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Boris Izaguirre: "A España le sobra humildad y le falta orgullo"

María Granizo Yagüe

Juega y ríe como niño pero no lleva la infancia con él. Nació hace 54 años en un país y en un traje equivocado. Eso le llevó a ser tan conocido que pocos saben quién es. A los diez años, desde Caracas, ya se había dejado llevar por las aventuras de Don Quijote en inglés. Antes, le había seducido El Capital de Karl Marx. Y mientras sus compañeros de colegio le llamaban “maricón” y le pegaban con el mismo bate con el que jugaban al béisbol, él leía tratados y, con su pluma, aquella rara avis construía alas para volar a otros mundos de tolerancia y libertad.

“Me encantó cuando mi infancia quedó atrás”. Pero antes, con dientes de leche, la excelencia de ser niño prodigio le llevó, de la mano de su maestra, de un pupitre al diván de un psiquiatra. Fiel a su diferencia y a no esconderla, padecer una sociedad que no le correspondía y estrenarse precozmente en la adolescencia le convirtió en víctima de una violación grupal: “Me violaron con 13 años entre tres personas. En mi país es como si el gay se lo mereciera”. Trataron de dejarle esa g, de gay, como inicial de dolor y de desprecio pero Boris Izaguirre no nació con vocación de sufridor: “Mi personalidad escogió ser todo lo contrario a ser alguien jodido, dolido, humillado, precisamente para escapar de esa humillación. También para demostrar que no tienes que dejarte vencer por los demás. Que tienes que luchar por ser tú mismo”.

Un niño prodigio afectado de severa dislexia

Nada más abrir sus ojos a la vida, su madre le cambió el nombre con el que pensaba presentarle al mundo, Alejandro Izaguirre, para que no coincidiese con el mismo del ministro del Interior venezolano, conocido como El Policía. En ese instante, aquel bebé hijo de bailarina y de crítico de cine se convirtió en Boris. Con las mismas cinco letras que Boris Vian, que la ópera Boris Godunov y que Boris Karloff, ya estaba marcada la senda del artista.

Boris Izaguirre junto a su madre, Belén Lobo.

Para alcanzar ese estadio, antes se refugió en “el especial y maravilloso universo que mi familia creaba para mí en nuestra casa”. Caminando entre recuerdos, escucha el teclado de la máquina de escribir de su padre “haciendo sus crónicas diarias para El Universal”. Percibe “el aroma envolvente de los malabares”, las gardenias venezolanas a las que olían las zapatillas de ballet de su madre que acabó cambiando por “trabajos alimenticios, por zapatos de danza contemporánea, para prolongar su carrera”. Aún le llegan imágenes de tardes infinitas de lectura, de novelas de Vargas Llosa salpicadas por el piano de Erik Satie, de televisión, de “la fantástica evasión que es siempre el cine”, de Mary Poppins, “la mamá de todo el mundo”, y de continuar Cantando bajo la lluvia aunque, con sólo asomar la cabeza a la calle con 6 años, ya le cayeran chuzos de punta. Tardes también de dolor, al que una severa dislexia le sometía recordándole que, pese a ser un prodigio “enamorado del espejo” y con continua hambre de biblioteca, la vida ahí fuera estaba envuelta de dificultad. “Mi mamá me hizo ver siempre que lo más importante que yo tenía era mi diferencia y nunca luchó contra eso sino todo lo contrario. Tuvo que soportar, como mi papá, que siempre han sido del ala izquierda de las cosas, muchas críticas, muchos conflictos laborales, personales, con gente que ellos creían que pensaban como ellos pero luegono era así”.

Consciente de que el mayor dolor es el que se sufre sin testigos, la genial bailarina, la mamá Belén, la esencia de Boris a la que cinco años y medio después de su fallecimiento aún llora desconsolado, tras el trabajo, “haciendo un enorme esfuerzo de amor” se entregaba incansable al segundo de sus tres hijos. Para que la extremada dislexia, que siempre ha acompañado a Boris no obstaculizara su genialidad, su madre peleó sin descanso contra ella: le calzó con botitas ortopédicas para que mantuviera el equilibrio, inventó ejercicios para que distinguiera el derecho del izquierdo, para que las letras del abecedario no bailaran a su antojo y para que lograra dibujar un círculo por el que todavía se escapa dolor porque nunca lo ha conseguido cerrar.

Se fue de Venezuela para dejar de ser “un perro verde”

En un Caracas hermético, machista, donde las diferencias más valía guardarlas bajo llave en un armario, Boris, “refugiado en una doble personalidad porque mi normalidad es ser varias personas y tener siempre un deseo de agradar”, comenzó a desplegar las alas sin medida de su ganada cultura. Como una mariposa cuya frivolidad es sólo el color de su fantasía, un quinceañero Izaguirre ya publicaba columnas en los periódicos venezolanos. Romántico, elegante, ansioso de volar más alto y de dejar de ser “un perro verde”, aceptó la propuesta de hacer guiones de telenovelas: “Recuerdo que me dijeron Usted no puede seguir en Venezuela, aprendiendo a escribir telenovelas tendrá un oficio que le permitirá vivir donde quiera”. Y como Boris es incompatible con la mediocridad, los ficticios melodramas como La Dama de Rosa, Rubí, Rebelde y Primavera se convirtieron enseguida en los grandes éxitos de la televisión venezolana. También El Súper, la teleserie española que permitió al niño que siempre quiso “ser adulto” asentarse en España.

