Cultura

Feria del Libro de Madrid: calma (relativa) después de la tormenta

Preparativos durante el montaje de la Feria del Libro de Madrid 2019.

Hacía dos años que no se inauguraba la Feria del Libro de Madrid. No es que en 2018 no se hubiera celebrado, sino que fue imposible abrirla con los habituales fastos: las previsiones de fuertes vientos obligaron entonces a cerrar el parque del Retiro un día antes de la apertura de la cita y una tormenta pasó por agua la primera mañana, de forma que los expositores no pudieron instalarse a tiempo y terminó suspendiéndose la visita de las autoridades. Por eso, este primer viernes de Feria de 2019 sabía a gloria para libreros, editores y organización. Los libros estaban en los estantes, las persianas estaban levantadas, el sol lucía y la tradicional comitiva recorría el Paseo de Carruajez: este año era el turno de la reina Letizia, acompañada del ministro de Cultura, José Guirao, y la alcaldesa en funciones, Manuela Carmena. Entre las casetas, también un buen puñado de lectores, más numerosos en esta mañana laborable que en las mismas fechas de años anteriores: "La habrán cogido con ganas, como el año pasado no hubo...", bromeaba Daniel Álvarez, editor de Hoja de Lata, una de las participantes. 

En 2018 se produjo la tormenta perfecta, además de la literal: el viento obligó a activar el plan de alertas habilitado desde 2016, pero esta pequeña catástrofe puso también de relieve las tensiones hasta entonces subterráneas que se habían producido durante la organización del evento. El conflicto estaba y está en que la dirección del parque, con Caridad Melgarejo Armada a la cabeza, considera que la cita, que reúne a 500 empresas y más de 2 millones de personas en 17 días, pone en peligro la sostenibilidad del parque, un espacio protegido. Esto ha llevado a una reducción sustancial del espacio dedicado a las casetas: en la pasada edición ya se restaron 80 metros, junto a los que hay que suprimir ahora unos 20 más. El número de casetas, sin embargo, se ha mantenido estable, con las mismas 361 casetas en 2018 y 2019. La organización de la feria asegura que se ha llegado a un acuerdo para esta edición, la número 78, pero que habrá que revisarlo de cara a la siguiente: "La feria está llamada a crecer", dice a este periódico Manuel Gil, consultor editorial y director del evento desde 2016. 

 

La reina Letizia durante la inauguración de la Feria del Libro de Madrid de 2019. / Sergio Cadierno (FLM)

Desde el incidente del pasado año, el Ayuntamiento ha repetido una y otra vez que no estaba en sus planes echar a los libreros del parque. "Debemos mantener la Feria en el Retiro", dijo allí mismo Manuela Carmena. "La Feria del Libro seguirá en el Retiro gobierne quien gobierne", repetía a El País hace diez días Inés Sabanés, delegada de Medio Ambiente del consistorio. Insiste Manuel Gil una vez más: "Yo nunca le he escuchado a ninguna autoridad política del Ayuntamiento lo de salir del Retiro. Llevamos aquí 52 años y pensamos estar al menos otros 52". Pero voces dentro de la organización y entre los expositores señalan a la dirección del parque y a un sector dentro del Área de medio Ambiente y Movilidad: "Si fuera por ellos, nos iríamos", dice un librero que prefiere mantener el anonimato. Pilar Sarmiento, subdirectora General de Parques y Viveros, confesó a El País que "el ideal para el parque sería encontrar un lugar alternativo a la Feria del Libro". "Son conversaciones complicadas", admite Gil sobre el proceso de negociación. 

Esas desavenencias se han traducido en nuevas medidas que han limitado el acceso de libreros y editores al parque. Para curarse en salud, la organización decidió adelantar el montaje de las casetas, que en lugar de realizarse en miércoles y jueves, pasó a hacerse lunes y martes: "Como el año pasado tuvimos problemas el último día, decidimos hacerlo en cuatro días, para no arriesgarnos", dice Pablo Bonet, secretario de Librerías de Madrid, asociación organizadora de la feria desde esta edición. Según el número de caseta, que se distribuye por sorteo, los expositores tenían varias horas para hacer el grueso de la carga y descarga, que luego podía rematar en los días siguientes. En general, esta medida ha sido bien recibida por los participantes. "Ha estado bien, porque teníamos margen y hemos ido menos agobiados", dice Elisabeth Falomir, editora en Melusina. Otros, como la Librería Berkana, señalaban que la horquilla de montaje era desmasiado estrecha: "Quienes se pueden permitir tener empleados se adaptan sin problemas, pero quienes estamos solos lo tenemos más difícil", decía su responsable, Mili Hernández. 

También se ha acotado a 100 el número de vehículos que podían acceder al recinto en cada turno de mañana o tarde, cuya matrícula tenía que comunicarse previamente a la organización del parque. Esto exigía cierta organización con las distribuidoras, que sirven los libros a los expositores, y ha causado colas en la entrada, principalmente el lunes, aunque no tan graves como las del pasado año. "Hemos intentado, como nos ha pedido el parque, dar las matrículas desde días antes, pero nos prometieron un refuerzo en la garita de entrada que tardó en llegar, así que formó un poco de colapso", apunta Bonet. La organización apostaba por emitir un centenar de autorizaciones por turno en la misma garita de entrada, de manera que accedieran los 100 primeros vehículos, sin necesidad de estar autorizados previamente. No lo lograron. 

 

Preparación de la Feria del Libro de Madrid en la edición de 2019. / Sergio Cadierno (FLM)

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Esta medida ha afectado más a los libreros que a los editores: mientras que a los segundos les lleva los libros un solo camión, los primeros están acostumbrados a recibirlos de varias distribuidoras o a desplazarlos desde su sede. De esta forma, sellos como Melusina o Blackie Books no han tenido que preocuparse apenas por la gestión de matrículas, mientras que librerías como Berkana sí se han visto afectadas. "Yo he tenido que alquilar una furgoneta para hacer todo el viaje de una vez, que ya es otro gasto más", dice Mili Hernández, sumando ese importe a los 1.000 euros que se pagan por metro cuadrado de caseta. Otros libreros, como los de La Lumbre, se quejan de que, al permitirse el paso de una sola matrícula por caseta y restringirse el acceso a unas pocas horas del día, no podían descargar con su coche particular, y han optado por dejarlo fuera del parque y transportar la mercancía con un carrito. Expositores como Traficantes de Sueños han preferido prescindir del coche, no llevar libros desde su sede y recibirlos solo de las distribuidoras. 

"Esta es una feria nacional, aquí está toda la edición española, y el 16% de los 2,2 millones de visitantes vienen de fuera de Madrid. No puedes aplicar un reglamento de manera tan estricta", protesta Manuel Gil, que enumera los logros de la feria: su afluencia no está tan lejos de la del Prado, que reunió a 2,9 millones en 2018 en su sede central, muy cerca del Retiro. Esa popularidad es uno de los aspectos que preocupan a los responsables del parque, que han negado también la celebración de otras grandes citas, como el Rock'n'Roll Madrid Maratón o el Movistar Medio Maratón. "A partir de septiembre nos queremos sentar con la autoridad municipal, sea la que sea, para que las empresas que están aquí se sientan cómodas", insiste. "Aquí quiere venir todo el mundo, ya denegamos muchísimas solicitudes, así que tienes un problema: ¿cómo equilibramos una demanda de tal envergadura con los cuidados que necesita el parque? Ahí es donde necesitamos flexibilidad". El próximo capítulo, en 2020. 

 

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