercar, quizá distorsionar

Imagen de archivo de una biblioteca.

Hace unos días, el periodista Manel Ansede escribió este tuit:

 

A partir de ahí, explicó que "en el original en inglés, el autor pone el ejemplo de Oxford y Cambridge. Pero el traductor del libro, que se llama Joandomènec Ros i Aragonés, cambia el ejemplo por castellanos de Madrid (belicosos) y catalanes de Barcelona (pacíficos). ¿No es esto demencial?".

Después, que "el traductor del libro es un separatista incapaz de no mezclar sus ideas con su trabajo".

Y a continuación, que en el original se habla de "hace 30.000 años, dos comunidades humanas muy próximas podían ser muy diferentes. Pone el ejemplo de Oxford y Cambridge, que están a 100 km una de la otra. Madrid y Barcelona están a 500 km en línea recta. Por eso chirría".

La editorial, Debate, explicó lo sucedido:

 

Y el editor, Miguel Aguilar, corrigió a Ansede y dio más pistas:

 

El caso tiene su enjundia política, por la utilización en favor de la causa separatista que Ansede achaca al traductor. Pero, no es sino el enésimo episodio de una vieja polémica.

El papel del traductor

Circula por ahí una cita del traductor francés Maurice-Edgar Coindreau: "El traductor es el mono del novelista. Debe hacer las mismas muecas, le gusten o no". Y hay quien, como Esther Tusquets en sus Confesiones de una editora poco mentirosa, sostiene que "cuanto peor es el traductor más se obstina en corregir al autor, en mejorar el texto original: explica lo que en éste no se explica, cambia una puntuación insólita, una adjetivación audaz, por otras adocenadas. Elude traducciones que podrían ser perfectamente literales por otras plagadas de casticismos (alguien le debe haber dicho que la traducción debe sonar como si el libro hubiera sido escrito directamente en castellano, sin advertirle que Flaubert o Joyce no son Baroja, ni Rimbaud tiene mucho que ver con Machado)".

Es un asunto delicado porque, como bien explica la traductora Scheherezade Surià, "traducir literatura no es lo mismo que traducir informes de empresa. No voy a entrar en cuestiones de mérito ni de qué es mejor ni nada por el estilo, porque cada texto y cada traducción son distintos. Me refiero a que no es una mera cuestión de exactitud. Los traductores literarios deben tener en cuenta la musicalidad y el ritmo de lo que se escribe en el idioma de llegada. También deben facilitar la transferencia cultural de una mentalidad a otra".

Así las cosas, he llamado a la puerta de Cálamo&Cran, donde forman especialistas en de traducción y edición.

"Cuando tenemos un original en un idioma, digamos exótico, se opta por realizar una traducción a una lengua franca, como puede ser el inglés, y de ahí se hace la traducción al resto de idiomas necesarios", me han respondido. Los profesores admiten que se pierden matices por el camino. "En unas ocasiones, es un problema derivado del abaratamiento de las tarifas en el sector de la traducción y en la edición en general (se podría hablar de plazos ajustados, del desconocimiento de la profesión o del desprecio por ella); en otras ocasiones, se debe a que hay combinaciones de idiomas para las que no existen traductores literarios profesionales o es muy difícil encontrarlos (hebreo-urdu por ejemplo) y, en consecuencia, no queda más remedio que traducir a inglés primero".

Si nos volvemos al asunto que nos ocupa, utilizar ejemplos locales forma parte habitual del proceso de traducción. "En nuestro gremio se conoce como 'localización' y aquí hay mucha tela que cortar ―me dicen―. Una lengua lleva implícita en ella la cultura de sus hablantes, su forma de vida, y no siempre hay equivalentes directos. Si lo que se busca es explicar un concepto a través de una metáfora y queremos que funcione, es imprescindible acercársela al lector con ejemplos que reconozca fácilmente. Se pretende que la traducción tenga el mismo efecto en el lector de la traducción que el que tiene en el lector del original y esto suele ir también más allá de las palabras. Se centra en el mensaje, en el objetivo. Si no, la traducción no funciona".

Por si caben dudas, me sugieren que vea lo que ocurre en la publicidad, los videojuegos o la traducción audiovisual, donde la localización es fundamental. "Algunos, quizá, recuerdan cómo se hablaba de las corbatas de Carrascal en El Príncipe de Bel Air o cómo el gato de Sabrina cantaba el Soy minero". Pues eso.

Acércate más, y más, y más

El de hasta qué punto hay que adaptar un texto original a la realidad de la lengua y el país para el que se traduce es un asunto discutible y discutido.