Mitómano y fantasioso, por encima de barreras y fronteras, a los 27 años, el hombre que siempre ha tenido abiertas las puertas de su armario de par en par, hizo las maletas para llegar a otro mundo dejando atrás un frustrado golpe de Estado en la Venezuela de 1992 y todo un Tiempo de Tormentas. Aterrizó en Santiago de Compostela y, desde las páginas de un diario, vivió escribiendo horóscopos. Recién llegado y, aún con el Always in my mind adolescente de los Pet Shop Boys en su cabeza, la magia de las meigas le descubrió un amor correspondido, el de su discreto marido, Rubén, un interiorista con el que ya suma veintiocho años de amor: “Lo más importante del amor yo creo que es que no termina. Porque mucha gente piensa que el amor es muy urgente, quiere una inmediatez en todo, y el amor es realmente muy hondo, no conoces el fondo”.

Boris alardea de pluma como “bofetada a la homofobia”

Hasta convencerse de que Rubén era el contrapeso imprescindible para su equilibrio y satisfacer su necesidad de “explorar nuevos mundos", Boris se trasladó a un Madrid que “estaba en un momento muy apoteósico”. Mientras el venezolano adquiría la nacionalidad española, se inauguraba la nueva estación de autobuses de Méndez Álvaro, se construían nuevas líneas de metro, se estrenaba la remodelación del Teatro Real y de la nueva Plaza de Oriente y la bolsa de Madrid empezaba a cotizar en euros. En ese tiempo, las alas de Boris le llevaron más allá del espacio por el que viajaba en la Discovery el madrileño Pedro Duque. Alardeando de pluma como “bofetada a la homofobia”, Boris enviaba cada noche sus particulares Crónicas Marcianas. Durante seis años, desde aquel Marte televisivo, con su característica manera de andar, “que creé de mi torpeza y también mi amaneramiento”, puso a prueba la tolerancia y la libertad de los españoles: “Me gustó que, a diferencia de mi país de origen, este país se sintiera feliz con su propio concepto de la libertad y de la evolución porque era una evolución aceptarme a mí, un antes y un después, un signo manifiesto de sentido del humor, de la cultura y de la inteligencia española”.

Su Villa Diamante fue Premio PlanetaSu Villa Diamante fue Premio Planeta

Aprendiendo a canjear con estilo su torpeza, Boris construyó Villa Diamante, la cuarta de sus ocho novelas, con la que, como finalista, se quedó a las puertas de conseguir el Premio Planeta: “La inmediata reacción de la prensa fue decir que el finalista era alguien que se bajaba los pantalones continuamente. Leía en todos los periódicos comentarios de este tipo. Entonces yo dije pues nada, que lean la novela es lo único que puedo hacer. Crónicas me marcó. Estoy convencido de que hay un momento en que tú mismo colaboras con ese encasillamiento. Pero cuando veo imágenes del programa dices qué increíble era eso, sobre todo porque ahora no se podría hacer, qué exaltación, qué bocanada de creatividad y libertad”.

Perteneciendo a esa libertad, Boris también estuvo asomándose a La Ventana de la Cadena Ser durante diecisiete años. Con la crisis de 2007 llegó su despido y con él la ansiedad por quedarse sin trabajo. Pero como ave fénix, Boris, resurgiendo siempre, de la dificultad volvió a hacer una posibilidad: “fue una cura de humildad y, una vez más, apareció esta especie de suerte en la vida y me ofrecieron un contrato en Telemundo”. Tras él, el deleite de más discos de Blondie y de David Bowie mientras paría otra ejemplar novela, nadaba, “cuanto más nado mejor escribo”, y hacía más televisión.

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España, “un país de gente genial pero con una humildad mal entendida”

Entre tanta vida sin desaprovechar esperas, las canas se han ido abriendo paso en sus sienes y con coquetería reconoce que le gusta madurar: “En este tiempo de pandemia me gustaría que hubiésemos entendido lo fantástico que es madurar, aprender a entender, a ser más tolerante con la naturaleza, con los hechos, con el tiempo, con lo que es más grande que nosotros”. Confía en ello porque el nuestro, el suyo, es un país del que está profundamente enamorado: “Yo creo que todo es bueno en España. Siempre he admirado muchísimo el sentido del humor de este país porque ese sentido del humor me entendió a mí también. Yo nací en una familia maravillosa pero en un país no tan fascinante y no tan maravilloso. Y cuando me vine a vivir aquí me di cuenta de que por fin había encontrado el equilibrio entre las dos cosas: entre pertenecer a una familia que sí me quería y a un país que también me quería. Lo que hizo esa unión es ese sentido del humor que lo compartimos, que nos divierte divertirnos, que nos entretiene, la ironía, la inteligencia social. Sin embargo, no tener más instrumentos para decir eso con gusto, con orgullo, oye somos geniales, un país de gente genial y sentir que lo que estás diciendo de verdad porque es una gran verdad, esa timidez absurda, esa mal entendida humildad, eso es lo que no me gusta”.

Su existencia y su caminar demuestran lo lejos que se puede volar siendo fiel a uno mismo. Sin un solo titubeo, entre exquisita educación y sonrisas, Boris Izaguirre, el hombre que nunca se ocultó y que hizo de su pluma su marca, despide hoy su Playlist acompañado por la Space Oddity de Bowie. “Flotando, de la manera más peculiar”, nos enseña que “las estrellas se ven muy diferentes hoy por aquí”.

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