Cultura

"Donald Trump no va a ser presidente": la mirada de Michael Moore a una victoria no tan imposible

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, responde preguntas a los periodistas durante una conferencia de prensa.

"No habrá un Donald Trump presidente", decía, entre risas, George Clooney en el Festival de Cannes de 2016. "Donald Trump no va a ser el presidente", aseguraba Nancy Pelosy, líder de los demócratas en el Congreso de los Estados Unidos. El rapero Jay-Z presentaba a Hillary Clinton como "la próxima presidenta". Y el polémico cineasta Michael Moore se pregunta en Fahrenheit 11/9, su nuevo documental que llega a los cines españoles el 9 de noviembre, qué pudo pasar —o, más bien, "cómo coño pasó"— para que todos ellos, y muchos más, se equivocaran. 

La fecha en que el mundo conoció que Donald Trump era, contra (casi) todo pronóstico, presidente de los Estados Unidos le vino como anillo al dedo al director de Fahrenheit 9/11, aquella película sobre el mandato de Bush y la guerra de Irak que llegó tras su Bowling for Columbine. Dando la vuelta al día en que se cometieron los atentados contra las Torres Gemelas, Moore tenía la fecha de otra debacle. Y, aunque la comparación pueda parecer (y seguramente sea) osada, el cineasta se esfuerza, a lo largo de dos horas, en demostrar que la victoria de Trump no es un accidente menor ni un mal trago de cuatro años, sino una auténtica catástrofe política. 

Moore defiende su tesis con el efectismo al que tiene acostumbrado a los espectadores. En la introducción el documental, se alternan los rostros de los esperanzados seguidores de Clinton mientras suena su canción de campaña, la alegre Fight song de Rachel Platten, con esos mismos rostros horas más tarde, desolados, mientras suena Vesti la giubba en la voz de Luciano Pavarotti, con su "Ridi, pagliaccio...". El "pagliaccio" parece ser el propio Trump, que no parece muy contento de haber ganado las elecciones presidenciales y ni siquiera tiene preparado un discurso de vencedor. 

La historia, contada en un tono que bien podría ser el de la comedia bufa, comienza cuando Trump, tras enterarse de que la NBC paga más a Gwen Stefani por salir en La voz que a él por El aprendiz, decide dar un escarmiento a la cadena. ¿Cómo? Anunciando que se presenta a la Presidencia de los Estados Unidos en un mitin en el que, cuenta Moore, paga 50 dólares a unos extras para que vayan a aplaudirle. Pero en su aparición, el empresario dice tantas barbaridades —"Cuando México manda a su gente, no mandan a los mejores (...). Mandan droga. Mandan crimen. Son violadores. Y algunos, asumo, son buenas personas"— que la NBC le despide. Trump decide seguir con los dos actos por los que ya ha pagado. Y van bien. Y decide continuar. 

O al menos eso es lo que cuenta Moore, que, como en el documental sobre Bush, dedica el primer tercio de la película a analizar cómo los medios fueron parcialmente responsables del ascenso del ahora presidente. Muestra a programas matinales bromeando sobre la posibilidad de que Trump acabe siendo el candidato republicano. Muestra decenas de conexiones en directo con mítines del empresario cuando este ni siquiera está hablando todavía. Muestra conexiones en directo por teléfono con numerosos comentaristas políticos. Y cómo incluso él se confió ante un improbable ganador que parecía inofensivo. "¿Pero cuánto conocemos realmente a Trump?", se pregunta el documental. Y la respuesta es: mucho. El empresario lleva décadas apareciendo ante los votantes estadounidenses, haciendo comentarios improcedentes sobre su hija —"Si no fuera mi hija, saldría con ella"— o pidiendo ver el certificado de nacimiento de Obama cuando la extrema derecha comenzó a denunciar, falsamente, que era extranjero. 

Pero tras esas salidas de tono juzgadas en su momento como inofensivas, Moore muestra imágenes más inquietantes. En un mítin, Trump anima a sus seguidores a que echen a un grupo de activistas que protestan contra él: "Dadles una paliza, yo pagaré a los abogados". Y después, con el montaje rápido que es marca de la casa del cineasta, una sucesión de golpes e insultos —"negrata", "maricón"— de los fans del actual presidente, intercalados con gritos de ánimo de su líder: "Ve a casa y busca un trabajo", "En los buenos viejos tiempos le habrían arrancado de esa silla [sobre una mujer afroamericana]", "Construye el muro". Junto a una pintada de "Make America great again", una esvástica. 

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Y no es la única comparación que Moore hace entre el auge de Trump y el del nazismo. En una secuencia poco sutil, superpone la voz de Trump durante un discurso sobre una imagen de un discurso de Hitler. "Formamos parte de un movimiento histórico que el mundo nunca ha visto". Tras ella, el historiador Timothy Snyder, defendiendo el símil: "Ninguna comparación es perfecta, la historia no se repite. Pero la historia ofrece muchos patrones y estructuras". "Era un país libre", dice la voz en off de More sobre estampas de la Alemania de los veinte y treinta, "el primero en tener sanidad universal para todos sus ciudadanos (...) El arte, la ciencia, eran considerados los más inteligentes del mundo". Pero la prensa angloparlante no ha considerado muy fina la crítica de Moore: The Guardian, por ejemplo, critica al director por asimilar la quema del Reichstag a un hipotético robo de las elecciones de 2016. Pero la mención de la habilidad de Hitler con los nuevos medios, o su amor por las fake news, o, sobre todo, las llamadas a la calma de la prensa de la época alegando que Hitler no iría tan lejos como pensaba consiguen poner los pelos de punta. 

El retrato de Moore, aun hecho con brocha gorda, es aterrador. ¿Qué queda frente a un Trump que dice que habría que "probar" eso de presidente vitalicio que tienen en China, cuando el razonamiento del director lleva al espectador a pensar que el empresario puede saltarse la constitución, igual que hizo Hitler en Alemania? Todo, con un Partido Demócrata que Moore considera corrupto y al que culpa de eliminar a Bernie Sanders de las primarias irregularmente o de provocar deportaciones y guerras (silenciadas) bajo el Gobierno de Obama. El cineasta parece confiar en una nueva generación de demócratas alejados del establishment —mujeres, jóvenes, de clase baja, afroamericanos, latinos, miembros del colectivo LGTBI...— que podría subvertir la victoria reaccionaria, con Alexandria Ocasio-Cortez, joven latina de 29 años recientemente nombrada congresista por Nueva York, a la cabeza.

Pero el final del filme, con las antorchas de Charlottesville y la amenaza (real o no, este es un golpe de efecto de Moore) de una guerra nuclear, el rostro de los jóvenes que protestan contra la matanza en Parkland parecen poca cosa. O, al menos, no suficiente. 

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