"Al máximo ―me asegura la traductora mexicana Ivonne Yee―, hasta donde sean posibles los esfuerzos y herramientas porque, para que se pueda entender y 'apropiar' el lector de un texto, es necesario no sólo tener referencias contextuales que permitan la comparación sino también, la adopción del mismo como parte de un hecho cotidiano (un instructivo, una guía, un recetario) o como parte de la vida que se tiene, desearía o desea tener (textos literarios). Al lector hay que hacerle sentir, hay que emocionarle". En su opinión, para que las obras sean comprendidas en su propio tiempo y espacio "es importante ajustarlas al momento en que se lee, emplear palabras que han caído en desuso podría generar confusión en la interpretación del texto".

Sin embargo, Ce Santiago no se muestra tan contundente. "Nunca lo he entendido muy bien. En cierto modo significa dar por sentado que la persona que va a leer el texto tiene algún tipo de insuficiencia en vez de pensar que no se trata más que de un dato que una escueta nota al pie puede solventar sin más en caso de ser necesario. Es más, acercarla a qué lector, a qué lectora ¿qué perfil tiene uno en mente cuando pretende acercarle algo? No lo sé". Admite que toda traducción es una interpretación, un ejercicio de escritura que implica también un estilo, y, "por decirlo con Sontag, 'todo estilo encarna una decisión epistemológica'. Así que el prejuicio, en el sentido que le dio Gadamer al prejuicio, está y estará ahí siempre. Por eso no lo veo buena posición desde la cual acometer un texto".

En referencia al caso que nos inspira este artículo, lo tiene claro. "Yo habría dejado Oxford y Cambridge, la verdad; o como mucho habría incluido una nota para indicar la distancia que las separa, que parece aquí el meollo del asunto. No son localidades extrañas, y la rivalidad deportiva, lo de las regatas (que quizás fue lo que llevó al traductor a escoger Madrid y Barcelona, no lo sé, alentado tal vez por la decisión del traductor en inglés), tampoco es algo que se desconozca, o en todo caso creo que no es un dato que condicione la comprensión del ejemplo. De hecho, habría que ver si el traductor inglés (pues el original está en hebreo, y desconozco qué pone en el texto hebreo, qué localidades o ciudades eligió utilizar el autor, y qué implicaba esa elección) no incurrió en un 'exceso' similar: dejarse llevar por la rivalidad deportiva más que por la proximidad geográfica o lo que sea". Con todo, añade, el lector que eleva su queja tuitera "está, me parece, demasiado nervioso, y que cae presa de su propio nerviosismo. En mi opinión es quien más se excede aquí con la sobreinterpretación".

La delgada línea roja

Y esa es la frontera que no quiere cruzar. "Mi raya roja es la sobreinterpretación, y cada vez que se incluye en el texto algo que literalmente no está en el texto, se da un pasito en dirección a esa línea. Dar por sentado que el lector no lo va a entender no lo considero un buen lugar del que partir; en todo caso, la editorial tendría que ser quien tomase esa decisión, e incluir una nota o algo así. Prefiero pensar en quien va a leer el texto como un sujeto pensante".

En Cálamo&Cran creen que la alarma debe saltar allí donde confluyen el objetivo del mensaje, el contexto y el sentido común. "Hay peligros, claro. El sesgo cognitivo del traductor puede jugarle malas pasadas. Si la traducción es 'demasiado local' se puede caer en el ridículo y el mensaje perderá fuerza o no funcionará. La globalización ha acercado las culturas".

En cualquier caso, lo que hoy es válido puede no serlo mañana. Antes se traducía todo: los nombres de los reyes, de ciudades… "Ahora ―apuntan los profesores― el intercambio lingüístico es más natural y hasta Volkswagen se atreve con el alemán en Wir lieben Autos".

"Lo de traducir nombres me recuerda a eso que dijo Josep Lluis Carod Rovira, eso de que se llama Josep Lluis aquí y en la China Popular", señala Ce Santiago. "Inaceptable sería propasarse con el texto… querer que el texto haga algo que no está haciendo. Suprimir palabras, adjetivos, verbos, líneas conflictivas porque o bien son difíciles o porque “no hay tiempo” para resolverlas (la traducción es un oficio muy precario, créeme)".

El futuro ya está aquí

Es una reflexión eterna, y eternamente renovada. Andaba yo en las reflexiones que acabo de compartir con ustedes cuando leí, de nuevo en Twitter:

 

Entre las respuestas, ésta.

 

El zoo de papel

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"Pero los memes no se traducen, ¿no?", quiso saber la signataria del tuit primigenio.

 

Hay tarea para rato.

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